Hoy la fama dura menos que un suspiro, sobre todo en la Internet. La Red es como una tragaldabas insaciable. Lo consume todo y a una velocidad vertiginosa. Uno puede estar dos horas estrujándose el chirumen para componer un epigrama sobre el enjalbiego facial, por ejemplo; y luego, la nombradía que consigue con ello dura apenas un minuto: el tiempo que la zampona tiene el poema en la boca y todo el mundo lo puede ver. Es verdad que la notoriedad proporcionada es fulgurante; mas reitero que también es efímera y muy adictiva.
A veces añoro esa época en que la reputación no era pasajera, sino perenne. Los días en los que la Fabiola, una muchacha de mi pueblo, escribió una sátira acerca de las medias fosforito y alcanzó la gloria. Una celebridad tan constante que, después de cincuenta años, aún perdura.
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