miércoles, 18 de noviembre de 2020

EL PORQUÉ DEL CRIMEN DE BASILISA

 A las siete de la mañana, Basilisa cogió el tren. Portaba como equipaje una maleta y lo que en ese momento era su bien más preciado: una revista de papel cuché que contenía el reportaje gráfico de la boda de la duquesa de Tal con el marqués de Paracual. Un acontecimiento social de mucho postín que la susodicha estaba ansiosa por ver.

Cuando entró en el vagón y mientras se acomodaba, el viajero de enfrente le pidió la publicación; y, como la pilló desprevenida, no supo reaccionar y se la dejó...

Contrariada por lo que acababa de hacer, la visión de los dedos gordezuelos del frescales toqueteando su magacín no hicieron sino acrecentar su ira. Esos apéndices grasosos y con las uñas negras están mancillando mi tesoro, se dijo. Y su odio llegó al paroxismo cuando el pedigüeño, para facilitar el paso de las hojas del semanario, se acercó las yemas a la boca y procedió a ensalivarlas...  

EL ENTUSIASMO JUVENIL

 El mejor calorífero que existe es el entusiasmo; y más aún el juvenil. En esa edad, la fogosidad del ánimo puede llegar a quemar aunque el termómetro registre una temperatura de cero grados.

Lo sé porque una vez mis amigos y yo celebramos una fiesta de Nochevieja en una casona deshabitada que no tenía calefacción; y, a pesar de que en la calle hacía un frío helador, no acabamos convertidos en estatuas arrecidas.

Mi menda acudió al jolgorio con un vestido estilo jipi, botas y una cinta de rafia que me habían traído de París sujetándome la melena. Recuerdo que al llegar, cuando me despojé del maxiabrigo, tuve una especie de repeluzno; mas enseguida empecé a sentir calor... Fue en el instante en que sonaba “Una lacrima sul viso” en el picú y Abdías, el chico que me gustaba, me sacó a bailar. Con un gran parecido a Bobby Solo, pero más guapo si cabe, acercó su boca a mi oreja y, apenas rozándola, me susurró:

“Da una lacrima sul viso

ho capito molte cose...” 

¡Madre mía! ¡Todavía me estremezco al recordarlo!


ADELELMA SE SINCERA

 Mi primer cosmético fue una sombra de ojos. Era de color añil; y recuerdo que venía en el interior de un estuche blanco junto con un difumino.

Al principio, como carecía del arte de aplicarme este producto, lo que lucía en los párpados eran dos manchurrones azules con algún que otro grumo; pero después fui cogiendo destreza hasta lograr que me saliera un esfumado perfecto.

Al cabo de unos meses, pareciéndome insuficiente el simple toque índigo encima de los ojos, empecé a utilizar el rímel como nuevo producto de embellecimiento; y luego vino el kohl...

La cuestión es que la falta de naturalidad me atraía igual que un imán y que emprendí una disparatada carrera hacia la afectación más absoluta. La línea de kohl que ennegrecía por arriba mis luceros se fue haciendo más y más larga; y, buscando la extrema sofisticación, comencé a dibujar arabescos con ella en mis sienes, frente y mejillas. Incluso había adornos que hacía llegar hasta detrás de las orejas... 

Ahora, he alcanzado un punto en el que mi cara le parece una máscara a cualquiera y, sin embargo, así es como yo me reconozco y acepto. Es horrible: no puedo prescindir de los potingues y volver a la normalidad...

¡A HACER PUÑETAS!

 Si hay una canción que me levanta el ánimo, ésa es “I Will Survive”. Cuando la oigo, siento que sus notas se desparraman por mi interior provocándome un gran efecto euforizante. Experimento la sensación de estar en el interior de una discoteca; con las luces de colores emitiendo destellos, las bolas plateadas girando sin parar y el mundo de afuera detenido.

Y entrar en semejante estado psicodélico es lo que he necesitado esta mañana, en el tiempo en que un experto estaba hablando en la radio sobre la situación económica del país. Sus vaticinios eran tan terroríficos que, ante la posibilidad de caer en el más completo abatimiento, he optado por mandarlos a él y al programa a hacer puñetas, poner el disco de Gloria Gaynor y lanzarme a bailar.

LO QUE EL ÉXITO ESCONDE

 Hoy he conocido a un hombre que anteriormente fue yoqui; después fotógrafo; y que en la actualidad se dedica a cultivar calabacines y berenjenas en su huerto.

Cuando le he dicho que mi pasión era escribir microrrelatos, ha querido saber que si con alguno había conseguido obtener la admiración de los demás; y, al responderle que el entusiasmo que despertaban mis historias era escaso tirando a nulo, me ha aconsejado que no ceje en el empeño todavía; que lo intente un poco más.

Desinhibidos con el vermú que nos estábamos tomando, nos hemos dejado llevar. Yo he permitido que aflorara la amargura que tengo por mi fracaso; y él me ha contado que tener éxito le perjudicó. Que verse reconocido como artista por el retrato que le hizo al conde de ... satisfizo su ego momentáneamente; pero que después, y como fueron tantos los aplausos, el miedo a defraudar a sus fanes lo paralizó y fue incapaz de publicar una fotografía más.  


LOS TROTES DE LEOPOLDINA FARALLÓN

 Con los años he perdido impulsividad, presteza... Antes, cuando ocurría algo que me concerniera, ya fuera en Albacete o en la Conchinchina, me dejaba llevar por la impresión y sin pensarlo emprendía viaje. Pero ahora, por muy tremendo que sea el sucedido y/o por mucho que me ataña, lo primero que hago al enterarme es reflexionar. Ver cuáles son mis posibilidades y calibrar los riesgos del traslado. Y si decido no ponerme en camino las más de las veces, no lo hago porque me haya vuelto tibia o comodona, sino porque las facultades menguan y una no está para andar en muchos trotes. 

DE GOLONDRINAS Y VENCEJOS

 ¡Mira que los humanos somos puñeteros! Basta con que nos prohíban hacer algo para que ejecutar eso que nos vedan se convierta en nuestra mayor obsesión. Es lo que le ocurrió a Eva en el Paraíso, y lo que nos sucede a diario a todos los mortales allá donde nos encontremos.

A mí, por ejemplo, ha sido suficiente con que no se pueda salir de Cataluña por el cierre perimetral para que me hayan entrado unas ganas enormes de hacerlo. Un anhelo vehemente de traspasar los confines de la Comunidad e irme a mi pueblo. Y este deseo es tan grande que mi felicidad parece supeditada a conseguirlo.

Añoro mi parra. Me la imagino desnuda y nudosa en medio del patio, esperando la primavera para volver a brotar. Y me pregunto a qué lugar habrán emigrado las golondrinas y vencejos que había en verano; cómo seguirán los gatos que andaban por encima de los muros y tejados a la caza de algo para comer; cuándo el sol se empezará a dibujar en las paredes...


LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ

 Me encanta Raphael. Su voz me parece prodigiosa; y verlo actuar es un disfrute porque se presenta como un artista completo. Tengo grabados algunos de sus conciertos transmitidos por televisión; y fue precisamente ayer, buscando una de estas cintas, cuando encontré algo de lo que quiero hablar.

Se trata de un video o vídeo, pues de las dos maneras se dice, en el que aparezco yo treinta años atrás. Unas imágenes en las que se me ve saliendo de una iglesia al acabamiento de la misa mayor. La representación de como fui en el pasado que, comparándola con mi aspecto actual, me permite apreciar lo que el tiempo me quitó.

Observándome andar hacia la cámara advierto que, aunque quizá siga pesando lo mismo, los kilos no continúan distribuidos de la misma manera; y me fijo en las cualidades que antaño resplandecían en mi persona y que ahora ya no están: abundante cabellera, tersura, garbo, cintura... 

Pero no me puedo quejar. A cambio de las gracias perdidas tengo canas, pelo ralo, arrugas, semblante de persona desabrida... ¿Para qué quiero más?


¡TENGO MIEDO!

 He tecleado tu nombre en el ordenador y ha aparecido en la pantalla la imagen de un hombre orondo y satisfecho. No puedo creer que seas tú: estás irreconocible.

Me he llevado un chasco porque esperaba encontrar al tipo ascético del que me enamoré, para contarle que me estoy quedando sin fantasía. Que la maldita pandemia me está desorientando, y muchas veces me extravío cuando intento llegar al reino donde moran las ilusiones.

Si tu semblante me hubiera parecido menos mundano y más espiritual, te hubiera manifestado que en los momentos en los que me siento perdida me aterra la posibilidad de no hallar el camino de retorno. De quedarme para siempre con un pensamiento prosaico y no poder volver a percibir la magia que tienen las cosas.

En mi afán por no errar el rumbo de la felicidad me pongo cada día retos más difíciles. Con decirte que hasta me he propuesto escribir un relato erótico... ¡Imagínate lo que puede salir del lápiz de una puritana como yo! Lo que sí tendré en cuenta en el instante en que lo haga será lo que me dijiste acerca de la pasión: que no había nada que la avivase más que la ausencia de adorno.



DE JIPIS Y CEMENTERIOS

 En estos días previos a Todos los fieles difuntos, lo que procede es retrotraerse a los tiempos del catapum y hablar de castañas, moniatos y cementerios. 

En mi pueblo, estos frutos y tubérculos los asábamos en la lumbre; y, aunque yo nunca los comía porque no me gustaban, asistía entusiasmada a la ceremonia que se llevaba a cabo en el lar. También recuerdo a unos jipis que vestían de manera estrafalaria y que, por estas fechas, regalaban pilongas y flores de papel.

En lo que atañe al cementerio diré que se encontraba al final de un camino descendente. Y este dato convenía no olvidarlo porque, cuando un anciano manifestaba que tenía ganas de irse para abajo, en realidad no estaba exponiendo su deseo de morirse en un sentido bíblico (polvo eres y en polvo te convertirás), sino que lo que estaba declarando era que quería marcharse con sus amigos que lo esperaban en ese bajo lugar.


UN POCO DE ROCANROL

 Publicar microrrelatos en Internet es tan excitante como fundirte con la música cuando bailas rocanrol. En ambos casos experimentas un subidón de adrenalina que se traduce en un estado de euforia imposible de cuantificar; pero lo que diferencia a una y otra actividad es que la primera es adictiva y la segunda no. 

Aparecer en La Red como escritor crea dependencia; porque salir de ese magma engullidor que se llama anonimato tiene tal efecto sobre el ávido ego que, en cuanto uno lo prueba, necesita repetir. Siente un impulso irresistible que le induce a exponer y exponer escritos para seguir siendo el centro de atención y que el interés y la curiosidad hacia su obra no decaigan.

Lo malo es cuando el enganche es total y la calidad y el prestigio del autor se ven supeditados a la precisión absoluta de figurar en el escaparate.


EL SÉPTIMO CIELO

 Cuando una llega al séptimo cielo, la realidad circundante deja de existir. Los sentidos cesan de dar la tabarra con lo que ven o lo que oyen; y tú, suspendida en el éter y ajena a las pejigueras cotidianas, te puedes centrar en lo que realmente te gusta. 

Para alcanzar este estado tan placentero yo siempre me valgo de la música. Y lo mismo me da que mi transportador sea Plácido Domingo interpretando “Tosca”; Stevie Wonder con su “Isn´t she lovely”; o Moncho entonando con mucha melodía “Historia de un amor”... Lo único que necesito es que haya una superficie completamente plana donde pueda tumbarme y que las notas se esparzan por la habitación a no mucho volumen.

En plena ensoñación estaba yo hace un momento cuando mi amigo Jeremías me ha llamado por teléfono; y todo para decirme que esta noche había que retrasar las agujas del reloj porque entrábamos en el horario de invierno. Noticia que ya conocía y por la que he tenido que abandonar mi fantasía. ¡Qué inoportuno! ¡Con lo bien que me lo estaba pasando en el sarao con el que los amigos del Post estábamos celebrando el final de la pandemia! Fiesta en la había mucho baile y champán, y a la que todos habíamos acudido vestidos de gala... 


LA DESFACEDORA DE ENSUEÑOS

 El coco de mi infancia fue una niña malvada y fea que se llamaba Rosabel. Una  creatura que estaba entre los chiquillos con los que jugaba y por la que llegué a sentir auténtica repulsión.

Era alguien a quien le debieron quitar la ilusión a destiempo y de una forma abrupta; y que, por ese motivo, decidió ir arrancándosela a los demás con la misma violencia.

Me vi expulsada del Paraíso una tarde en la que ambas estábamos sentadas en un poyo y me contó la verdad acerca de los Reyes Magos y de las cigüeñas que venían de París. 

Confieso que el desengaño fue infinitamente mayor en lo que se refiere a la primera revelación que a la segunda; porque, en aquellos momentos, todo lo que rodeaba al nacimiento de los bebés era un arcano al que le había prestado poca atención. Aunque sí recuerdo que, para hacer más visible su descubrimiento, la torcida Rosabel empleó unas palabras tan soeces que todo lo que estaba contando parecía bajo y despreciable.

Cuando desficieron mi ensueño, el ánimo se me trastocó; y, súbitamente, el mundo se me apareció de otra manera. Las magnitudes se hicieron perceptibles y empecé a notar el peso, la temperatura, el dolor...