A las siete de la mañana, Basilisa cogió el tren. Portaba como equipaje una maleta y lo que en ese momento era su bien más preciado: una revista de papel cuché que contenía el reportaje gráfico de la boda de la duquesa de Tal con el marqués de Paracual. Un acontecimiento social de mucho postín que la susodicha estaba ansiosa por ver.
Cuando entró en el vagón y mientras se acomodaba, el viajero de enfrente le pidió la publicación; y, como la pilló desprevenida, no supo reaccionar y se la dejó...
Contrariada por lo que acababa de hacer, la visión de los dedos gordezuelos del frescales toqueteando su magacín no hicieron sino acrecentar su ira. Esos apéndices grasosos y con las uñas negras están mancillando mi tesoro, se dijo. Y su odio llegó al paroxismo cuando el pedigüeño, para facilitar el paso de las hojas del semanario, se acercó las yemas a la boca y procedió a ensalivarlas...