sábado, 24 de mayo de 2014

Las mejores amigas


Conchita y Maribel eran antitéticas, pero enseguida que contactaron se hicieron amigas. El encuentro ocurrió por los años de 1970, estudiando ambas segundo o tercero de medicina. Conchita era de constitución pícnica, tetuda y con el pelo lacio y negro como el carbón. En las facciones le daba un aire a la protagonista de la película (entonces recientemente estrenada) Love Story. Era extravertida, dulce y coqueta, y entre cierto tipo de chicos tenía mucho éxito. Llevaba siempre vestidos que realzaban su espetera, y calzaba zapatos con plataforma. Había tenido novio durante cuatro años, y contaba unas cosas… Eso sí, el himen aseguraba tenerlo intacto. Maribel era alta, fuerte y con el carácter hacia adentro. Abusaba de los vaqueros y los jerséis holgados, y aunque no era femenina en el sentido clásico, tenía su público entre los compañeros de clase.
Conchita ensalzaba el cuerpo y la inteligencia de Maribel, y la instaba a vestir prendas ajustadas. A ésta los comentarios de su amiga le halagaban a la par que le avergonzaban un poco, porque los consideraba excesivos. Y en cuanto a lo de llevar vestidos que marcaran sus protuberancias, ni se lo planteaba. Primero porque apenas tenía; y segundo, porque no era su estilo y se hubiera sentido impostada además de incómoda. 

miércoles, 7 de mayo de 2014

Sobresueldos



El otro día, mientras paseaba con mi marido, me acordé de un allegado que se va a quedar en la calle porque no puede satisfacer los pagos de la hipoteca. Tiene cincuenta y ocho años, le es imposible encontrar trabajo y malvive con los cuatrocientos euros del paro. A lo largo del trayecto, vimos una fila de gente en la puerta de una iglesia esperando el reparto de comida; también vimos a un viejo hurgando un contenedor y llevándose desperdicios; a personas como nosotros mendigando en la puerta de los súper; y a una mujer con la mirada perdida y todas sus pertenencias en un carro de la compra, dando un paquete de pañuelos de papel a cambio de la voluntad.
Cuando volvimos a casa vimos en la televisión la contienda que había habido entre la Vicepresidenta del Gobierno y la portavoz socialista en el Congreso a cuenta del cobro de sobresueldos. A mi marido y a mí nos entraron ganas de vomitar, y los dos exclamamos al unísono: ¡Qué indecencia!

jueves, 1 de mayo de 2014

Una invasión en toda regla


¡Pobre Elo! ¡Menuda putada le hicimos presentándonos en su casa sin avisar! La cogimos sola, desastrada y sin la dentadura postiza. Nosotros éramos catorce, e íbamos sumamente atildados porque volvíamos de una procesión.
Cuando salió a recibirnos, aunque se mostró simpática y nos ofreció té, yo leí en sus ojos lo humillada y confusa que se sentía. Vestía con sayo, y como llevaba sandalias, sus dedos deformes y montados unos sobre otros estaban sin cubrir.
Entramos en la casa, y, como es obligado en el pueblo, nos la tuvo que enseñar. La recorrimos entera, y desde el poderío que nos daba el ir en comandita y calzados con zapatos de tafilete, los catorce cretinos visitantes la juzgamos así así. Nos llamó la atención una habitación interior con un jergón en el suelo que Elo utiliza como habitación anti-estrés.
A pesar de que invadimos su intimidad y la vimos desnuda, durante toda la visita Elo se comportó con una gran dignidad. Desde aquí le pido perdón, y le quiero decir que los catorce que la visitamos de improviso, no es que seamos malos: es que somos idiotas, que es peor.