Yo a los cotillas los detesto; no los puedo soportar. Cuando los veo sentados en los bancos de la calle, pendientes del ir y venir de los vecinos, desearía que un extraterrestre los abdujera y se los llevara al espacio por siempre jamás.
En mi trato con ellos he llegado hasta el delirio. Es lo que sucedió la vez que me quedé encerrada en el ascensor con la cotilla principal de la escalera. Ella empezó a indagar sobre mi vida privada; y yo, que soy claustrofóbica y además tenía calor, comencé a tener visiones. Recuerdo que mientras las paredes del ascensor se ondulaban, la señora se transformó en un barrenero con cabeza de ave rapaz y un taladro entre las manos. Cuando con ánimo de horadar las murallas de mi intimidad lo puso en marcha, yo grité despavorida. Y a partir de ahí, todo es confuso...
En mi trato con ellos he llegado hasta el delirio. Es lo que sucedió la vez que me quedé encerrada en el ascensor con la cotilla principal de la escalera. Ella empezó a indagar sobre mi vida privada; y yo, que soy claustrofóbica y además tenía calor, comencé a tener visiones. Recuerdo que mientras las paredes del ascensor se ondulaban, la señora se transformó en un barrenero con cabeza de ave rapaz y un taladro entre las manos. Cuando con ánimo de horadar las murallas de mi intimidad lo puso en marcha, yo grité despavorida. Y a partir de ahí, todo es confuso...
Este escrito se lo dedico a mis vecinos: a los que conozco y a los que no. Los primeros son maravillosos; y los segundos, seguro que también.