viernes, 20 de noviembre de 2015

Viaje al centro del glamour


Los miércoles tengo cita con el mundo del glamour. Con esto quiero decir que me compro una revista de papel cuché y me adentro en sus páginas.
En mi revista sólo sale gente de alcurnia y famosos con clase, pero confieso que, como sus vidas y lo que puedan decir no me interesa en absoluto, obvio la letra pequeña y me voy directamente a los titulares, las fotos y los pie de foto.
Los reportajes sobre mansiones suntuosas siempre me parecen obscenos; sobre todo cuando la dueña del casón, ataviada con vestidos de alta costura y joyas carísimas, es presentada como una gran benefactora de los pobres. En este punto siempre me sorprendo de que el mundo soporte tal desigual reparto de la riqueza; y así, entre asombrada y perpleja, sigo adelante.
Unas páginas más allá, me encuentro a las reinas del glamour en un velatorio. Están perfectas con sus ropas de medio luto y sus semblantes serios; pero no pueden opacar a la mujer del finado. Ésta, la viuda, está guapísima, de lo más chic. Con un vestido negro y un collar de perlas, es el súmmum de la elegancia. A mí no me extrañaría que hubiera más de una deseando que le pasara lo mismo, para poder lucir igual. 
También os podría hablar de los estirones, el bótox y el Fotoshop; pero... ¿para qué?

viernes, 13 de noviembre de 2015

Fané y descangayá


Sabina entra en mi casa rezumando impaciencia y aceleración; está histérica perdida... Le cedo mi sillón orejero, y después de echar el espaldar para atrás y los pies hacia arriba, la invito a que se explaye. Hablando atropelladamente me dice que, después de una temporada sin que pasase nada extraordinario en su vida, ahora los contratiempos se le acumulan; que no da abasto; que no consigue relajarse.
Me cuenta que para completar sus desventuras, el otro día tropezó con un desnivel y se pegó un trompazo tremendo que la dejó descangayá; que se podía haber roto algo; y que qué se yo... 
A fin de calmarla, y como el día es espléndido, le propongo subir a Montjuïc a contemplar Barcelona. Tomamos el pendingue y allí que nos plantamos las dos... Cuando estamos absortas ante una ciudad tan preciosa, un cantor con una guitarra se aproxima y nos deleita con canciones de Serrat. Su catalán es macarrónico, pero logra emocionarnos porque canta muy bien y porque en este idioma es como aprendimos estas canciones y como se nos grabaron en el corazón.