En la maravillosa película “Cuando ruge la marabunta” hay una escena que hace hervir la sangre de cualquier mujer. Me refiero a aquélla en que el personaje interpretado por Charlton Heston rechaza a la fémina encarnada por Eleanor Parker al enterarse de que es viuda. Y la razón que arguye este cenutrio para conducirse así es que todas las cosas que entran en su casa tienen que ser nuevas.
En el siguiente escrito, una amiga le explica a otra el contexto en el que vio esta película por primera vez.
-Cuando todas las entradas del cine pasaron a costar lo mismo hubo un transvase de espectadores.
-¿Los de arriba abajo y los de abajo arriba?
-Sí, exacto. La gente que normalmente ocupaba el gallinero se mudó a la platea; y, siguiendo el camino contrario, mis amigos y yo nos trasladamos al paraíso.
-En qué tiempo sucedió esto?
-Debió de ser por los años de 1970. Recuerdo que estaba reciente el Mayo francés.
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-En el gallinero establecimos una especie de club. Un lugar en lo alto donde nos sentíamos libres y donde intercambiábamos nuestras ideas progresistas.
-¿Y cuáles eran vuestras batallas?
-Muchas de las conversaciones giraban en torno a la sexualidad. Nos exasperaba el control férreo que existía sobre la mujer y su virginidad; e imaginábamos lo sórdidas y frustrantes que podían llegar a ser las relaciones a causa de ello.
-¿...?
-Me refiero a que parecía estar permitida cualquier cosa menos la penetración. A esa obsesión que había por el himen intacto.
-Ya me acuerdo. En algunos guardianes de la moral era auténticamente enfermiza.
-Mira, un amigo centroamericano que estaba muy loco decía que la suerte de las mujeres sería mejor si les hicieran una incisión quirúrgica en el himen en vez de agujerearles las orejas.
-¡Uf! Qué expeditivo...
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-Durante la proyección de la película tomábamos refrescos, comíamos pipas (algunos de manera compulsiva), nos fumábamos algún que otro cigarrillo... y nada de lo que pasaba en la pantalla escapaba a nuestra crítica. Recuerdo que cuando echaron “Cuando ruge la marabunta” el gallinero bramó: los comentarios que proferimos se oyeron por dondequiera; y el protagonista pasó a ser nuestra bestia negra.