sábado, 23 de marzo de 2019

Cuando mi pandilla rugió


En la maravillosa película “Cuando ruge la marabunta” hay una escena que hace hervir la sangre de cualquier mujer. Me refiero a aquélla en que el personaje interpretado por Charlton Heston rechaza a la fémina encarnada por Eleanor Parker al enterarse de que es viuda. Y la razón que arguye este cenutrio para conducirse así es que todas las cosas que entran en su casa tienen que ser nuevas.
En el siguiente escrito, una amiga le explica a otra el contexto en el que vio esta película por primera vez. 

-Cuando todas las entradas del cine pasaron a costar lo mismo hubo un transvase de espectadores.
-¿Los de arriba abajo y los de abajo arriba?
-Sí, exacto. La gente que normalmente ocupaba el gallinero se mudó a la platea; y, siguiendo el camino contrario, mis amigos y yo nos trasladamos al paraíso.
-En qué tiempo sucedió esto?
-Debió de ser por los años de 1970. Recuerdo que estaba reciente el Mayo francés.
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-En el gallinero establecimos una especie de club. Un lugar en lo alto donde nos sentíamos libres y donde intercambiábamos nuestras ideas progresistas.
-¿Y cuáles eran vuestras batallas?
-Muchas de las conversaciones giraban en torno a la sexualidad. Nos exasperaba el control férreo que existía sobre la mujer y su virginidad; e imaginábamos lo sórdidas y frustrantes que podían llegar a ser las relaciones a causa de ello.
-¿...?
-Me refiero a que parecía estar permitida cualquier cosa menos la penetración. A esa obsesión que había por el himen intacto.
-Ya me acuerdo. En algunos guardianes de la moral era auténticamente enfermiza.
-Mira, un amigo centroamericano que  estaba muy loco decía que la suerte de las mujeres sería mejor si les hicieran una incisión quirúrgica en el himen en vez de  agujerearles las orejas.
-¡Uf! Qué expeditivo...
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-Durante la proyección de la película tomábamos refrescos, comíamos pipas (algunos de manera compulsiva), nos fumábamos algún que otro cigarrillo... y nada de lo que pasaba en la pantalla escapaba a nuestra crítica. Recuerdo que cuando echaron “Cuando ruge la marabunta” el gallinero bramó: los comentarios que proferimos se oyeron por dondequiera; y el protagonista pasó a ser nuestra bestia negra.

Hablando con mi álter ego a las cuatro de la mañana


-Ven, siéntate aquí.
-Espera, que estoy mirando los discos. Me encanta este manga por hombro en el         que los tienes.
-Toda mi casa es un caos; pero cuando busco una cosa la encuentro enseguida. Tengo en la cabeza donde está todo.
-No te preocupes: yo también me siento cómoda en medio del desorden. De hecho, las personas que necesitan tener cada cosa en su sitio me dan repelús.
-¡Y a mí!
-Mira, he encontrado este elepé de Joan Baez. Vamos a ponerlo. Antes nos sabíamos sus canciones de memoria.
-A ver... ¡y tanto! “El preso número nueve” la cantábamos con mucho sentimiento; y “De colores”; “Guantanamera”... ¡Cuántas cosas hemos vivido!   
-Vamos a cantar “Te recuerdo Amanda”. 
-¡Pero si son las cuatro de la mañana!
-Es igual; dejemos salir nuestra voz. ¿Te acuerdas de que Víctor Jara es su autor?
-Me acuerdo.
-Pues vamos allá:
                              “Te recuerdo Amanda
                                 la calle mojada
                                 corriendo a la fábrica
                                 donde trabajaba Manuel”

-Hagamos una pausa que me he emocionado. 
-Hagámosla.
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-Ayer estuve una hora platicando con Remedios. De vez en cuando intercambiamos mensajes, pero hacia mucho que no hablábamos por teléfono.
-¿Y que tal está?
-Bien; me estuvo contando cosas de su madre.
-A propósito ¿cuándo piensas escribir ese opúsculo maravilloso para homenajear a tus padres?
-No lo sé.
-¿Pero cúal es el problema?
-El problema es que la veneración que siento por ellos me llevó a meterlos en una especie de sagrario y ahora no los puedo sacar de él. No sé si me entiendes.
-Perfectamente.
-Me pasa lo mismo que con Dios: nunca hablo de él en vano. Con las únicas personas  que soy capaz de hablar de mis padres es con mis hermanos. No puedo apartarlos del lugar en el que están. Si los nombro ante extraños tengo la sensación de que los estoy abaratando...
-Bueno, déjalo. Vamos a hacer gimnasia.
-Vamos.

Rosarito y sus remilgos


Ahora me acuerdo de Rosarito y sus cosas con cariño; pero antaño, las “cosas” de Rosarito me provocaban aversión. En la pandilla de la que ambas formábamos parte, muchachas y muchachos alternábamos con camaradería y en un plano de igualdad; pero ella no: ella se distinguía por su modo de ser y de obrar; por tener una serie de cualidades que muchos creían propias del carácter femenino y yo de la cursilería más absoluta.
Para nosotras, por ejemplo, tener la regla no significaba nada especial en nuestras vidas. En cambio, para Rosarito, cada menstruo representaba un acontecimiento. Recuerdo que una vez, estando de excursión, se puso tan “malísima” y derrochó tanto aspaviento por este motivo que tuvimos que volvernos al pueblo con toda celeridad. Luego, cuando llegó a su casa, se metió en la cama y nos fue recibiendo uno a uno como si se fuera a morir. Y lo bueno es que a los chicos conseguía impresionarlos y casi todos estaban enamorados de ella...
Cuando a su hermana le salió una verruga en la mejilla y Rosario nos dijo que era una lágrima en relieve, a mi se me escapó la risa y exclamé ¡qué tremendo!  Entonces la susodicha, en pleno vahído y con su voz meliflua, me llamó cruel; y su hermana, que era más brava, marimacho. Me llevé un berrinche, pero la realidad es que no era ni  una cosa ni la otra. Lo que me ocurría es que abominaba de ese tipo de mujer. 

Lady Sobriety


Me fui de aquí porque advertí que estaba enganchada. Me pasaba los días delante del ordenador, y todo lo que acontecía en el mundo real me era indiferente. Dejé de relacionarme con la familia, los amigos, los seres de carne y hueso... y de lo único que estaba pendiente era de lo que publicaban los internautas. El poco tiempo que pasaba fuera del mundo virtual estaba irritada y con gran agitación; y fui consciente de que me podía volver tarumba el día que acudí a comprarme un vestido.
Como ir a la tienda conllevaba alejarme un rato de la web y esto me sacaba de quicio, me propuse quedarme con el primero que encontrara y me cupiera; y así, volví a mi casa, poco después, con un modelo rojo cargado de perifollos.
En el tiempo que permanecí con la mente absorta en la pantalla no volví a pensar en mi adquisición; pero ahora que mi afición desmedida al ordenador ha menguado, me he percatado de mi error: el modelito en cuestión es espantoso y no armoniza con mi personalidad. Lo tengo colgado de una percha y siento escalofríos cada vez que lo miro. No sé qué voy a hacer porque tengo un evento importante y no puedo ir de esa guisa. ¡Con el traje rojo no soy yo! Veremos...
Ahora tengo sosiego y estoy disfrutando de la realidad, pero casi siempre estoy cohibida porque me puede la timidez. Y por eso, creo que no tardaré en volver a este espacio aparente, porque aquí afloran todas mis capacidades.

El internauta y yo


En mis comienzos en la web, este internauta me caía mal e incluso me provocaba aversión. Pero luego, fue concitando mi interés y ahora me tiene obsesionada.
Al principio, cuando lo veía conectado, lo percibía como un avispón maligno que se había colado en La Red y que me conturbaba; y en estos momentos, solamente  leyéndolo logro calmar mi ansiedad.
Antes, lo rehuía y no entendía como podía tener tanto predicamento y aceptación entre los compañeros. En la actualidad, lo busco y me parece un genio.
Mi vida está gobernada por esta idea fija que me tiene pendiente del ordenador. Sé   con qué periodicidad publica esta persona, y devoro sus escritos en cuanto aparecen. También escudriño los posts de los demás para que no se me escape ninguno de sus comentarios. Y cuando soy yo la que expongo, hasta que no obtengo su plácet no tengo la certeza de que lo que he hecho es bueno...
No lo conozco personalmente; y no estoy segura de quererlo conocer. Por un lado, tengo miedo de que algo en su ser me incomode y desaparezca el  encantamiento; aunque por  otro, pienso que si esto ocurriera, sanaría de mi mal.
Ahora, en estos instantes,  estoy delante de la pantalla. El punto verde al lado de su nombre me indica que él también está conectado. Deseo ardientemente decirle algo, pero no me atrevo... ¿Y si me contesta con aspereza? o lo que es peor... ¿y si no me responde?

Félidos y Cánidos


Los gatos y los perros me aterrorizan; no lo puedo evitar. Sé que es algo irracional; pero como digo, es superior a mis fuerzas. Los felinos, además, me resultan inquietantes. Tengo la sensación de que van por libre; de que son imprevisibles; de que nunca sabes por donde van a salir...
En un pensamiento pavoroso y recurrente, un perro enorme se levanta sobre sus patas traseras y me coloca las delanteras sobre los hombros: estoy segura de que, si esto ocurriera realmente, el susto me pararía el corazón.
No sé de donde puede venir este miedo; pero lo cierto es que condiciona mi vida. No puedo andar sola por lugares donde es fácil que aparezcan estos animales; tampoco puedo visitar a amigos que los tengan, salvo que los encierren previamente en una habitación... Otra posibilidad es que los allegados me reciban en el balcón y dejen campar a perros y gatos por el cuarto de estar. Esto ya ha ocurrido más de una vez, aunque en invierno no es muy agradable.
Esta madrugada he sentido pánico. Resulta que me he despertado en medio de una pesadilla donde aparecían multitud de gatos con formas extrañas y actitud amenazante. Estaba llena de angustia y cubierta de sudor; pero lo peor ha sido cuando me he levantado y he entrado a oscuras en la cocina. Allí he visto muchos pares de ojos brillar y moverse por la encimera; por encima de la mesa; subir y bajar de las sillas; salir de los armarios... Ha sido terrible. Hasta que le he dado a la luz y he acabado con todos los fantasmas, he pensado que los felinos se habían escapado de mis sueños y venían a por mí.

Zum


Suelo comer alrededor de la una; y después, veo un rato la televisión para relajarme. A la una y media hacen un programa que me entretiene. Se trata de un concurso en el que una pareja tiene que adivinar la edad de siete desconocidos que van entrando sucesivamente en el plató. Para conseguirlo, cuentan con una serie de pistas cuales pueden ser fotografías de la niñez de los susodichos; datos familiares; famosos que nacieron el mismo año que ellos; zum... 
Y es el zum, esa prueba que consiste en examinar de cerca al desconocido, a lo que yo no podría someterme sin descubrir que ya soy mayor. Porque si una servidora, después de tomarse un güisqui, decidiera ir al programa, por mi garbo al entrar en el set aparentaría cincuenta años; pero si los concursantes me vieran a corta distancia, su dictamen sería demoledor: ¡me echarían diez años más de los que tengo!
Y es que ayer me miré en el espejo con las gafas puestas y me quedé completamente abatida: toda yo soy una pasa enmagrecida y en la cara no me cabe una arruga más. Por lo tanto, la única manera de que los concurrentes acertaran mi edad sería diciéndoles que en el mismo año que nací, Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay llegaron a lo alto del Everest.