domingo, 21 de marzo de 2021

EL TREN A COCHINCHINA

 Me gusta coger a mi nieta en brazos y hablarle mientras la paseo. Ella me mira con la cara propia de un bebé de mes y medio, y se fija en mis labios que no paran de moverse. 

Esta tarde le he dicho que nos íbamos a montar en un tren con destino a Cochinchina. Sí, sin ene. A ese lugar de Vietnam que nada tiene que ver con la célebre Conchinchina que nadie sabe dónde está...

La he advertido de que antes teníamos que meter en su cabás la merienda y unos cuentos, para que pudiera comer y entretenerse durante el viaje. En este punto mi precioseta ha emitido unos sonidos y ha hecho algún mohín que yo he interpretado como de contento; así que con gran entusiasmo he continuado mi parloteo...

Le he manifestado que en el vagón contiguo viajarían algunos integrantes de la Nova Cançó. Artistas como Núria Feliu, Pi de la Serra, Guillermina Motta, Serrat... Además de declararme fan de todos ellos, he recordado cuando mis padres, sus bisabuelos, trajeron a casa los discos de Salomé y Raimon cantando “Se'n va anar”. Esto debió de suceder por los años de 1963. Con el ánimo exaltado me he lanzado a contarle en qué consistió el movimiento de la Nova Cançó; mas mi muchachita se ha quedado roque y yo he tenido que dejar las explicaciones para otro día.

LA ESTREMECEDORA VIDA ASÉPTICA

 Esta madrugada, cuando me encontraba en esa situación de lucidez que viene después del estado de tinieblas, me he puesto a imaginar que la pandemia no acababa nunca. Que el bicharraco proseguía amenazándonos de la misma manera; y que los humanos, perdida toda esperanza, nos conformábamos a vivir sin libertad.

En mi fantasía, el roce quedaba definitivamente eliminado de las relaciones interpersonales; y, por lo tanto, los recién nacidos y los que vinieran al mundo después jamás podrían experimentar la virtud de las caricias.

Entonces, y para contrarrestar esta estremecedora vida aséptica, me he acordado de aquella sesión de roces, rozamientos y rozaduras en que nos ocupamos tú y yo durante una clase práctica en la universidad. Cuando te pusiste detrás de mí; y, mientras tratábamos de demostrar no sé qué principio científico, nos estuvimos sintiendo. Incluso se me ha ocurrido que si ese momento de mi vida lo pudiera embotellar, quedaría como un vestigio maravilloso de tocamiento para las generaciones venideras.

LA DIFICULTAD DE ALIVIARSE DELANTE DE LAS OVEJAS

 Quiero hablar sobre aguas menores y no sé cómo hacerlo para no resultar cursi ni vulgar. Porque ¿cuál es la manera más elegante de decir que una vez, en una casa de una aldea perdida, me entraron unas ganas enormes de orinar? Sustituir el término orinar por hacer pipí, desaguar o vaciar la vejiga me parece un horror que no estoy dispuesta a ejecutar; y, menos aún, emplear vocablos malsonantes que puedan herir los ojos de las creaturas cultivadas que se acerquen a mi escrito. ¡Por ahí sí que no paso! También podría utilizar la voz miccionar o, en el colmo de la cutrez, hacer aguas; pero ya advierto que ninguna palabra me deja en absoluto complacida. 

La cuestión es que cuando le manifesté al dueño de la vivienda donde me encontraba la urgencia que tenía, me acompañó al establo y, apartando a un rincón a quince o veinte ovejas que en ese momento se hallaban descansando, me indicó que allí podía proceder. 

Evidentemente él salió del cobertizo y volvió a la habitación en la que se habían quedado los demás convidados; y yo, sola frente a aquel hato de rumiantes que no paraban de mirarme y sin tener costumbre de actuar así, me vi negra para realizar lo que tanto me apremiaba. 

CUANDO LAS IDEAS SE PUDREN POR FALTA DE OREO

 Capistrano permanecía cerrado a cal y canto a los pareceres de los demás. Su seso se asemejaba a una casa que tuviera las puertas y ventanas herméticamente tapiadas y por la que al aire le fuera imposible pasar. ¡Y lo más chocante era que presumía de ello! Se jactaba de platicar únicamente con la naturaleza, y especificaba que eran las olas del mar las que le proporcionaban las más inteligentes respuestas.

A mí este hombre, cuando lo conocí, me causó una pésima impresión. Hubiera podido convenir con él en que el campo y el océano eran los mejores lugares para reflexionar; pero que no leyera libros ni periódicos y desdeñara el pensamiento ajeno me parecía un disparate mayúsculo que acabaría, si no lo había hecho ya, con su capacidad para idear.

Y no me equivoqué en mi predicción ya que, igual que en el interior de una vivienda todo se puede pudrir por falta de oreo, en la sesera de esta creatura todo terminó enranciado y caduco por carencia de renovación.  

EL VIEJO DEL BICICLO

 Aunque a veces no me apetezca, nunca dejo de pedalear. Sé que la decadencia viene detrás, persiguiéndome, y si no quiero que me alcance, no puedo bajarme de la bicicleta ni para descansar.

El velocípedo en el que voy es el mismo que montaba un viejo con el que me encontré una mañana en el campo y que acabó regalándome. Fue un día en el que salí a coger caracoles para agregárselos al guiso que pensaba hacer; unos gazpachos manchegos a los que estaban invitados el obispo, que se encontraba en el pueblo de visita pastoral, y las fuerzas vivas.

El viejo de la bicicleta, al verme buscando gasterópodos en medio del bancal, me saludó y se acercó a platicar un rato conmigo; y, cuando le pregunté que si sus paseos dirigiendo el manillar eran diarios, me contestó rotundamente que sí. -Ahora quizá no lo comprendas- añadió-; pero en el tiempo que notes que tus condiciones van a menos, reconocerás la importancia de no romper la disciplina.    

IR DE BODA

 Las bodas me encantan. Y da igual que sean canónicas o civiles; de tronío o sencillas; matutinas o vespertinas... ¡Todas me gustan! La cuestión es que yo en muchos ambientes resulto torpe, desmañada... pero este tipo de eventos propicia que mis cualidades se manifiesten con todo su esplendor, y en ellos consigo brillar y me siento en la gloria. 

Una que se va a celebrar en el mes de octubre y a la que estoy invitada se ha convertido en el centro de todos mis anhelos. Pienso en ella con mucha ilusión; y como llevo tanto tiempo huérfana de actividad social, lo que me apetece es acudir con todos los perifollos puestos. Ya sé que este deseo no cuadra con la sobriedad que me caracteriza; pero es que estoy tan harta de no poder lucir que, cuando tenga la oportunidad, pienso hacerlo sin medida.

En las pláticas que mantengo con otros convidados al enlace solemos hablar del tema. Uno de ellos, admirador del barroco, está encantado con esta ansia de ornamentación que adivina en el ambiente. Y señala que en absoluto el exceso de adorno es contrario a la elegancia; que no solo es que no la estorbe, sino que, puesto con gusto, la puede facilitar. 

CON FAMA DE LIBERTINOS

 En el camposanto 

Una tarde de verano, en el cementerio, me encontré con Belarmino; y, como hacíamos siempre que nos veíamos, nos dimos un achuchón. Un estrujón fraternal, robusto, intenso... Una abrazada con la que nos transmitimos todo el cariño que nos profesábamos.

Después de ponernos mutuamente al día, anduvimos por entre las tumbas recordando a los que en ellas yacían y contemplando algunas lápidas muy kitsch; y al terminar el recorrido, decidimos prolongar el paseo hasta una finca distante unos 3 km.

En el camino 

Emprendida la marcha, un poco más adelante alcanzamos a una muchacha que ambos conocíamos y que era todavía más leída y escribida que nosotros. Portaba en la mano un libro que resultó ser “El amante de Lady Chatterley”; y, como los tres habíamos releído varias veces esta obra, comenzamos a analizarla desde diferentes puntos de vista. Luego pasamos a hablar sobre la versión cinematográfica de la misma protagonizada por Sylvia Kristel. Y fue en este momento cuando Iluminada, que así se llamaba nuestra acompañante, nos sorprendió revelándonos que la mencionada actriz era su objeto de deseo; la persona que ocupaba por entero sus fantasías. 

Belarmino se mostró escéptico porque creyó que lo que nuestra amiga buscaba con sus palabras era escandalizarnos, dar el golpe... pero yo le manifesté mi comprensión y apoyo ya que intuí que nos estaba diciendo la verdad.

En la finca

Cuando llegamos a nuestro destino y vimos la balsa de riego rebosar del agua que un motor iba extrayendo del pozo, no hubo en el mundo nada que nos apeteciera más que meternos en ella desnudos. Y fue entonces cuando pasó por allí un labriego que no pareció asombrarse al vernos de esta guisa; aunque, en cuanto llegó al pueblo, le faltó tiempo para irse al bar a contar “tamaña inmoralidad” con fingida indignación.  


1993-EL AÑO EN QUE CUMPLIMOS CUARENTA

 Añoro la vida que llevaba antes de la pandemia. Y no es que la mía fuera una existencia apasionante; sino que en ella no había limitaciones, y ahora entiendo lo que eso significa.

Recuerdo con pena aquellos días llenos de experiencias que quizá de suyo no fueran extraordinarias, pero que yo siempre consideré así por lo mucho que disfruté de ellas.

Como ocurrió la tarde en que toda la pandilla fuimos al cine del pueblo a ver la película “Orquesta Club Virginia”. Esto debió de suceder por los años de 1993, cuando los pocos amigos que quedábamos treintañeros nos convertimos en cuadragenarios... 

Me acuerdo de que el filme nos cautivó pareciéndonos muy divertido y muy triste a la vez; de que la actuación de Quique San Francisco sobresalía; y de que después, en el lugar donde cenamos, le pedimos a la orquestina que interpretara “El huerfanito”, una de las canciones de la cinta, y nos lanzamos todos a cantar.

Ahora, en los momentos de bajón, me doy a imaginar que esa situación en la que me encontraba antaño nunca la voy a recuperar; que ese estado prepandémico pertenece a otra realidad; que todo será diferente... 

lunes, 1 de marzo de 2021

EL JUEGO DE LA IMAGINACIÓN

 Pequeñina: la casa de muñecas que tus padres han colocado en tu habitación la ha hecho una amiga de tu abuela. Con su inmenso talento, dicha amiga ha construido una vivienda llena de moradores que, cuando llegue el momento, contribuirán a desarrollar tu imaginación. Personajes a los que insuflarás vida y con los que podrás crear infinitas historias. Y por si te decidieras a plasmar tu fantasía en el papel, la artífice de la vivienda mágica ha confeccionado un libro que de momento tiene las hojas vacías. Un cuaderno en el que tu abuela escribirá algunos microrrelatos infantiles, incitándote a que lo acabes de llenar con el producto de tu inventiva. 

Y de la narración del caballero medieval que pronto podrás leer también es autora la allegada de tu abuela. Verás que el cuento está dedicado a su nieto que se llama..., pero como las historias infantiles son de todos los niños, tú también la puedes disfrutar.

ANTRUM BELLUS

 Para Holly Golightly, la protagonista de “Desayuno en Tiffany's”, el mejor lugar del mundo para estar era el interior de la famosa joyería. Y a mí, en el tiempo en que hacía la carrera, el ambiente que me atraía hasta límites inimaginables era el de una tienda de modas muy elegante que había en Barcelona. Una boutique a la que, por razones evidentes, bauticé con el nombre de Antrum Bellus. 

Cuando después de las clases mi amigo Beda y yo nos entregábamos a pasear por la ciudad y a hablar de literatura, a veces le proponía que pasáramos por delante de este establecimiento para contemplar lo que se exhibía en sus escaparates; y en algunas ocasiones, traspasábamos el umbral y nos introducíamos en unas entrañas mágicas que resultaban singularmente adecuadas a mis gustos.

Dentro de aquel espacio todo era perfecto; y los sentidos, estimulados por tanta hermosura, parecían aumentar su capacidad para reconocerla y apreciarla. La vista se deleitaba contemplando la maravillosa línea de los trajes; el tacto percibía la suavidad de las telas; el oído captaba el frufrú del roce de la seda... El goce espiritual cada vez era mayor.

Un día, en una de las vitrinas, vimos un modelo blanco tan sofisticado que pensamos que nunca podría existir nada igual. Recuerdo que Beda me hizo prometer que cuando nos casáramos yo llevaría ese vestido... También guardo en la memoria una conversación que tuvimos sobre Truman Capote y su novela “A sangre fría”... Y de aquella tarde no me queda nada más...

EL MIRAR DE DOÑA TECLA

 Yo observo una parte de la realidad que me interesa a través del ojo de las cerraduras. Por ese agujero por donde se meten las llaves, mi menda atisba para saber. Y no es que sea una mirona, fisgona, husmeadora o cualquier otro calificativo que venga al caso; ni mucho menos una voyerista (no tengo propensión a enterarme de vidas ajenas ni disfruto presenciando la intimidad de los demás). Lo que ocurre es que regento una pensión, y la defensa de su buen nombre me obliga a estar siempre vigilante e indagando acerca de los huéspedes que se alojan en ella.  

Ahora estoy acechando por una de estas aberturas en cuestión. Es la de la puerta de la habitación en la que he instalado al profesor de gimnasia. Vislumbro los muchos potingues que está colocando en la leja que hay encima del aguamanil. Quiero creer que serán productos para dar brillo y asentar los pelos del bigote y de la cabeza, aunque puede que se ponga afeites en la cara; en cualquier caso ya me enteraré. Mañana, cuando se vaya a la calle, le registraré minuciosamente la maleta y el baúl... ¡Espero que no se me escape nada!

EL PROFESOR DE GIMNASIA LE PIDE COOPERACIÓN A NIEVES

 ¡Te necesito, querida Nieves! Preciso que me escribas el discurso que tengo que pronunciar en la inauguración del curso de gimnasia. Lo lógico sería que lo pergeñase yo, mas llevo cinco horas intentándolo sin ningún resultado.

Las ideas bullen en mi cabeza con mucha intensidad, pero son conceptos inconexos que no logro enlazar. Ocurrencias que se agitan en mi magín alocadamente, y que alguien me tiene que ayudar a coordinar para exponerlas de una manera inteligible.

Quiero que mi alocución verse sobre la salud y el disfrute. Decirle a los alumnos que  conforme vayan desapareciendo los kilos sobrantes irán volviéndose más osados y atrevidos. Que cuando la vergüenza que les modera el ímpetu ya no esté, podrán actuar y expresarse sin cortapisas; que la cortedad y el encogimiento que les acogota se alejarán con la grasa perdida...

Sé que tú, Nieves, me harás un alegato con estilo. Como habrás advertido en mis renglones anteriores, el goce al que me refiero es carnal y espiritual. Además de profesor de gimnasia soy sexólogo formado en París, e intuyo que puedo hacer mucho por esta gente.

No puedo acabar sin enterarte de que la conferencia la leeré en el salón parroquial y con el cura delante. Por ello es necesario que el lenguaje empleado sea llano para que llegue a todos, y a la vez no demasiado explícito. Estoy seguro de que me harás una joya literaria.

LA PRESUNCIÓN DE DON PELAYO

 Si hay un hombre al que no puedo soportar es a don Pelayo. Me provoca desazón; e incluso, en alguna ocasión, después de haber hablado con él me ha salido un sarpullido.

El susodicho es un pedante. Pero no el clásico sabiondo sin verdaderos conocimientos, porque instrucción tiene. Me refiero a que es una persona engolada y redicha a la que le gusta escucharse; un hombre que se expresa de una forma pomposa cual si fuera un pavo real extendiendo la cola.

Don Pelayo nos menosprecia a usted, a mí y al común de las gentes. Y se cree tan por encima de nosotros que, si tiene que tratarnos, lo hará con impaciencia primero y condescendencia después. Es decir, que dejará ver que le parecemos idiotas, para luego bajar de su pedestal haciéndose el bueno y ponerse a nuestra altura.

Haciendo ostentación de sus amplios conocimientos sobre el idioma, el aludido utiliza palabras que no son de uso habitual, obligando a sus escuchantes a estar continuamente consultando el diccionario. Las últimas que ha soltado en mi presencia han sido “estotro” y “estornutatorio”. Suerte que cuando tuve que mirar el significado de ambas me las encontré una casi al lado de la otra. 

Ahora me acabo de enterar de que esta creatura que tanta grima me da va a ser el introductor del profesor de gimnasia. Ganas me dan de desapuntarme del curso.   


EL GRITO DE UN HOMBRE ADOCENADO Y OBESO

 Soy un hombre mediocre, vulgar. Y como es cierto que Dios nos cría y nosotros nos juntamos, mis amigos también lo son. La ramplonería que padecemos nos impide tener ideas constructivas; y como aquí en este agujero tampoco hay alicientes que nos muevan a hacer algo excelso, nos dedicamos a reírnos de los demás. Y no me refiero a simples comentarios jocosos dichos sin mala intención, sino a auténticas burlas sangrientas con las que buscamos ofender a nuestras víctimas.

Ahora la hemos tomado con un profesor de gimnasia que ha llegado al pueblo. Un joven muy remilgado que asegura que va a conseguir que todo el mundo se sienta a gusto con su cuerpo y no sé cuántas cosas más... Mis compadres tachan estas ocurrencias de mariconadas y yo me muestro conforme con lo que dicen, pero en el fondo de mi alma me gustaría que fuera verdad; que a todos los lugareños orondos nos quitara kilos de encima y nos hiciera más felices. Soy un hombre gordo, barrigón... Un mantecoso con tanta grasa alrededor de la cintura que apenas puede  respirar...

EL COTILLEO Y LA ORACIÓN

 Desde mi mirador, lugar estratégico para obtener las mejores imágenes de todas las creaturas que andan por la plaza, he visto al profesor de gimnasia llegar al pueblo. Yo estaba rezando el rosario; y, aunque sé que está mal simultanear la oración con el cotilleo, en el cuarto misterio no he podido resistir la tentación y he mirado a través de los cristales. Lo he podido observar bajando del coche de línea; y como no podía ser de otra manera, en un instante le he hecho un examen de arriba abajo. Incluso he advertido los enseres que portaba...

Me he fijado en su apostura; en el mostacho nigérrimo que destacaba encima de su labio superior y en la ingente cantidad de brillantina que se adivinaba en su cabello. Y sin interrumpir el paso de las cuentas del rosario, también he reparado en que el instructor es un poco rengo. Una cojera apenas perceptible, pero que a una persona con una vista de lince como la mía no se le puede escapar. Y además ha traído un baúl y una maleta que un muchacho ha colocado encima de una carretilla.

UN CEÑIDOR QUE MORTIFICA

 Desde que tengo uso de razón llevo faja. Y no es muy elástica, que digamos, sino más bien tirando a rígida. Una prenda constrictora que reduce mis caderas proporcionándome seguridad. Un ceñidor que me mortifica, mas del que no puedo prescindir porque mis ancas, cuadriles, jamones... son muy voluminosos y tienden a desparramarse. Y ya sé que el término cuadril no es el más elegante para aludir al caderamen, y menos el de anca o jamón... pero es que estas adiposidades culares me avergüenzan mucho, y para resarcirme necesito nombrarlas de una manera despectiva.

En verano, cuando no puedo soportar las apreturas del corsé, sueño con que nunca lo voy a volver a necesitar y con que unas tijeras mágicas lo cortan de arriba abajo. Dos hojas de acero que lo rasgan dándome por fin la libertad...

Ahora puede que mi fantasía se haga realidad. Esta mañana, el pregonero nos ha hecho saber a todos los vecinos que ha llegado al pueblo un profesor de gimnasia que promete acabar con este tipo de tormentos. No sé muy bien cómo lo va a conseguir, aunque espero que sea verdad y no se trate de un visionario. 

EL ATUENDO PRIMAVERAL DE UNA MUJER MADURA

 Para mí, el vestido camisero, la americana y el mocasín son las prendas que más elegante hacen a una mujer  en el entretiempo. Si la fémina tiene gracia, la combinación de las tres puede añadir un plus de distinción a su persona convirtiéndola en irresistible.

Habrá quien piense que mi gusto en lo que se refiere al atavío mujeril es demasiado clásico, e incluso que resulta anticuado. Y yo continuaré estando segura de que no. De que mis preferencias en cuanto a indumentaria femenina van de lo más tradicional a lo moderno; de lo arcaico a lo avanzado e innovador...

Y de trapos primaverales hablo porque dentro de poco tendremos que desempolvarlos y empezárnoslos a ajustar. Las temperaturas están aumentando y el helor ese que atiesaba y nos ponía torpe hasta el entendimiento parece haber desaparecido. El campo comienza a pimpollecer y la estación que viene ya nos está insuflando ardor...

EL CAZURRO Y LA PANDEMIA

 Tengo un talento para decir tonterías que para qué; aunque reconozco que algunos me superan y las sueltan más gordas que yo. Son despropósitos superlativos, tremendos, descomunales... Sandeces tan evidentes que, en tiempos de normalidad,  serían inmediatamente advertidas por cualquiera que tuviera dos dedos de frente; pero que, como el hastío pandémico está mermando la capacidad para discernir la perspicacia de la necedad, resultan ser éxitos.

Deslumbrados por la extraordinaria aceptación que tienen hoy las majaderías, los mentecatos nos enrocamos cada vez más en nuestras ideas, sin atender a los argumentos de los demás. E, ignorando siempre que la realidad es compleja, no dejamos de dogmatizar y dogmatizar...

AURORA

 Aurora nació ayer al lado del mar; en un hospital público que está junto a la playa. Demostrando ser merecedora de su nombre, apareció al mismo tiempo que esa luz que tiñe de rosado el cielo instantes antes del amanecer. Cuando Orfeo con su lira estaba llamando al sol, y los corazones de los que esperaban percibían el milagro que estaba a punto de producirse.

La muchachita es una precioseta a la que sus abuelos miramos intentando adivinarle la semejanza. Un bollete que cuando nos tenga delante observándola y haciéndole  monerías sin parar, seguro que piensa que somos unos tontos de capirote; una chiquitina que ha inundado nuestros corazones de alegría y felicidad.