Apenas iniciada la adolescencia pasé por una época de gran fervor religioso, y me dio por escribir... El estilo de mis primeros opúsculos debía de ser infumable porque entonces no era diestra en estos menesteres, y recuerdo que todos versaban sobre temas religiosos.
Había uno que se titulaba “La honradez y la vileza” que no tenía desperdicio. Trataba de como unos hombres de gris gastaban su tiempo y sus energías en desacreditar a unos hombres de blanco: pugnaban por dejarlos desnudos sin advertir que el brillo que emitían estos últimos no provenía de sus ropajes, sino de su interior. Al final de mi relato, los hombres sin luz acababan completamente achicharrados por la envidia, el pecado más destructor e incapacitante que hay.
Como veis, todo mi escrito era un despropósito; pero en mi descargo diré que cuando lo hice estaba en plena pubertad.