sábado, 22 de julio de 2017

La honradez y la vileza


Apenas iniciada la adolescencia pasé por una época de gran fervor religioso, y me dio por escribir... El estilo de mis primeros opúsculos debía de ser infumable porque entonces no era diestra en estos menesteres, y recuerdo que todos versaban sobre temas religiosos.
Había uno que se titulaba “La honradez y la vileza” que no tenía desperdicio. Trataba de como unos hombres de gris gastaban su tiempo y sus energías en desacreditar a unos hombres de blanco: pugnaban por dejarlos desnudos sin advertir que el brillo que emitían estos últimos no provenía de sus ropajes, sino de su interior. Al final de mi relato, los hombres sin luz acababan completamente achicharrados por la envidia, el pecado más destructor e incapacitante que hay.
Como veis, todo mi escrito era un despropósito; pero en mi descargo diré que cuando lo hice estaba en plena pubertad.

En el cementerio


Cuando vuelvo del campo, me paso por el cementerio y echo allí un rato. Me gusta acariciar las lápidas de mi familia y decir hola,  limpiarlas cuando es preciso y poner flores. También me gusta pasear por entre las tumbas y cotillear un poco. Me fijo en los nombres que están inscritos en sus piedras; y no sería la primera vez que utilizo alguno de ellos para denominar a las protagonistas de mis escritos (¿os acordáis de Procesa?).
Me suelo sentar en un banco estratégicamente situado entre cipreses y con vistas al paseo principal; y allí, acompañada del gorjeo de los pájaros o de la plática de alguna paisana que esté en esos momentos visitando el camposanto, me relajo y descanso antes de emprender el camino de subida al pueblo.

Cármenes


¡Qué cantidad de Cármenes hay en España! En casi cada casa hay una por lo menos. Si en un lugar concurrido gritamos este nombre, seguro que volverán la cabeza dos o tres personas; y hoy, todos tenemos a quién felicitar.
El mogollón de Cármenes ya va teniendo una edad respetable porque es un nombre que se ponía cuando la natalidad era profusa; y de eso hace mucho tiempo. Ahora que los niños nacen con cuentagotas, casi no se aplica.
Carmen es un nombre rotundo y precioso que no se puede perder; y su belleza llega al súmmum cuando se acompaña de un apellido extranjero (pero aquí, por razones obvias, no es lo corriente).
Ahora me vienen a la cabeza un montón de personas que se llaman Carmen: hermana, cuñada, sobrina, amigas... y a todas quiero felicitar y desearles ventura.

La inteligencia de los cuervos


Esta mañana, mientras hacía gimnasia, he oído una noticia sobre la inteligencia de los cuervos que me ha dejado fascinada. Resulta que, en algunas ciudades del mundo, estas aves siembran las calzadas de nueces cuando los semáforos están en rojo para los coches. Al tornar a verde, los vehículos circulan y parten las nueces; y en el siguiente cambio a rojo, los cuervos vuelven y recogen las nueces partidas.
 En el momento en que la radio ha emitido esta noticia, yo estaba haciendo el pino; 
y ha sido tal el pasmo que me ha entrado que por poco me quedo así.

El retrato de Fadrique Alonso


Fadrique fue un hombre barbado durante 40 años; y un día, sin previo aviso, se afeitó. Cuando se vio reflejado en el espejo, se sintió desnudo y vulnerable; y al ponerse cara a cara con su familia fue peor.
Sus hijos, que no lo habían visto nunca de esta guisa, se sentían incómodos en su presencia y lo rehuían; y su mujer, en las ocasiones en que se encontraba con él por el  pasillo, lo miraba con recelo y aceleraba el paso.
Cuando la inseguridad de Fadrique no podía ir a más, ni su autoestima a menos, un comentario de un vecino vino a sacarlo del abismo. Fue en el ascensor: el susodicho miró al ex barbado tres o cuatro veces y, cuando se cercioró de que era él, le dijo que su nuevo look le hacía más joven. 
Pero Fadrique, acordándose de cierto retrato, se estudió en el espejo y volvió a dejarse crecer la barba. Hay un refrán que dice que la cara es el espejo del alma, y nuestro héroe, en su rostro rasurado, había descubierto rictus que lo habían llenado de estupor.  Y de ninguna manera quería que los otros lo advirtieran.

Los personajes


Los personajes de las historias que aún no he contado se me aparecen por la madrugada, apremiándome a que las cuente. Alegan que, como con la edad se me irán borrando los recuerdos, estos escritos serán la prueba fehaciente de que  los hechos de los que fueron protagonistas sucedieron.
Cuando les digo que quizá no pueda complacerlos por la imposibilidad de fijar con palabras determinados sentimientos y emociones, ellos me responden que coja lápiz y papel; que ponga en el tocadiscos “Tu mirá” de Lole y Manuel; que deje los convencionalismos fuera de la habitación; que los eche a andar y los deje libres...

domingo, 2 de julio de 2017

Yayoflautas: ¿abuelos quejicas o maduros reivindicadores?


Cada vez que oigo la palabra yayoflautas me siento incómoda; me parece un término despectivo. Yayoflautas, en castizo, suena a abuelo quejica; a viejo que con todo se muestra disconforme y por todo protesta.
Y esto es injusto porque las reivindicaciones de estas personas son legítimas y del máximo interés. Amén de que gastan su tiempo y sus energías en reclamar mejoras que, en caso de conseguirlas, redundarán en beneficio de todos.
Tengo la sensación de que esta denominación, que con tanta dignidad llevan los integrantes del colectivo, se ha convertido en el argot popular en sinónimo de viejo protestón y un poco gagá.

Un look poco apropiado


Quizá soy antigua, pero yo alucino con las indumentarias que se ven en determinadas ceremonias. Me resulta chocante asistir a un entierro y encontrarme con las nietas del finado vestidas con minishort y pintadas hasta más no poder; o ver a uno de los deudos desfilar detrás del féretro con zapatillas llenas de luces; o estar en una Primera Comunión y ver entrar en la iglesia a una de las invitadas con un escote hasta el ombligo...
No sé... a lo mejor el recato y la modestia son conceptos en desuso; si no, no encuentro justificación para esta manera de actuar.  

Una vuelta por mi vida montada en un Ferrari


Estos son días extraños: uno no está aquí ni está allí; los conocidos están desperdigados; el calor no da tregua... Te asomas al Post y lo encuentras vacío; y esta falta de contenido a mi se me representa como una autopista oscura y sin coches, y con muchos espectadores en el arcén. Anoche, al grito de: “¡Os voy a contar mi vida!”, sentí un impulso irresistible de montarme en un Ferrari, y a 300 Km/hora dar una vuelta por mis 64 años de edad. 
Hubiera sido una buena experiencia liberadora.  Pero estoy segura de que, en los primeros kilómetros, un contratiempo (mi hermetismo patológico) me hubiera impedido continuar.