viernes, 22 de enero de 2021

¡QUIERO QUE VUELVA EL APRETUJAMIENTO!

 ¡Cómo echo de menos las aglomeraciones! ¡Y mira que antes de la pandemia no las podía soportar! Las muchedumbres de personas que hace tiempo me parecían turbas agobiadoras y que, de poder verlas hoy, acogería jubilosamente.

El gentío que buscaba la manera de entretener el ocio en los centros comerciales y que me desalentaba si tenía la intención de comprar... Los metros y autobuses abarrotados donde se mezclaban los efluvios de unos y otros hasta conformar una atmósfera irrespirable...

¡Cuánto añoro a los viajeros oliscos! A esos que emanaban un hedor insoportable producido por la combinación de colonia y falta de ducha... ¡Y qué decir de los chorretones de esencia que alguien dejaba escapar de improviso de su perfumador! ¡Y el aroma de las cremas de manos! ¡O el de los cosméticos con que algunas féminas se iban acabando de arreglar! Un aire que antaño se me antojaba nauseabundo y que ahora recuerdo con delicia.

¡Quiero que vuelva el apretujamiento! ¡Lo anhelo! ¿Cabe mayor placer que estar en la terraza de un bar y que, cuando tu acompañante te está desvelando un secreto, el parroquiano de tres mesas más allá intervenga aclarando algún detalle? ¡Pues no!

NO DAR LO SANTO A LOS PERROS

 En lo alto del cerro vivía un hombre singular que se llamaba don Venancio Patatón.  Sus dos bienes más preciados eran un telescopio y una Biblia, ya que decía que el primero le permitía ver agrandados los cuerpos celestes y la segunda a los hombres. Y añadía que a humanos y estrellas convenía conocerlos lo más posible, pues ambos podían deslumbrarte primero y decepcionarte después...

Acérrimo anticlerical, era juzgado por los más conspicuos meapilas de aquella sociedad hipócrita y asfixiante como un sabio devenido en pobre orate; mientras que los lugareños de pensamiento libre, que alguno había, aseguraban que el contemplador del firmamento era un genio por descubrir. 

Y yo me he puesto a escribir sobre este ser extraordinario porque algo que he visto hace un rato en el periódico acerca de perlas y cerdos me lo ha recordado. Se trata de una sentencia que muchos creen un refrán, pero que en realidad viene de un versículo del libro sagrado de los cristianos. Un pasaje de Mateo 7:6 que comienza diciendo: “No deis lo santo a los perros...” Y es que don Venancio Patatón repetía mucho este texto; tanto, que algunos de sus detractores lo apodaban “El loco de los canes”.

LA MIRADA DEL TROMPETISTA

 I

Una vez, la mirada de un trompetista me atrapó y me mantuvo bajo su influjo durante semanas. Consiguió abducirme con su hondura hasta llevarme al borde de un abismo peligroso y enorme en el que podría haberme perdido. Me dejó sin voluntad,  privándome de la capacidad de ordenar mi conducta...

II

Mientras estuve sometida a esa especie de encantamiento, mi percepción de la realidad cambió por completo. Los sentidos siguieron enviándome imágenes y sonidos del exterior, pero el efecto que causaban en mi ánimo era diferente. La vida universitaria, que tan maravillosa me había parecido hasta entonces, pasó a tener un aspecto deslavazado y sin sabor; y lo único que me cautivaba, y a lo que no podía sustraerme, era a acudir al antro jazzístico donde tocaba la trompeta el dueño de aquellos ojos y a pasar las horas con él.

III

Como mi conocimiento del jazz avanzaba a gran velocidad, mi enamorado decidió que había llegado el momento de que conociera sus secretos. Y como ese género musical me asombraba y conmovía por igual, a mí no hubo nada que me resultara más atrayente y que a la vez me diera más miedo. 

IV

Para llegar a esa conocencia que según el músico me iba a hacer experimentar sensaciones inimaginables, quedamos una tarde decembrina. Pero ocurrió que ese día 20 del último mes del año 1973, por la mañana, se cometió el atentado contra el almirante Carrero Blanco y todo se trastocó. La conmoción que produjo en la sociedad nos hizo a todos cambiar los planes, y mi cita quedó pospuesta. 

V

Al estarme vedados sus ojos, el poder mágico que el jazzista ejercía sobre mí desapareció; y en la fiesta de Nochevieja de unos días después, un muchacho integrante de una organización religiosa me sacó a bailar. Recuerdo que mientras mis pies se deslizaban por el suelo al compás de “Ne me quitte pas”, empecé a sentir nostalgia por una dicha perdida... 


EL ESTROPICIO CILIAR

 I

Me gustaban las artistas francesas y sus pobladas y largas cejas. Anouk Aimée, Capucine o Juliette Gréco ejercían un gran influjo sobre mí y me marcaban el estilo. Pero entonces aparecieron las cantantes italianas con sus arcos ciliares depilados y, como Mina me subyugaba, no pude resistirme a seguir su ejemplo.

II

El acto mediante el cual me quedé sin vello sobre las cuencas de los ojos lo ejecuté una mañana de sábado y fue muy doloroso. Consistió en ir arrancando los pelos con unas pinzas hasta que no quedó ninguno; y toda la operación fue hecha a palo seco, sin crema suavizadora, y a máxima velocidad.

III

El resultado fue catastrófico. La zona se me inflamó y adquirí la apariencia de un ser extraordinario y feísimo que repelía y al que costaba mirar.

IV

Pero aun así, como soy una bailonga empedernida, por la tarde me fui a la discoteca. Y fue en este lugar donde, en medio de luces, música y griterío, experimenté la mayor humillación que había sufrido hasta entonces.

V

Sucedió cuando mi pretendiente Felipe, en pleno intento de toqueteo y entre lingotazo y lingotazo de vodca con naranjada, me quitó (sin que yo lo pudiera evitar) las gafas hollywoodianas que tapaban el estropicio ciliar; y, de la impresión que tuvo al verme, se le fue todo el ardor.                                                                       


DE CARRITOS Y MOISESES

 Observar a aquellos abuelos primerizos resultaba conmovedor. Aún no había nacido el vástago que aguardaban y ya su estado se podría calificar de psicodélico. Y no lo digo porque de repente les hubiera dado por decir o hacer extravagancias, o por parecer atontolinados (un poco sí); sino por el comportamiento tan tierno que habían empezado a mostrar y que era inhabitual en ellos.

Invadidos por un maremagno de sensaciones que iban del anhelo a la esperanza, pasando por el amor; los dos ascendientes habían bajado de sus respectivos pedestales para convertirse en humanos. Ablandados por esta condición se habían vuelto comprensivos, sensibles, tolerantes... Y hasta dejaron de pontificar sobre hermenéutica (uno de sus temas preferidos) para hablar de carritos, pañales, moiseses... 

NO SÉ EN QUÉ DÍA VIVO

 Ayer le fallé a una amiga. Era su cumpleaños y hasta última hora de la tarde no la felicité. Y lo hice después de que ella me enviara un mensaje en el que, con un tono burlesco no exento de amargura, mostraba su decepción.

Me afligí mucho porque la relación que existe entre mi allegada y yo es de esas que tan convenientes son para mantener la cordura. De las que hubiera hecho sentirse comadres a dos mujeres de antaño; de aquellas que implican un trato continuado y una gran confianza mutua...

Lo único que puedo aducir como descargo es que no sé en qué día vivo. Que aunque todas las mañanas estoy ante cosas que llevan la fecha como el calendario de cocina, el ordenador, el periódico... no siempre la miro; y que, cuando lo hago, inmediatamente después el trajín diario absorbe mi atención y me provoca estos descuidos...


ESCRIBIENDO A TROMPICONES, PERO CON MUCHA MORAL

 I

Desde hace un par de horas estoy aguardando a alguien que no termina de llegar. Me encuentro en el interior de un coche detenido en una calle de Barcelona, y fuera hace un frío helador. La amplitud del habitáculo me permite moverme con soltura y el sol que da en los cristales caldea el ambiente; pero el problema es que dispongo de pocas cosas para entretenerme y el hastío se está apoderando de mí...

II

Al principio me valí de la fantasía y la memoria para tener la atención ocupada. Me acordé de la bruja Filomena y del modo de hechizar con su voz meliflua, su mecedora y su güisqui... ¡hasta a mí consiguió sacarme el nombre del bolerista que me tenía sorbido el seso! Y después, siguiendo un hilo invisible, me dio por pensar en cómo la magia se puede convertir en cutrez cuando el encantamiento desaparece.

III   

Ahora lo que me apetece es leer. Aunque eso es desear por desear, ya que no tengo libros ni periódicos y no veo ningún quiosco cerca. Tampoco me sería de utilidad, pues acabo de recordar que no llevo las gafas en el bolso...

IV 

El vehículo, conmigo dentro, está aparcado junto a la tapia de un gran edificio y apenas se ve gente por la calle. 

V

En este momento, en la radio suena Georges Moustaki cantando “Le métèque”, y me envuelve con su voz...

                                     “Avec ma gueule de métèque

                                       De Juif errant, de pâtre grec...”

¡Qué deleite! No puedo resistirme a cantar con él...

VI

Por último, bajo el parasol y por enésima vez me miro en su espejo. Las cejas, como hace una eternidad que no las depilo, amenazan con juntarse y sus pelos se me antojan púas...


EL HIJO DE LA PANADERA

 I

En los días en que el helor se metía en el cuerpo a cuchilladas, el mejor sitio para guarecerse era el horno. Yo iba cada mañana a este establecimiento a comprar tortas con manteca para desayunar; y, cuando la dueña me veía llegar con las katiuskas llenas de nieve y la cara como una muerta de lo arrecida que estaba, me invitaba a pasar adentro de la tahona para que me calentara.

II

Allí, el hijo de la panadera, mientras con una larga pala sacaba las hogazas y las pastas del gran agujero de piedra y las colocaba encima de una mesa para que se enfriasen, escuchaba vinilos de swing y toda clase de música americana de entreguerras, ya que ésta era su pasión... Y fue una mañana de frío polar, de ésas en que los carámbanos colgaban de todos los tejados de la villa, el momento en que me propuso formar un dúo y participar en un concurso que se iba a celebrar en fechas próximas.

III 

No lo juzgué una idea descabellada, puesto que él y yo éramos las mejores voces en muchas leguas a la redonda. Pero en lo que sí discrepé fue en el tema elegido: mi proponente quería que interpretáramos “It had to be you” y a mí aquello me pareció un disparate... Estábamos en 1962; y, en aquel tiempo y lugar, la gente se pirraba por canciones como “La novia” o “Campanera”.

IV    

Mas, como mi amigo tahonero era muy convincente, consiguió que cambiara de opinión y nos presentamos a la competición con esa obra. Nuestra actuación fue antológica y ambos tuvimos la sensación de que habíamos estado sublimes... aunque a los espectadores no les debió de parecer así porque quedamos en último lugar.  


DE CLÍNEX Y SERVILLETAS

 Aquella creatura austera se desataba cuando estaba delante del papel. Y no me refiero a que se pusiera a emborronarlo pergeñando escritos (que también); sino a su manera desaforada de consumirlo para satisfacer diversas necesidades.

Este comportamiento tan desordenado chocaba sobremanera porque doña Parquedad, que así se llamaba la protagonista de mi relato, era tan morigerada que parecía que su hábitat fuera el cenobio; una persona cuyo modo de vida a muchos se les antojaba mortificador. Pero se conoce que la celulosa con la que estaban hecho los clínex y las servilletas le producía tal efecto que, en teniéndola cerca, se volvía una derrochona...

Gastaba medio rollo de papel de cocina para secarse cada vez que se lavaba las manos. Después de abrir los paquetes de pañuelos con fruición, los sacaba a puñados del envoltorio con el fin de utilizarlos sin ton ni son; las servilletas igual; los pliegos acababan rotos y echados a la papelera sin estar apenas escritos...


viernes, 8 de enero de 2021

SANSÓN DE LA MANCHA o EL PODER DE LA ILUSIÓN

 

Cuando el circo llegó al pueblo, el paisanaje se revolucionó. El buen orden y la disposición de las cosas se trastornó y, durante unos días, todo anduvo manga por hombro. Después de llenar los cántaros en la fuente, las mujeres ya no volvían prestas a sus casas, sino que se quedaban al lado del chorro de agua paliqueando sobre el acontecimiento. Mientras, los hombres contemplaban la instalación de la carpa y los niños intentaban asomarse por entre las lonas para ver a los artistas ensayar.

El sábado por la tarde acudieron todos los lugareños engalanados a la función. Desde la grada asistieron a un espectáculo psicodélico que los dejó alucinados. El volatinero que por el aire atravesaba la pista; la mujer de goma capaz de hacer contorsiones imposibles; la destreza del malabarista enviando cohombros de la tierra al techo y volviéndolos a coger en perfecto orden; dos japoneses cabriolando...

Y fue tan grande el encandilamiento que se apoderó de los espectadores que no se apercibieron de que, después de la proeza de Sansón de La Mancha levantando trescientos kilos, dos enanos salieron de detrás del escenario y de una tacada se llevaron las pesas.

EL BUSTO PARLANTE Y YO

 Estoy aquí, delante de una persona que no para de hablar, y no tengo ni idea de lo que me está diciendo. Hace media hora, cuando comenzó lo que pensé que iba a ser un diálogo, me mostré interesada y procuré intervenir. Pero como mi interlocutor dio muestras de que mis opiniones le importaban un carajo, opté por callar y desconecté completamente. 

Desde entonces, el busto parlante me mira buscando el efecto que sus palabras producen en mi ánimo; y yo, que soy una comedianta, no lo defraudo. Si adivino por el tono que sus frases son festivas, esbozo una sonrisa; y si me parecen lúgubres, pongo cara de circunspección. De vez en cuando también muevo la cabeza lentamente para arriba y para abajo en señal de asentimiento; e incluso emito algún ¡ajá! de aprobación... 

En este momento mis ojos han empezado a brillar porque se me acaba de ocurrir hacer un microrrelato de esta experiencia. Noto que las ideas que me bullen en la cabeza están aumentando la hondura de mi mirada... Lo malo es que la creatura que tengo enfrente considera que estos cambios en mis luceros se deben a lo atractivo que me resulta su discurso y percibo que aumenta su afán por seguir y seguir...

NI TANTO NI TAN POCO

 Antiguamente, después de haber mantenido una aventura, las versiones que ofrecían el hombre y la mujer sobre lo que había sucedido diferían bastante. El varón, generalmente más fanfarrón y locuaz, describía el affaire cual si hubiese sido un despendole; mientras que la fémina, cautelosa y discreta, lo dibujaba como una especie de relación idílica sin apenas roce. A decir de él habían llegado al final; y según ella, aún estaban en el principio... Y el oyente avezado llegaba a la conclusión que ni tanto ni tan poco; que el uno exageraba por exceso y el otro por defecto.

Ahora parecen haberse vuelto las tornas porque, si alguien se asoma a la televisión, verá desfilar un plantel de muchachas alardeando de haberse acostado con éste y con aquél. Y curiosamente éste y aquél lo irán negando todo con aspecto mohíno...

EL TRANCO Y UNA PRINCESA GUANCHE

 En estas horas mágicas previas a la llegada de los Reyes Magos, no puedo dejar de acordarme del tranco; uno de los juguetes con los que más nos divertíamos los chiquillos en el pueblo.

Este objeto tan preciado era un simple palitroque. Una especie de tarugo con el grosor reducido en los extremos; una pieza de madera que hacíamos saltar del suelo dándole en la punta con una paleta, y que luego enviábamos muy lejos de un golpetazo.

Y fue en uno de estos lanzamientos efectuados por un chaval muy guapo y vivo que se llamaba Tony cuando el tranco, a modo de proyectil, fue a impactar en el pompis de una mujer a la que decían la Princesa Guanche... Recuerdo que en ese momento todos los infantes que estábamos en el callejón enmudecimos porque esa fémina nos daba mucho miedo. La majestuosidad de su porte, junto con su cabellera blanca y las cejas negras propias de su ascendencia bereber nos impresionaban... Pero hete aquí que en vez de la reacción apocalíptica que presumíamos, la noble dama nos sonrió y nosotros continuamos jugando...   

DE FRÍO Y HUESOS

 Habitualmente me levanto con presteza de la cama, mas hoy no ha ocurrido así. En la madrugada, cuando he advertido que ya no dormía, la diligencia que tendría que haberme acometido en ese momento no se ha presentado y su falta ha sido aprovechada por la pereza para apoderarse de mí.

Arrebujándome con el edredón sentía el viento ulular al otro lado de la ventana, mientras maginaba parajes inhóspitos: desiertos con la arena empujada por un temporal seco; gargantas de montes con grandes ventiscas; las botas con espuelas de Clint Eastwood clavándose en la tierra a modo de representación de la firmeza en medio de tanta inestabilidad... 

Como los quehaceres matutinos me reclamaban, yo intentaba abandonar el lecho una y otra vez. Hacía ademán de incorporarme e incluso me retiraba el cobertor; pero eran tales las protestas de mi esqueleto que al final optaba por seguir acurrucada dentro de la cobija. ¡Qué alboroto han organizado mis huesos! ¡Ni que entre ellos y el aire no hubiera carne y piel! Me molestaban todos; y más aún las vértebras cervicales...

Por último, y antes de que la flojedad me poseyera por entero, he pegado un brinco y aquí estoy.

LA MUJER DEL COCHE ROJO

 Te echo de menos, árbol. Y a ti, humedal. Y a vosotras, llanuras inmensas; ribazos; zarzales; oliveras... Desde que empezó la pandemia no he podido volver a pasar por esa carretera que os atraviesa y que se pierde en la lejanía, y esta separación me está pasando factura. 

Necesito perderme en la mezcla de añoranza y fantasía que me provoca contemplar el paisaje que formáis y que tanto me serena. Retrotraerme a tiempos pasados e imaginar nuevas historias a partir de aquellos hechos... Alterar el orden de la realidad incorporándole quimera, y crear un caos en el que coexistan la sustantividad y el ensueño en perfecto desorden y confusión. 

Yo soy esa mujer flaca y con aspecto malhumorado que viaja siempre de pasajera en un coche rojo. Sí, en ese vehículo cuyo conductor es barbudo. La que muchas veces va escuchando “Dio come ti amo” de Domenico Modugno o “Solo tú” por los Cinco Latinos... 

LA MUCHACHA QUE VESTÍA DE AMARILLO Y EL RUMIADOR

 En la Nochevieja de 1973

Estoy aquí, al lado de una chimenea, con un malhumor descomunal. Me devora la impaciencia porque quiero bailar con una chica y ese momento no acaba de llegar. Siento que la frustración se me acrecienta y voy a terminar estallando. Lo que no sé aún es como manifestaré esa irrupción de furia: ¿me largaré de la fiesta sin más o me plantaré delante de la mujer que me atrae irresistiblemente y le pediré que dance conmigo? Si hago esto último, quizá el muchacho que la corteja (y que resulta ser el anfitrión) me rete a duelo... Es poco probable; aunque a mí no me importaría siempre que el desafío fuera hagiográfico, ya que de vidas de santos soy escritor.

Hace una hora, cuando llegué a esta celebración de Nochevieja de gente bien, me sentí desplazado. Vi que mi idiosincrasia no se ajustaba al ambiente; y, como capacidad de adaptación tengo poca, enseguida me quise marchar. Pero entonces crucé la mirada con una muchacha que vestía de amarillo y lo que leí en sus ojos me retuvo y me mantiene retenido...

NEPOMUCENO Y SU EXCESIVA FORMALIDAD

 Quizá soy un antiguo, pero sigo pensando que a los funerales hay que ir vestido con traje y corbata. Opino que ésta es la indumentaria adecuada a la solemnidad con la que se tiene que celebrar un acto así; amén de que permite mostrar respeto a la persona fallecida y a sus parientes. 

Y continúo creyéndolo a pesar de que asistir de esta guisa a las exequias me ha puesto en algunos apuros. Como ocurrió aquella vez en que el oficiante me confundió con el deudo principal e, ignorándolo a él, se acercó a mí a darme el pésame. Y todo resultó más estrambótico por motivo de que el finado y yo no nos tocábamos absolutamente nada. Fue una situación que me incomodó sobremanera y que estuve presintiendo desde que empezó la ceremonia. Algo que vi venir ya que los familiares, situados en los bancos de enfrente, iban ataviados con ropa informal y, por la razón que fuera, no participaban en la liturgia. 

MAESE PIOLÍN

 ¡A quién se le ocurre! ¡Mira que proponer a maese Piolín como director de la sección  de literatura! Es cierto que se ha hecho merecedor de alguna canonjía por su servilismo; pero dadle algún cargo desde el que no pueda fastidiar a los escritores menoscabando sus obras.

¿Habéis advertido que el maestro tiene alma de censor? De que es un gazmoño y un cursi os supongo enterados ya que su quisquillosidad y melindrería no pasan desapercibidas, e incluso dan náuseas... Pero ¡es que no os entiendo! ¿Realmente sois conocedores de las consecuencias de este nombramiento? ¿Tenéis conciencia de que la expresión sencilla y natural será sustituida por el eufemismo? ¿Por qué no elegís para el puesto a don Agatón? Sí, a esa creatura que dice que lo que tiene que guiar al escritor por encima de todo es la sobriedad y el buen gusto.

AMORCITO CORAZÓN

 Algunos lugareños, para señalar que Canuto estuvo en tierras muy lejanas, decían que anduvo por donde Cristo dio las tres voces. Y otros, queriendo precisar más, aseguraban que los sitios a los que efectivamente llegó fueron a la Argentina y el Uruguay.

Sea lo que fuere, lo cierto es que el susodicho pulió toda la herencia de su abuelo en un viaje tras la felicidad. Un periplo que emprendió para encontrar algo que con anticipación le fue imposible definir, pero que necesitaba para no ahogarse en el vacío; el principio filosófico que le ayudara a liberarse de su insatisfacción permanente...

Y a fe que consiguió dar con lo que buscaba porque cuando volvió al pueblo lo hizo pletórico de espiritualidad. Adecentó un casucho que conservaba y se estableció como tallador; y una noche de luna llena, en el yerbal, le cantó al oído “Amorcito corazón” a la mujer que amaba, y ambos se dejaron llevar por el influjo del bolero.

LAMENTOS Y ESPERANZAS DE UNA MUJER MUNDANA

 Tengo ganas de volver a presumir. Asistir a actos que exijan galanura para poder lucir. Si tuviera que expresar mi anhelo de una forma más gráfica, diría que me muero por ponerme de nuevo los perejiles; aunque quizá fuera exagerado manifestarlo así,  ya que perejil suena a perifollo y una servidora siempre se ha caracterizado por su sobriedad.

Me gusta hermosearme y brillar con estilo chic; saberme irresistible y que de esta manera me consideren los demás... ¡Es el modo de sentirme segura!

Si la pandemia lo permite, dentro de unos meses se celebrará un evento al que estoy invitada. Ahora tengo toda la ilusión puesta en él; y es que el deseo de mundanear otra vez me consume tanto que no puedo pensar en otra cosa.