¡Cómo echo de menos las aglomeraciones! ¡Y mira que antes de la pandemia no las podía soportar! Las muchedumbres de personas que hace tiempo me parecían turbas agobiadoras y que, de poder verlas hoy, acogería jubilosamente.
El gentío que buscaba la manera de entretener el ocio en los centros comerciales y que me desalentaba si tenía la intención de comprar... Los metros y autobuses abarrotados donde se mezclaban los efluvios de unos y otros hasta conformar una atmósfera irrespirable...
¡Cuánto añoro a los viajeros oliscos! A esos que emanaban un hedor insoportable producido por la combinación de colonia y falta de ducha... ¡Y qué decir de los chorretones de esencia que alguien dejaba escapar de improviso de su perfumador! ¡Y el aroma de las cremas de manos! ¡O el de los cosméticos con que algunas féminas se iban acabando de arreglar! Un aire que antaño se me antojaba nauseabundo y que ahora recuerdo con delicia.
¡Quiero que vuelva el apretujamiento! ¡Lo anhelo! ¿Cabe mayor placer que estar en la terraza de un bar y que, cuando tu acompañante te está desvelando un secreto, el parroquiano de tres mesas más allá intervenga aclarando algún detalle? ¡Pues no!