martes, 14 de noviembre de 2023

LAS NOCHES DE COLUMBANO Y EL MUSEO DEL ZOQUETE

 La palabra “zoquete” tiene diferentes acepciones. La más popular es la que significa “necio”; pero un “zoquete” también puede ser un cacho de madera corto y más o menos abultado. Esto lo sabían muy bien los habitantes de Nistayolero de la Mancha ya que en dicha localidad existía una muestra de palitroques varios.

LAS NOCHES DE COLUMBANO Y EL MUSEO DEL ZOQUETE

El Museo del Zoquete que Columbano creó en su pueblo no reproducía memeces de majaderos famosos, sino que exhibía trozos de madera destinados a diversos usos. De este modo, en sus vitrinas se podían observar tarabillas que valían para cerrar alacenas; tarugos con los que se aseguraban las puertas de las gorrineras; “trancos” que los niños utilizaban en el juego del mismo nombre...

Además, en las largas noches pueblerinas, Columbano organizaba veladas artísticas en una sala aneja al museo. En ellas se caracterizaba de Domenico Modugno e interpretaba ante sus amigos “Dio, come ti amo”. También disfrutaba travistiéndose en una mujer despampanante; era muy celebrada su imitación de Monna Bell cantando “Eres diferente”...

Y así, entre pedazos de madera, reuniones vodevilescas y alguna que otra copita de ojén pasaba la vida el bueno de Columbano; un rentista extravagante y genial que debí de conocer por los años de 1967... 

Nieves Correas Cantos


MÁS FEO QUE PICIO

 Soy muy feo, feísimo; y, por este motivo, al comienzo de mi vida lo pasé fatal. Después, cuando acepté mi condición de adefesio, empecé a vivir en paz con mi desgracia; pero reitero que, hasta entonces, tuve muchos momentos de infelicidad...

Recuerdo que, de pequeño, una mujer mantecosa y meliflua se persignaba cada vez que me veía; y también me acuerdo de que otra dona que siempre iba llena de joyones me comparaba con un tal Picio, sin que menda tuviera idea de quién era ese señor...

Ya en la pubertad, cuando aparecieron Los Sirex y su canción “Que se mueran los feos”, el zaherío por parte de mis compañeros de clase fue tremendo. Se reían de mí mientras continuamente repetían el título de la tonadilla: ¡Que se mueran los feos! ¡Que se mueran los feos! Fue horrible; no me quiero ni acordar...

Mas también he disfrutado de instantes de gloria. Como sucedió aquel verano en que una francesa declaró que yo era el muchacho “plus” atractivo que había conocido. Me comparó con los dos feos más famosos de la época: Jean-Paul Belmondo y Serge Gainsbourg; e, incluso, llevada por el entusiasmo, añadió que mi persona era la perfecta combinación de ambos. El estío del que hablo fue el mejor de mi existencia. Una tarde, a la hora de la siesta, la gala puso en el tocadiscos “Je t'aime... moi non plus” y, embargados por las notas, pasamos el Rubicón...

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DE VOCACIONES Y FASHION WEEKS

 I

Durante toda mi vida laboral he trabajado como tenedora de libros; pero a mí, la profesión que de verdad me hubiera gustado ejercer es la de modelo. Desfilar por una pasarela luciendo la ropa de los grandes diseñadores siempre me ha parecido la ocupación más apasionante que pudiera existir. A veces, cuando el prosaísmo de mi actividad contable me oprimía, me bastaba imaginarme exhibiendo atavíos en la Fashion Week de Nueva York o París para llegar al embeleso.

II

El gusanillo de la moda me entró recorriendo el pasillo central de la iglesia de mi pueblo. Debió de suceder un día de san Dionisio porque el templo estaba lleno de gente. Recuerdo que, caminando por entre los bancos abarrotados con mi vestido nuevo, experimenté una intensa emoción al sentirme observada por cientos de ojos...

III

Más tarde, en un viaje que hice a la capital, vi la película “Cómo casarse con un millonario” y ahí se afianzó mi inclinación por el mundo de los maniquíes. Me prendé de Lauren Bacall y de su modo de presentar los atuendos. Su juego con una sombrilla me fascinó de tal manera que, en la siguiente ceremonia a la que asistí, tentada estuve de aparecer con un quitasol igual y hacer idénticos movimientos delante de toda la concurrencia.

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LA AMISTAD Y LA FURIA CALLEJERA- De la ceca a la meca

 El deber del anfitrión es procurar que su invitado disfrute; pero, a veces, este propósito resulta arduo, por no decir imposible. Es lo que me está sucediendo a mí con un allegado que vino hace un mes a conocer Barcelona y lleva aposentado en mi casa desde entonces. Con toda verdad he de decir que mi compadre hace esfuerzos para que todo salga bien; mas el problema radica en que carece de inclinaciones con las que llenar el tiempo libre y dicha circunstancia lo condiciona todo. Lo cierto es que cuando no estamos de una parte a otra de la ciudad, mi huésped se aburre; que fuera del popurrí de gente que llena las calles, su hastío es palpable.

Yo estoy harta de la situación y lo que deseo es que mi visitante se marche. Aunque lo quiero mucho, su presencia y su furia callejera ya no las puedo soportar. En algunos momentos siento que me va a dar un ataque histérico; que en medio de Las Ramblas voy a comenzar a espasmar, a gritar y a llorar como una posesa...  

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UNA EXPERIENCIA EXTÁTICA

 En la actualidad pocas cosas logran sorprenderme; mas de pequeña alucinaba con todo. ¡Pero si hasta quedé en éxtasis la primera vez que vi una chaqueta de angorina! ¡Fue tremendo!

Tamaña experiencia la debí de vivir por los años de 1960; durante una misa mayor. Recuerdo que la prenda en cuestión, cual si fuese una luz con formidable reverbero, atrajo mi atención y me arrebató los sentidos. 

La chaqueta que me dejó fascinada era del color de las naranjas sanguinas; emitía destellos y encima tenía pelo. Pero no se trataba de un pelo cualquiera, sino de uno semejante al de los bebés. La llevaba puesta una muchacha que se llamaba Visitación;  Visitación Guaripola Escarpidor, por más señas...

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EL HOMBRE FUMANTE

 Cada mañana, cuando me dirigía a la facultad, me encontraba con el hombre fumante. Lo descubría al doblar la esquina de la calle Fablistanear; casi al término de mi recorrido. Siempre lo hallaba en la misma posición: apoyado contra la pared del edificio y con la mano derecha sosteniendo un  cigarrillo. A veces me parecía incorporado al paisaje...

Luego, durante el resto de la jornada, la imagen del ser humeante permanecía en mi cabeza condicionando mi actitud. Me quitaba el sosiego porque era la representación viva de mundos imaginados. Lo percibía como una especie de guía idóneo para  conducirme por el caos...

Un día, el hombre del pitillo dejó de estar en la arista callejera y no lo vi nunca más. Al principio busqué en el suelo vestigios de su presencia por si se veía obligado a aparecer antes de mi llegada: colillas, ceniza... Pero como no topé con nada, pensé que se había ido de verdad...

Después, y hasta que acabé la carrera, no hubo amanecer en el que al atravesar el cantón no lo echara de menos; ni instantes previos a pasar el ángulo de la manzana en los que no tuviera la sensación de que iba a estar allí...

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EL USO PREPOSICIONAL Y LOS HIJOS DE JACOB

 Aunque las preposiciones son veintitantas, las sé todas: a, ante, bajo, cabe, con, contra... También soy capaz de nombrar a los doce hijos de Jacob; e, incluso, guardo en la cabeza la tabla de multiplicar. Y no es que haya estado repasando estos conocimientos hace poco. ¡Qué va! Lo que sucede es que me acuerdo perfectamente de muchas cosas que aprendí de pequeña. Sin embargo, lo reciente se me va. Mis experiencias actuales se desvanecen sin dejar apenas huella. Así, por ejemplo, puedo enumerar las virtudes cardinales y teologales que estudié antes de recibir la primera comunión y quizá no recuerde lo que comí anteayer. En fin...

Pero no es de memoria y desmemoria de lo que yo quería hablar, sino de la importancia de saber utilizar las preposiciones. Mas para no convertir el escrito en un rollo insoportable, dejo este interesante tema para otro día.

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LA MOJIGANGA DEL COSCORRÓN

 Cada vez que Josafat entraba en el chiribitil de su abuela, se llenaba la cabeza de coscorrones. Como él era muy alto y el chiribitil bajo y angosto, los testarazos que se daba contra las vigas del techo eran tremendos. ¡Cataplum! ¡Pum! ¡Pum! Pobre muchacho... En ocasiones tenía tantos bultos en la cocorota que el nombre que más le hubiera pegado hubiera sido el de don Chichón...

Una mañana, mientras estaba desayunando, el anuncio de gorros de baño que vio en el colorín de un periódico le inspiró una idea genial. Pensó que si juntaba dos birretes de ese tipo y en medio ponía algodón o borra de los cojines de la butaca de su abuela, obtendría una especie de yelmo protector. Un casquete que amortiguaría los golpes traidores y que enseguida bautizó como “La coscorronera de Josafat”...

Dicho y hecho; nuestro protagonista emprendió inmediatamente su obra y triunfó. Confeccionó modelos para todos los gustos: azafranados, rojizos, verdinos, rosa fosforito...; y así empezó su carrera de inventor.

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EL UNIVERSO LEXICAL DE DOÑA LEONTINA

 En el tiempo en que Yuri Gagarin viajaba al espacio, doña Leontina, la maestra, invitaba a sus alumnos a peregrinar por el universo lexical.

Llamaba así la educadora al vocabulario; a todo el montón de palabras que podían usar los humanos para conversar entre ellos.

Vestida con su falda de tergal y su rebequita bermellón, aseguraba que el vuelo que discurría por los cielos del lenguaje era el más alucinante de los que en la escuela era factible emprender. 

La pedagoga equiparaba las voces a las estrellas y asimilaba las locuciones con las constelaciones.

Para evitar que el interés de los discípulos decayera, doña Leontina, cada cierto tiempo, les enseñaba expresiones coloquiales. Entonces los estudiantes se mostraban entusiasmados. Como cuando les habló de la frase “No dejar títere con cabeza”. Añadió que el origen de la misma había que buscarlo en “Don Quijote de la Mancha”. Y en ese momento, los muchachos, al advertir que el concepto quijotesco estaba constituido por cinco vocablos, lo igualaron a Casiopea...

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LOS AÑOS DE CLAVELITOS

 I

Clavelitos siempre ha sostenido que tenía diez años menos que yo; pero a mí, constantemente me ha dado la impresión de que era de mi quinta. No podría precisar en qué razones basaba mi opinión, mas semejante efecto existía. Quizá fuera su apariencia; ese aire indefinido de marchitez que tanto se asemejaba al mío. O acaso se tratara de su modo de andar; o de la postura de su cuerpo. No sé; tal vez me hicieron sospechar sus alifafes o su miedo a morir...

II

Lo cierto es que ayer, mientras me enseñaba un álbum de fotos, un recordatorio de su primera comunión se escapó de entre las hojas del libro yendo a parar al suelo. Cuando me agaché a recogerlo, pude ver la fecha de su nacimiento impresa en el mismo y como resultado supe su edad. Un tiempo que me sorprendió ya que mi amiga no sólo no era más joven que yo, sino que me llevaba cuatro primaveras...

III

Fue un momento muy incómodo porque la protagonista de mi historia advirtió lo que acababa de ocurrir y se sintió avergonzada. Supongo que deseó que la tierra la tragase, empero continuó en su lugar... Menda comenzó a disparatar para hacerla reír y así salimos del trance. De lo que no estoy segura es de que Clavelitos esté dispuesta a acabar con la farsa y a revertir la situación...

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DE VESTIMENTAS Y AYERES

 Cuando el tiempo refrescaba, lo que procedía era tener una prenda abrigosa cerca. Una ropa que bien podía ser una chaqueta de punto, una mañanita, una toquilla, un mantón... 

Como esa especie de esclavina que Elvira Toloache, alias doña Amargura, se ponía todas las mañanas encima del camisón. Un paño de color rosa de té que no le impedía el movimiento de sus gordezuelos brazos. ¡Pobre mujer! Siempre somatizando su espantosa frustración; el malogro de su casamiento con un hombre prosopopéyico y cobardón del que estuvo muy enamorada –Toma sardinas prensadas y orejones de melocotón para aliviar tu pena-- le aconsejaba su amiga Flora. Mas ella, que no apetecía tales remedios, se atiborraba a escondidas de elixires y esperaba la visita del doctor...

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DE TIZNADURAS Y ENJALBIEGOS

 I

Cuando hace unas semanas me operaron de retina, di por sentado que hasta un tiempo después no podría pintarme los ojos ni teñirme el pelo. O, lo que es lo mismo, asumí que durante bastantes días tendría que renunciar a ennegrecerme los párpados al estilo Nefertiti y a entintarme la azotea. 

II

Para mí, prescindir de la imagen faraónica que había lucido desde tiempo inmemorial y que me caracterizaba representaba muchísimo. Significaba algo parecido a perder la identidad. Sin la raya de kohl bordeando mis luceros y con el cabello carente de gena, los demás no me reconocerían. Y puede que incluso yo, al mirarme al espejo, no supiera quién soy. Pero como la intervención era necesaria, acepté con resignación los tremendos inconvenientes.

III

Y ahora, cuando todo ha pasado y podría volver a maquillarme, no lo quiero hacer. Me he acostumbrado a mi nuevo aspecto y he descubierto lo cómodo que resulta ir natural... ¡Sin artificios ni potingues! Creo que así estoy más favorecida porque mis rasgos se han suavizado. Diría que todo es perfecto; y, sin embargo, hace un momento he comenzado a añorar antiguas tiznaduras y enjalbiegos...

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LAS FABULOSAS CINCO-De desbarres y quimeras

 En lo que a ensueños se refiere, siempre he sido bastante rara. De joven, tenía fantasías erótico-musicales con el tío de una compañera de facultad al que sólo había visto una vez. Eran representaciones en las que el susodicho y yo aparecíamos cantando “Parole parole”, cual si fuésemos Mina y Alberto Lupo. Un desbarre muy morboso, ya que entonces menda era una ninfa citadina y el pariente un solterón provinciano con mucho resabio...

Ahora, la ilusión más sugestiva que albergo es escritural. Me imagino a cuatro amigas determinadas y a mí, aisladas en un lugar a causa de las lluvias. Experimentando algo parecido a lo que vivieron Lord Byron, John Polidori, Mary Shelley y demás en el verano de 1816. En mi quimera, las fabulosas féminas que somos mis allegadas y yo también unimos nuestros talentos y pergeñamos opúsculos geniales. ¡Libritos extraordinarios que harán época! 

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EL PRENDIMIENTO ARROCERO

 Hace un rato, por empeñarme en coger un grano de arroz que estaba en el suelo, se me ha quemado la comida. Era un grano que se acababa de escapar del saco que lo contenía. Una maldita semilla que había ido a detenerse donde más podía incordiar: entre las dos baldosas de debajo del fregadero; en un punto inaccesible de la juntura...

Viendo los obstáculos que presentaba la operación, bien podía haber renunciado a ella; o, al menos, haberla pospuesto a otro momento. Pero como estaba en juego mi orgullo, he seguido hasta estrellarme. 

Ahora me encuentro sin condumio; y, por supuesto, la jodida partícula continúa en el lugar en el que estaba...

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EL JUEGO DE LA IMAGINACIÓN-De las tortas con manteca a la alferecía

 ¡Que no, Orestes! ¡Que no! Que no tengo ni idea de lo que son las “fretillas”. Estoy mirándolas en la fotografía que me has enviado y te aseguro que las desconozco por completo. Me acuerdo de los sequillos, los hornazos, las tortas con manteca..., pero de estas otras pastas que mencionas no. Precisamente estaba comiéndome un sequillo la primera vez que oí la locución “morir de repente”. Sucedió en mi niñez. Aludía la citada expresión a un muchacho de la localidad que acababa de desplomarse en medio de la calle. Me viene a la cabeza que todos los chiquillos nos vimos inmersos en el tumulto que se formó; y también recuerdo que pensé que la palabra “repente” denominaba a una enfermedad. Una alteración de la salud que de manera indudable era más grave y misteriosa que la alferecía o el sarampión...

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EL GOCE DE LOS SENTIDOS

 Los higos que me regaló Demócrito excitaron mi apetito. Eran de color verde claro; semejante al del ajenjo, las ciruelas claudias y un collar de bolas ensartadas que me trajo un antiguo pretendiente de un viaje por tierras javanesas...

Tan pronto como llegué a casa con ellos me comí uno; y al poco otro; y después otro... ¡Y así estuve hasta que no quedó ninguno!

Sé que obré mal; que lo perfecto hubiera sido dejar dos o tres para que la familia los probara... ¡Pero es que no lo pude remediar!

Desde que mi compadre me los dio, recién cogidos de la higuera, sentí un deseo irrefrenable de ingerirlos; de introducírmelos en la boca; de notar su sabor... Se me antojaban suavísimos; con cientos de semillas esparciéndose por mi paladar...

 Terminado el festín pensé que al arribar a mi morada tendría que haberlos puesto en el anaquel superior de la alacena; en la fuente desportillada que guardo para ocasiones parecidas. De esta manera, sin verlos, hubiera podido resistir la tentación... 

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EL PARQUÉ Y LA FUERZA DE VOLUNTAD

 Hace unas semanas, por diferentes motivos, decidí alejarme de la literatura. Tomé la determinación confiada porque pensé que un descanso temporal no haría más que acrecentar mi aptitud creadora. Pero hete aquí que, después de este intervalo, la desgana se ha apoderado de mí y no encuentro la manera de quitármela de encima. En la actualidad soy incapaz de sentarme delante de una cuartilla. No me apetece en absoluto estrujarme las meninges. Me dedico a vegetar...

Cuando la voz de la conciencia me azuza para que retome mi afición escritural, me invento miles de excusas: que si el ojo nuevo, que si las gafas, que si el estrés... Pretextos inútiles ya que con ninguno logro acallar la inquietud que me reconcome.

Lo cierto es que mientras disfruto sin tener que preocuparme por si se dice “parqué”o  “parquet”, la sensación de estar cayendo por una pendiente no me abandona. Al final sólo espero que mi energía venza a mi abulia y que no termine en el abismo.

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EL HOMBRE CANSADO Y EL CHACHACHÁ

 Hay personas que enseguida perciben la extenuación en el semblante de sus amigos y procuran no molestarlos. Mas otros, que parecen estar en la luna, no se enteran de la realidad y resultan siempre inoportunos. 

EL HOMBRE CANSADO Y EL CHACHACHÁ

Cuando uno está agotado, lo que le apetece y necesita es descansar. Dejar el cuerpo y la mente en reposo y esperar a que el cese de toda actividad surta efecto.

En ese estado de sufrimiento infinito, a un ser humano le es imposible acceder a las proposiciones de los demás; de manera especial, si dichas propuestas son de carácter festivo. Porque ¿cómo se va a ir de jarana una criatura que no puede ni con su alma? ¿de dónde va a sacar fuerzas para aguantar tanto bullicio? Y ya no digamos si los requerimientos son para bailar un mambo; pero es que... ¡ni aunque fuera un chachachá! 

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