El Andrés de la Cortadura es
quinto, pero todavía juega a la “patá al bote”. Según él, el mejor sitio y la
mejor hora para jugar a este juego es el campo y por la noche. Opina que estar
cuerpo a tierra en medio de un bancal, ver los pies del que te está buscando a
un palmo de tu cabeza, pegar un salto y echar a correr procurando que no te
alcance, y llegar victorioso donde está el bote para volverlo a lanzar, es una
de las cosas más excitantes que hay.
Ramoncín, como más se divierte es
sorprendiendo al personal echando espumarajos. Dice que ver la cara de
desconcierto y sorpresa de la gente cuando ve salir miles de burbujas de su
boca es de las cosas más hilarantes que hay. Como no sabe cuándo se presentará
el momento propicio para poder llevar a cabo su broma, siempre va provisto de
un botellín con agua y de una caja de litines. Este momento llega cuando
aparece algún paisano con cara de incauto andando por una calle desierta.
Entonces, Ramoncín se esconde en un portal, se toma un trago de agua y se llena
la boca de litines. Instantes después, cuando las pastillas están en plena
efervescencia y el incauto cerca, el angelito hace su aparición. Como todo el
pueblo lo conoce y está harto de sus tonterías, lo más probable es que algún
día, alguien a quien vaya a hacerle la gracia de los litines le dé un pescozón.
A Teodoro, las bromas que más le
gustan son las que tienen que ver con cementerios. Una vez, se blanqueó las
manos y la cara con yeso para parecer un espectro, y se metió en un nicho vacío
por delante del cual tenía que pasar un hombre que le llevaba flores a su
difunta hermana. A este hombre le decían “el Bajoco” y era muy miedoso. Cuando Teodoro
sintió sus pasos cerca, emitió un silbido raro, como de ultratumba, y a
continuación, asomando la cabeza y una mano con un cigarrillo por el agujero,
le dijo: “Bajoco, ¿me das fuego?”. Al miedica, cuando vio aquella aparición,
casi le da un patatús. Huyó despavorido, y cuando llegó lívido a su casa y le
contó a su mujer lo sucedido, ésta fue al cuartelillo de la Guardia Civil y denunció
los hechos. Por conocer sus aficiones, al cabo no le cupo la menor duda de que
el bromista era el Teodoro, así que lo llamó a capítulo. Tuvo que ser tal la
bronca que le echó que éste no ha vuelto a ir por el cementerio.