I. En la cena
Aquella fue la última vez que vi a Doroteo Filipín, alias el Penas. Me lo encontré en la cena de estética decadente que organizamos en casa de Jacinta. Entonces, algunos jóvenes estábamos imbuidos de un espíritu estrafalario que hacía que muchos de nuestros actos rozaran el esperpento...
Recuerdo que a dicha fiesta, las muchachas acudimos vestidas con camisones de encaje de nuestras abuelas; sedas perlinas que resbalaban brillando sobre nuestra piel... Y que los chicos, de tan bien trajeados que iban, nos causaron sensación.
Durante toda la reunión procuramos alcanzar un ambiente de total refinamiento, pero salpicándolo de tintes grotescos. Las balsameras y los pintalabios descansaban sobre el mantel como si fueran saleros; y los comensales nos pintarrajeábamos y perfumábamos con ellos mientras bebíamos champán.
II. En el parque de atracciones
En el momento en el que la caricaturesca representación llegó a su fin, sustituimos los atavíos de raso por vaqueros y nos fuimos al Parque de Atracciones de Montjuic a descargar adrenalina. Y sucedió allí, en medio de fuertes emociones e impresionante algazara, que Doroteo Filipín me dijo que me amaba. Fue un alarido que se perdió en la noche porque, en el silencio que siguió al bullicio, no lo volvió a mencionar...
A las pocas semanas, aquel muchacho de aspecto lastimoso que estudiaba Economía Actuarial con unas notas sobresalientes y que fue mi amigo regresó a su país de origen y nunca he vuelto a saber de él.
Nieves Correas Cantos.