domingo, 7 de noviembre de 2021

EL JUEGO DE LA SOFISTICACIÓN

 I. En la cena

Aquella fue la última vez que vi a Doroteo Filipín, alias el Penas. Me lo encontré en la cena de estética decadente que organizamos en casa de Jacinta. Entonces, algunos jóvenes estábamos imbuidos de un espíritu estrafalario que hacía que muchos de nuestros actos rozaran el esperpento...

Recuerdo que a dicha fiesta, las muchachas acudimos vestidas con camisones de encaje de nuestras abuelas; sedas perlinas que resbalaban brillando sobre nuestra piel... Y que los chicos, de tan bien trajeados que iban, nos causaron sensación.

Durante toda la reunión procuramos alcanzar un ambiente de total refinamiento, pero salpicándolo de tintes grotescos. Las balsameras y los pintalabios descansaban sobre el mantel como si fueran saleros; y los comensales nos pintarrajeábamos y perfumábamos con ellos mientras bebíamos champán.

II. En el parque de atracciones  

En el momento en el que la caricaturesca representación llegó a su fin, sustituimos los atavíos de raso por vaqueros y nos fuimos al Parque de Atracciones de Montjuic a descargar adrenalina. Y sucedió allí, en medio de fuertes emociones e impresionante algazara, que Doroteo Filipín me dijo que me amaba. Fue un alarido que se perdió en la noche porque, en el silencio que siguió al bullicio, no lo volvió a mencionar...

A las pocas semanas, aquel muchacho de aspecto lastimoso que estudiaba Economía Actuarial con unas notas sobresalientes y que fue mi amigo regresó a su país de origen y nunca he vuelto a saber de él.


Nieves Correas Cantos.

UN PENSAMIENTO SOMBRÍO

 En las últimas semanas, siempre que vivo algo inusual, pienso que acaso sea la última vez que tal cosa me suceda. Que, como el tiempo que me queda es escaso, quizá no se vuelva a presentar la ocasión... Es una idea que me viene de manera inevitable; una imagen que turba cualquier goce que pueda tener.

Hace unos días, por ejemplo, echaron la película “Como un torrente” en televisión. En condiciones normales, yo hubiera disfrutado con este filme que me resulta entrañable y que, por no tener la cinta, sólo puedo ver cuando surge la oportunidad. Estaba exultante; pero ¡quia! Nada más empezar la historia, ese concepto tan sombrío al que me refiero apareció en mi magín y se me aguó la fiesta.


Nieves Correas Cantos.

LA HORA QUE ME SOBRA

 Desde que cambiaron la hora, el día se me hace larguísimo. Los 60 minutos que  obtuvimos al atrasar las agujas del reloj, en mi caso, continúan pendientes de llenar. Se asen a mi jornada volviéndola interminable; me aburren; resultan una pesadez...

Me estrujo el magín intentando dar contenido a los 3600 segundos que cuelgan desangelados esperando significar. Se me ocurre emplearlos en actividades que me disgusta realizar: teñirme el pelo; recoser botones; ordenar armarios... También pienso en dedicarlos a cosas atrayentes; por ejemplo, el baile. De manera súbita, me entran unas ganas enormes de comprobar si mis movimientos roqueros se parecen a los de antaño o los pasos de twist los marco igual... Asimismo, considero la posibilidad de aprovechar este lapso de tiempo para ojear el “Estupidario” de Flaubert.

Mas todo lo desecho. Por mi cabeza ronda algo que en este momento no puedo determinar y que intuyo como lo más apetecible para ejecutar en esa hora... ¡Ah! ¡Ya lo sé! Se trata del “Clamavi ad te...” de Oscar Wilde. ¡Voy a releerlo!


Nieves Correas Cantos.

EL DESEO DE ENCONTRARME EN UN PARÍS QUE YA NO EXISTE

 Donde me gustaría estar en estos momentos es en París. Verdaderamente, en la capital de Francia querría permanecer siempre; pero en estas fechas, ese deseo se me ha agudizado. No sé a qué se debe; aunque puede que influya el hecho de que son días de visitar cementerios y a mí, el del Père Lachaise me parece muy hermoso. En él, y no recuerdo encima de cuál de las dos tumbas, he podido ver a Edith Piaf y a Théo Sarapo interpretando “À quoi ça sert l'amour?”; y también me he cruzado en varias ocasiones con Oscar Wilde mientras paseaba por sus avenidas.

He entablado conversación con Molière, Balzac, Apollinaire, La Fontaine... Esos escritores que tan bien estudié en Literatura Francesa de Preuniversitario, y que forman parte de mi bagaje. He saludado a Delacroix, Modigliani...

Con el anhelo de encontrarme en la ciudad que para mí está más cerca del cielo y para evocar su magia, desempolvo “París era una fiesta” y me adentro en sus páginas. Asimismo, me basta hojear el cuento musical que le compré al librero de la esquina para tener la sensación de que estoy en la Place du Tertre oyendo a Moustaki cantar “Le métèque”. 


Nieves Correas Cantos.

PARA MEAR Y NO ECHAR GOTA

 Un castizo diría que lo que te está pasando a ti es de mear y no echar gota. Esperabas que tu pintura tuviera una gran aceptación y estás obteniendo el silencio por respuesta. Por no comparecer no comparece ni el gato; y eso que al minino lo sacaste en el lienzo, y además en lugar preeminente. Sabías que en el grupo de artistas entre los que te mueves generabas antipatía. Que tu negativa a fundirte en lo común resultaba intolerable. Mas lo que no podías imaginar era que esa aversión ocupara tanto espacio en sus corazones que les impidiera guardar las mínimas reglas de cortesía.

Porque tu cuadro no es que sea mejor o peor, que cada uno es libre de juzgarlo como le parezca; sino que tiene unos elementos que a todos atañen. Y es precisamente esta cualidad la que hace que la falta de contestación aparezca escandalosa. 

Desde este día, si quieres ser aceptado y no verte inmerso en situaciones tan cutres, lo que tienes que hacer es desleír tu pensamiento en el caldo de lo corriente; o irte a bancos donde los peces sean más afines a ti. 


Nieves Correas Cantos.

ENCUENTRO EN LA ESTACIÓN

 Después de despedirnos de los asistentes a la reunión, José y yo nos fuimos a la playa a contemplar cómo se iba apagando el día. En la radio del coche sonaba la Buena Vista Social Club interpretando “Veinte años”; y yo pensé que, en nuestra memoria, los momentos que acabábamos de vivir quedarían ligados a dicha habanera y al mar. Que en el futuro, siempre que oyéramos los primeros compases de la canción y/o el rugido de las olas, nos retrotraeríamos al encuentro en la estación.

La fiesta fue un completo éxito. El anfitrión, más disparatado y genial que de costumbre, nos deslumbró con historias de lo más rocambolesco. Y los concurrentes, todos de ingenio agudo y con mucho que aportar, hicimos el resto. 

Hablamos de la envidia y de la mezquindad. De las discusiones que nos enriquecen y de las que no; y entre éstas, de aquéllas que son tan absurdas que no merecen ni siquiera ser entabladas... 

También departimos sobre hacer un libro de manera conjunta y de próximos encuentros y lugares donde realizarlos. Y fue a estas dos propuestas a las que se dirigieron mis cavilaciones cuando, posteriormente, en el malecón, oí ese verso de la habanera que dice: “Si las cosas que uno quiere, se pudieran alcanzar...” 


Nieves Correas Cantos.

EL EMBRIAGADOR CANTO DE MI SOFÁ

 Hay mañanas en las que no tengo ganas de nada; ni siquiera de escribir. Hoy es uno de esos días en los que hasta la luz parece mostrarse indolente porque no acaba de aparecer. Todo a mi alrededor se conjura para perderme. Mi sofá, igual que hacían las sirenas con los marineros, me llama con una voz tan cautivadora que no puedo resistirme. Pero a diferencia de las ninfas que conducían a los navegantes a la muerte; a mí, mi otomana me va a dirigir al más completo ridículo.

Como esta tarde quiero ir a la estación a pasar un rato con Pucho y sus amistades, a estas horas tendría que estar en plenos preparativos para que mi aspecto fuera mejor. Necesitaría teñirme el pelo; aplicarme potingues por aquí y por allí con el fin de disimular las arrugas; plancharme el sayo que me vaya a poner... Mas ¡quia! Mi diván me tiene embargados los sentidos de tal manera que no me puedo mover.  


Nieves Correas Cantos.

LA CORTESÍA EN TIEMPOS DE COVID

 Cuando me encuentro con alguien al que no veía desde antes de la pandemia, no sé cómo saludarlo. Me muestro titubeante, indecisa... con la perplejidad reflejada en la cara; sin intuir qué camino tomar.

La mayoría de veces, a la persona que tengo enfrente le ocurre lo mismo que a mí. Dudando qué ejecutar, amaga con regalarme un beso si así me cumplimentaba en el tiempo precovid; o hace ademán de darme la mano si ésta era su forma de demostrarme atención.

Al final, lo que suele suceder es que ambas nos miramos; y, dedicándonos la mejor de nuestras sonrisas, movemos la cabeza para arriba y para abajo como señal de respeto y cariño.  


Nieves Correas Cantos.

MONO INTERNÁUTICO

 En esta tarde otoñiza, voy de rincón en rincón llorando mi desventura. Lamento profundamente haberles dicho a mis compañeros de la web que iba a estar un tiempo alejada de la misma, ya que sólo han pasado tres días y me muero por volver. Si no fuera por el miedo que tengo a que me consideren una cantamañanas, ahora mismo regresaba.

Necesito escapar de una realidad que percibo deslavazada y navegar de nuevo por el fascinante mundo virtual. Entre mis amigos de carne y hueso todo me parece insulso, anodino... ¡Con ellos me aburro! No consigo apreciar el sabor de las cosas terrenales. Es como si, después de haber estado tanto tiempo delante del ordenador, se me hubiera atrofiado el gusto...

Yo misma, que en la Red soy tan dicharachera y graciosa, fuera de ella resulto un muermo. El estar en presencia de alguien me aturulla y nunca puedo brillar.

Ayer, cuando iba clamando mi infortunio por en medio de un zarzal, el más cotilla del pueblo me oyó y se acercó con ánimo de investigar. Lo despedí con mucha aspereza porque para intromisiones estaba yo en ese momento... 


Nieves Correas Cantos.

MI COBIJADA FAVORITA

 Hace casi medio siglo, cuando llegué a Vejer por primera vez, me encontré con un ser que creí celestial por la majestuosidad que desprendía. Me estoy refiriendo a Isabel, la abuela del que entonces era mi novio; una anciana que enseguida me acogió como una nieta más.

A su lado aprendí vocabulario, usos y costumbres del lugar. Conocí que por aquellas tierras, a fregar el suelo se le llama aljofifar (o su variante jocifar); y que uno no anda por caminos vecinales, sino por hijuelas. Los aljibes sustituyeron a los depósitos; y los serones a los capachos...

De un baúl que para mí era un arca, un día extrajo su traje de cobijada. Un manto y una saya de color negro forrados de blanco, que ella guardaba entre bolas de alcanfor. Me aseguró que antes de la Guerra Civil llegó a vestirlo; y que siempre había sido una de sus posesiones más queridas.

Recuerdo que Isabel me enseñó muchas canciones tradicionales; y de los niños muy traviesos, con su bondad infinita, decía que eran más malos que La Inquisición.

En el momento de la despedida, me prometió que vendría a Barcelona (el único viaje largo de su vida) para vernos y cumplir dos de sus sueños. Uno era que le devolvieran la vista a sus ojos casi ciegos. Y el otro, poder ver a los delfines bailar.

El primero, desgraciadamente no lo pudo satisfacer: en el hospital descartaron esa posibilidad. Mas el segundo sí. Un día llevamos a la noble dama al Zoológico y allí, sentada en un sitio preferente, pudo percibir la danza de los cetáceos.


Nieves Correas Cantos.

¡SOY UNA MEMA!

 Yo siempre he sido una simplona; una lela; una mujer muy poco avisada... Hace unos días, alguien me llamó alma cándida aquí en Internet; y, verdaderamente, no me podía haber aplicado un calificativo que me definiera mejor.

Era ya una púbera cuando mis mayores, advirtiendo que permanecía en la inopia, me revelaron el secreto de los Reyes Magos y de las cigüeñas que venían de París. Y aún hoy dudo sobre si fue posible que san Dionisio Areopagita, el patrón de mi pueblo, anduviera por toda la capital de Francia con su cabeza debajo del brazo tras haber sido decapitado. En el que tengo absoluta confianza es en san Pascual Bailón. Estoy segura de que cuando me llegue la hora, tres días antes me lo hará saber mediante unos toques especiales en la puerta. 

Me hallaba en la treintena y no me podía creer que Equis y Ye, dos figuras del panorama nacional, tuvieran un lío. Todo el mundo decía que sí; mas yo discrepaba porque ambas estaban casadas y el adulterio me parecía algo que sólo ocurría en las novelas.

Podría contar un sinfín de anécdotas más. Historias ilustrativas de lo mema que soy. El problema es que pienso que los demás son tan ingenuos como yo y me llevo cada chasco...


Nieves Correas Cantos.

DOÑA ERRE QUE ERRE

 Cada vez son más los autores que muestran sus textos adornados con estampas. De un modo opuesto, yo continúo enseñando los míos sin aliño; secos, estrictos... tal como los voy pariendo.

Este empecinamiento en desechar el aderezo se debe a mi carácter; pero es que, además, no creo en el efecto ayudador de las ilustraciones. En el caso de los niños sí; mas cuando se trata de adultos, este resultado me parece dudoso.

Pienso que el que lee lo hace con dibujos y sin dibujos; y el que no está acostumbrado a interpretar lo escrito, por mucha figura que haya, continuará sin apetecer deletrear.

Es cierto que una imagen aparatosa puede atraer las miradas hacia un pasaje; aunque si esos ojos que miran no son los de un leedor, la acción se quedará casi siempre en una simple ojeada.

Lo que sí hago para que la gente se acerque a mis relatos es componer buenos títulos y mejores empieces. Y luego, para retenerla, procuro que todo vaya a mejor...


Nota.- En mi escrito hablo de los microrrelatos que se publican en La Internet. Para nada me refiero a códices iluminados y demás... 


Nieves Correas Cantos.

EL APRENDIZ DE ESPAÑOL

 El verdulero de la esquina es un hombre de modales exquisitos que está aprendiendo nuestro idioma. Sus oídos avizores localizan cualquier palabra rara que digo; y, en esos casos, me pregunta por el significado de la misma e intenta repetirla cuidando la pronunciación. Después, me ruega que acepte una pieza de fruta o una hortaliza que quiere darme como prueba de su agradecimiento.

Cuando oyó de mis labios por primera vez el término “cascarria”, se desternilló; y, sin poder contener la risa, me regaló un puñado de tomates de esos que parecen cerezas. A mí aquellas bayas que explotaban en la boca me supieron a gloria y le estuve reconocida. Pero ayer, el aprendiz de español me obsequió con una granada y los resultados no fueron tan gratificantes. Me la entregó para corresponderme por haberle enseñado el vocablo “francachela”. El fruto estaba muy bueno; pero esos fueron los granos que me pude comer, ya que la mayoría salieron disparados al abrirla y aún ahora los estoy buscando.  


Nieves Correas Cantos.

LA PENDIENTE DE LAS FLORES

 Esta madrugada, mientras escuchaba en la radio la canción “Con su blanca palidez” en versión de Santana y Steve Winwood, me he retrotraído a los tiempos de mi adolescencia. Época en la que toda yo era un revoltijo de emociones propulsado por un cohete lleno de energía e ilusión. 

Instalada mentalmente en aquella era pretérita, me he dedicado a garbear por los ribazos de mi pueblo. Lugares que guardo en la memoria y que marcaron mi niñez.

He visitado la pendiente de Las Flores. La cuesta que en primavera se llenaba de yerba, amapolas y margaritas, y por donde mis amigas y yo nos dejábamos caer rulando una y otra vez... 

El declive en el que la alfarera ponía sus vasijas a secar...

La costana en la que una vez, una muchacha muy pudorosa le arreó un mamporro a un joven que intentó darle un beso pillándola desprevenida... 

Y por supuesto me he detenido en la ladera del Vacile Vacilón. Ese escarpe al que mis amigos y yo, después de los guateques en los que había estado sonando “Con su blanca palidez”, nos íbamos a ver ponerse el sol...


 Nieves Correas Cantos.

DE PEDOS Y VAHIDOS

 Aquel pedo que me tiré no se me escapó, sino que lo lancé adrede. Fue una ventosidad que expelí intencionadamente y con todas las de la ley; poniendo todo de mi parte para que fuera perfecto. Sonó fuerte, estruendoso, magnificente... ¡como yo quería! El propio de una persona que, después de mucho practicar, domina la técnica.

Me peí en una comida a la que asistían todas las fuerzas vivas del pueblo y cuyos anfitriones eran mis padrinos. Lo solté en el momento en el que el capitoste mayor estaba echando un discurso plagado de ideas tradicionales y acomodadizas; un blablablá hastioso y que me estaba poniendo de los nervios.

Mi acto gasístico (que dejó a todos los comensales patidifusos) obedeció a sendos impulsos de rebeldía y autoafirmación. Sublevación frente a los convencionalismos, y defensa de mi singularidad.

Y lo mismo puedo decir de cuando mis valedores hicieron un viaje a Fátima y yo, en su ausencia, metí a una vedete con la que me entendía en la casa. Al volver los peregrinos fue el disloque. Nos echaron a los dos y tuvo que venir el cura a rociar agua bendita por todas las habitaciones para que doña Vasilisa, mi madrina, se pudiera recuperar del soponcio que le había provocado la profanación de su hogar.


Nieves Correas Cantos.

EL PRECIO DE LA FAMA

 El tiempo va pasando y a mí no me conoce ni Dios. Los escasos lectores que tengo alaban mi obra; e, incluso, alguno me dice que es incomprensible que aún  permanezca en el anonimato. A mí, viendo lo que se publica, también me asombra; pero es algo que no puedo evitar.

Carezco de editor, promotor y de amigos influyentes; y sobresalir entre esta cantidad infinita de escritores que pueblan La Red se me antoja imposible. 

A veces, cuando me acuesto después de las nueve, pongo en la televisión el programa de First Dates y pienso que yo podría ir a cenar a ese lugar con mis escritos. Me imagino entrando por la puerta con ellos y saludando al presentador; mas antes de sentarme en la barra y pedirle un cóctel al barman, me acuerdo de que ése es un espacio para buscar pareja y yo estoy felizmente casada.

También cavilo en presentarme a cuanto casting haya de telerrealidad para ver si me cogen para un reality show. Aunque no me figuro en una isla comiendo raíces  y discutiendo como una verdulera (aun pudiendo mostrar mis escritos entremedias); ni a mi marido defendiéndome en un plató.


Nieves Correas Cantos.

LAS MANOS DE CARMEN

 Cuando vi el texto que escribió Carmen sobre las manos, me sumergí en un estado de aflicción y desconcierto. Pero no porque dicho pasaje fuera muy bueno (que lo era), sino por motivo de que me hubiera gustado ser su autora. 

Lamentándome por haber perdido esa oportunidad, pensaba en cómo era posible que tal cosa hubiera sucedido; que la idea no se me hubiera ocurrido a mí. ¡Si yo había pergeñado relatos de prácticamente todas las partes del cuerpo! ¡Y de algunas de manera reiterada! Incluso hice un tratado de lo eróticos que me resultaban algunos antebrazos masculinos. De las uñas y su crecimiento también se había ocupado mi magín... Era como si los hados hubieran vuelto invisibles las palmas a mis ojos, reservándolas para que Carmen se luciera.

En fin, que reconociendo la extraordinaria calidad del cuento de mi amiga, me apené simultáneamente porque, aunque me hubiera encantado escribir acerca de lo mismo, para mí aquel era ya un tema tabú. 

Y es que le doy tanta importancia a la originalidad que preferiría morirme antes que hacer un remedo. Y menos una imitación que nunca hubiera podido superar al modelo.


Nieves Correas Cantos.

EL SUEÑO DE AURORA

 Aurora está en una fase en la que es capaz de agotar a un regimiento. Gatea; no cesa de moverse; intenta trepar; ponerse de pie...

Cuando comienza a tocarse la cara y las orejas, mi marido y yo nos sentimos esperanzados porque eso es indicio de que tiene sueño; mas como no quiere dejar de estar en medio del cotarro, la muy puñetera se resiste y sigue dando guerra.

Claro que nosotros tenemos un método infalible para conseguir que se duerma. Es algo que inventó Hortensia, su madre, y que consiste en bailar con ella mientras suena el disco de Amy Winehouse o el de Nat King Cole. Pero eso sí, los brazos en los que se acurruque tienen que ser los de su abuelo porque son más grandes y peludos que los míos.


Nieves Correas Cantos.

¡AUNQUE SÓLO FUERA UN PIMIENTO!

 Con independencia de que te apetezca más o te apetezca menos, tienes que salir cada día a la calle, Celina. Por tu propio bien es necesario que rompas ese enclaustramiento que te tiene apartada de la vida social. Al empezar te será difícil superar la desgana; mas si te sobrepones a ese impulso del ánimo y te vas a pasear, seguro que a la vuelta te alegras de haberlo hecho. Ya sé que el callejeo no te gusta y que eres la antítesis de una pindonga; pero piensa que tu andar por la rúa puede tener un objetivo. Sería estupendo que todas las mañanas acudieras a la tienda de comestibles a comprar ¡aunque sólo fuera un pimiento! Allí podrías platicar un rato con los parroquianos y enterarte de las novedades pueblerinas; y, después, para completar el recorrido, que te fueras con tu ají a tomar un café con la santera. La susodicha es una mujer extraordinaria que, a la vez que esculpe imágenes, derrocha energía y positividad. 

Hazme caso, amiga; mi consejo te ayudará a combatir el anquilosamiento.  

      

Nieves Correas Cantos.