jueves, 21 de diciembre de 2017

Los estragos del aislamiento


Esta noche he tenido una pesadilla con final feliz. He soñado que me trasplantaban en un pueblo suizo donde sólo se hablaba un dialecto del alemán y en el que la temperatura (en invierno) rara vez subía por encima de los 0ºC. El tiempo en el que transcurría mi sueño era pretérito porque en él no existía Internet; las emisoras que se sintonizaban eran locales y en habla dialectal; y apenas llegaba un periódico.
Los primeros días de mi estancia allí me dediqué a leer, escribir y pasear por el campo; y todo parecía perfecto. Pero como por culpa del idioma no podía relacionarme con nadie; y por falta de medios que me informaran no estaba al tanto de la actualidad, pronto empecé a sentir los estragos del aislamiento.
Añoraba todo lo relativo al mediterráneo: lenguas, clima, dieta... Y comencé a anhelarlo de una manera loca. El lugar, que tan idílico me pareció al principio, se convirtió en un inhóspito agujero en el que no podía respirar; y, al final, me pasaba el tiempo contando los días que me faltaban para volver...
Suerte que en uno de mis paseos conocí a un suizo muy interesante que había estudiado en la Universidad de Salamanca y entablé amistad con él. A su lado aprendí el dialecto y las costumbres locales; y, a partir de ahí, todo fue más llevadero.  

El campo y mi miedo


Me gusta mucho el campo, pero cuando estoy en él, a veces tengo miedo. 
En las ocasiones en que mi marido y yo viajamos de madrugada por sus desiertas carreteras, él conduce y yo contemplo extasiada las estrellas. Pero si pienso que de un momento a otro un coche atravesado en el camino nos podría obligar a parar, la oscuridad que nos envuelve se convierte en negrura amenazante; y, el silencio, en un vacío impenetrable y traidor. Entonces siento miedo, pavor...
Otras veces, el recelo me acomete cuando voy por caminos pedregosos al atardecer. Lo que tengo a mi alrededor son viñas, conejos que suben por los ribazos y gigantescas hormigas que en formación pululan por la tierra. Entonces aparece un coche; y, de repente, tomo conciencia de mi indefensión. En este momento empiezan los nervios... 
El vehículo se acerca y se detiene a mi lado. Yo contengo la respiración y miro de reojo; y hasta que el paisano no saca la cabeza por la ventanilla y me pregunta si quiero que me lleve al pueblo, no desaparece mi temor.

Casi cien peticiones de amistad en un día


En La Red tengo un  grupo reducido de amigos. Excepto a cuatro o cinco que conocía de antes, del resto no supe hasta que estuve aquí. Con estos últimos, por medio de los escritos, comentarios y encuentros personales (con algunos) he ido forjando una relación de afecto y amistad que ha resistido cualquier dificultad o discordia que haya podido surgir.
Diariamente recibo sugerencias de amistad de gente con la que tengo amigos en común. En principio, lo lógico sería que estas personas y yo también fuéramos amigos. Pero mi menda, por timidez (que no por orgullo), es incapaz de pulsar la tecla correspondiente (sólo lo he hecho en tres ocasiones); y, a menos que el otro la pulse, todo queda sin efecto.
Hace unos días, acepté la solicitud de amistad de una persona con la que compartía un amigo. No sé si lo que vino a continuación tuvo que ver con este hecho; pero lo cierto es que a partir de entonces empecé a recibir un sinfín de peticiones de amistad.
Tantas, que en horas se convirtieron en una avalancha. Enseguida me percaté de que si las aceptaba todas, mis escritos tendrían una inmensa difusión. Pero opté por eliminarlas porque el vértigo y la inquietud se apoderaron de mí y  me quitaron la paz. 

¡Feliz Navidad!


Aún no ha empezado la Navidad y ya estoy harta. Estoy hasta la coronilla de tanto anuncio incitándonos a comprar. Recién vueltos de las vacaciones estivales, ya aparecieron en televisión los primeros jóvenes andróginos mostrándonos tal o cual marca de colonia. Y conforme nos acercamos a los días clave, más echa mano la plublicidad de los arrumacos entre parientes para colocarnos sus productos.
Siento bascas cuando veo como se ha desvirtuado el sentido de estas Fiestas. Dentro de poco habremos olvidado lo que se celebra, porque cada vez hay menos belenes en los espacios públicos y la iluminación de las calles no hace referencia a nada en concreto.
La ilusión que sentía en mi infancia mudó en nostalgia con los años; y ahora, todo es hartazgo y decepción.
El otro día fui a una tienda de trajes de noche, y no sé si el brillo de las lentejuelas me deslumbró, porque entré en una especie de estado psicodélico. De repente sentí que estaba en el interior de un cabaré, ataviada con un vestido largo y todos los perejiles puestos. Las bolas de colores que adornaban el árbol de Navidad de la tienda colgaban del techo de la sala y giraban sin parar... Y ¡oh extraordinaria suerte! el maestro de ceremonias nos anunció que, por una especie de cuarentena, no podríamos salir de allí mientras duraran las Fiestas. Y, por si no fuera suficiente felicidad ahorrarnos las celebraciones navideñas, que nuestro aislamiento iba a estar amenizado por la música y las voces de Cole Porter, Duke Ellington, Hoagy Carmichael, Glenn Miller, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald... ¿Se puede conseguir tamaña felicidad?

La Paloma


Hace un montón de años, mis amigos y yo íbamos algunas veces a bailar a La Paloma. Recuerdo que nos sentábamos en un palco, que pedíamos champán y que nos sentíamos irresistiblemente atraídos por el ambiente popular que allí existía.
En la pista, parejas maduras se movían en perfecta sincronía con la música que interpretaba la orquesta; y con igual soltura bailaban un tango, un pasodoble o un chachachá.
Los de mi pandilla íbamos a nuestro aire; y, más que danzar, coceábamos. De vez en cuando, un danzarín otoñal nos sacaba a bailar a las féminas y nos hacía alcanzar la ingravidez. Pero en cuanto acababa la pieza, nuestro cuerpo dejaba de ser algodón y se reconvertía en pesadísimo plomo.
Ahora, y con la intención de escribir sobre ello, me gustaría volver a uno de esos bailes de antaño. Hoy yo ya no sería la mujer joven, sino la mayor. Mi indumentaria no estaría compuesta de vaqueros, jersey y botas; sino de falda negra de terciopelo, top de lamé y zapato de tacón fino. Habría cambiado el champaña por el cava. Y mi pelo... ¡ay mi pelo! En vez de llevarlo a lo garçon, luciría un bonito recogido.

sábado, 9 de diciembre de 2017

“Me casó mi madre”


Dedicado a María, mi suegra

Mi suegra era una tejedora virtuosa. Dominaba como nadie el arte de hacer punto; y su hijo, su nieta y yo mostrábamos con orgullo los preciosos jerséis que nos hacía. Mi favorito era uno de color verde oliva, de cuello alto, lana gorda, y que abrigaba más que una manta de Palencia. 
Stricto sensu este jersey pertenecía a mi marido (su madre lo confeccionó para él); pero como en los matrimonios no hay tuyo ni mío, su uso y disfrute siempre lo tuve yo.
La madre de mi cónyuge también era amante de la música tradicional. A su nieta le transmitió canciones inolvidables del acervo popular: “La Tarara”, “Me casó mi madre”, “Jardinera”... Si cierro los ojos y me retrotraigo a veintitantos años atrás, las veo a las dos (abuela y nieta chiquitina) sentadas en un patio lleno de macetas, en Vejer, cantando “A la mar fui por naranjas”.

El goce de los sentidos y la insulsa pereza


A nuestra edad y con estos fríos, a lo que tendemos es a apoltronarnos en la butaca de nuestra casa, y de ahí no hay quién nos mueva. Hacer planes sí los hacemos: nos gustaría ir aquí o allí; hacer esto o aquello... pero las más de las veces, cuando llega el momento de ponerse en marcha, nos da pereza y desistimos. Esto es así porque la imaginación, que es la que hace los planes, no tiene que arrastrar los años, los achaques ni los kilos; pero  nosotros, que somos quiénes los llevamos a cabo, estamos obligados a cargar con nuestro cuerpo esté como esté.
Yo aconsejo que si decidimos asistir a un espectáculo saquemos previamente las entradas por Internet. Con este proceder todos son ventajas: elegimos el asiento; no tenemos que hacer cola; no podemos cambiar de opinión a última hora... Y si vamos de excursión, que lo hagamos con amigos. Aparte de ser más agradable, nos apetezca o no nos apetezca luego, no podremos desdecirnos y tendremos que ir.
Como diría un cura de los de antes, nos puede la molicie. Pero a nuestra edad, la desgracia es que ya no nos solemos abandonar a los placeres del cuerpo, sino a la sosegada y aburrida pereza.

martes, 5 de diciembre de 2017

No es cuestión de personalidad; la cosa va de pasión


Llegó un momento en el que lo único que hacía era estrujarme la mente y escribir. Me acordé de Don Quijote y de como, por enfrascarse tanto en la lectura, se le había secado el celebro. Tuve miedo de que a mí me pasara lo mismo.
Resolví abandonar por un tiempo la escritura pensando que hallaría otras cosas que cautivarían mi voluntad. Pero me equivoqué; nada me interesaba, y lo único que sentía era vacío y desazón.
Cuando dejé de estar entregada a  mi pasión, mi cuerpo se convirtió en una fuente de dolor. No había parte de él que no me molestara a alguna hora del día, y empecé a sentir una serie de perturbaciones orgánicas difíciles de concretar. Pero lo peor era la inquietud que me acometía generalmente después de comer. Era una sensación de vulnerabilidad; de muerte; de pánico...
Tuve necesidad de retomar mi afición. No sabía si con ella enloquecería; pero sin ella, seguro que sí.

¡Hasta que las ganas de volver a veros me hagan regresar!


A mí, lo que de veras me hace disfrutar es escribir mis propios textos, pero sé lo provechoso que resulta comentar los vuestros. Para una servidora, cualquiera de vuestros escritos es una provocación; un desafío que pone a prueba mi ingenio y mi capacidad de improvisar. Cuando os contesto, podría limitarme a escribir la consabida frase de cortesía; pero por respeto, y por ejercitar mi mente, me explayo en mis respuestas.
Bien, últimamente he detectado cierta irritación en alguno de vosotros. Es como si pensárais que con mis comentarios pretendo enmendaros la plana. Nada más lejos de mi intención; y, además, no soy quien para hacerlo. Para distender el ambiente y relajarme, voy a estar unos días sin aparecer por aquí. 

Comprando zapatos con mi trasunto


Casi todos los zapatos que llevo son de una determinada marca. Son modelos que quizá no se distinguen por su elegancia, pero sí por su comodidad; y, para mí, es lo importante.
Cuando necesito comprar un par siempre acudo a un centro comercial que está cerca de Barcelona. Allí suele haber existencias para dar y tomar; y, como son restos de temporadas anteriores, están rebajados de precio.
El otro día, cuando andaba yo por dicho centro, me encontré con mi trasunto. Llevaba el pelo color rosa y unos botines con estampado felino; y, como no podía ser de otra manera, entablamos conversación. Hablamos de nuestro amor por la dialéctica y el afán por escribir; de nuestra incapacidad para inhibirnos en beneficio de los demás; de las molestias que vamos causando sin advertirlo; del dolor y el arrepentimiento por el daño causado, aunque haya sido sin querer; de la obligación de volver a ver “Casablanca” porque hoy es el aniversario de su estreno...

sábado, 25 de noviembre de 2017

Mis uñas y yo


Al común de las gentes las uñas le crecen muy lentamente y de manera regular, pero a mí no; a mí me crecen de sopetón. Yo las tengo de igual largura durante dïas; y luego, cuando les parece, aprovechando la oscuridad de la noche o que estoy absorta en cualquier asunto, se alborotan y dan un estirón.
Yo en ese momento no me doy cuenta; pero como las tinieblas, en concreto y en abstracto, no duran siempre, acabo por advertirlo y me entra el malhumor. ¡Abomino de las uñas largas!
Provista de unas tijeras romas y con las gafas puestas, enseguida me meto en el cuarto de baño dispuesta a devolverlas a su tamaño habitual. Pero las muy c... se sublevan; y, cuando las corto, los pedazos salen disparados y se esconden en los sitios más recónditos para que no los pueda encontrar.

Haciendo gimnasia con mi álter ego


Esta madrugada he hecho gimnasia con mi álter ego. Enfundados en sendos pijamas de algodón (no estamos para mallas ajustadas) y calcetines a juego, hemos empezado separando las piernas y tocando el suelo con las manos a un lado y al otro. Sin perder el conteo y mirándonos ora sí, ora no, hemos hablado de la grandilocuencia y el abaratamiento de las cosas; de las tonterías revestidas de solemnidad y de la demagogia.
Después, cuando arrodillados en el suelo arrastrábamos nuestros pompis hasta sentarlos a la derecha y a la izquierda, le ha tocado el turno a la grandeza y a la humildad; al pudor que se siente cuando uno se acerca a lo trascendental y a la mejor manera de abordarlo.
Haciendo la bicicleta, hemos platicado acerca de las frustraciones  que acarrea estar fuera de sitio; y, girando el torso por mor de conservar la cintura, sobre el desparpajo y la aparente frivolidad.
Al final, estando en posición decúbito supino sobre la colchoneta, mi álter ego y yo hemos convenido en que sólo los que comprenden la vida en su verdadera dimensión son capaces de tomársela a broma.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Confesiones lésbicas de Sol


A mi tío abuelo lo conocían por el apelativo de “el Cejijunto”; y yo, por una de esas putadas del destino, heredé su poblado entrecejo. En una de esas fotografías que en los tiempos de Maricastaña nos hacían en la escuela, aparezco con un mapa de España detrás, un catón entre las manos y un pelambre encima de los ojos que me da un aspecto primitivo y me ensombrece la mirada.
En la adolescencia aprendí a perfilar mis atributos ciliares; y, a partir de entonces, las pinzas de depilar y los espejos de aumento fueron objetos imprescindibles en mi vida. Pese a aborrecer mi peculiaridad, siempre me sentí atraída por mujeres cejudas: Joan Crawford, Chavela Vargas, Capucine, Anouk Aimée...; y cuando vi “Manhattan”, de Woody Allen, me enamoré de las cejas de Mariel Hemingway.
Y ahora, en la madurez, sentada en mi cuarto con el retrato de la escuela y mi espejo mágico, hago un repaso por mi vida mientras me arranco los malditos pelos que  nunca  dejan de salir.

¡Nos hemos casado!


Mi novio y yo nos acabamos de casar, aquí en Nueva York. Cuando regresemos a España y se enteren nuestros padres se van a llevar un disgusto de muerte, pero no teníamos otra opción.
En el momento en el que les comunicamos nuestra intención de contraer matrimonio, se alegraron y parecía que todo iba a transcurrir sin dificultades; pero fue descubrir el luga elegido para la ceremonia y empezar los problemas.
Excepto en que nos casáramos por la Iglesia (en esto estábamos todos de acuerdo), en lo demás cada uno tenía su parecer. Nosotros queríamos celebrar la boda en Oporto porque ambos estuvimos trabajando allí y es una ciudad que nos encanta. A  mi madre le parecía bien el sitio siempre que no hubiera invitados: aducía que el gasto y las molestias que les íbamos a ocasionar superaba muy mucho a lo ordinario. Mi ya suegra quería una boda convencional en Barcelona; su marido, aburrido, se desentendía; mi padre intentaba templar gaitas sin conseguirlo...
En fin; que ante la imposibilidad de ponernos de acuerdo, decidimos llevarlo a cabo sin ellos.

El sostén de doña Estefanía


Doña Estefanía era una mujer bonísima; pero tenía un carácter tan vehemente que, cuando se enfadaba, su persona estallaba igual que un incendio o una revolución. En estos momentos de crisis, hambrientas de aire, las fosas nasales de la doña se ensanchaban como ollares; y era tal la inspiración posterior que la expansión de su pecho provocaba el rompimiento del broche del sujetador.
Entonces, doña Estefanía tenía que sentarse en su mesa camilla; y, utilizando el lápiz como kalashnikov y su ingenio como munición, pasaba un rato dedicada a pergeñar opúsculos a cuál más encendido y provocador. 
Luego los releía; y, como ya no estaba enfadada, los utilizaba para alimentar la chimenea.

Elogio a la juventud


En un anuncio de toallitas para la incontinencia de orina, leo que esta es la mejor época de nuestra vida, pero yo no me lo creo. ¡Dónde va a parar el rojo fulgente de nuestra juventud con el gris marengo de ahora!
Antes éramos crédulos; no teníamos miedo; estábamos esperanzados; ansiábamos comernos el mundo... Ahora somos escépticos; caguetas; estamos desencantados; y nuestro mayor anhelo es quedarnos como estamos y disfrutar de los nietos.
Tendríais que haberme visto a mí con un look a lo Jean Seberg en “Al final de la escapada”. Sólo me faltaba llevar estampado en la camiseta el letrero del Herald Tribune. Tenía 19 años; un mundo infinito por conocer; un compañero de clase con el que tonteaba; una ilusión enorme por conocer las patrias de los escritores del boom latinoamericano...

Reflexiones de una moralista


Nadie sabe explicar lo que es la dignidad, ni reparamos en ella, hasta que nos la quitan. Entonces sí; entonces, de pronto, comprendemos lo que es y nos sentimos guiñapos sin ella.
Necesitamos que nos pidan perdón enseguida y nos la restituyan; y si nuestro ofensor no lo hace, sentimos aversión hacia él y no lo queremos cerca.
Y luego, siempre pensamos en lo distinto que hubiera sido todo si esa palabra mágica se hubiera pronunciado a tiempo y con toda franqueza.  

Insultos e improperios


Por los años de 1960, en Tarimón del Zaguán, presenciar una pelea entre vecinos era como asistir a una lección magistral del mejor castellano. Se aprendían una de adjetivos...
Yo tuve la suerte de adquirir tamaña instrucción un día que volvía de jugar con mis amigas, y aunque era muy pequeña, no lo he olvidado. Debí de llegar en el momento álgido de la riña, porque las mujeres, que iban con mandiles, tenían los pelos electrizados; y sus maridos, rojos del berrinche, emitían bufidos.
Aquellas buenas gentes, vociferando, se intercambiaron todo tipo de lindezas: bachillera, cermeño, ordinaria, soez, basto, verdulera, zanguango, chuchurrida... Y ésta que escribe, alucinando, no paraba de observar.
Luego eché a correr, deseando llegar a casa, para contarle a mis hermanos lo vivido.

Inés, 70 años


Desde que murió mi marido siento una soledad inmensa; un vacío que no puedo llenar con nada ni con nadie. Durante el día, estoy embebida en mi profesión de historiadora o salgo con mis amigos. Pero cuando llega la noche, en el momento en  que cierro la puerta de mi casa o apago el ordenador, siento que un agujero negro me absorbe y me consume por entero.
De vez en cuando tengo proposiciones completamente honestas de caballeros en mi misma situación. La última provino de un catedrático de Filología China Mandarina muy atractivo, pero lo rechacé como a todos. No hay nadie que pueda quitarme esa sensación de vacío que me atenaza; ninguna persona capaz de descolgarme de esa cuerda de la que pendo, inerte, al borde de un abismo.
Y luego está el tema del sexo. A estas alturas de mi vida no me apetece; y me sería tremendamente incómodo, o sentiría rechazo, a tener que practicarlo.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Primer pretendiente


Yo, a los doce o trece años, tenía muchos pretendientes. El más cercano a mí era un compañero de curso, regordete y poeta, que se llamaba Baldomero; pero el que me gustaba de verdad era un primo suyo que se llamaba Bernabé, con el que apenas tenía trato porque iba a un curso superior.
Cuando estábamos en clase, Baldomero aprovechaba los descuidos del profesor para lanzarme a la cara bolas de papel que portaban sus requiebros. Al desenrollarlas encontraba frases del tipo: hoy te quiero + que ayer pero – que mañana. La primera vez que leí esta frase, con sus signos matemáticos, me pareció el colmo del ingenio, y como supuse que era invención de mi pretendiente, le admiré por ello. Más adelante me enteré de que no era original, pero entonces ya no tenía importancia.
Un mediodía, cuando después de clase volvíamos a nuestras casas, me invitó a pipas. Nos las comimos escupiendo las cáscaras, como procedía, y al acabar me dijo que antes de dármelas las había tenido dentro de su boca. Ante semejante declaración tuve una mezcla de sensaciones: una mezcla de asco y de gusto que me hizo temblar por entero, y que me sorprendió por incomprensible y desconocida. Ni que decir tiene que el juego de las pipas se repitió muchas veces.
Finalmente quiero decir que, delante de sus amigos, Baldomero se mostraba duro, cruel e insensible; pero conmigo siempre fue cariñoso y tierno.

Felices y mercantilizadas fiestas


En la pared de la cocina tengo colgado un calendario litúrgico, pero no me hace falta consultarlo porque el comercio me tiene al tanto de cualquier celebración. Y, además,  éste no hace distingos: lo mismo le da que la fiesta sea religiosa o pagana; de un color político o de otro...
Si hay manifestación, en las horas previas encontraremos en las puertas de las tiendas chinas y en los quioscos las banderas correspondientes; si son días de cementerio, las florerías rebosarán de flores naturales y de ramos kitsch... Dentro de poco, los calendarios expuestos en los escaparates de las papelerías nos dirán que es Adviento; y después Navidad; y así sucesivamente, año tras año...
Y todo esto sin contar que los supermercados están llenos de turrones y de polvorones desde hace dos meses.  

Preparando la ropa de invierno


En este otoño tan atípico, una no sabe que echarse por encima para salir a la calle. Por la mañana temprano, con el relente, está claro que no se puede prescindir de una prenda de abrigo; pero en el corazón del día, y si hace sol, todo sobra. Una servidora aún va en piernas y con sandalias (¡quién lo diría en Todos los Santos!), pero reconozco que por la sombra o al atardecer se nota el fresco.
Esta mañana han dicho en la radio que el tiempo va a cambiar. Estoy pensando en desempolvar un traje de chaqueta que deseché hace tiempo porque no me favorecía. ¿Quién sabe? Cómo cada día estoy más estupenda, quizá ahora me siente bien. Además tengo que meter la gabardina en la lavadora; revisar los pantis...

lunes, 30 de octubre de 2017

Coser y bordar


En cuestión de costura, mis hermanas y yo éramos un desastre; una calamidad... Hacer bien un bodoque o una vainica significaba para nosotras una meta imposible de alcanzar; un reto que nos presentaba más dificultades que el que hubiera representado, para un lego en matemáticas, un logaritmo neperiano.
Ante este panorama, durante un verano acudimos a las clases que impartía una costurera famosa en toda la comarca por sus dotes didácticas, pero nada pudo hacer. Todo se nos resistía: el hilván, el punto de cruz, el simple pespunte... La maña y nosotras éramos imposibles de cuadrar. 
Aquel verano nos hartamos de polos para poder sobrellevar el calor que hacía en aquella clase; nos aburrimos, oyendo hablar de cosas que no entendíamos a las novias que preparaban sus ajuares; hicimos feos agujeros donde tendría que haber habido ojales; destrozamos camisetas intentando bordar en ellas un áncora; compartimos experiencias que nos unieron más y contribuyeron a hacernos ser lo que somos...

Catalunya, mon amour


Siento incredulidad, incerteza, ansiedad, miedo, pena... Ayer fui de paseo y vi caras de felicidad, pero también vi muchas de desolación y tristeza. En las imágenes del Parlament que ofreció la televisión, observé rostros triunfantes, emocionados, de preocupación...; pero el entusiasmo general brilló por su ausencia.
Tengo la cabeza atiborrada de información y estoy permanentemente irritada; pero si cierro los canales que me la proporcionan, al instante siento ansiedad y tengo que volver a abrirlos. La misma agitación me acomete cuando entre las noticias aparece alguna que no tiene que ver con el tema.
Con mis más próximos y que piensan como yo, no hablo de otra cosa. Y con los que disienten, y también son cercanos, trato vaguedades.
En la calle no hay otro tema de conversación. Los vecinos que no son de la misma cuerda tienen un trato correcto, pero muchos se miran de reojo.
Extraño la Barcelona de hace unos años. Esa ciudad que dejaba boquiabiertos a todos los visitantes porque era un faro de novedades, cultura y libertad. Anhelo que esa Barcelona vuelva; y que todos los catalanes (cada uno con sus ideas) podamos vivir en armonía, progreso y libertad. 

Sobre la ordinariez


La primera vez que fui a Vejer conocí a una mujer muy anciana que irradiaba sencillez, elegancia y serenidad. Era de buena estatura y enjuta; y, pese a su edad, caminaba con bastante agilidad. Recogía su pelo en un rodete y siempre iba vestida con batas grises o marrones ceñidas en la cintura con un cordón de seda.
Aquella mujer había nacido en el campo, y no había recibido instrucción reglada ni educación al uso; pero la dama poseía un lustre y una distinción que para sí quisieran los miembros de los más altos estamentos. Y era público que su talla moral era inconmensurable.
Una vez que estábamos en torno a ella un grupo de jóvenes, nuestra amiga comenzó a hablarnos de la ordinariez; de esa grosería que lacera a quien la sufre, y que tan ufana vuelve a la persona que la practica. Nos aconsejó que huyéramos de ella como de la peste porque era hiel que dañaba el espíritu.
¡Qué acertada estuvo aquella mujer con sus decires!

sábado, 21 de octubre de 2017

Entremedias


Ayer estuve de charleta con una amiga. Empezamos hablando de los juegos de café de china; en concreto, de cómo los valorábamos antes, y de lo mucho que nos estorban ahora. Acabamos con Emile Zola y su obra “Una página de amor”; y, entremedias, mi amiga me hizo la siguiente declaración: 
“Pondría la vida antes en manos de una mujer que de un hombre; y el espíritu, al contrario.
A igualdad de pericia, si tuviera que operarme a vida o muerte, preferiría que la intervención la realizara una cirujana. También elegiría a una mujer para que aterrizara mi avión en condiciones de peligro extremo. En cambio, nunca le abriría el corazón a una fémina: el ser del sexo masculino es condición sine qua non para ser mi confidente”.
Pues esto me dijo mi amiga, ¡y se quedó tan fresca!

París - 1973


La primera vez que Almudena fue a París quedó deslumbrada con el estilo de las parisienses. En ese tiempo, ella acostumbraba llevar pantalones y jerséis holgados; y la gravedad de sus pensamientos era tal que la espalda se le encorvaba.
Encontrarse con aquellas muchachas que lucían prendas entalladas y de gran colorido la admiró. Y como intuyó que mostrarse de esa guisa les hacía sentirse seguras y disfrutar, enseguida quiso probar la virtud y propiedades de aquel atavío.
En las Galerias Lafayette cambió su aspecto por completo. Se compró una minifalda amarilla y un suéter negro; y, con su corte de pelo a lo Mireille Mathieu, se convirtió en una parisina más.
Sin corsés mentales que la constriñeran, vivió libre en esa ciudad durante un verano; y luego, cuando tocó, volvió a España a seguir siendo una universitaria con ideas avanzadas y comportamiento monjil. Poco después, visitando los pasos de Semana Santa en la iglesia de una ciudad de provincias, conoció a un cofrade y se ennovió. Hoy ya llevan cuarenta años casados.

¿Hay queso en Barcelona?


Una vez, en un pueblo indeterminado, fuimos a visitar a unas personas y nos correspondieron con un refrigerio. Estaba compuesto de tacos de queso, rebanadas de pan y refrescos; y, dado que veníamos del campo y estábamos hambrientos, lo devoramos en un santiamén. La anfitriona, viendo y considerando nuestro desmelene tragador, sacó un queso entero de la fresquera y una hogaza de pan de la troj; y, toda rumbosa, los puso encima de la mesa para que pudiéramos continuar comiendo. En el transcurso de una hora acabamos con todo el condumio; y, después de otra hora, dimos las gracias por tan suculenta merienda y nos despedimos.
Al cabo de un tiempo, tuvimos conocimiento de lo que nuestra generosa anfitriona había declarado acerca de nuestra visita: “Viéndoles comer, y cuasi engullir, se diría que no hay queso en Barcelona”.

El mejor regalo para un recién nacido


Mi amiga Sole ha tenido una nieta y yo no sé qué regalarle. Por su utilidad, en lo primero que pensé cuando me enteré de la noticia fue en los pañales, pero los deseché enseguida porque prefería algo más vistoso. 
Ahora estoy en la planta de bebés de unos grandes almacenes; y, verdaderamente, estoy actualizando mis conocimientos sobre el tema. Me rodean un sinfín de modeletes de marca, que cuestan un pico; y digo yo, ¿cuánto tiempo podrán lucirlos los pequeños antes de que no les quepan? ¿una semana? ¿quince días? ¿un mes? Veo peúcos y baberos; pijamas y mantillas... En este momento me llama la atención una especie de trenca que está doblada en un estante. Me acerco y la despliego; es un precioso  y original saco; creo que por fin he encontrado mi regalo...

La suspensión de los sentidos


A Juana no hay nada que la arrebate más que los antebrazos de un hombre llenos de pelo. Por razones obvias (está en boga la depilación masculina), la susodicha tiene pocas oportunidades de alcanzar el embeleso, pero el otro día lo logró. Así narró en su diario el momento vivido: 
“Los distinguí entre las extremidades de la gente que subía al autobús y me parecieron maravillosos. Salían de unas mangas remangadas y negreaban de tanto pelo como tenían. Vi a su dueño traerlos hacia mí, y deseé que se sentara en una plaza libre que había a mi lado para poder contemplarlos de cerca. Cerré los ojos devorada por la ansiedad; y, cuando los abrí, allí estaban, a unos centímetros de distancia. Eran delgados y sin muscular, y la piel de debajo de semejante pelambrera se adivinaba muy blanca. Cautivada por entero, sentí la necesidad imperiosa de rozarlos con mis dedos; y el dueño, halagado (aunque un poco incómodo), me lo permitió”.

El arcano mundo de los adultos


Por los años de 1960, yo llevaba flequillo, le escribía a los Reyes Magos y veía pasar a las cigüeñas que venían de París. En esta etapa de maduración, un domingo estaba en el cine con mis amigas y se me cayó una peseta al suelo. Cuando me agaché a recogerla, vislumbré por entre las dos butacas de la fila de delante una mano que avanzaba en la oscuridad, y que se introducía en la abertura que dejaba la cremallera abierta de una falda tubo. Aquello me desconcertó porque no sabía lo que significaba; pero a partir de entonces empecé a intuir que existía un mundo lleno de misterio, donde solamente tenían cabida los adultos.

Ir de luto


Antiguamente, como se llevaba luto durante tanto tiempo cuando se moría un deudo, y la vida media no era muy larga que digamos, a menudo ocurría que se empalmaba un luto con otro y la afligida no se vestía de color jamás. Especifico lo de afligida porque, así como en el hombre el luto era llevadero, en la mujer era insoportable. En ellos, una banda negra cosida en la manga de la chaqueta o una corbata de este color bastaba para manifestar la pena; pero en ellas el luto era de tanta envergadura que transcurría en dos tiempos: luto riguroso y medio luto. El luto riguroso comenzaba en cuanto el pariente pasaba a mejor vida, y se extendía a lo largo de equis tiempo (no recuerdo cuanto). Las prendas (todas de color negro) utilizadas en este período eran la saya, el jersey, medias tupidas, la toca y el velo. A continuación, venía el medio luto, caracterizado por un aligeramiento o alivio de los rigores precedentes. En él se prescindía de la toca, y si había transcurrido mucho tiempo desde el óbito, incluso del velo. Creo recordar que, con moderación, se podía introducir un toque de color blanco en la indumentaria. Ni que decir tiene que el comportamiento de estas pobres creaturas debía correr parejo con la vestimenta descrita.
Y esto es lo que le ocurrió a la Teodosia, una vieja en aquel entonces (a mediados del siglo XX), que vivía sola en una casica en lo alto de la calle Mayor, y que estaba loca perdida. Sus parientes habían ido muriendo con un intervalo inferior al tiempo de luto prescrito, con lo que la pobre, además del dolor que tuvo que soportar por tantos familiares muertos, no pudo quitarse nunca la ropa negra de encima. Tampoco pudo reír, entretenerse o frivolizar (ni siquiera de joven), porque tenía que demostrar a todas horas pena y aflicción. Todo esto la fue deprimiendo y la cara se le fue desencajando, pero lo que le dio la puntilla fue el no poder casarse: ella quería hacerlo de blanco y de día, y no de negro y de noche como prescribía el luto, y nunca tuvo ocasión.

sábado, 7 de octubre de 2017

Tal como somos


¿Quién nos obligó a nosotros, seres estúpidos, a abandonar aquel paraíso y a adentrarnos en tan prosaico lugar?
¿Dónde encontraremos un ambiente tan propicio como el perdido para dar rienda suelta a nuestra creatividad?
¿Cómo pensamos superarnos a nosotros mismos sin ese encantamiento que se fue?
Cuando uno abandona ese lugar mágico llamado “Trato Superficial” y se adentra en las procelosas aguas de las “Relaciones Estrechas”, puede sufrir, así como provocar, desilusión, decepción y desengaño.
Es el riego que se corre cuando uno se muestra desnudo y ve desnudos a los demás.

Dicen


Dicen que el tiempo diluye el efecto de las cosas. También dicen que a los días aciagos les siguen días felices. Pero lo que nadie dice es que, cuando el ánimo está herido, el tiempo transcurre muy lentamente; y que el mañana venturoso por llegar puede no estar tan cerca.
Hay noches en las que cuando me acuesto, deseo que las pocas horas que voy a estar durmiendo se conviertan en un mes; y que la suerte que está por llegar lo haga cuanto antes. Luego, en la madrugada, cuando abro los ojos advierto que el mal que me atenaza sigue estando ahí; y según pasan las horas, también me percato de que ese no va a ser el día en que llegue la felicidad.   

Sin duda, la mejor costumbre


De todas las cosas que mis padres hicieron por mí, la mejor, sin duda, fue acostumbrarme a leer. Gracias a ello me he enriquecido espiritualmente y no me he aburrido jamás.
Leer, he leído casi todos los días de mi vida, pero no siempre lo mismo. A cada edad, y según el momento, me ha apetecido leer una cosa u otra; y el mismo libro, leído en diferentes edades o circunstancias, ha tenido para mí diferentes lecturas. De joven, por ejemplo, cuando estaba llena de ilusiones y esperanzas, y ansiaba comerme el mundo, leía de todo: premios Nobel, escritores rusos, americanos, ingleses... También, como reflexionaba mucho sobre temas trascendentales, me gustaban los libros de filosofía. Por cierto, que a tenor de la cantidad de autores y libros que canonicé entonces, mi capacidad de crítica no debería estar muy allá. Más adelante, en la edad adulta, como las preocupaciones y la responsabilidad me agobiaban tanto, leí muchas novelas de evasión para aligerar mi espíritu. Y ahora, en la madurez, con más sabiduría y la misma curiosidad, vuelvo al principio. Leo de todo, pero como le doy más importancia al lenguaje que antes, gozo más leyendo a autores castellanos o catalanes. También me gusta releer las obras que me marcaron años atrás, reencontrarme con sus personajes y volver a los lugares que conocí a través de sus líneas.
A veces cierro los ojos y veo la biblioteca de la casa familiar: los premios Nobel colocados uno al lado del otro con sus tapas de piel azul, y el corte de las hojas y los rótulos dorados; la colección de novela negra; la narrativa española del XIX ... y multitud de libros desperdigados aquí y allí. Y es que cualquier intento de ponerlos en orden acababa en fracaso, porque éramos muchos hermanos y cada uno colocaba el libro leído en el primer hueco que encontraba.
Pero dentro de la melancolía que me produce el no tener a mis padres conmigo, también hay momentos felices. El último fue hace unos días cuando descubrí, en una librería de viejo, un ejemplar de un libro que de pequeña figuraba entre mis preferidos, y que no había vuelto a ver desde entonces. Ni que decir tiene que lo compré.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Algunos días


Pues yo, ahora que han empezado los fríos, muchos días me levanto descoyuntada. Me duele todo y no tengo ganas de nada. Por primera vez en mi vida la pereza me invade. Busco excusas para no ir a clase porque lo que de verdad me apetece es meterme en la cama calentita, leer y escuchar la radio. Siento que ando de capa caída... 
Pero voy a ir a clase. Y lo voy a  hacer porque mientras estoy en ella no siento que la vejez se está apoderando de mí; me olvido de los miedos y las incertidumbres; noto que se excita mi curiosidad y mis ganas de aprender; me doy cuenta de que mi cabeza aún permanece joven...

Una fantasía delirante


A mi hija y a mí nos encanta adentrarnos en el mundo del absurdo. Nos divertimos muchísimo imaginando situaciones a cuál más disparatada; no tenemos medida dándole al magín.
Una vez nos figuramos cantando una saeta al paso de una procesión. La idea era estrambótica, porque el inconveniente de estar incapacitadas para el cante lo pensábamos resolver con la ayuda de la fonomímica. Es decir, que nosotras haríamos como que cantábamos, pero lo que sonaría realmente sería un disco de un dúo saetero.
El cuadro resultaría impresionante: mi hija y yo en el balcón vestidas con trajes de terciopelo, peinetas de nácar y mantillas de blonda. En el momento preciso pondríamos en marcha el tocadiscos camuflado y comenzaríamos a actuar...   

El carné de identidad


Desde que advertí que tengo que renovar el carné de identidad, mi mayor preocupación está siendo el tema de la fotografía; porque ¿cómo consigo salir bien en ella? Habrá quien piense que éste es un asunto baladí, pero para mí no lo es en absoluto: la imagen que aparezca en mi nuevo DNI es la que me va a identificar durante años, y por ello quiero mostrar un buen aspecto.
Al igual que Julio Iglesias, yo también tengo mi lado bueno; pero en la actualidad me cuesta mucho encontrarlo. Como si estoy recién teñida mis facciones son duras; y si mis sienes canecen parece que tengo entradas, el momento idóneo para visitar al fotógrafo será entre tinte y tinte (hacia el día quince, calculo). Luego, tengo que acertar con el peinado...
Ya que a mi edad no puedo emanar frescura, intentaré desprender sofisticación; así que elegiré un maquillaje adecuado.
¡Cuántas cosas, amigos! ¿Conseguiré mi objetivo? Estoy en un sinvivir...

Para Enric


El siguiente relato es una sátira sobre lo que atonta el amor. Lo escribí hace años; espero que os guste. 

Para Enric:

¡Ay, Enric, Enric!¡Qué tormento!...¡Qué locura!
Cuando llegas por la mañana a clase, dominante y castigador, y provocas a tu paso un sinfín de ayes y suspiros, el demonio de los celos se apodera de mí y me quedo sin aliento.
En la mente tengo grabado el momento en el que me enamoré. Fue el día trece de octubre, en la clase de Informática. Y es que el destino, esa fuerza misteriosa que a su antojo hace y deshace, se valió de la profesora y de su proyecto de trabajo por parejas para ponernos en contacto.
Sentados frente al ordenador, tú a los mandos y yo a tu vera, un movimiento de tu brazo recio y viril apenas rozó mi pecho. Entonces me trastorné; y, absorbida por las imágenes psicodélicas que en ese momento inundaban la pantalla, creí ser llevada al monte Olimpo, donde mora Afrodita. 
No sé cuánto tiempo estuve en ese estado, pero cuando recuperé el sentido y te vi mirándome imperturbable y con la ceja levantada, supe enseguida que eras inmune a las penas del amor, y entonces empezó mi calvario. 

Confesiones de una adicta


Publicar en la Internet repetidamente tiene un efecto adictivo. Tanto que yo, cuando no tenga nada que decir, colgaré necedades, boberías, verdades de Perogrullo... ¡Todo menos desaparecer de la pantalla!
Y es que en la vida real paso totalmente desapercibida; formo parte de esa masa de la que es imposible sobresalir; mis opiniones no cuentan...
Pero en la realidad virtual tengo nombre y apellidos; a la gente que me lee le interesa lo que digo; soy alguien y saben que existo. 
Sé que unos me admirarán y otros me detestarán, pero lo importante es que sientan algo por mí. Esto me sirve para aumentar la autoestima e incluso incrementar mi vanidad; y esta necesidad de ser reconocida no se sacia jamás. 

sábado, 9 de septiembre de 2017

Paloma Negra


De joven, su deseo más recóndito era ser la Paloma Negra de la canción del mismo título. Las normas y el orden establecido la oprimían tanto que no podía respirar. Escuchaba con fruición a Chavela Vargas: su voz áspera y sensual le cautivaba. Cuando yacía entre los brazos de su amante se hacía el propósito de no deberse nunca  a nada ni a nadie... y éste, que además de su amigo era su confidente, sabía que no podía retenerla.
Con el tiempo, esa mujer que ansiaba ser libre y vivir su vida con quién y como quisiera se convirtió en un modelo de virtudes y perfección. Para no volverse loca, se hizo acomodadiza y convencional; y consiguió no cometer nunca un despropósito. Procuró no volver a oír a Chavela Vargas para no sumirse en la tristeza; y borró de su memoria aquel jodido combate en el que su educación, las presiones de su entorno y su falta de valentía quedaron por encima de sus deseos.

Gente que no pierde ripio


En el pueblo es imposible mantener una conversación privada en un lugar público. Se puede intentar arrimando la boca a la oreja de tu interlocutor, pero el éxito no está asegurado. Hay que considerar que los cotillas abundan por dondequiera, y que suelen oír muy bien. 
Yo ya he tenido unas cuántas experiencias a este respecto. Una ocurrió una noche de plenilunio en la terraza de un bar. Cuando mi acompañante me informaba quedo sobre un problema de salud que le inquietaba, un lugareño que estaba sentado tres mesas más allá intervino para decirle que no se preocupara; que su suegro padecía de lo mismo y que estaba la mar de bien con el tratamiento que le habían prescrito.
Y en otra ocasión, cuando una amiga y yo subíamos por la calle hablando de sus problemas de frigidez, una vecina sacó la cabeza por la reja y le dijo que no se angustiara porque eso iba a ser peor. 

Sentimentalmente, mi blusa vale un Perú


En cuanto a prendas de ropa se refiere, mi bien más preciado es una blusa de mucho vestir que heredé de mi madre. Está hecha con hebras de seda, y se abotona por detrás. Me gusta acariciarla con los dedos, pero no me la pongo mucho porque quiero conservarla. La lucí en una Primera Comunión a la que asistí en primavera; y este verano me la puse a primeros de agosto para celebrar mi onomástica. Como la blusa es de color blanco, en ambos casos la combiné con una falda negra y unos zapatos del mismo color; y, por como me miraba la gente, creo que iba causando muy buena impresión.
Yo con mi blusa voy la mar de ufana y orgullosa. Es mi talismán; mi coraza de la suerte.

Teresa


Hoy ha entrado en Post55 una mujer que se llama Teresa. Es de Vejer, y es la persona más buena y con mejor corazón que podáis imaginaros. ¡Ah! y es prima mía. Bueno; prima política, pero la quiero más que si fuera carnal.

El día en el que satisfice algunos de mis anhelos


Durante aquel día tuve oportunidad de mostrar varios aspectos de mi personalidad. Comencé siendo intelectual; seguí como maruja; y acabé cautivando con mi encanto.
Este singular periplo por el conjunto de mis cualidades se inició a la hora del aperitivo, delante de una copa de Dubonnet. En “El Sombrajo” concurrimos cuatro amigas que, a propósito del libro que yo leía en ese momento, nos pusimos a hablar de la diferencia entre lo bello y lo sublime. Alentadas y desinhibidas por el alcohol, nos adentramos en el campo de la Estética; y terminamos conversando acerca de la fascinación que ejerce el terror.
De maruja hice a la hora de la siesta. Sentada en mi sillón orejero frente al televisor, me tragué un programa de tres horas de duración que versaba sobre gente mayor que necesitaba compañía. La razón de someterme a semejante suplicio fue que esa tarde iba a salir un paisano deseoso de encontrar pareja, y en mí pudo más la curiosidad que el miedo al tormento. 
Y ya por la noche me puse un modelo muy sugestivo; me despojé de la gravedad de mi semblante; y me fui al baile de La Plaza a epatar.

sábado, 26 de agosto de 2017

Noche de confidencias y de plantío


Eutimio vino a mi casa al oscurecer y me trajo esquejes de romero y de tomillo. Los plantamos al pie de la parra con la última luz del día; y luego, nos pusimos a tertuliar. Me habló de lo inseguro que se sentía en los enfrentamientos dialécticos que mantenía  con su mujer, y de lo difícil que le era imponer su criterio. Me contó algunas anécdotas que evidenciaban la personalidad apabullante de la susodicha, y el efecto confundidor e intimidatorio que le acarreaba.
Relajado con el balanceo de la mecedora y con el güisqui que le serví, Eutimio acabó confesándome que se había integrado en un grupo en la Internet donde ella no tenía cabida, y que se sentía muy feliz. Añadió que era un conjunto variopinto de personas que consideraba sus ideas dignas de atención, y donde había una mujer que lo admiraba.

Fins aviat!


Estar aquí me ha permitido hacer buenos amigos y publicar mis textos. Necesito escribir más que respirar; y a estas alturas de mi vida es lo que me llena por completo. Cualquier excusa es buena para ponerme a juntar palabras, y contestar a vuestros posts ha sido una de las mejores. Pero quizá porque hace tiempo que estoy aquí, ahora me encuentro cansada y sin ilusión. Como creo que estar entre vosotros es gloría bendita para el espíritu, en previsión de males mayores prefiero cerrar el ordenador y hacer mutis por el foro. 
¡Hasta pronto! 

sábado, 22 de julio de 2017

La honradez y la vileza


Apenas iniciada la adolescencia pasé por una época de gran fervor religioso, y me dio por escribir... El estilo de mis primeros opúsculos debía de ser infumable porque entonces no era diestra en estos menesteres, y recuerdo que todos versaban sobre temas religiosos.
Había uno que se titulaba “La honradez y la vileza” que no tenía desperdicio. Trataba de como unos hombres de gris gastaban su tiempo y sus energías en desacreditar a unos hombres de blanco: pugnaban por dejarlos desnudos sin advertir que el brillo que emitían estos últimos no provenía de sus ropajes, sino de su interior. Al final de mi relato, los hombres sin luz acababan completamente achicharrados por la envidia, el pecado más destructor e incapacitante que hay.
Como veis, todo mi escrito era un despropósito; pero en mi descargo diré que cuando lo hice estaba en plena pubertad.

En el cementerio


Cuando vuelvo del campo, me paso por el cementerio y echo allí un rato. Me gusta acariciar las lápidas de mi familia y decir hola,  limpiarlas cuando es preciso y poner flores. También me gusta pasear por entre las tumbas y cotillear un poco. Me fijo en los nombres que están inscritos en sus piedras; y no sería la primera vez que utilizo alguno de ellos para denominar a las protagonistas de mis escritos (¿os acordáis de Procesa?).
Me suelo sentar en un banco estratégicamente situado entre cipreses y con vistas al paseo principal; y allí, acompañada del gorjeo de los pájaros o de la plática de alguna paisana que esté en esos momentos visitando el camposanto, me relajo y descanso antes de emprender el camino de subida al pueblo.

Cármenes


¡Qué cantidad de Cármenes hay en España! En casi cada casa hay una por lo menos. Si en un lugar concurrido gritamos este nombre, seguro que volverán la cabeza dos o tres personas; y hoy, todos tenemos a quién felicitar.
El mogollón de Cármenes ya va teniendo una edad respetable porque es un nombre que se ponía cuando la natalidad era profusa; y de eso hace mucho tiempo. Ahora que los niños nacen con cuentagotas, casi no se aplica.
Carmen es un nombre rotundo y precioso que no se puede perder; y su belleza llega al súmmum cuando se acompaña de un apellido extranjero (pero aquí, por razones obvias, no es lo corriente).
Ahora me vienen a la cabeza un montón de personas que se llaman Carmen: hermana, cuñada, sobrina, amigas... y a todas quiero felicitar y desearles ventura.

La inteligencia de los cuervos


Esta mañana, mientras hacía gimnasia, he oído una noticia sobre la inteligencia de los cuervos que me ha dejado fascinada. Resulta que, en algunas ciudades del mundo, estas aves siembran las calzadas de nueces cuando los semáforos están en rojo para los coches. Al tornar a verde, los vehículos circulan y parten las nueces; y en el siguiente cambio a rojo, los cuervos vuelven y recogen las nueces partidas.
 En el momento en que la radio ha emitido esta noticia, yo estaba haciendo el pino; 
y ha sido tal el pasmo que me ha entrado que por poco me quedo así.

El retrato de Fadrique Alonso


Fadrique fue un hombre barbado durante 40 años; y un día, sin previo aviso, se afeitó. Cuando se vio reflejado en el espejo, se sintió desnudo y vulnerable; y al ponerse cara a cara con su familia fue peor.
Sus hijos, que no lo habían visto nunca de esta guisa, se sentían incómodos en su presencia y lo rehuían; y su mujer, en las ocasiones en que se encontraba con él por el  pasillo, lo miraba con recelo y aceleraba el paso.
Cuando la inseguridad de Fadrique no podía ir a más, ni su autoestima a menos, un comentario de un vecino vino a sacarlo del abismo. Fue en el ascensor: el susodicho miró al ex barbado tres o cuatro veces y, cuando se cercioró de que era él, le dijo que su nuevo look le hacía más joven. 
Pero Fadrique, acordándose de cierto retrato, se estudió en el espejo y volvió a dejarse crecer la barba. Hay un refrán que dice que la cara es el espejo del alma, y nuestro héroe, en su rostro rasurado, había descubierto rictus que lo habían llenado de estupor.  Y de ninguna manera quería que los otros lo advirtieran.

Los personajes


Los personajes de las historias que aún no he contado se me aparecen por la madrugada, apremiándome a que las cuente. Alegan que, como con la edad se me irán borrando los recuerdos, estos escritos serán la prueba fehaciente de que  los hechos de los que fueron protagonistas sucedieron.
Cuando les digo que quizá no pueda complacerlos por la imposibilidad de fijar con palabras determinados sentimientos y emociones, ellos me responden que coja lápiz y papel; que ponga en el tocadiscos “Tu mirá” de Lole y Manuel; que deje los convencionalismos fuera de la habitación; que los eche a andar y los deje libres...

domingo, 2 de julio de 2017

Yayoflautas: ¿abuelos quejicas o maduros reivindicadores?


Cada vez que oigo la palabra yayoflautas me siento incómoda; me parece un término despectivo. Yayoflautas, en castizo, suena a abuelo quejica; a viejo que con todo se muestra disconforme y por todo protesta.
Y esto es injusto porque las reivindicaciones de estas personas son legítimas y del máximo interés. Amén de que gastan su tiempo y sus energías en reclamar mejoras que, en caso de conseguirlas, redundarán en beneficio de todos.
Tengo la sensación de que esta denominación, que con tanta dignidad llevan los integrantes del colectivo, se ha convertido en el argot popular en sinónimo de viejo protestón y un poco gagá.

Un look poco apropiado


Quizá soy antigua, pero yo alucino con las indumentarias que se ven en determinadas ceremonias. Me resulta chocante asistir a un entierro y encontrarme con las nietas del finado vestidas con minishort y pintadas hasta más no poder; o ver a uno de los deudos desfilar detrás del féretro con zapatillas llenas de luces; o estar en una Primera Comunión y ver entrar en la iglesia a una de las invitadas con un escote hasta el ombligo...
No sé... a lo mejor el recato y la modestia son conceptos en desuso; si no, no encuentro justificación para esta manera de actuar.  

Una vuelta por mi vida montada en un Ferrari


Estos son días extraños: uno no está aquí ni está allí; los conocidos están desperdigados; el calor no da tregua... Te asomas al Post y lo encuentras vacío; y esta falta de contenido a mi se me representa como una autopista oscura y sin coches, y con muchos espectadores en el arcén. Anoche, al grito de: “¡Os voy a contar mi vida!”, sentí un impulso irresistible de montarme en un Ferrari, y a 300 Km/hora dar una vuelta por mis 64 años de edad. 
Hubiera sido una buena experiencia liberadora.  Pero estoy segura de que, en los primeros kilómetros, un contratiempo (mi hermetismo patológico) me hubiera impedido continuar.

domingo, 18 de junio de 2017

Doña Elvira y doña Sol


Las hijas de la viuda Catalina se llamaban doña Elvira y doña Sol.
Doña Elvira era el prototipo de la femineidad, según se entendía entonces. Su piel parecía de nácar y tenía el pelo ensortijado; y, con su natural dócil y apacible, reunía las máximas cualidades que en aquellos tiempos se le solían exigir a una mujer. En el internado monjil donde había estudiado se había conformado con aprender piano y cómo comportarse en sociedad; y en cuanto alcanzó la edad núbil, se casó y empezó a procrear. Era la hija predilecta de la madre.
Doña Sol era la antítesis de su hermana doña Elvira. Poseedora de unas facciones asimétricas y de un pelo liso, su físico era difícil de catalogar. En el colegio hizo la enseñanza secundaria; y luego, impelida por sus inquietudes y el ascendiente del difunto veterinario, se trasladó a Madrid y se licenció en Filosofía. En el tiempo que nos ocupa, la susodicha trabajaba como historiadora colaborando con varias revistas del ramo; tenía treinta años; y estaba soltera y sin compromiso.

Una visita de cumplimiento


Don Guzmán decidió visitar a la viuda de su antecesor para presentarle sus respetos; pero antes, para no cogerla desprevenida ( y tal como establecía la costumbre) le envió a un propio con el recado.
Enterada la viuda Catalina de las intenciones de don Guzmán, apartó los pensamientos fúnebres de su psique y se dispuso a preparar la visita. Ordenó a la fiel Eufemia que bruñera la plata y que descubriera los espejos velados; y ella, como aportación personal a la empresa, se puso en la cara dos capas de crema Pond's.
Luego, sentada en la mecedora, comenzó a pensar en sus dos hijas...

La llegada de don Guzmán


Por los años de 1950, el veterinario titular de Mentiras a Porrillo cayó fulminado por un rayo; y para reemplazarlo, el Ministerio envió a don Guzmán.
El susodicho era treintañero, desgarbado y soltero; y esta última condición le supuso ser invitado a merendar a varias casas.
Dos solteronas sintieron renacer la ilusión: una lo llevó a visitar sus fincas en un cabriolé; y la otra le empezó a hacer un jersey.
El veterinario, apabullado con tanto mimo y halago, correspondió a todo el mundo con educación; pero no todo el mundo aceptó de buen grado lo que el hado había dispuesto...

sábado, 10 de junio de 2017

Lo más chic


Este escrito versa sobre mondadientes. Las primeras líneas del mismo las publiqué en un comentario de agradecimiento que le hice a una amiga, pero el resto me lo guardé porque no estaba segura del resultado. Ahora lo expongo entero; pero eso sí, os aconsejo que después de leerlo os sumerjáis en un texto lírico de J., o en uno filosófico de E..

Lo más chic

Me he quedado sin hilo dental; y mientras me acicalo para ir a clase de Arte, pienso en la época en que los hombres utilizaban palillos para mondar sus dientes. ¡Qué elegante y distinguido era aquello!
Incluso algunos, mientras escarbaban con una mano, ponían la otra delante de la boca a modo de parapeto, para evitar impactos no deseados en la cara del compañero de mesa. Éstos eran los más chics.

Esos momentos inevitables y sin luz


Quería tanto a mis padres que, si sus muertes no me hubieran encontrado mentalizada, me hubiera muerto con ellos.

Esos momentos inevitables y sin luz

Sabía que no podía impedir que llegaran esos momentos; y me daban tanto miedo, que envidiaba a las personas que ya habían pasado por ellos. Me fui preparando durante años; y, cuando los momentos vinieron, me refugié en la escritura.
En ella permanecí abstraída y aislada de los hechos que me causaban tanto dolor. Y luego, poco a poco, fui abriendo resquicios por donde se fueron colando retazos de la realidad; y al final, me pude enfrentar a ésta sin desmoronarme.

Indiferencia y desdén – Mujeres menospreciadas


Milagros, una mujer de mi quinta y de mi entorno, ha decidido separarse. Su cónyuge entra en la categoría de lo que la gente juzga “un buen marido”, pero mi amiga no puede más. Está harta de que el susodicho no la mire; no la escuche; la ningunee; no la considere digna de atención... 
No cabe duda de que mantener el entusiasmo después de cuarenta años de convivencia es prácticamente imposible; pero de eso a convertir el matrimonio en un páramo donde todo es indiferencia y desdén, hay un abismo.
A veces, mi amiga ha intentado infundir en su marido algún sentimiento o alguna emoción; pero no lo ha logrado. Este pobre hombre, en todo lo que atañe a ella, es  como una piedra berroqueña imposible de horadar.
El último acto de esta tragicomedia ocurrió hace unos días en un evento. Milagros, ansiosa de tener un recuerdo, le pidió al Indiferente que inmortalizara al grupo de amigas con su teléfono móvil. Y él, cual un vulgar patán, la dejó fuera del encuadre (estaba en un extremo) y Milagros no salió en la fotografía.

Cincuenta visitas y un piscolabis


Imaginad que una mujer vuelve a su pueblo después de muchos años; que en ese lugar tiene cincuenta primos hermanos; que todos son maravillosos y quieren agasajarla; que sólo tienen  unos días para hacerlo...

Cincuenta visitas y un piscolabis

Cuando viene alguien a mi casa le ofrezco un zumo o una fruta; y si me dice que no le apetece nada, lo acepto y no insisto. Indudablemente obro así porque creo que es el comportamiento más respetuoso con la persona que me visita; pero no todo el mundo piensa como yo.
Los hay que tienen un concepto decimonónico de la hospitalidad y no aprueban que te vayas de su casa sin tomar un piscolabis. En estos casos, por no desairarlos, a veces sucumbes. Pero no puedes claudicar cuando tienes pendientes cincuenta visitas y en todas las casas van a tener la misma pretensión...

La Primera Comunión de Candela


La Primera Comunión de Candela fue una buena ocasión para ponernos los perejiles y para que toda la familia se reuniera. 
La protagonista del acto se acercó a recibir el sacramento llena de nerviosismo y fervor; y abrumada con tanto besuqueo y agasajo, en cuanto pudo se zafó de los parientes y se puso a jugar con sus amigas.
Y en nosotros los mayores, la Primera Comunión de Candela tuvo un efecto catártico extraordinario. Todos fuimos capaces de olvidar antiguas rencillas; y todos, incluidos los cuñados, nos sentimos verdaderamente como hermanos. 

sábado, 27 de mayo de 2017

Mi talismán


Aquellos tacones de aguja eran de color azul marino y con la puntera descubierta; y en cuanto los vi expuestos en el escaparate, supe que tenían poderes mágicos. Entré en la tienda y los compré; y, nomás ponérmelos, comencé a experimentar sus virtudes. De tan ligeros que eran parecía que no llevara nada en los pies; y sin que interviniera mi voluntad en el proceso, me erguí y anduve con más soltura.
Advertí que, desde lo alto de mis tacones, el mundo se veía con otra perspectiva; y, por primera vez en mi vida, me sentí poderosa y con glamour.
Más tarde comprobé que el efecto se multiplicaba si me los ponía con un determinado vestido de vichy; y así lo hice.

El vocablo nomás es un guiño dirigido a los lectores americanos; a ellos les dedico este escrito.

Esnobs culturales


Estaba tan harta de las tonterías de un esnob cultural que un día decidí darle un escarmiento. Le dije que había visitado París, y le envié por correo electrónico tres “maravillas” firmadas por tres vacas sagradas.
Supuestamente se trataba de un vestido de alta costura expuesto en un escaparate del Faubourg Saint-Honoré; un cuadro impresionista colgado en el Musée d'Orsay; y una frase grabada en el frontispicio de la Bibliothèque Nationale. Pero en realidad eran un viso que guardaba en mi armario; una pintura hecha por un artista de poca monta; y el siguiente reclamo para anunciar colchones: “Al día le sigue la noche”.
Bien; pues esto ocurrió hace quince días, y el gran esnob todavía está en éxtasis.

sábado, 6 de mayo de 2017

La Primera Comunión


¡Pobre Luisa! Tanto tiempo esperando la Primera Comunión de su nieta, y el día del evento un percance malogró todos sus planes.
Ocurrió durante el desayuno; cuando masticaba su habitual pan y chocolate. De pronto notó algo duro dentro del bolo, y cuando lo sacó de la boca para ver de qué se trataba, se encontró con un pedazo de diente. Lo primero que pensó fue que podía provenir del panadero que había amasado el pan que se estaba comiendo; pero en cuanto pasó la lengua por su encía, tomó conciencia de la tragedia: se le había roto un incisivo.
Se miró en el espejo y vio reflejada en él una mella grande y oscura; sintió como por ella se le escapaba toda la seguridad que tenía en sí misma y se quedaba sin protección ni defensa.
Inmediatamente pensó en posibles soluciones para disimular el destrozo y no fallarle a su nieta. Podía no despegar los labios en toda la celebración; hacerse una funda con tela blanca almidonada... Pero finalmente desistió: las piernas le temblaban demasiado y se estaba quedando sin fuerzas.    

De Skopje a Barcelona por la pantalla del móvil


Quizá, a los que utilicéis asiduamente los adelantos tecnológicos, estas líneas os parecerán de escaso interés. Pero a mí, que las estoy escribiendo con papel y lápiz, el descubrimiento del que os voy a hablar me fascinó y me llenó de angustia.
Ocurrió en el aeropuerto de El Prat mientras esperaba a un allegado que volvía de Skopje, la capital de Macedonia; y fue que advertí que podía seguir la trayectoria del avión que lo traía en la pantalla del móvil. Lo vi sobrevolar Italia, y más tarde entrar en el Mediterráneo; y cuando surcaba el cielo, al norte de Las Baleares, me dio por pensar: ¿y si esta linea verde que estoy viendo se interrumpiera de pronto y desapareciera junto al avioncito del mismo color? ¡Jesús, qué escalofrío me dio! Dejé de mirar el teléfono porque me estaba poniendo de un histérico...

martes, 2 de mayo de 2017

Dardos envenenados


Hoy me he levantado con muy mala leche. Tengo ganas de arrojar unos cuantos dardos envenenados porque hay cosas que me indignan; bueno, más que indignarme, me dan pena y me parecen lamentables... Pero no los voy a lanzar: por nada del mundo quisiera que se sintieran aludidas personas que nada tienen que ver con la cuestión.
Está lloviendo en Barcelona. No apetece salir, pero mi espíritu necesita mejora. Voy a preparar unos bocadillos de huevos duros y vamos a subir a Montserrat...

Un runrún en la conciencia


La conciencia tranquila es lo mejor que podemos tener. Se puede disfrutar de bonanzas varias, pero la paz y el sosiego que te produce el haberte comportado adecuadamente con tus mayores no se puede comparar con nada.
Ya sé que es más fácil hablar que actuar; que hay situaciones muy duras que se prolongan indefinidamente; y que no todos tenemos madera de héroes o santos. Pero cumplir con el deber ha de ser una prioridad en nuestra vida.
Tiene que ser horrible vivir con remordimientos. No poder remediar el daño hecho debe de ser como tener un runrún en la conciencia por los siglos de los siglos.
Claro que, para que todo esto ocurra, hay que tener conciencia.
Hoy me ha dado por escribir un texto moralista... ¡qué le vamos a hacer!

Renacuajos y huevos duros / San Marcos-1960


A mi hermana Hortensia

Hoy, todos los habitantes del pueblo se irán de merienda al campo. Pero no al campo que empieza donde termina la calle, sino un poco más lejos. Llevarán en sus cestas de mimbre hornazos y huevos duros; e irán provistos de mantas viejas para poder sentarse en tan agreste lugar.
Yo tengo siete años, y estoy la mar de guapa con  mi pañoleta, mi faldellín de colores y mis zapatillas rojas. Dentro de un rato experimentaré una simpar sensación: sumergiré mis zapatillas en una charca llena de renacuajos; y cuando estén rebosantes   de agua, introduciré muy despacio los pies en ellas para que las larvas me hagan cosquillas. También esclafaré huevos en las cabezas de mis amigas y ellas lo harán en la mía; y nos embadurnaremos con las yemas caras y cuellos.
Los mayores hablarán de sus cosas, no nos perderán de vista y dispondrán la merienda; y los jóvenes, por ahí...

Día de Sant Jordi


Barcelona es una ciudad preciosa; y hoy, llena de flores y libros, lo es mucho más. José me regalará una rosa, y hará lo mismo con nuestra hija; y ésta nos dará libros a los dos. Yo, como voy por libre y compro libros con mucha frecuencia (ellos también lo hacen), no le regalaré nada a nadie, pero disfrutaré y me emocionaré con lo que me caiga.
Hoy es probable que los recuerdos me suman en la nostalgia. Mis padres eran amantes de esta costumbre; y cuando se jubilaron, no dejaron de ir ni una vez a Las Ramblas a pasear y a hacerse mutuos regalos.

sábado, 22 de abril de 2017

La vuelta de El Encuentro a la calle Mayor


Un día, yendo por Barcelona, oí a mi paso la siguiente exclamación: ¡Odo, pero si es la Many! Me dio un vuelco el corazón; y supe, antes de mirar a la cara a la persona que la había proferido, que estaba ante un fuentealamero. Y es que hay vocablos, como odo y pijo, que nos caracterizan como gente de aquí; y usos y costumbres que conforman nuestra identidad y nos dan el sentido de pertenencia.
Yo nací y me crié en Fuente Álamo; y, apenas iniciada la adolescencia, me fui a vivir a Barcelona. Por diversas circunstancias, estuve muchos años sin volver; y cuando lo hice, pude reconocer el pueblo por su folclore y su cultura.
Guardo fotografías de mis abuelos presenciando El Encuentro en un balcón de la calle Mayor; y recuerdo cuando, siendo mi hermano Marcelo y Sabina la de Ricardo dos tiernos infantes, los vistieron de pastorcillos y los auparon para que dieran sendos besos a La Dolorosa y a San Juan.  Y todo esto ocurrió en la calle Mayor.
Este año, por motivos que nadie conoce, se ha acabado con una tradición centenaria y se ha llevado El Encuentro a un lugar distinto de su ubicación original. Puede haber resultado bien, pero la procesión de Viernes Santo se ha desvirtuado; ya es otra cosa.
Las tradiciones y prácticas de Fuente Álamo nos hacen ser quienes somos; y la condición de fuentealamero, sin ser exclusiva ni excluyente, es una bendición de Dios que debemos preservar. 

Un lobo, una cabra y una col


Este escrito lo hice en un tiempo en el que el dolor no me dejaba respirar. 

Un lobo, una cabra y una col

Mi padre, a veces, para probar nuestro ingenio, nos proponía enigmas y acertijos. Recuerdo que muchos los acertábamos enseguida, pero alguno se nos resistía, y nos costaba dar con su solución. Hubo uno en concreto que nos tuvo pensando y repensando bastante rato: fue aquél del barquero que tenía que transportar, de uno en uno, una col, una cabra y un lobo de una orilla de un río a otra. Se trataba de averiguar en qué orden los tenía que pasar, sabiendo que, caso de estar juntos en algún momento, el lobo se comería la cabra y la cabra la col. Por supuesto, al fin lo resolvimos.
Tengo una fotografía en la que estamos las tres hermanas mayores con cara de meditadoras. Aunque es cierto que es nuestra cara habitual (buena prueba de ello son las arrugas que tenemos en el entrecejo), ¿por qué no creer que esta foto se hizo cuando estábamos intentando resolver el problema anterior?

domingo, 2 de abril de 2017

El libro rojo


Las tapas del libro eran rojas como la sangre y el arrebol; y como también eran suaves, invitaban a acariciarlas. La autora lo había colocado encima de una mesa, y cada vez que lo veía, experimentaba el deseo de cogerlo entre sus manos y mirar en su interior.
El libro y la autora habían sido la misma cosa durante el proceso de creación. Pero ahora que el libro iba a salir al mundo, la autora sentía que iba a dejar de pertenecerle; que a partir de ese día, el libro sería de todo aquel que lo quisiera leer.

Tristeza y estrés


Cuando emito una opinión sobre alguien o algo, lo hago siempre resaltando lo bueno y obviando lo malo; excepto que el interesado desee conocer la verdad entera...

Tristeza y estrés

A veces, tengo la sensación de ser un robot. Ocurre cuando tengo muchos quehaceres y todo me apremia. Querer abarcarlo todo va con mi carácter, pero en algunas ocasiones el estrés es tan grande que tengo que decir ¡basta!
Ahora, además, estoy triste porque una amiga no me telefonea. Antes estábamos en continua comunicación; pero en la actualidad, si yo no la llamo, ella no da señales de vida.
Todo viene de cuando me pidió que le diera parecer sobre una creación artística de la que era autora.
-Tengo la máxima fe en tu criterio, me dijo. Dime toda la verdad porque necesito saberla; y yo fui tan tonta que se la dije...
¿Y qué hubiera pasado si la verdad me la hubiera dicho ella  a mí? No lo quiero ni pensar...

Usos y costumbres


Donde voy, procuro hacer lo que veo; pero hay cosas a las que no me puedo someter.

Usos y costumbres

A mí, lo que me sale de dentro es saludar a todo el mundo con un apretón de manos; pero como a muchos los dejo desconcertados con este proceder, a veces sucumbo y doy el acostumbrado par de besos.
En otras ocasiones (poquísimas), doy besos que parecen fuera de razón. Son besos extemporáneos, que cogen desprevenidos a los destinatarios y los dejan sorprendidos y emocionados. Se los doy a aquéllos que logran enternecerme por su dignidad, entereza, fragilidad...
No me sale, cuando me despido de alguien, enviar con él recuerdos a fulano y a mengano; ni, a la hora de comer, desear buen provecho a los demás comensales. En el primer caso, a lo máximo que podría llegar es a enviar saludos en vez de recuerdos;  y en el segundo, mejor me callo.

domingo, 19 de marzo de 2017

El vaivén de los azulejos


Anoche empecé a encontrarme mal, y por momentos fui encontrándome peor. Sabía que algo indefinido se había apoderado de mí, y el miedo comenzó a atenazarme.
Las manos y los antebrazos se movían por su cuenta, fuera del control de mi voluntad; y la sensación de que la carne acorchada se me despegaba de los huesos precedió a los espasmos generalizados.
Mi cuerpo iba por un lado y yo por otro; y un sudor frio me empapó.
Los azulejos de las paredes empezaron a moverse en un vaivén alucinador; y la agitación y el pánico me obligaron a gritar... Entonces me desperté.

Viendo soplar vidrio en Murano


El gran P., en su escrito de hoy, nos habla de una relación sexual esporádica. Lo hace en primera persona, y ni se molesta en aclarar si la historia es real o ficticia. Hace bien: no lo necesita; su reputación no va a sufrir merma.
En cambio, me pregunto cuántas de nosotras nos atreveríamos a hablar de un tema similar con el mismo desparpajo. ¿Seríamos capaces de despojarnos de nuestra condición de maduras respetables? Me imagino que empezaríamos la historia aclarando que todo era fruto de nuestra imaginación; y por supuesto, el hecho lo contaríamos en tercera persona.
Y aún así, por escribir de semejantes cosas, pasaríamos a la situación de sospechosas en la mente de toda persona prejuiciada que anduviese por aquí. 

domingo, 12 de marzo de 2017

Proposiciones deshonestas


Por los años de 1970, yendo hacia Madrid con una amiga, tuve una experiencia que me dejó pasmada.
Ocurrió que, en determinada estación, una mujer subió al tren y entró en nuestro compartimento. Era delgada, vestía pantalones y llevaba un corte de pelo a lo garçon. Ocupó su asiento y se comió dos cruasanes en un santiamén; y en algún momento de este proceso, yo me apercibí de que esta viajera quería ligar conmigo.
Comencé a sentirme incomoda y, discretamente, comuniqué a mi amiga mis sospechas; pero como ella no captaba esos efluvios de atracción sexual, no le pareció que aquello fuera real y lo achacó todo a mi imaginación.
Poco después, cuando mi compañera de viaje desapareció para ir al servicio, la viajera   misteriosa me mostró una revista con fotografías de mujeres en actitud inequívoca y me preguntó si me interesaba. Apresuradamente y con aturullamiento le contesté que no; y en eso llegó mi amiga.
Dado que hasta entonces nadie me había hecho proposiciones de una manera tan explícita, aquel suceso lo viví como algo extraordinario; e incluso hoy me cuesta recordarlo sin asombro.

El registro de nuestra vida


Por razones de seguridad, en el edificio han puesto videovigilancia. En el vestíbulo, un cartel advierte a los vecinos de que están siendo observados; pero como éstos aún no han tomado conciencia del hecho, exponen su intimidad.
Y así, fulano abrirá su correspondencia en el ascensor y pondrá a la vista el estado de su cuenta corriente y los resultados de sus pruebas médicas; mengana se bajará la ropa interior de raso para comprobar si ha empezado a menstruar; el presumido de zutano se remangará, mostrará los bíceps y le dirá al espejo lo machote que es; y la viuda perengana abrirá su bolsa de El Corte Inglés y pasará revista a lo que ha comprado y al correspondiente tique.
Y mientras, encima de sus cabezas, el artefacto diabólico seguirá graba que te graba.

domingo, 26 de febrero de 2017

En el contenedor de la esquina


En mi casa estoy yo, pero es como si no estuviera. Me he convertido en un mueble y he entrado a formar parte del menaje del hogar. Vivo en perfecta simbiosis con el sofá, la mesa, el televisor... Yo los limpio y los cuido con esmero, y ellos me acompañan y me dan seguridad.
Las cuatro paredes de mi casa me protegen del exterior; y cuando tengo que salir (cosa que sucede cada vez menos), me siento desnuda, vulnerable y con mucho frío.
Me paso los días apoltronada en el sofá viendo programas de cotilleo; y es tan grande mi achicamiento y tan enorme el poder perturbador de estos programas, que una vez me dieron hasta convulsiones.
Muchas noches tengo pesadillas. Pienso que vendrán unos hombres vestidos con monos azules, fuerte pelambre y collares de oro, y nos tirarán a todos los muebles al contenedor de la esquina.

La herencia


Conozco a unas personas que han recibido una pequeña herencia y están dándose caprichos sin parar. En su entorno las critican y conjeturan sobre el tiempo que van a tardar en dilapidar lo recibido; pero yo les aplaudo porque creo que están haciendo lo mejor.
En su vida ordinaria estas personas son como unas plantas en un secarral: no se mueren, pero tampoco pueden crecer. Gastan su tiempo y sus energías en un trabajo embrutecedor; y el salario que reciben es tan exiguo, y sus obligaciones tan numerosas, que nunca han podido cultivarse ni disfrutar de lo superfluo.
La herencia no les va a sacar de la pobreza; ni les va a permitir ejercitarse en las artes o en las ciencias; ni podrán llevar el pensamiento de lo inmediato y concreto a lo abstracto y universal; ni van a tener más oportunidades de contemplar la belleza... Pero, satisfacer alguno de sus antojos sí lo pueden lograr; y me parece una mezquindad vituperarlos por eso. 

sábado, 18 de febrero de 2017

Una mujer ejemplar


A mí, lo que de verdad me acogota y me oprime son las convenciones. Me preocupa lo que la gente piense y tengo miedo de perder mi estatus.
Me crié asistiendo a misa los domingos y las fiestas de guardar; pero también crecí leyendo a García Lorca, Graham Greene, Nabokov, Fitzgerald, Oscar Wilde, Tennessee Williams, Françoise Sagan...
Gracias a mis padres y a la carrera elegida, recibí una gran formación humanística; y en aquellos años de oscurantismo, logré que mi espíritu se sintiera libre y se expresara sin cortapisas.
Pero hete aquí que un día me topé con el sentido común, y éste acabó conmigo. La censura que otros habían ejercido sobre mí se transmutó en autocensura; y a ésta no la pude esquivar.
A partir de entonces, me guardé de exponer ideas controvertidas o que pudieran provocar escándalo; y poco a poco me fui convirtiendo en un ser “anodino” y “ejemplar”.
Ahora, cuando escribo, antes de plasmar en el papel mis ocurrencias, las matizo y/o modifico para no significarme. Sería horrible convertirme en maldita.
A veces, me gustaría transformarme en un ente sin circunstancias. Otras, pienso en utilizar seudónimo, pero esto último es enteramente imposible: soy demasiado vanidosa para ocultar mi identidad.

Mereció la pena


Desde hacía un tiempo, tenía la idea de editar un libro. No lo llevaba a cabo porque no tenía ganas de meterme en berenjenales, pero ahora me he decidido y me hace mucha ilusión.
Mi libro va a contener los escritos que he ido publicando en este espacio; varios relatos inéditos; y algunas de las cartas que me han publicado los periódicos.
Se titulará “Mereció la pena”  porque el tiempo que gasté en escribirlo lo doy por bien empleado; y estará dedicado a mi abuela Nieves y a mi tía Amalia.
Los 200 ejemplares de la tirada me tienen que bastar para regalar una reproducción a cada uno de mis familiares y amigos; guardar un pequeño retén en casa; y entregar los 4 preceptivos del depósito legal.
El saber que estos últimos van a estar en cuatro bibliotecas excita mi imaginación: ¿quién sabe  si las generaciones venideras lo descubrirán y tendrán constancia de que he vivido?