Esta noche he tenido una pesadilla con final feliz. He soñado que me trasplantaban en un pueblo suizo donde sólo se hablaba un dialecto del alemán y en el que la temperatura (en invierno) rara vez subía por encima de los 0ºC. El tiempo en el que transcurría mi sueño era pretérito porque en él no existía Internet; las emisoras que se sintonizaban eran locales y en habla dialectal; y apenas llegaba un periódico.
Los primeros días de mi estancia allí me dediqué a leer, escribir y pasear por el campo; y todo parecía perfecto. Pero como por culpa del idioma no podía relacionarme con nadie; y por falta de medios que me informaran no estaba al tanto de la actualidad, pronto empecé a sentir los estragos del aislamiento.
Añoraba todo lo relativo al mediterráneo: lenguas, clima, dieta... Y comencé a anhelarlo de una manera loca. El lugar, que tan idílico me pareció al principio, se convirtió en un inhóspito agujero en el que no podía respirar; y, al final, me pasaba el tiempo contando los días que me faltaban para volver...
Suerte que en uno de mis paseos conocí a un suizo muy interesante que había estudiado en la Universidad de Salamanca y entablé amistad con él. A su lado aprendí el dialecto y las costumbres locales; y, a partir de ahí, todo fue más llevadero.