sábado, 19 de diciembre de 2020

UNOS RENGLONES MUY LOCOS

 Mientras le quito la piel a un kiwi y me lo como, me acuerdo de cuando Tony Leblanc hizo lo mismo con una manzana en un programa de televisión. Tengo en la mente que fue una actuación genial... Debió de suceder en la década de los setenta del siglo pasado; probablemente en la segunda mitad.

Se me ocurre que yo podría describir el proceso de mondar una naranja; una operación con pocas fases porque soy capaz de quitarle la monda de una tacada. Aunque en esta habilidad siempre me ha ganado un muchacho del pueblo que se llama Damasceno. ¡Él sí que es un artista! Se saca del bolsillo una navaja cabritera que heredó de un abuelo matarife y en un plis plas convierte la corteza de la fruta en la más bella serpentina. Y después, para completar el espectáculo, desenrolla la tira de  piel y se la cuelga de una oreja. ¡Qué grande es mi amigo! Como es coplero, a veces me canta “Tatuaje” de una manera tan sentida que me hace llorar de la emoción. 

CANISIA Y EL ESPALDAR DE UNA SILLA

 Una vez, de pequeña, intenté pasar la cabeza por entre los maderos horizontales del respaldo de una silla. La niñera que me cuidaba, cuando advirtió mis intenciones, me dijo que no lo volviera a hacer y redobló la vigilancia; pero como yo era muy obstinada lo procuré de nuevo...

Fue un mediodía en el que todos los moradores de la casa andaban trastornados porque había veintidós frailes convidados a comer. Un momento en el que por tal motivo todo funcionaba fuera de su estado natural y nadie reparaba en mí; la ocasión que aproveché para concluir mi experimento...

Viéndome sola delante de aquel espaldar que me atraía de manera irresistible, hice una extraña torsión con el cuello y mi testa atravesó sus barrotes. Lo malo es que luego no la pude desatravesar y acabé dando el espectáculo: a mis lloros y gritos acudieron religiosos y seglares y aquello fue un pandemonio...

DE SILLAS Y POSADERAS

 Aquella silla colocada en la cocina conocía las asentaderas de toda la gente del pueblo. Es evidente que los que más se acomodaban en ella eran los moradores del casón; pero a lo largo del tiempo, creaturas de toda clase y condición iban apoyando sus glúteos en el asiento de enea. Personas sencillas, linajudas, menestrales, señoritingos sin oficio ni beneficio, clérigos, maestros, guardiaciviles...

Fuera cual fuera el tamaño de las nalgas colocadas sobre la espadaña, la poltrona procuraba no quejarse. ¡Y mira que a veces le costaba reprimir un crujido! Sobre todo cuando se trataba del gordinflas de Silvestre (el desparrame de sus posaderas cuando se sentaba era tal que lograr mantener la estabilidad en esas condiciones era casi un milagro)... Pero la silla no chistaba: apretaba sus junturas y a aguantar. Todo antes que la hicieran pedazos y la utilizaran como leña.

Y también había culos que ni fu ni fa; y culines que de tan pequeños le provocaban cosquillas. Traseros sin apenas carne a los que había que ponerles un cojín para que sus dueños no tuvieran la sensación de que se les clavaba la anea. Y a esta especie pertenecía el de la lagarta Guadalupe; una mujer muy flaca que si te tocaba te producía repelús de lo requetefría que estaba.

HACERSE EL SUECO

 ¿Quién no se ha hecho el sueco alguna vez? Para aquellos a los que nos horroriza inmiscuirnos en asuntos ajenos, fingir que no nos enteramos de extrañas disensiones es la mejor manera de obviarlas y de no tomar parte en ellas.

El inconveniente surge cuando algún listo o bienintencionado (que de todo hay en la viña del Señor) cree que somos tontos auténticos y se empeña en explicarnos lo que de sobra entendemos.

Y con este microrrelato me estoy refiriendo a algo que viví hace una eternidad.

LOS RECUERDOS DE EDUVIGIS

 Me gustaría saber qué clase de veneno lleva dentro la palabra educación que tanto rencor provoca. Conocer por qué esta voz despierta y remueve resentimientos arraigados a tal punto que consigue descolocar. Descubrir el motivo de que sólo la pronunciación de este vocablo pueda enemistar para siempre a los mejores amigos...

Y todo esto lo cuento porque hace diecisiete años, cuando discutía con un compañero, se me ocurrió aducir la diferente educación que habíamos recibido como causa que explicaría nuestra distinta manera de pensar... Entonces me hizo la cruz y raya y así seguimos.

OPINIONES DE UNA COJA

 Nunca he soportado los toqueteos en público; ni como actora ni como observadora. Las muestras de cariño (y mucho más las de pasión) a la vista de todos siempre me han parecido obscenas, ofensivas al pudor... 

Me he mostrado con tanta circunspección y he sido tan estricta en no sacar de la intimidad nada de lo que a ella le perteneciera que, cuando noviaba, mi prometido y yo más parecíamos una pareja de guardiaciviles que de enamorados.

Tampoco he ido jamás asida de la mano; ni de bracete... y eso a pesar de que soy un poco coja y de que tal práctica hubiera mejorado mi andar.

De lo que no me he privado en ningún tiempo y lugar es de esa caricia que consiste en que te rocen un instante la cintura...

LA MOSCA Y YO

 Yo de pequeña era muy leída y escribida; pero como también era muy dada al fantaseo, cuando me tragué la mosca lo pasé fatal. Esto debió de ocurrir por los años de 1961, poco después de que en el cine del pueblo echaran la película “Un rayo de luz”, de Marisol.

Supongo que sucedió por entonces porque no me podía quitar de la cabeza la canción “Corre, corre caballito” del mencionado filme; y esto explicaría por qué el insecto atravesó mi garganta en el momento en que gorgoriteaba dicha melodía.

En condiciones normales, la ingestión de un díptero tan repulsivo sólo me hubiera provocado asco e insatisfacción, ya que sabía como estaba constituido el cuerpo humano. Pero había salido a pasear en bicicleta con mi amiga Presentación y ella me dio la tarde. Bastó con que asegurara que a una prima suya le habían descubierto colgando de una costilla una pulsera que había engullido, para que yo comenzara a sentir el bicho revoloteando por todo mi interior. 

ERUDITOS A LA VIOLETA

 De vez en cuando, los auténticos eruditos en conciertos barrocos clamaban contra los advenedizos; y de un modo concreto dirigían sus dardos hacia Ramiro Cok, un influyente con muchos seguidores empeñado en adquirir la condición de intelectual.

En artículos de prensa deslizaban comentarios donde lo acusaban de estar pergeñando estudios sobre el mencionado estilo musical sin ningún rigor científico. Obras que carecían de la precisión y objetividad exigibles en una investigación de calidad; tratados seudocientíficos que estaban contaminando los conocimientos sobre el tema...

A lo que el susodicho, a través del altavoz que le proporcionaba La Red, les respondía tachándolos de excluyentes; de querer negar la posibilidad de acceder a la cultura a los demás. De haberse convertido en ratones de biblioteca sin ninguna capacidad de divulgación; de realizar un trabajo estéril; de ser la parte inútil del saber...

Y así, enviándose comentarios intencionados, siguieron uno y otros por largo tiempo.

EL APETITO MALSANO DE UNA TELEFONISTA-1970

 Sí, soy una cotilla. Mas me gustaría añadir que esta avidez por enterarme de los secretos de los demás no es un vicio, sino una enfermedad. Una pasión que no puedo reprimir y que me condiciona. Es cierto que antes de trabajar de telefonista ya mostraba propensión al chismorreo; pero es que desde que soy la encargada de la centralita del pueblo no puedo parar. A través de las líneas me llega lo oculto y mi morbo no deja de crecer...

Como sé que no debo escuchar las conversaciones de los abonados, procuro obrar con la máxima astucia, aunque esta mañana he tenido un desliz que me puede costar caro. Ha sido cuando Paca Nifú le estaba contando a Pepa Nifá las virtudes de no sé qué artilugio que se había comprado en París; y a mí, que soy una puritana, se me ha escapado una recriminación adjetival que las ha anonadado por completo.

¡Veremos cómo queda todo!

AURORA Y EL PENDIENTE NONISÍN

 Me gustaría escribir una historia para niños que se titulara “Aurora y el pendiente Nonisín”. Un cuento con ilustraciones que también haría yo y que, como su nombre indica, trataría de la amistad entre la pequeña Aurora y un zarcillo gigante. Un arete que había adquirido un tamaño descomunal a causa de un chorretón de perfume que le alcanzó de lleno cuando colgaba de la perilla de la oreja izquierda de una marquesa.

Pero el problema es que no sé cómo contarle a un crío semejante fantasía. He pasado muchos años sin relacionarme con estos seres diminutos, y las palabras que utilizaba para comunicarme con ellos se han ido de mi memoria. En la actualidad, el mundo que habitan es un arcano para mí, siéndome imposible llegar a alcanzarlo.

LA CAÍDA DE GRAVES

 En las situaciones rocambolescas me crezco. La amenaza del ridículo, lejos de amedrentarme, me estimula el ingenio y me añade un plus de atrevimiento que me ayuda a salir airosa del apuro. ¡Y cuidado que me he visto en conflictos de difícil resolución! No sé si se debe a mi desmaña o ha sido la casualidad, pero me he encontrado en circunstancias en las que podría haberme muerto de vergüenza... Mas  siempre he conseguido resultar aguda.

Una vez, en unos grandes almacenes, resbalé y fui a dar en el suelo. En medio del gentío, el porrazo de una mujer metida en carnes como yo debió de parecer un espectáculo tragicómico. Pues bien, en lugar de sentirme vencida por la humillación, me levanté con el garbo que pude; y a continuación, con voz alta y clara, les anuncié que acababan de presenciar la caída de graves. Ante mi comunicación, la mayoría quedó desconcertada; pero los que sabían de física comenzaron a aplaudir.

COLOQUIOS AMOROSOS

 Las conversaciones telefónicas entre Equis y Ye eran de lo más representativas en cuanto a informar de por dónde llevaban el tajo. Al comienzo de su relación, por ejemplo, aturdidos aún por el impacto de la flecha de cupido y con escasa conocencia recíproca, se hablaban a trompicones. Las palabras atropelladas y los silencios se interrumpían unos a otros, y todo en la charla resultaba poético e idealizado.

Después, y según iban avanzando en el reconocimiento mutuo, las pláticas a distancia se fueron trufando de carantoñas, zalamerías, sobrentendidos y toda clase de supinas tontedades inspiradas por los primeros descubrimientos... Y finalmente, en el siguiente estadio, Equis y Ye se valieron de las inflexiones de la voz para expresarse los más recónditos secretos. Vocablos quebrados que sólo ellos conocían y que les permitían adivinar y formular el deseo.

DESDE AQUESTA ESPECIE DE BAMBOLLA

 En aquesta especie de bambolla en la que vivo desde que empezó la pandemia y en relación con mi actividad creadora, tengo miedo a volverme repetitiva. A que mis historias dejen de sorprender y empiecen a resultar archisabidas. Pavor a no ser capaz de escribir algo novedoso y que, por centrarme demasiadas veces en el pasado, mis renglones parezcan rancios. Temo confundir la originalidad con la extravagancia y, en   mi sempiterno deseo de epatar, perderme en el terreno del absurdo. Me horroriza pensar que mis escasos lectores no puedan distinguir mi relato de hoy del que publiqué ayer o del que expondré mañana...

Y es que la burbuja en la que vivo me salvaguarda de la Covid, pero me tiene confundida, amedrentada y triste. Me impide interaccionar y me obliga a pensar cada vez con menos referencias. Necesito pincharla pronto; salir y andar por el mundo sin cortapisas. Dejar atrás este  hermético lugar que me aísla del exterior y donde sólo me relaciono con unos pocos...

miércoles, 18 de noviembre de 2020

EL PORQUÉ DEL CRIMEN DE BASILISA

 A las siete de la mañana, Basilisa cogió el tren. Portaba como equipaje una maleta y lo que en ese momento era su bien más preciado: una revista de papel cuché que contenía el reportaje gráfico de la boda de la duquesa de Tal con el marqués de Paracual. Un acontecimiento social de mucho postín que la susodicha estaba ansiosa por ver.

Cuando entró en el vagón y mientras se acomodaba, el viajero de enfrente le pidió la publicación; y, como la pilló desprevenida, no supo reaccionar y se la dejó...

Contrariada por lo que acababa de hacer, la visión de los dedos gordezuelos del frescales toqueteando su magacín no hicieron sino acrecentar su ira. Esos apéndices grasosos y con las uñas negras están mancillando mi tesoro, se dijo. Y su odio llegó al paroxismo cuando el pedigüeño, para facilitar el paso de las hojas del semanario, se acercó las yemas a la boca y procedió a ensalivarlas...  

EL ENTUSIASMO JUVENIL

 El mejor calorífero que existe es el entusiasmo; y más aún el juvenil. En esa edad, la fogosidad del ánimo puede llegar a quemar aunque el termómetro registre una temperatura de cero grados.

Lo sé porque una vez mis amigos y yo celebramos una fiesta de Nochevieja en una casona deshabitada que no tenía calefacción; y, a pesar de que en la calle hacía un frío helador, no acabamos convertidos en estatuas arrecidas.

Mi menda acudió al jolgorio con un vestido estilo jipi, botas y una cinta de rafia que me habían traído de París sujetándome la melena. Recuerdo que al llegar, cuando me despojé del maxiabrigo, tuve una especie de repeluzno; mas enseguida empecé a sentir calor... Fue en el instante en que sonaba “Una lacrima sul viso” en el picú y Abdías, el chico que me gustaba, me sacó a bailar. Con un gran parecido a Bobby Solo, pero más guapo si cabe, acercó su boca a mi oreja y, apenas rozándola, me susurró:

“Da una lacrima sul viso

ho capito molte cose...” 

¡Madre mía! ¡Todavía me estremezco al recordarlo!


ADELELMA SE SINCERA

 Mi primer cosmético fue una sombra de ojos. Era de color añil; y recuerdo que venía en el interior de un estuche blanco junto con un difumino.

Al principio, como carecía del arte de aplicarme este producto, lo que lucía en los párpados eran dos manchurrones azules con algún que otro grumo; pero después fui cogiendo destreza hasta lograr que me saliera un esfumado perfecto.

Al cabo de unos meses, pareciéndome insuficiente el simple toque índigo encima de los ojos, empecé a utilizar el rímel como nuevo producto de embellecimiento; y luego vino el kohl...

La cuestión es que la falta de naturalidad me atraía igual que un imán y que emprendí una disparatada carrera hacia la afectación más absoluta. La línea de kohl que ennegrecía por arriba mis luceros se fue haciendo más y más larga; y, buscando la extrema sofisticación, comencé a dibujar arabescos con ella en mis sienes, frente y mejillas. Incluso había adornos que hacía llegar hasta detrás de las orejas... 

Ahora, he alcanzado un punto en el que mi cara le parece una máscara a cualquiera y, sin embargo, así es como yo me reconozco y acepto. Es horrible: no puedo prescindir de los potingues y volver a la normalidad...

¡A HACER PUÑETAS!

 Si hay una canción que me levanta el ánimo, ésa es “I Will Survive”. Cuando la oigo, siento que sus notas se desparraman por mi interior provocándome un gran efecto euforizante. Experimento la sensación de estar en el interior de una discoteca; con las luces de colores emitiendo destellos, las bolas plateadas girando sin parar y el mundo de afuera detenido.

Y entrar en semejante estado psicodélico es lo que he necesitado esta mañana, en el tiempo en que un experto estaba hablando en la radio sobre la situación económica del país. Sus vaticinios eran tan terroríficos que, ante la posibilidad de caer en el más completo abatimiento, he optado por mandarlos a él y al programa a hacer puñetas, poner el disco de Gloria Gaynor y lanzarme a bailar.

LO QUE EL ÉXITO ESCONDE

 Hoy he conocido a un hombre que anteriormente fue yoqui; después fotógrafo; y que en la actualidad se dedica a cultivar calabacines y berenjenas en su huerto.

Cuando le he dicho que mi pasión era escribir microrrelatos, ha querido saber que si con alguno había conseguido obtener la admiración de los demás; y, al responderle que el entusiasmo que despertaban mis historias era escaso tirando a nulo, me ha aconsejado que no ceje en el empeño todavía; que lo intente un poco más.

Desinhibidos con el vermú que nos estábamos tomando, nos hemos dejado llevar. Yo he permitido que aflorara la amargura que tengo por mi fracaso; y él me ha contado que tener éxito le perjudicó. Que verse reconocido como artista por el retrato que le hizo al conde de ... satisfizo su ego momentáneamente; pero que después, y como fueron tantos los aplausos, el miedo a defraudar a sus fanes lo paralizó y fue incapaz de publicar una fotografía más.  


LOS TROTES DE LEOPOLDINA FARALLÓN

 Con los años he perdido impulsividad, presteza... Antes, cuando ocurría algo que me concerniera, ya fuera en Albacete o en la Conchinchina, me dejaba llevar por la impresión y sin pensarlo emprendía viaje. Pero ahora, por muy tremendo que sea el sucedido y/o por mucho que me ataña, lo primero que hago al enterarme es reflexionar. Ver cuáles son mis posibilidades y calibrar los riesgos del traslado. Y si decido no ponerme en camino las más de las veces, no lo hago porque me haya vuelto tibia o comodona, sino porque las facultades menguan y una no está para andar en muchos trotes. 

DE GOLONDRINAS Y VENCEJOS

 ¡Mira que los humanos somos puñeteros! Basta con que nos prohíban hacer algo para que ejecutar eso que nos vedan se convierta en nuestra mayor obsesión. Es lo que le ocurrió a Eva en el Paraíso, y lo que nos sucede a diario a todos los mortales allá donde nos encontremos.

A mí, por ejemplo, ha sido suficiente con que no se pueda salir de Cataluña por el cierre perimetral para que me hayan entrado unas ganas enormes de hacerlo. Un anhelo vehemente de traspasar los confines de la Comunidad e irme a mi pueblo. Y este deseo es tan grande que mi felicidad parece supeditada a conseguirlo.

Añoro mi parra. Me la imagino desnuda y nudosa en medio del patio, esperando la primavera para volver a brotar. Y me pregunto a qué lugar habrán emigrado las golondrinas y vencejos que había en verano; cómo seguirán los gatos que andaban por encima de los muros y tejados a la caza de algo para comer; cuándo el sol se empezará a dibujar en las paredes...


LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ

 Me encanta Raphael. Su voz me parece prodigiosa; y verlo actuar es un disfrute porque se presenta como un artista completo. Tengo grabados algunos de sus conciertos transmitidos por televisión; y fue precisamente ayer, buscando una de estas cintas, cuando encontré algo de lo que quiero hablar.

Se trata de un video o vídeo, pues de las dos maneras se dice, en el que aparezco yo treinta años atrás. Unas imágenes en las que se me ve saliendo de una iglesia al acabamiento de la misa mayor. La representación de como fui en el pasado que, comparándola con mi aspecto actual, me permite apreciar lo que el tiempo me quitó.

Observándome andar hacia la cámara advierto que, aunque quizá siga pesando lo mismo, los kilos no continúan distribuidos de la misma manera; y me fijo en las cualidades que antaño resplandecían en mi persona y que ahora ya no están: abundante cabellera, tersura, garbo, cintura... 

Pero no me puedo quejar. A cambio de las gracias perdidas tengo canas, pelo ralo, arrugas, semblante de persona desabrida... ¿Para qué quiero más?


¡TENGO MIEDO!

 He tecleado tu nombre en el ordenador y ha aparecido en la pantalla la imagen de un hombre orondo y satisfecho. No puedo creer que seas tú: estás irreconocible.

Me he llevado un chasco porque esperaba encontrar al tipo ascético del que me enamoré, para contarle que me estoy quedando sin fantasía. Que la maldita pandemia me está desorientando, y muchas veces me extravío cuando intento llegar al reino donde moran las ilusiones.

Si tu semblante me hubiera parecido menos mundano y más espiritual, te hubiera manifestado que en los momentos en los que me siento perdida me aterra la posibilidad de no hallar el camino de retorno. De quedarme para siempre con un pensamiento prosaico y no poder volver a percibir la magia que tienen las cosas.

En mi afán por no errar el rumbo de la felicidad me pongo cada día retos más difíciles. Con decirte que hasta me he propuesto escribir un relato erótico... ¡Imagínate lo que puede salir del lápiz de una puritana como yo! Lo que sí tendré en cuenta en el instante en que lo haga será lo que me dijiste acerca de la pasión: que no había nada que la avivase más que la ausencia de adorno.



DE JIPIS Y CEMENTERIOS

 En estos días previos a Todos los fieles difuntos, lo que procede es retrotraerse a los tiempos del catapum y hablar de castañas, moniatos y cementerios. 

En mi pueblo, estos frutos y tubérculos los asábamos en la lumbre; y, aunque yo nunca los comía porque no me gustaban, asistía entusiasmada a la ceremonia que se llevaba a cabo en el lar. También recuerdo a unos jipis que vestían de manera estrafalaria y que, por estas fechas, regalaban pilongas y flores de papel.

En lo que atañe al cementerio diré que se encontraba al final de un camino descendente. Y este dato convenía no olvidarlo porque, cuando un anciano manifestaba que tenía ganas de irse para abajo, en realidad no estaba exponiendo su deseo de morirse en un sentido bíblico (polvo eres y en polvo te convertirás), sino que lo que estaba declarando era que quería marcharse con sus amigos que lo esperaban en ese bajo lugar.


UN POCO DE ROCANROL

 Publicar microrrelatos en Internet es tan excitante como fundirte con la música cuando bailas rocanrol. En ambos casos experimentas un subidón de adrenalina que se traduce en un estado de euforia imposible de cuantificar; pero lo que diferencia a una y otra actividad es que la primera es adictiva y la segunda no. 

Aparecer en La Red como escritor crea dependencia; porque salir de ese magma engullidor que se llama anonimato tiene tal efecto sobre el ávido ego que, en cuanto uno lo prueba, necesita repetir. Siente un impulso irresistible que le induce a exponer y exponer escritos para seguir siendo el centro de atención y que el interés y la curiosidad hacia su obra no decaigan.

Lo malo es cuando el enganche es total y la calidad y el prestigio del autor se ven supeditados a la precisión absoluta de figurar en el escaparate.


EL SÉPTIMO CIELO

 Cuando una llega al séptimo cielo, la realidad circundante deja de existir. Los sentidos cesan de dar la tabarra con lo que ven o lo que oyen; y tú, suspendida en el éter y ajena a las pejigueras cotidianas, te puedes centrar en lo que realmente te gusta. 

Para alcanzar este estado tan placentero yo siempre me valgo de la música. Y lo mismo me da que mi transportador sea Plácido Domingo interpretando “Tosca”; Stevie Wonder con su “Isn´t she lovely”; o Moncho entonando con mucha melodía “Historia de un amor”... Lo único que necesito es que haya una superficie completamente plana donde pueda tumbarme y que las notas se esparzan por la habitación a no mucho volumen.

En plena ensoñación estaba yo hace un momento cuando mi amigo Jeremías me ha llamado por teléfono; y todo para decirme que esta noche había que retrasar las agujas del reloj porque entrábamos en el horario de invierno. Noticia que ya conocía y por la que he tenido que abandonar mi fantasía. ¡Qué inoportuno! ¡Con lo bien que me lo estaba pasando en el sarao con el que los amigos del Post estábamos celebrando el final de la pandemia! Fiesta en la había mucho baile y champán, y a la que todos habíamos acudido vestidos de gala... 


LA DESFACEDORA DE ENSUEÑOS

 El coco de mi infancia fue una niña malvada y fea que se llamaba Rosabel. Una  creatura que estaba entre los chiquillos con los que jugaba y por la que llegué a sentir auténtica repulsión.

Era alguien a quien le debieron quitar la ilusión a destiempo y de una forma abrupta; y que, por ese motivo, decidió ir arrancándosela a los demás con la misma violencia.

Me vi expulsada del Paraíso una tarde en la que ambas estábamos sentadas en un poyo y me contó la verdad acerca de los Reyes Magos y de las cigüeñas que venían de París. 

Confieso que el desengaño fue infinitamente mayor en lo que se refiere a la primera revelación que a la segunda; porque, en aquellos momentos, todo lo que rodeaba al nacimiento de los bebés era un arcano al que le había prestado poca atención. Aunque sí recuerdo que, para hacer más visible su descubrimiento, la torcida Rosabel empleó unas palabras tan soeces que todo lo que estaba contando parecía bajo y despreciable.

Cuando desficieron mi ensueño, el ánimo se me trastocó; y, súbitamente, el mundo se me apareció de otra manera. Las magnitudes se hicieron perceptibles y empecé a notar el peso, la temperatura, el dolor...


jueves, 22 de octubre de 2020

EL PRIMER DÍA DE CLASE DE DOÑA CANUTA

 Me gustaría ser profesora de Literatura. Enseñar a los alumnos a amar la palabra escrita; y, según la disposición que tuvieran, iniciarlos en el arte de componer.

Como todos mis discípulos estarían obligados a darme la calificación que se merece el cargo de maestra, para ellos sería doña Canuta y me tratarían de usted.

El primer día de clase pondría un disco de Camarón; y, con su voz prodigiosa extendiéndose por el aula, me dirigiría al grupo en lo que sería una especie de lección magistral: 

“Escribir es mi pasión; y en el ejercicio de esta actividad me gusta experimentar, diferir de lo comúnmente aceptado e innovar. Esta preferencia por lo distinto no se debe a que me sienta subestimada y pretenda llamar la atención, sino a la necesidad de retarme; de demostrarme que soy capaz de alcanzar objetivos cada vez más difíciles y alejados de lo ordinario que me acercan a esa excelencia a la que ansío llegar. 

Para mí,  pergeñar microrrelatos es como andar por andurriales con zapatos de tacón. Tratar de evitar las frases manidas y las locuciones que tan expresivos los hacen y en tan sumo grado los empobrecen, y escoger entre las voces más bellas que guardo en mi magín. Y siempre sobriedad, sobriedad, sobriedad...” 

¡NOS OYEN!

 Pensad que soy una ida; una majareta; una lunática... O, si lo preferís, creed que son los vocablos “babieca”, “mentecata” o “majadera” los que mejor me definen. Opinad, si así os place , que quizá me sucede con respecto a la Internet lo que a los catetos de antaño en relación con la máquina de vapor, el automóvil o las aeronaves; que los consideraban artefactos diabólicos capaces de apoderarse de la humanidad.

Juzgadme como queráis, pero yo os digo que los móviles nos escuchan. Y si os estáis riendo después de percibir mi aseveración, o moviendo la cabeza de un lado a otro con pena, o dudáis; explicadme, por favor, a qué se debe lo que me ha sucedido, que de ninguna manera acepto como una coincidencia.  

Ayer por la tarde estuve perorando acerca de las virtudes de la combinación; esa prenda que antiguamente se llevaba debajo del vestido y que tanto aire le daba a éste. Pues bien: esta mañana, en un teléfono celular que había estado encima de una mesa mientras yo discurseaba, han aparecido multitud de anuncios de enaguas; y, lo que es más inquietante, haciendo hincapié en las formas y colores que yo había señalado como mis preferidos.

CON EL SOLECICO EN TODO LO ALTO

 Mi amiga Prepedigna está triste, alicaída, muy desmadejá... Como todas las actividades a las que se dedicaba antes de la pandemia han sido suspendidas y las relaciones sociales restringidas al mínimo, cada día que pasa se siente más aislada y le abruma la soledad. 

Para hacerle más llevaderas las jornadas, algunos mediodías me acerco a su casa a verla; y, aprovechando que el solecico está en todo lo alto, salimos a pasear. Luego, cuando volvemos, mientras ella sirve el guiso yo avío la ensalada; y después del postre, nos trasladamos al sofá y vemos una película.

Por ser ambas fanes de Almodóvar, ahora estamos reviendo sus filmes. No vamos en orden, sino según cuáles sean nuestras apetencias en el momento de elegir. La semana pasada le tocó el turno a “Volver”; en mi siguiente visita fue “Tacones lejanos”; y anteayer disfrutamos de “Los abrazos rotos”.

Prepedigna dice que a quienes la  COVID les está arrebatando  el tiempo con mayor crueldad es a nosotros los mayores; que, por tener los días contados, no vamos a poder recuperarlos jamás.   

EN EL ESPEJO DE MI CASA

 

El desajuste

A veces me he probado una prenda de ropa en la tienda y me he encontrado divina; y después, cuando me he visto con ella puesta en el espejo de mi casa, he pensado que me sentaba fatal.

Era como si la imagen esbelta y sofisticada que había aparecido reflejada en la luna de la boutique se hubiera quedado prendida en su azogue; y una figura ordinaria y sin pizca de glamur hubiera venido a ocupar su lugar en la lámina brillante de mi alcoba.

Buscando el porqué

Al preguntarme sobre cuál podía ser la causa de semejante desajuste, me venían a la cabeza los espejos trucados de las barracas de feria y sus reflejos distorsionados como posible explicación. También me decía que la diferente iluminación del atelier y de mi dormitorio podía tener algo que ver; y que tampoco era lo mismo estar acompañada por el frufrú del probador del taller que por los ruidos domésticos de mi hogar.

Mi determinación

En estas ocasiones en las que me veo horrible con la ropa que me acabo de comprar, no la devuelvo. Me contrarío porque no la voy a poder estrenar, pero no me desaliento. Pienso que el tiempo para que la pueda lucir está por llegar, y que lo que tengo que hacer es guardarla en el armario.

Y así, por ejemplo, este otoño he desempolvado una gabardina que adquirí hace un montón de años en Alicante. Un impermeable que nunca me pude poner porque, nada más salir de la tienda, encontré que me daba apariencia de abuela. Un ropaje que en estos días de mi vida me sienta a la perfección.



LA INTIMIDAD DE FLOR EN MANOS DE UNA CORREVEIDILE

 El Marramao - 1960

Flor pasó de tener fama de virtuosa a ser el hazmerreír de su pueblo; de poseer una techumbre de respetabilidad bajo la que cobijarse a quedar a la intemperie...

Y todo porque, cuando fue a contarle sus pecados al sacerdote, no advirtió que al otro lado del confesionario se hallaba la mujer más chismosa del lugar con los oídos avizores.

Creyendo tener sus secretos a salvo, la solterona Flor declaró al confesor que había cometido el pecado solitario; y, cuando éste le pidió que especificase, detalló que cada vez que un viajante de moqueros visitaba su pañolería, después, en la oscuridad de la noche, ella entraba en un estado psicodélico difícil de fijar con claridad.

A través de la celosía añadió que, aunque el protagonista de sus tórridos sueños se llamaba Paco, le decía “Merculino” porque era el miércoles el día en que aparecía por su tienda; y que el Varón Dandy que utilizaba el susodicho la excitaba sobremanera. Tanto, que le bastaba destapar el frasco de la fragancia del mismo nombre que ella había comprado subrepticiamente para enardecerse y dejarse llevar. 

Y mientras estas palabras pasaban de un lado a otro del enrejado de madera, la repugnante correveidile que estaba escuchando cerca pasó del pasmo al regocijo, y de éste a la prisa por contarlo.  

EL ESTRIPTÍS DE ERNESTINA - UN CANTO A LA INTIMIDAD

 Necesito desnudarme por dentro. Hacer un estriptís mental en forma de libro; e ir descubriendo en sus páginas mi verdadera personalidad.

Los sinsabores que fatigan mi ánimo me piden con ahínco que lo haga. Arguyen que llevarlos al papel es la mejor manera de desembarazarme de ellos para así poder crecer; y los gozos, que también los hay, me alientan y están ansiosos de figurar.

El inconveniente es que no sé por dónde empezar; y que tampoco estoy segura de que el desnudamiento lo pueda ejecutar con arte. Tengo miedo; porque cuando se trata de ir dejando a la vista lo que normalmente está tapado, la línea que separa lo sublime de lo obsceno es finísima y muy fácil de traspasar.

Además tendría que convencer a mi otro yo y eso es imposible. A esa parte de mí que siempre se impone, y que considera que es preferible morir (en sentido figurado) a exponer la intimidad.  

EL DESAHOGO DE UNA BAILONGA

 Desde que cerraron el salón de baile “El perfume almizcleño” a causa de la pandemia, estoy sin alicientes. Antes me pasaba toda la semana esperando que llegara el sábado para acudir a dicho lugar. En cambio ahora, con la única alternativa de quedarme en casa viendo la televisión, empiezo a preguntarme si mi vida tiene sentido.

Gente cercana me aconseja que, para aliviar la aflicción, ponga música y me mueva a su compás por el pasillo de mi casa. Pero ¡qué saben ellos si no son bailongos! ¿Cómo explicarles ese estado de extrema excitación en el que entra un apasionado del baile cuando se encuentra en medio de la pista?

Los vestidos que lucía para marcarme un tango o un swing permanecen mustios en el ropero; y al kohl y al pintalabios hace meses que no les he quitado el capuchón...

Los potingues contra las arrugas me los sigo poniendo porque las muy p.... avanzan imparables y me tengo que defender.

¿Cuándo acabará esta pesadilla?

LO PROPIO DE CADA EDAD

 Baltasar decía que cada edad tiene lo propio; y que lo ideal era poder vivir eso que es propio de cada edad en el momento adecuado y con mucha intensidad.

Aunque lo hacía extensivo a todo, en este caso aludía a las personas que, por ennoviarse muy pronto, dejaban de experimentar las virtudes del ligue intrascendente en la primera juventud. Y de un modo concreto se refería a esos compañeros de facultad que, por estar prometidos, nunca entraban en el juego amoroso del coqueteo, el flirteo, el tonteo... o como quiera llamarse.

En fin: que según Baltasar, los que ya pensaban en casarse no sabían lo que se perdían no asistiendo a nuestras maravillosas fiestas y guateques.

También opinaba mi compañero de clase que muchas mujeres no vestían con arreglo a sus años. Y en este punto, él, que estudiaba lo mismo que yo pero soñaba con ser modisto, me aseguraba que en el futuro abriría un taller en Barcelona. Un atelier que se llamaría “El sumun de la elegancia”; y desde el cual marcaría tendencias y daría consejos sobre cómo vestir bien. 

martes, 6 de octubre de 2020

EL DESALIÑO INDUMENTARIO

 Necesito recoser los botones de una americana. Ajustar y unir fuertemente con hilo catorce piezas doradas; porque si no las fijo, acabarán desprendiéndose de la tela y se caerán.

Con la botonadura en este estado no tendría que ponerme la chaqueta, pero sí lo hago porque es una prenda muy chic y apropiada para este tiempo.  

Cuando por la noche estoy en la cama, pienso que con los botones desencajados ofrezco un aspecto desaliñado y me entra preocupación. Me digo que si en algún tiempo una necesita ir pulcra y atildada es a mi edad; y que no debería serme indiferente ir o no bien arreglada...

Entonces se apodera de mí la prisa y, si no fuera porque no hay luz, me levantaría y empezaría a dar puntadas. Pero todo se queda en un amago porque al día siguiente, cuando el sol resplandece en todo lo alto, soy incapaz de sacar los utensilios de  costura y de empezar la labor. Y es que me parece una tarea tan poco atrayente... ¡Y además tendría que repetir el remate catorce veces!

Ayer por la mañana en la pescadería, al ver a mi vecino Demetrio comprando dos pescadillas, se me ocurrió una idea que no me atreví a exponerle por miedo a que me tachara de excéntrica. Como él tiene que ser muy apañado para el costureo (vive solo y siempre va compuesto), me vino a la cabeza proponerle que, a cambio de que me arreglara el blazer, yo le podía freír los dos peces teleósteos que estaba a punto de llevarse a casa. Pero ya digo, tuve miedo porque solo faltaba que encima de dejada pareciera peculiar.


LA REBELIÓN DE LOS MINDUNDIS

 A mí lo que me gustaría es dejar de ser un don nadie y que mis opiniones fueran tomadas en consideración. Y no hablo de tener mucho predicamento porque no he hecho nada para merecerlo; pero sí desearía que se me prestara atención, y que los demás vieran que mis ideas son tan válidas como las de cualquiera. 

No tengo títulos que me amparen ni soy un demóstenes, que digamos. Mas estoy seguro de que si mi persona empezara a despertar interés, enseguida me soltaría y quizá podría desarrollar algún talento.

Nunca he sido brillante; y, salvo la mala suerte, no recuerdo haber atraído jamás nada ni a nadie. Sí, hipotético lector, es que, para completar mi desventura, encima soy gafe.

Envidio a los hombres que son influyentes y tienen poder. A esos que mantienen legiones de creaturas pendientes de sus palabras, aunque lo que digan sean sandeces.

El otro día, un mindundi como yo llamó don nadie a los que habitan en una atalaya; y, aunque me regodeé imaginando que era cierto, lo tuve que corregir. Don nadie somos nosotros, le dije. Ésos a los que te refieres pueden pecar de envanecidos y morir de presunción; pero cubiertos de la más absoluta irrelevancia estamos nosotros.    


LAS RAZONES DE LOS OTROS

 De todas las cosas que me está trayendo la vejez, la que más me gusta es la serenidad. Con este apaciguamiento del ánimo, incluso estoy viendo el mundo de otra manera.

Y no es que yo fuera antes una persona egocéntrica y autocomplaciente, de esas que se pasan todo el día mirándose el ombligo. ¡Qué va! Pero sí que tenía mucha vehemencia y, ante las respuestas que no me parecían lógicas, cogía grandes enfados y comenzaba a despotricar hasta que llegaba el desenojo.

Ahora por el contrario, con los ardores muy mermados y esta bendita quietud, cuando ocurre algo que me incomoda, no me permito la mínima pesadumbre y directamente me pongo a volar. Y es en este paseo por el aire, con la facultad de comprender muy exacerbada, cuando veo todo y a todos en su justa dimensión.  


AQUEL VERANO QUE PASÉ EN BAQUEIRA

 La canción “Senza fine” me parece muy hermosa. Durante años, cada vez que la oía me entraba una especie de saudade; pero desde que vi “El barco fantasma”, lo que principalmente se me representa en la imaginación al escucharla es la escena del baile de dicha película. 

Mi descubrimiento de este filme (el de la melodía había ocurrido muchos años antes) debió de suceder por los años de 2003, mientras pasaba las vacaciones de verano en el Valle de Arán.

Recuerdo que las frescas temperaturas del lugar habían acrecentado mi vigor hasta límites insospechados (el calor me abotaga), y que me encontraba plena de facultades disfrutando de aquellos días.

Una mañana vi como los ciclistas que luego participarían en las grandes vueltas se entrenaban subiendo el puerto del Portillón con las bicicletas cargadas con pesadas piedras. Y otra, fui a las fiestas de Bossòst y me divertí contemplando a la chiquillería revolcándose en la espuma que expulsaba un cañón...

Un mediodía comí a la orilla del Garona a su paso por Les; y por la noche asistí a un concierto de bandoneón en no recuerdo qué sitio... y también me tomé un helado en Luchon cuando visité la ciudad. 

Y muchas veces me he preguntado cuál sería el destino de aquel hombre enfermo y ateo que conocí cenando en el comedor del hotel; y que, sabiéndose desahuciado, me confesó que pensaba visitar el Santuario de Lourdes como último recurso.


ME GUSTA EL LÁPIZ TANTO COMO EL BOLERO

 I

Encontré el disco en la chamarilería de Nicomedes y enseguida lo reconocí. Estaba debajo de un mapamundi; y al verlo impoluto, pensé que esa cartulina con dos hemisferios dibujados lo había preservado para mí.

En la carátula de aquel elepé aparecía Facundo Cabral; y no necesité mirar el revés, donde venían las canciones, para saber que entre éstas figuraba la que durante una época había sido un himno para mí.

Con el ánimo conmovido y el microsurco entre las manos me dirigí a la trastienda, donde el viejo Nicomedes me sirvió una absenta e hizo que el picú comenzara a girar... Y cuando por la estancia empezaron a esparcirse las primeras palabras del recitado de “No soy de aquí ni soy de allá”, me retrotraje a mi primera juventud. 

II

Tiempo en el que Hispanoamérica me deslumbraba, y tenía mis ojos y mi pensamiento predominantemente allí. Días en los que me empapé de su cultura merced a las novelas que leí; la música que escuché; y los amigos con los que me relacioné...

Estudiantes de aquellos países con los que compartí aulas y establecí grandes amistades. Compañeros que me hicieron vibrar con las historias de sus patrias, y a los que logré emocionar con las narraciones de la mía... Gente que amplió mi visión del mundo y con la que crecí.

Con algunos de ellos, al terminar las clases, nos íbamos a un chamizo a tocar la guitarra y a cantar. Y fue “No soy de aquí ni soy de allá” la melodía que, a fuerza de interpretarla, nos identificó como grupo y nos unió hasta no caber más.

Evidentemente, y como hacía el propio Cabral, nosotros también improvisábamos: 

“Me gusta el lápiz tanto como el bolero,

el swing, la copla y también los sombreros...”


EL PERIÓDICO Y SU COLORÍN

 El periódico 

Leo el periódico cada día; pero dependiendo de como esté el patio, o séase la situación política, lo hago con más o menos avidez.

Cuando lo tengo en las manos, lo primero que miro es la portada y la contraportada; y después, recorro las páginas de Nacional.

Lo que busco en la prensa no es enterarme de las noticias porque éstas ya las conozco por la radio. Lo que espero encontrar en lo escrito es un análisis más detenido de los hechos divulgados, junto con las opiniones de ciertos colaboradores muy corrosivos que me encantan.

A continuación de la información sobre España, visito la sección de Economía y me sumerjo en la columna de un comentarista fenomenal y de nombre extranjero; y posteriormente, paso más deprisa o más despacio (según haya o no noticia bomba) por Internacional y Deportes.

Y al final de todo, como remate, echo un vistazo al mapa del tiempo y a las audiencias de televisión.

El colorín

El colorín del periódico siempre lo dejo para los momentos de relax. O, como diría Blanca, para los instantes de bienestar. Cuando tengo el ánimo predispuesto y puedo disfrutar de artículos que me hablan de la vida sexual de los filósofos; o de toreros que fueron gafes; o de yo qué sé...


WILGEFORTIS Y EL PERIODIQUERO

 Como los domingos no venden periódicos en el lugar que habito, me voy a comprarlos al pueblo de al lado. Este ir tras el diario es una necesidad, ya que tengo el hábito de leerlo cada mañana; y si en alguna ocasión, sea por el motivo que sea, no lo puedo hacer, me encuentro incómoda y con sensación de vacío.

Después de varias visitas semanales al quiosco de la localidad vecina, creo que el periodiquero que lo lleva me pretende. No es algo que pueda asegurar de manera categórica, pero por ciertos detalles que tiene conmigo, y las chiribitas que le hacen los ojos cuando me mira, diría que sí.

El vendedor de periódicos es un hombre alegre y con buen porte (un día mencionó de pasada que cincuenta años atrás había sido míster comarcal). Su conversación es amena y sus modales adecuados para mí. Me gusta su oficio y lo positivo que parece ser. Lo único que deslustra un poco su atractivo es que tiene el pelo muy ralo y de un color desvaído; y que, por como huele, diría que se pone abrótano macho. Pero ¿qué le vamos a hacer? Como dicen al final de la película “Con faldas y a lo loco”, nadie es perfecto.


LA INCAPACIDAD DE NICANORA PARA CONSENSUAR

 I

Nicanora vivía sola y era feliz. Pero hace unos meses, se le metió en la cabeza que necesitaba compañía, y esta idea se acabó convirtiendo en una obsesión.

Como los otoñales que conocía y estaban libres no le gustaban, y tenía prejuicios sobre buscar novio en La Internet, decidió acudir a uno de esos programas cuya finalidad es acabar con la soledad de la gente; y, aunque lo que pretendía no resultó, su paso por televisión fue toda una experiencia.

II

En aquella tarde única se enteró de los entresijos del programa en cuestión, y todo el personal la trató de maravilla. Considerando que de su acicalamiento se encargaron grandes profesionales, la dejaron tan espectacular que parecía una estrella hollywoodiana; y lógicamente, su autoestima se desbordó. Fueron un montón los caballeros que llamaron interesándose por su persona... Definitivamente, su aparición en la pequeña  pantalla fue apoteósica.

III

En los días siguientes, Nicanora contactó con todos los pretendientes de la lista que le dieron; y del interesante plantel, se avino con uno.

Al principio todo fue maravilloso. Emprendieron la relación con mucha ilusión, e iban de sorpresa en sorpresa. Los dos pusieron empeño en que aquello saliera adelante; y el sexo, una vez superada la incomodidad de las primeras horas, también fue excelente, por no decir soberbio. 

El inconveniente que hubo para poder convivir de modo satisfactorio fue que Nicanora no estaba acostumbrada a tener que consensuar; que eso de tener que ponerse de acuerdo con otra persona para tomar cualquier decisión no lo podía soportar; que la sacaba de quicio... 

Y así, lo que podía haber sido una relación duradera acabó en aventura.  


viernes, 11 de septiembre de 2020

¿TE ACUERDAS?

 ¿Te acuerdas de cuando me cantaste “Les feuilles mortes” en aquel antro que encontramos entre Murcia y Orihuela? Fue durante un periplo que hicimos por aquella zona en la primavera de 1970.

El tugurio se llamaba “El cafetín de las almas en pena”; y, según informaba el cartel anunciador, en su interior se daba cobijo y condumio a todo aquel que padeciera de melancolía.

Nosotros no sufríamos ese mal; pero nos fascinó tanto el reclamo y estábamos tan hambrientos, que nos vimos impulsados a entrar pese al aspecto poco recomendable del establecimiento.

En el momento de pedir, el camarero nos aconsejó zarangollo y sangría como el mejor remedio contra los achaques del alma; y al conjunto de las dos cosas lo llamó “quitapesares”.

Después de tomarnos la fritada y el bebercio, me regalaste unos instantes mágicos que se grabaron de un modo indeleble en mi corazón. Te dirigiste a una pequeña tarima donde había un micrófono; y, acompañado por el dueño del garito al piano, entonaste “Les feuilles mortes” cual si fueses Yves Montand. A partir de entonces ésa fue nuestra canción.

Luego nos hospedamos en una fonda que resultó estar regentada por la hermana de un sacerdote; y donde, por no tener Libro de Familia que mostrar, nos vimos obligados a tomar dos habitaciones y a hacer el paripé de retirarnos cada uno a la nuestra... 

UN PINTOR SIN TALENTO Y YO EN LAS EXEQUIAS DE DON HILARIÓN

 Durante las honras fúnebres que se celebraron por don Hilarión, tuve que valerme de una buena dosis de paciencia para no mandar a freír espárragos a un profesor de Pintura.

Fue algo alucinante porque, mientras todo el pueblo recordaba con tristeza al difunto y las circunstancias de su entierro (el pobrecito murió durante el confinamiento y sólo tres personas pudieron despedirse de él), el enseñante perverso no dejó de darme la tabarra acerca de mi trabajo como retratista.

En las escaleras del coro, con la mascarilla puesta y guardando la distancia de seguridad, este pintor frustrado y sin talento se dedicó a criticar mi obra (que es mi pasión y que intento hacer lo mejor posible), y a degradar el lugar donde la expongo.

Es evidente que si aguanté el discurso humillante de este señor fue porque la iglesia estaba con todo el aforo permitido, e irme hubiera significado molestar a mucha gente. 

¡Espero no volvérmelo a encontrar! 

LAS GAFAS DE ABUELA DE POLICARPA NEWMAN

 Desde que sé que mi nuera está embarazada, percibo el mundo de otra manera. Es como si me hubiera puesto unas gafas de abuela, y todo lo mirara a través de sus cristales. En los niños pequeños, por ejemplo, yo antes apenas reparaba; y ahora, renacuajo que veo, renacuajo que observo, tratando de adivinarle la edad. Y todo esto para hacerme una idea de cómo será mi nieto, cuando tenga los mismos años que le presumo al infante en cuestión.

Algunas tardes me siento en un parque donde abundan las ardillas; y, viéndolas subir y bajar por los troncos de los árboles, me imagino contemplando el espectáculo, dentro de un tiempo, con mi tesorete. Y lo mismo me ocurre en los momentos en los que paso por delante del terreno donde pace el ganado; o al divisar dos burros y un poni que se encuentran tras el cercado de una granja.

A mi hijo le he dicho que quiero que su vástago me llame por mi nombre. Y no es que me disguste el apelativo de abuela, pues eso es lo que voy  a ser; pero lo que sucede es que de esa condición vamos a disfrutar cuatro personas, y Policarpa sólo soy yo. 

Me gusta ponerle la mano en la barriga a la futura mamá para contactar con la creatura; y me pregunto si sacará la pelambrera de su padre, o el cabello liso y sedoso de su progenitora... 

Y en lo que llevo pensando unos días es en el acervo que le tengo que transmitir.

A UN PASTOR

 Aunque parezca increíble, hay personas que alardean de mala educación; de ignorancia; de estupidez... Y lo hacen porque creen que actuando de esta manera resultan más naturales y sencillas.

También existen creaturas que pretenden remediar su falta de carácter con zafiedad y rustiquez; y así, en las contiendas domésticas, cuanto más marimandonas se muestran sus parejas, más toscas se vuelven ellas. 

No son pocos los adultos que se escudan en la timidez para justificar las descortesías propias y las de familiares y amigos...

Abundan los niños malcriados molestosos e insufribles; y también los zanguangos que, aun antes de haber acabado de crecer, se abandonan a la indolencia y pasan de todo miramiento hacia los demás.

Pero a pesar de tanto cerril como anda suelto, hay en el mundo mucha gente amable y educada, y cuyo trato es un placer.

Este escrito se lo dedico a G., un pastor ovejero de mi pueblo que siempre tiene palabras cariñosas para todo el mundo.

LA PAELLA, UNA COPLA, SAN ESPIRIDÓN Y LA PALABRA “CALVATRUENO”

 En el pueblo, cuando de madrugada pongo la radio, casi siempre me encuentro con interferencias. Luego, a partir de las siete de la mañana, éstas suelen desaparecer; pero entonces a mí me da igual, porque a esas horas normalmente me voy a pasear por el campo.

Y es que es el tiempo que precede al amanecer en el que me gustaría poder captar una única emisión. Un programa que pudiera percibir claramente, y no el galimatías que cada día achicharra mis oídos. Una mezcolanza de espacios que recibo simultáneamente, y que apenas me enteran, por ejemplo, de las preferencias gastronómicas de los oyentes; de la vida de san Espiridón; o de las acepciones de la palabra “calvatrueno”... Y todo esto mientras suena “Tatuaje” en una cuarta emisora.

Por cierto, que la comida que más me gusta es la paella con su correspondiente socarrado; que desconocía que existiera un santo que se llamara Espiridón; que el palabro “calvatrueno” me hizo mucha gracia; y que me provoca una ardiente fascinación la canción española.

¡HOLA!

 El pueblo me tenía atrapada y me ha costado mucho volver. El paisaje y el paisanaje estaban este año especialmente bonicos, y yo me dejaba seducir. Una vez empecé a preparar los bártulos para regresar, pero me apetecía tan poco hacerlo que me valí de no recuerdo qué pretexto para posponer la venida.

Su bosque de pinos, sabinas y álamos era el lugar perfecto para refugiarme cuando, por los datos que arrojaban los noticiarios sobre la evolución de la pandemia, el panorama se me antojaba apocalíptico. Y el daiquiri que me tomé al borde de la piscina de mis amigos T. y M.C., mientras escuchaba a Diego el Cigala, tampoco lo podré olvidar...

DE COLORES

 Esta mañana mi marido y yo hemos salido juntos de casa; y, como ambos somos muy despistados, ninguno ha advertido que él iba desenmascarado.

Cuando llevábamos recorrido un trecho, la mirada reprobatoria de un viandante con el que nos hemos cruzado nos ha hecho darnos cuenta de la situación; e, inmediatamente, hemos procurado enmendar el lapsus.

En la primera farmacia que hemos visto, he entrado yo y le he conseguido una mascarilla desechable; y, como tenían expuestos varios modelos de mujer, he comprado para mí seis de los que se pueden lavar. Dos de ellos son de topos, y los cuatro restantes tienen estampados con muchos colores.

Ahora estoy pensando con que camisas los puedo combinar; y albergo la esperanza de que esos tonos alegres y variopintos que van a cubrir mi boca y mi nariz se me metan para dentro cuando respire e impregnen mi espíritu. ¡Falta me hace!

CUANDO RAMONA BAILÓ CON WILLIAM HOLDEN

 Cuando Ramona llegó al domicilio de la condesa para entrevistarla acerca de su pasión por el séptimo arte, el mayordomo le anunció que a la aristócrata le había dado un ligero vahído y que por este motivo se hallaba encamada. Añadió que no era nada grave; y que, si no le importaba esperar, al cabo de dos horas le concedería la interviú.

Las palabras de aquel hombre vestido con librea contrariaron a Ramona porque el retraso iba a desbaratar sus planes de trabajo vespertino; pero a la vez la maravillaron, ya que le parecieron los vocablos ideales para excusar a la noble que, probablemente, se encontraba durmiendo la siesta.

Aceptada la demora de la conversación con la dama de prosapia, el criado le preguntó a Ramona que cómo le gustaría entretener la espera; a lo que ella respondió que viendo “Picnic” en la sala de cine de la mansión. Y a partir de ese momento, la protagonista de esta historia comenzó a vivir una experiencia maravillosa...

Un viaje en el que se sintió transportada desde el butacón en el que estaba disfrutando del filme y del güisqui que le había preparado el sirviente, hasta el interior de la gigantesca pantalla. Algo que ocurrió en el momento en el que sonaba “Moonglow”; y que por lo tanto, fue ella, y no Kim Novak, la que bajó las escaleras palmeando y moviéndose al compás de la música para bailar con William Holden. 

EL CONTRATIEMPO PODAL

 Lo que le ocurrió a Cleofé en la boda de su hija no fue un resbalamiento ni un traspié; ni tampoco un tropezón... Lo que le pasó fue que, como los zapatos le venían grandes, los pies se le salieron y fueron a parar al marmóreo suelo de la iglesia. O dicho en román paladino, que se quedó descalza en el presbiterio, en el momento en que iba a leer un pasaje del Cantar de los Cantares. 

Al ser este área del altar una especie de escenario, todos los invitados miraban hacia él y a nadie le pasó desapercibido el rocambolesco percance. Fue todo un espectáculo. Ver las dos extremidades deslizarse y emerger de los tacones, primero una y después la otra; contemplar como sorprendidas y nerviosas se detenían en las losas basilicales. En fin...

Cleofé siempre lamentó no haber llevado calzado de su talla en un día tan importante. Creía que sin el descalabro podal todo hubiera resultado perfecto. Pero es que como la compra zapatera la dejó para el último día, le fue imposible encontrar su número, ya que tenía que ser de un color muy determinado. Intentó paliar el desajuste con una doble plantilla en cada pie, pero no le valió de nada; y el llevar medias tampoco ayudó... 

EL INDISPENSABLE ARREMPUJÓN

 La COVID-19 está minando mi espíritu. Antes casi siempre estaba animada; y ahora, son pocas las veces que consigo mantener esta actitud. La energía moral que me sobraba parece estar llegando a su fin y necesito urgentemente un impulso. Debería poder acoplarme a un enchufe y que la electricidad me diera, no un calambre, sino un arrempujón. Y aquí hago un inciso para explicarle a quien no lo sepa que “arrempujón” es como se llama al “empujón” en la fabla pueblerina; modo de hablar que, por haber nacido en una pequeña villa, llevo en el corazón.

Derecho de admisión

Durante unas semanas pensé que en mi mundo de fantasía podría seguir manteniendo el derecho de admisión. Que en la situación extraordinaria en la que nos había puesto la pandemia me sería posible seguir aceptando o denegando la entrada a las cosas, según me sirvieran o no para crear. Pero pronto vi que no; que cuando abría las ventanas de mi habitáculo (como necesariamente tenía que hacer) y entraba la realidad, ésta venía enteramente condicionada por el bicharraco y no cabía selección; que todo dependía de él, y sus efluvios corrompían cualquier atisbo de felicidad. Y a partir de entonces me fue imposible sustraerme a las circunstancias. 

Decepciones y chascazos

Esta mañana, en la radio, han comparado los rebrotes que no dejan de aparecer con la Hidra de Lerna y a mí me ha parecido un buen símil. Me uno a esta sociedad que se resiste a ser derrotada y pugna por avanzar. No quiero estar mustia; en estas condiciones, cualquier decepción se convierte en un chascazo. Quiero pensar que pronto llegará la solución... 

VERANO DE 1970: LAS HORAS DE PACHANGA Y LAS TRES HARPÍAS

 Las horas de pachanga, al contrario de lo que murmureaban las tres lenguas serpentinas que cada día nos veían pasar, no eran de despendole, sino de sana diversión. Comenzaban cuando el sol se ponía; y podían durar hasta las tantas, o aun al amanecer.

Después de haber permanecido durante todo el día encerrados en las casas a causa del calor, era el tiempo en que por fin nos hallábamos al raso; y, como resultaba lógico y natural, estábamos ansiosos de jolgorio.

Regocijo que nos llevaba allá o aquí en una especie de gira nocturnina, y cuyo primer alto siempre lo hacíamos en la cruz que presidía el camino del cementerio. Allí nos reíamos un rato de las tres brujas, y comentábamos con desdén lo requeteavinagradas que parecían. Creaturas que, envidiosas de la felicidad que transmitíamos, se dedicaban a propagar especies falsas sobre nosotros, y a intentar destruir nuestra reputación.  

EL MAMOTRETO VERDE

 El tocadiscos de mi infancia era grande y pesado. Ahora lo recuerdo como un armatoste con forma de ataúd, pero entonces me parecía un artefacto mágico. Estaba colocado encima de una mesa, en un rincón del cuarto de estar; y al lado, en el espacio que quedaba libre en el tablero, siempre había un montón de discos desperdigados.

Yo me acercaba a él con mucho miramiento. Con gran atención alzaba su tapa de color verde oscuro y colocaba en el platillo giratorio el elepé o el sencillo que se me antojara; y después, ajustaba las revoluciones y activaba el mecanismo...

Ver como el brazo del picú se levantaba solo e iba a posarse en el borde del vinilo me fascinaba; y en ese estado permanecía mientras la aguja recorría sus surcos y se oía la canción.

Ahora me parece estar viendo carátulas que guardaban música clásica; sudamericana; francesa; italiana; rusa... Microsurcos de jazz; samba; blues... Singles de boleros; composiciones que habían ganado en el Festival de Benidorm... Me acuerdo de lo divertida y sorprendente que me parecía una ranchera que se llamaba “Bésame morenita”; y de lo que me gustaba “Al vent”. 

A PROPÓSITO DE LA AMISTAD

 La relaciones de amistad son complicadas. A veces uno cree que ha actuado de la mejor manera posible con un amigo y resulta que no ha sido así; que atendiendo a la reacción extemporánea de éste, le debes de haber hecho mucho mal, cuando lo que pretendías era ocasionarle un inmenso bien.

Agraviado por su comportamiento te sumerges en un estado de desconcierto y enfado; y, como por más que lo consideres no le encuentras justificación, con el paso de los días el cabreo inicial se va convirtiendo en resentimiento.

Es entonces cuando calibras el afecto que compartís tu camarada y tú y decides ofrecerle la oportunidad de explicarse y con ello de desfacer el entuerto. Piensas que es necesario descubrir qué es lo que ha ocasionado el pique entre los dos, para poder seguir tratándoos con confianza; te sientes tan enojado que desconfías de que sólo el paso del tiempo, sin aclaraciones, logre arreglar el desaguisado; necesitas alejar la desazón... 

EL INQUIETANTE REFLEJO

 Me miro en el espejo lo imprescindible; normalmente para acicalarme, y cuando no tengo más remedio. Y muchos de vosotros pensaréis que como casi todos, pero no: hay gente que guarda con la luna de su casa una relación muy especial.

Haciendo posturitas o buscándose imperfecciones

Algunas de las creaturas a las que me refiero se pirran por contemplarse en diferentes posturas; y así, en vez de dedicarse a leer, por ejemplo, se pueden pasar una tarde entera contorsionándose enfrente de un cristal. En un puesto más elevado colocaría a los narcisos; a aquellos que se creen tan tan guapos que solo con verse llegan al éxtasis. Y luego están los que se encuentran en el extremo opuesto; los que faltos de seguridad se buscan y rebuscan defectos en la tabla mágica, para inmediatamente intentarlos remediar. 

Una impresión desazonadora 

Yo lo que sí he experimentado en alguna ocasión ha sido una gran inquietud al ver mi imagen reflejada en un espejo. Ha ocurrido cuando he conseguido abstraerme y, con los sentidos fuera de la realidad, he sido capaz de percibir a la mujer añosa y con cara de malhumor que tenía delante como un sujeto independiente. Ya digo, es algo muy desasosegador.

Turbar la tranquilidad

¿Y adónde quiero llegar con todo lo que llevo escrito? Pues a que hace unos días leí en una revista que, mediante una aplicación, uno puede verse convertido en alguien del sexo contrario (bueno él no, su imagen). Y a que yo pienso que si nos volvemos a centrar en lo esencial, esto puede resultar también muy turbador ¿o no?  De todas maneras, con este calor cualquiera lo prueba.

LA GALBANA QUE TRAE EL CALOR

 El calor excesivo aplatana y reblandece las ideas. Yo las mías me las imagino derretidas en el interior de la cabeza, cual si fueran los relojes del cuadro “La persistencia de la memoria” de Dalí. El maldito bochorno es el causante de que mi sofisticado entendimiento esté perdiendo agudeza y/o alcance, y se esté convirtiendo en unas vulgares entendederas sin pizca de penetración. Me siento incapaz de comprender el porqué de muchas cosas; y, cuando esto ocurre, el desconcierto se apodera de mí. Bien es verdad que en este estado de perplejidad suelo estar poco tiempo, pues el desinterés, comúnmente, no tarda en aparecer.

Y luego está ese aplatanamiento que te deja sin ganas de nada; esa pereza que cuesta tanto vencer. Los asuntos que tengo pendientes procuro resolverlos a primera hora de la mañana o a última de la tarde; y el resto del día me abandono a la indolencia. ¿De qué vendrá cargado este aire sofocante que tanto está influyendo en mi ánimo? Si yo de natural soy diligente y ágil; si las palabras que mejor me definen podrían ser activa, eficaz, ligera, presta. Uno dos; uno dos; uno dos; uno dos...

LOS PERIPLOS MAÑANEROS DE SARBELIO PÉREZ

 Mis periplos mañaneros de ahora tienen poca semejanza con los del año pasado por estas fechas. Entonces salía de mi casa sin mascarilla, preocupación ni observancia, y    el recorrido era un goce. Pero en el presente, cargado con estas tres cosas, me siento condicionado y no consigo disfrutar.

El trayecto no ha variado: de mi casa a la papelería; de ésta a la tahona; y regreso al punto de partida. Lo que ocurre es que antes, la salida para comprar el pan y el periódico se podía convertir en una aventura con infinitas posibilidades; y en estos momentos, esa ruta es un mero itinerario donde lo que prima es la precaución.

Echar de menos

Añoro el despejo con que nos tratábamos en el tiempo anterior a la pandemia; confraternizar con mis paisanos sin tener que observar la distancia de seguridad; juntarme con fulano o con mengano en la caseta, y comentar las noticias del diario mientras nos tomamos un refresco de limón; las parrafadas con los panaderos, y las probaduras, previo enfriamiento, de las exquisiteces que iban saliendo del horno.

Dejar en herencia

Mi compadre dice que, como recordatorio de la COVID-19, le va a dejar a sus futuros nietos las mascarillas que le sobren... Pero los míos van a heredar algo más. Mis sucesores van a recibir un cuadro en el que aparezco yo, Sarbelio Pérez, cubierto el rostro con mascarilla, y con un pan y un periódico entre las manos. La bruma formada por el temor y la responsabilidad lo oscurecen todo, excepto un punto de luz en el horizonte que se adivina el remedio. Se va a titular “Un periplo mañanero en tiempos de pandemia”, y lo está pintando mi mujer.  
















sábado, 20 de junio de 2020

SE TRASPASA

Entre los comercios que no van a volver a abrir después de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus, está una librería de la que he sido clienta. Ayer, en el momento en que pasé por delante de la puerta y vi la persiana bajada y el cerrojo echado, me lo imaginé; pero es que, además, me bastó descubrir a un operario que se acercaba con el letrero de “Se traspasa” en las manos para que ya no me cupiese ninguna duda.
Con el corazón encogido me puse a pensar en las veces que había estado en el interior de aquel local, para comprar libros o útiles de escribir; y, en ese estado me hallaba, cuando apareció el dueño y me saludó.
El anciano, pues de una persona de muchos años se trataba, me invitó a pasar al establecimiento a través de una puerta lateral; y, una vez dentro, comenzó a remembrar historias.
Me contó que la época dorada del negocio fue en la década de los sesenta, coincidiendo con el boom latinoamericano. Habló de unos  novios que, siendo estudiantes de Medicina y lectores de Cortázar, le habían comprado “Rayuela”; y de como ya casados y con la especialidad hecha, habían vuelto para llevarse “El libro de Manuel”. También mencionó a un señor aparentemente muy formal que lucía barba y bigote, y al que le encantaban las novelas pornográficas. Sus autores preferidos eran Anaïs Nin y Henry Miller; y añadió que se las tenía que traer del extranjero, sorteando la censura franquista... Finalmente recordó a una joven de familia adinerada y muy católica que leía a Bakunin y presumía de progre.

MIS CONVERSACIONES CON CÁNDIDA

Introito
Hablar con Cándida siempre era un placer. Nuestras conversaciones, normalmente por teléfono, quizá duraban una hora u hora y media en sentido literal; pero a mí, y sé que a ella también, se me hacían cortísimas.
Cuando nos llamábamos, como ninguna era cariñosa, perdíamos poco tiempo en saludos y parabienes. A veces, nos limitábamos a intercambiar un escueto ¡hola!, e íbamos sin rodeos a lo importante. Y lo importante, lo que nos interesaba a ambas, era platicar sobre literatura, historia, cine, actualidad...
En castizo
En nuestras charlas no había lugar para los tópicos ni el critiqueo; y sí para los temas humanos y la vida personal. De esto último solíamos hablar en las ocasiones en las que nos teníamos delante; en el tiempo en el que las dos estábamos en el pueblo. Entonces nuestro lenguaje se hacía más coloquial; y, para horror de un gazmoñero que nos estuviera escuchando, todo entre nosotras era franqueza, desparpajo y delirio.
En busca de la sabiduría
Mi amiga tenía mucha instrucción e infinitas y aprovechadas lecturas. Ávida de saber, continuamente estaba revisando sus conocimientos y adquiriendo más; y siempre consciente de que el grado más alto de la cultura era imposible de alcanzar. Pero, sobre todo, Cándida era una gran mujer; y yo me precio de haber sido su amiga.
Los manuscritos ilustrados y su recuerdo
Un recuerdo recurrente es de cuando, después de las clases de Arte, la llamaba siempre para comentarle el contenido de las mismas. Me vuelven especialmente los días en los que tratamos sobre los códices iluminados; y ella, que había viajado por toda Europa estudiándolos, me ilustraba mucho más con sus experiencias.

DE ESTUDIAR A NIETZSCHE A HACER GANCHILLO. ¡LO QUE HAY QUE VER!

Temo que mi mejor amiga ha entrado en un proceso de entontecimiento que no sé si será reversible ni dónde acabará. Sus neuronas se están reblandeciendo, y su facultad para interesar aparece cada día más mermada. Si antes cautivaba con sus disertaciones, ahora causa tedio con su monotema. Y lo que le provoca esta incontinencia simplona es que en los próximos meses va a ser abuela. ¡Pero si antes decía que las personas con una inteligencia tan excelsa como la suya eran inmunes a estas sensiblerías! Sí, así las denominó: SEN-SI-BLE-RÍ-AS.
Ayer fuimos al centro comercial; y, en vez de dirigirnos en primer lugar a la librería, como hacíamos antes, propuso que entráramos en una tienda de ropa de bebé. Adujo que tenía que empezar a preparar la canastilla. Y todo sin encomendarse a Dios ni al diablo; sin hablarlo con su hijo y con su nuera, según me dijo. Y para colmo, me anunció que va a posponer sus estudios nietzscheanos porque quiere aprender a hacer ganchillo. Añadió que le hace mucha ilusión confeccionar un modelete para su nieto. ¡Lo que hay que ver!

PASEO POR EL PEINADO, EL CINE Y LA MÚSICA

El quiquiriquí
En la década de los cincuenta, la forma de peinar a los bebés era haciéndoles una cresta. Para dejarlos hechos unos pimpollos, no había como levantarles el pelo que tuvieran en la parte central y superior de la cabeza, y fijárselo con un poco de agua y azúcar. El resultado era espectacular...
Me parece recordar que a este mechón algunas personas lo llamaban el quiquiriquí, pero no estoy segura. Lo que sí sé es que a mí, por haber nacido en esta época, me acicalaban así.
Las pecas y el flequillo
Después, durante la infancia, siempre lucí una melena con raya en medio y flequillo, que nunca sobrepasó los límites de la mandíbula inferior; y que, junto con las infinitas pecas de mi rostro, me daba un aspecto muy característico.
Una melena con cinta
En la pubertad mis cabellos descendieron hasta los hombros e incluso un poco más; y las cintas, para ceñirlos y adornarlos, hicieron su aparición. En este período muchas de mis coetáneas llevaban trenzas: a ambos lados de la cara; una única detrás; rodeando la cabeza como si fuera una diadema... Algunas de las que caían por la espalda llegaban tan abajo y tenían tanto grosor que acababan convertidas en objetos de culto.
Los cortes y la experimentación
Con la juventud llegaron los cortes y la experimentación. Me gustaban el cine y la música, y me parecía muy atractivo el aspecto que mostraban Jean Seberg en “Al final de la escapada”, Jane Fonda en “Klute”, o Tina Turner en sus conciertos. De modo que probé todos los estilos : a lo garçon, escalonado, afro con permanente incluida... y muchos más de mi propia creación.
Con una coleta
Luego, con el sosiego que me trajeron los años, dejé mi cabeza en paz; y ahora, en la actualidad, voy casi siempre peinada con una coleta.

LA YERBA DE OTOÑO

Dijo Heráclito que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río; pero como soñar resulta de balde, y además entretiene mucho, yo a veces pienso que sí.
Se me representa en la imaginación un libro cuyos autores somos todos nosotros; ni uno más ni uno menos. Una obra que trata sobre el amor y el placer sexual, y que lleva por título “La hierba en otoño”. En ella, igual que ese segundo heno que verdea la tierra en octubre, nosotros descubriríamos nuestro constante renovamiento y pujante creatividad.
Sería un conjunto de escritos que llevaría nuestras firmas, y la sofisticación y sabiduría que nos ha dado la edad. Un acervo de sugerencias con unas gotas de distinción, ya que el tema lo requiere y a nosotros nos sobra.
Desconozco si ya existe algo así; si no fuera, daríamos la campanada. Y mientras, yo sigo soñando...

AMANDA Y EL TOCADOR DE BIRIMBAO – RESEÑA DE UN OPÚSCULO


Una amiga ha escrito un libro durante el confinamiento. Se trata de una narración breve; de género erótico; y que se subtitula “Pasión en la laguna mineralizada”. Acabo de leerlo y mi impresión no puede ser más favorable; improvisadamente diría que estoy ante una joya literaria.
IIº
En sus primeros renglones la autora cuenta como Amanda, una hacendada con muchas posibilidades y poco quehacer, se siente violentamente atraída por un conductero de nombre Joao que trabaja en su casa. Un hombre de origen portugués que, además de conocer su oficio, toca de manera extraordinaria esa especie de birimbao que se llama arpa de boca. Una historia que comienza un atardecer, cuando ambos cruzan las miradas y se estremecen: instantes en los que Joao vuelve del campo; y la doña, abandonada por un marido que se encuentra en el casino o visitando a su amante, lo mira desde la ventana de su habitación.
¿Y cuál es el aderezo que hace aún más sugestiva la acción? Pues el perfume de Coty que ella se está aplicando en ese momento, y que enseguida se esparce enajenándolos por completo. ¿Y el clímax? ¿Cuándo culmina ese primer contacto en el que los dos han descubierto sus deseos? Está claro que el punto álgido se alcanza en el tiempo en el que el lusitano, sin desviar la mirada de la dueña, saca de su zurrón el instrumento musical y empieza a ejecutar una pieza...
IIIº 
Las escenas ulteriores suceden en la laguna donde Amanda, a lo largo de siete días, va a tomar unos baños salutíferos. Lugar que se encuentra distante, y al que la acompaña Joao conduciendo el cabriolé.
Y no voy a contar nada más de la obra de mi allegada. Si ella quiere algún día darlo a conocer (cosa que dudo), que lo haga.

LA JENA Y LA IMAGINACIÓN

La jena y la imaginación me están permitiendo transitar con bastante garbo por esta etapa de decadencia en la que me encuentro.
Yo primero me tiño las canas; y, ya con la cabeza coloreada, me sobran ánimos para reírme de las arrugas, la cintura que se fue, la encorvadura de la espalda y todo lo que se me ponga por delante.
Esta facultad del alma, cual es la fantasía, me ha amparado en momentos difíciles de insoportable dolor; y me está protegiendo en este maremágnum de incertezas en el que nos ha sumido la COVID-19. Ha puesto magia en mi vida, y me ha proporcionado instantes de enorme satisfacción.
Por ello, cuando esta mañana he pensado en la posibilidad de que, cansada de tanto tute, mi capacidad creadora empiece a flaquear, me ha entrado una especie de canguelo. Porque ¿qué sería de mí si al mirar un kiwi viera solo un fruto de piel marrón y con pelusa? ¡Menuda reducción! ¡Pero si lo que yo pienso al tenerlo delante de mis ojos es en la fascinante historia que podría contar entremezclada con la descripción de su peladura!

EN PLENO BAUTIZO

Mi cónyuge y yo tenemos una inexpresividad apabullante; parecemos hechos de granito. Pero esto no quiere decir que seamos incapaces de sentir o padecer, sino que no podemos y/o no sabemos manifestar lo que notamos por dentro.
Ahora estamos en un bautizo; y, por nuestros semblantes, lo mismo podríamos encontrarnos en un funeral. A un espectador que no viera el ambiente que nos rodea, le sería imposible asegurar en cual de los dos eventos nos hallamos. Y eso que el gorgojo que está recibiendo las aguas bautismales parece un bollete y dan ganas de comérselo; pero nada, esa ternura que nos invade no la logramos descubrir...
Advierto que los demás invitados han empezado a mirarnos con recelo. Deben de pensar que somos unos engreídos o que nos aflige algún mal. Confío en que después,  en el convite, como soy una buena conversadora, pueda paliar la penosa impresión que estamos causando.

JUSTIFICANDO UN DISPENDIO

Doña Igual
Mi nombre es María Bertila; aunque todo el mundo me llama doña Igual. La razón de tal apelativo es que siempre voy ataviada de la misma manera; que no renuevo mi vestuario. Tengo tres hatos de invierno y tres de verano, que son los que me pongo ordinariamente según haga frío o calor. Y, si alguna vez necesito endomingarme, desempolvo el traje de entretiempo que me compré en París o el de guipur que estrené en la boda de la Encarna, y con uno u otro me avío. Y con los zapatos ocurre lo mismo; me duran una eternidad. Realmente, si no fuera porque las arrugas se empeñan en salir y salir, ajándome por momentos, mi imagen de hoy sería indistinguible de la del año pasado por estas fechas, y de la del anterior; porque mi vestido y mi aderezo serían los mismos.
Prendada de unas chinelas
Pero ahora, en estos días, esta paz indumentaria de la que he venido gozando se está viendo perturbada por una inquietud. Un desasosiego que me provocan unas chinelas  que hay en el escaparate de una tienda, y que no voy a tener más remedio que comprar. Cuando las veo sobresalir en la vitrina, con su bonito color plateado y su fina suela negra, siento un deseo irrefrenable de que luzcan en mis pies. Tienen que ser mías, pienso; y, dominada por este deseo, soy incapaz de preguntarme si con este calzado tan psicodélico voy a poder andar y si me lo puedo permitir.

LA CLASIFICACIÓN DE LUCÍA

Ayer, cuando leí la interesante clasificación que hizo Lucía, enseguida me ubiqué. Pero no sólo me situé yo en el lugar donde me correspondía, sino que os fui colocando a todos en vuestros grupos respectivos; incluso, a los que no sois escritores genuinos de un estilo y tuve que poneros en dos.
Además de verme reflejada en el escrito de mi amiga, también encontré en él algo que forma parte de mis aspiraciones. Una cosa que no sé si he alcanzado, pero que siempre pretendo: escribir como un niño.
Y no me refiero a hacerlo con el candor propio de la infancia, ya que la excesiva ingenuidad, a ciertas edades, considero que es impostura o bobería. No; lo que procuro siempre que me pongo a juntar palabras es que mi escrito se parezca en su claridad, sencillez y frescura al que haría un infante que, indudablemente, supiera redactar.

EL SENTIDO COMÚN ES UN COÑAZO

Ahora, después de haber pasado por diferentes estados de ánimo durante el confinamiento, de lo que tengo ganas es de ajetreo; o, como diría un moderno, el cuerpo me pide marcha. Pero la marcha que a mí me pide el cuerpo no es específicamente discotequera; ni de botellón; ni de conciertos... Lo que yo desearía es vivir un estío pueblerino como los que disfruté antaño.
Los planes
Me gustaría reunirme con mis amigos de entonces y hacer, probablemente por última vez, cosas como subir a la cima del Tomatón y después bajar corriendo por su ladera. Meter una hogaza y dos tortillas españolas en una cesta, e irnos en bibicleta a la balsa del Jaculatorio a bañarnos y a merendar; por cierto, que al Jaculatorio lo apodaban así porque era muy beato y rezador. Organizar un gran juego del escondite en las afueras del municipio, a las doce de la noche...
El desbarato de los planes
Pero en medio de tanta exaltación, aparece el sentido común haciendo como siempre de aguafiestas, e intenta disuadirme. Me dice que parece que esté chocheando. Que a nuestra provecta edad, quizá podríamos coronar el Tomatón; pero lo que resultaría un disparate (a la par que ridículo), sería arrojarse luego por la pendiente a toda velocidad. Que si es un monte muy escarpado; que si no tenemos la agilidad de otros tiempos y sería peligroso... y bla, bla, bla. Y a continuación empieza a poner impedimentos al remojo y a la merienda campestre; y en el colmo de la desfachatez, también intenta echar por tierra lo de las reuniones a medianoche. ¡Qué coñazo!

FABIOLA EN PRIME TIME

Para Fabiola, el tiempo que ejerció de tertuliana en televisión fue una experiencia horrible. Es cierto que mientras estuvo allí ganó dinero y pudo dejar atrás sus apuros aconómicos. También gozó de cierta fama e influencia que le valió para conseguir mesa en los restaurantes, y para que algunas firmas se pirraran por que luciera su ropa.  Pero dejando aparte esos detalles, lo pasó fatal.
Víctimas y verdugos 
Como el programa en el que trabajó era de cotilleo (algún malediciente lo calificaría de telebasura) y se hacía en directo y en horario estelar, sus exigencias eran enormes. Contínuamente tenía que mostrarse con el ánimo exaltado y dispuesta a zaherir y enardecer a los demás tertuliantes. La finalidad era que cuando éstos no pudieran soportar tanta humillación, saltaran; y la tertulia acabara convertida en una pendencia barriobajera. Y al día siguiente, se volvían las tornas y vuelta a empezar. Todos se veían impulsados a pasar de víctimas a verdugos y viceversa. Al parecer, y así lo probaban los datos de audiencia, cuanto más se envilecía el ambiente, más se conseguía atraer al telespectador...
Entre el ajenjo y el bisturí
Fabiola también se sentía impelida a presentar cierta imagen. En aquel espacio todo tenía que parecer nuevo, lozano, moderno, actual... Las arrugas, por ser un signo de vejez, estaban proscritas; y mostrar un aspecto ajado era una falta imperdonable. Para mantener la apariencia lustrosa requerida, los participantes tenían que estar remozándose continuamente. Y algunos de ellos, como de lo que se trataba era de levantar lo caído, pasaban la mitad de la vida en el bar, moviendo hacia arriba el ánimo con lingotazos de ajenjo; y la otra mitad, en una clínica de estética donde les elevaban los carrillos colgantes con el bisturí.

EL LUGAR EN EL QUE HABITO


Vivo en la casa de mis sueños; el sitio que considero auténticamente mío, y donde más a gusto me encuentro. La diseñamos entre mi marido, mi hija y yo; y todo, en su continente y contenido, lleva nuestra huella.
En la vivienda no hay nada aparatoso. Su fachada y sus habitaciones son sobrias, y su tamaño discreto; y, si por algo se distingue, es por sus pocas paredes y su mucha luz. Tiene los tabiques necesarios para separar esas piezas que, para salvaguardar la intimidad, conviene que se puedan cerrar; y el resto del espacio es diáfano.
En mi morada me alimento, llevo a cabo mis abluciones y compongo boleros. Sus muros me guarecen de las inclemencias del tiempo y de los rigores del mundo en general; pero no me aislan ya que en ellos existe una puerta, y ésta permanece siempre abierta para mis amigos.
Mi domicilio es mi hogar. La antítesis de un mausoleo porque ni es un lugar muerto ni magnificente; un espacio sencillo que me permite estar y crecer como persona, y en el que lo único que abunda es la literatura, la música y el cine.
Estoy segura de que dentro de muchos años, cuando haya muerto, me apareceré como fantasma a los que entonces habiten mi lar. Moleste más o moleste menos, mi espíritu vagará perpetuamente por sus estancias.

LO QUE VI DESDE ARRIBA

Cuando crecí, vi más pequeño casi todo lo que tenía en derredor. Las cosas inanimadas y los seres vivientes parecieron menguar; y sólo el cielo y algún privilegiado conservó su tamaño primitivo.
Desde la atalaya que me proporcionaba la adultez, la iglesia del pueblo y su torre no se presentaban tan monumentales como antaño, ni el tañido de su campana lograba conmoverme. Tampoco la montaña más alta tocaba las nubes, ni la charca donde estaban los renacuajos era un lago. La corpulencia de la giganta Rosa apenas excedía el volumen que se consideraba normal; y la labia de Eutropio aparecía como incontinente verborragia... 
Pero al lado de todo lo que había perdido su condición, figuraban objetos y personas que sí  habían mantenido la virtud; y entre éstas se hallaba Manuel. Su genio infinito trascendía cualquier realidad; y por ello, lo miraras desde donde lo miraras, siempre resultaba inmenso. Derrochaba frescura e ingenio; y solía decir, con una pizca de mordacidad, que lo único que tenía rancio era el abolengo.
Un día de mucha nieve e intenso frío se murió; y todos los vecinos, con las katiuskas y las pellizas puestas, acudimos al entierro.

LA DAVINIA IMPACIENTE

Davinia era una mujer muy impaciente. El desasosiego constante que padecía la impulsaba a anticiparse a los acontecimientos; y esta particularidad la hacía ser inoportuna y/o equivocarse en multitud de ocasiones.
En su pueblo, algunos le decían “la Davinia impaciente”. Este apodo se lo sacó un solterón acomodado y ocioso que leía a Pemán; y que, para dar con este alias, no tuvo más que cambiar algunas letras del título de la obra “El divino impaciente” del autor.
Y otros, en su lugar de origen, la llamaban “la Pifias”. Y es que esta fémina, con su actitud, cometía tantos yerros que infinidad de motes le hubieran cabido.
La carta   
Una vez, a la casa de Davinia llegó un propio con una misiva. Cuando ésta la abrió después de dar una peseta y despedir al recadero, se encontró con que en sus renglones una amiga le confesaba que era frígida. Con todo detalle y pormenor, la allegada le explicaba como eran las relaciones con su marido, y los estragos que la ausencia de goce sexual estaban provocando en su ánimo. A continuación, le rogaba que le guardara el secreto y le anunciaba que la llamaría por teléfono para que le diera su opinión...
El desaguisado
Estaba Davinia estrujándose las meninges para orientar a la autora de la carta de la mejor manera posible, cuando el aparato telefónico comenzó a sonar. Acelerada como siempre levantó el auricular; y, dando por cierto que al otro lado de la línea se hallaba la paisana que padecía frigidez, la nombró y le soltó una retahila de consejos, dejando bien a las claras cuál era el mal y la identidad de la persona que lo sufría.
En el momento en el que terminó de hablar, una voz distinta a la que esperaba oír le dijo que él no era Fulana, sino Mengano; pero que en cualquier caso, le estaba muy agradecido por la instrucción.

UNA COSTUMBRE HORRENDA


¡Perdóname! Ya sé que tu nombre es Brígida; pero si te he llamado Comi, no ha sido con mala intención, sino con toda la ternura del mundo.
Supongo que no descubro ningún secreto si te digo que en el pueblo te apodan la Comillas; y también doy por sentado que conoces el porqué. A ti se te pega con mucha facilidad cualquier latiguillo que se ponga de moda, y eres muy dada a gesticular. Y ya sé que estas dos características resultan muy prácticas para darse a entender; pero convendrás conmigo en que muy elegantes no parecen.
Cuando hace un tiempo se empezó a estilar ese horrible gesto de doblar los dedos índice y cordial de las dos manos para expresar que la palabra que se estaba pronunciando tenía un sentido especial, sabía que tú lo adoptarías enseguida. Y lo hiciste con tanto entusiasmo que, en la fecha presente, es imposible imaginarte sin las palmas a uno y otro lado de la cara, mientras abres y cierras los apendices señalados.
Tendrías que grabarte y contemplarte en acción. Seguro que si advirtieras el efecto que causas, no caerías más en ese vicio.

CUANDO ME FALTA EL ÁNIMO

A veces siento el impulso de salir a la calle e ir aquí o allí; pero enseguida recuerdo que estamos a merced de un virus cabrón; y que, por lo tanto, vivimos en cautiverio. El condenado acecha fuera, y a mí me pesa cada día más esta existencia condicionada. El deseo de volar se presenta a deshoras; y si en el momento que viene no lo puedo realizar, me siento frustrada.
Me horrorizan las imágenes que vi el otro día en televisión. Esos chalecos que ejercen como controladores; y que, al llevarlos puestos, pitan histéricos cuando se rompe la distancia de seguridad. ¡Vamos a ser como los coches con alarma! Sé que están hechos para proteger, pero al pensar en ellos me siento abatida. Y me vencen las noticias referentes a los programas informáticos que nos ampararán, pero también nos gobernarán...
¡Cómo anhelo la libertad de antes! En ocasiones tengo la sensación de que esta situación no va a acabar nunca; pero luego recapacito y me digo que es la hora del sacrificio. Que tenemos que renunciar temporalmente a muchas cosas para conseguir otra mejor; que es en estas situaciones donde tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos; que todo va a pasar pronto...

ALJOFIFAR

Cuando un filatélico encuentra el sello que andaba buscando, lo embarga una emoción única y de imposible comprensión para un desapasionado en la materia. Lo mismo le ocurre a un entomólogo en el momento en que se halla ante la mariposa de la que está enamorado; o a un gemólogo al dar con la piedra de su vida.
Y algo idéntico experimentó Paulina nada más ver en el diccionario la palabra “aljofifar”. En el instante en que la descubrió, supo que ésa era la voz que había estado buscando, el vocablo de sus sueños.
Y es que, desde que le había oído decir a una vejeriega que tenía que “jocifar” el suelo de su casa, había intuido que tenía que existir un término bellísimo del que proviniera dicho localismo.

ESTAMOS TODOS DE LOS NERVIOS

Existe gente que va a su bola, que  no se mete en líos ajenos; tranquila, a la que no le gusta discutir... También hay creaturas que, aún yendo a lo suyo, si las buscas las encuentras; y después están los que siempre parecen tener ganas de contienda.
Pero en estos tiempos anómalos que estamos viviendo, cualquier trastornadura es posible; y así, personas de natural pacífico pueden aparecer como vulgares pendencieros.
Y a este último grupo quiero pensar que pertenecía la mujer que, la otra tarde, se encaró conmigo durante el paseo. En su descargo he de decir que a pesar de ponerse frente a mí, lo hizo guardando la distancia de seguridad; aunque eso no obstó para que me hablara de un modo muy agresivo.
Me recriminó porque, según ella, le había lanzado miradas aviesas mientras murmuraba entre dientes. Y yo me quedé estupefacta ya que nada de eso había sucedido. Es cierto que tengo una cara muy difícil y que quien me ve por primera vez puede confundirse, pero para llegar a pensar así...
En fin, que el maldito coronavirus nos tiene a todos histéricos.

LA NUEVA NORMALIDAD

¿A qué se refieren el presidente y los ministros cuando hablan de “la nueva normalidad”? ¿Qué denomina este término que tanto repiten en sus apariciones y que a mí me provoca el mayor de los repeluses? Acepto que, mientras no tengamos una vacuna y/o tratamiento con los que podamos vencer al virus, la normalidad en la que viviremos será relativa; y también sé (y me parece lógico) que después de las pandemias que han asolado la humanidad, siempre ha habido importantes cambios científicos y sociales. Pero estas transformaciones tienen que venir propiciadas por el curso de las cosas y no por la implantación de un diseño social que es lo que sugiere el uso de estos dos vocablos.
Como no dudo de las buenas intenciones de nuestros gobernantes, me gustaría que adoptaran un lenguaje más preciso, para que los que amamos la libertad podamos estar tranquilos. Y esto lo digo sabiendo que, en la práctica, la libertad absoluta es un espejismo.

EL VISITANTE PROVINCIANO

No creo que Benita fuera una joven morbosa. En el tiempo en el que tuvimos relación, nunca noté que se sintiera especialmente atraída por cosas raras, ni que mostrara preferencia por esas personas que provocan inquietud.
Es cierto que una vez que fuimos ambas a la casa de Gertrudis a estudiar, experimentó emociones nuevas cuando conoció a un tío de ésta que estaba allí de visita; pero no hay que considerar este interés como algo malsano o exclusivo de ella, porque yo también lo sentí y ni su moral ni la mía sufrieron menoscabo.
El pariente al que aludo era un solterón provinciano que dejaba entrever costumbres rancias; un ser que contrastaba con nuestra frescura y juventud y que, pese a casi no saludarnos, nos impresionó profundamente.
Como en los días siguientes Benita y yo queríamos volver a verlo, estuvimos buscando un pretexto que nos sirviera para acudir otra vez al hogar de Gertrudis; pero como no lo encontramos y dejamos ese deseo sin cumplir, el desasosiego nos duró semanas.
Y esto debió de suceder por los años de 1972, cuando Benita, Gertrudis y yo hacíamos tercero de carrera.

DESARRUGANDO PRENDAS

No me gusta planchar. Lo hago sólo en raras ocasiones; y siempre, cuando me es absolutamente preciso. Durante el invierno, mi plancha permanece olvidada dentro de un armario; pero en el tiempo en que el calor empieza a apretar y voy a cuerpo, la desempolvo y alguna que otra vez la utilizo. Sucede en las ocasiones en las que, por haber usado toda la ropa inarrugable, me tengo que valer de esas camisas y faldas que parecen trapos sin un estiramiento previo.
La única vez que he disfrutado alisando telas fue el día en el que, probando a hacer más soportable la tarea, puse un disco de Luz Casal. Recuerdo que cuando su voz se desparramó por la habitación y salió por la ventana, los lugareños que pasaban por la calle se detuvieron absortos al otro lado de la reja y todos juntos la oímos cantar “Un año de amor”. Fue algo mágico.

UN COJÍN BASTANTE KITSCH

Hay quién piensa que lo de personalizar los automóviles es algo de ahora; pero los que somos mayores sabemos que esto ya se hacía en el año catapum.

Antiguamente había gente muy dada a decorar el interior de los coches. Y en muchos casos no era el dueño, sino algún familiar, el que se empeñaba en adornar el habitáculo.
Portar un rosario colgando del retrovisor; una imagen de san Cristóbal en el salpicadero; o las fotos de la mujer y los hijos con el letrero “Papá, no corras”, no era nada original porque numerosos conductores lo hacían. Pero poner cortinillas guarnecidas con borlas y flecos en las ventanillas traseras ya indicaba un mayor grado de creatividad.
Una vez, en una fiesta en Castelldefels, conocí a un chico con el que me sentí enseguida compenetrada. Además de atraernos físicamente, él y yo parecíamos tener las mismas ideas, opiniones, valores, gustos... Cuando bailamos “Only You”, el mundo que  nos rodeaba comenzó a desaparecer, y ambos entramos en un estado de embeleso que nos duró toda la tarde.
Al terminar el guateque, pensando que estábamos hechos el uno para el otro y en un estado de gran exaltación emocional, nos dirigimos a su coche para volver a Barcelona; pero cuando vi a través de la luna lo que llevaba en la bandeja posterior, me desencanté.
Y es que a mí me gustó su Renault R5 de color naranja; pero para lo que no estaba preparada era para el cojín del mismo color (y profusamente adornado con trencillas) con que lo había personalizado.

EL CHARLATÁN

El día en que presencié un embaucamiento
Cuando tenía nueve o diez años advertí que con labia se podían hacer prodigios. Ocurrió el día en que un vendedor ambulante llegó al pueblo y, pese a ser un adefesio  y llevar muelas de oro, indujo a los lugareños a que le compraran todo el género. De pie, en la trasera de su camión, con una verbosidad y unos ademanes muy persuasorios, el charlatán consiguió que la mercancía cambiara de manos...

El deseo de persuadir
Aleccionado por las imágenes de semejante embaucamiento, a partir de ese instante procuré hablar siempre de un modo que mis palabras conmoviesen a quienes las escucharan; y puse tanto empeño en lograr mi propósito que, antes de entrar en la veintena, ya dominaba el arte de la elocuencia.

Mi relación con las mujeres
Y fue esta sapiencia la que me permitió, siendo chaparro y renegrido, tener éxito con las mujeres. Al principio me parecía imposible conquistarlas si había adonis que también lo pretendieran; pero como pronto me di cuenta de que estos apolos solían ser unos  fatuos, y de que a muchas féminas les disgustaba su presunción e inanidad, no me costó pasar del amilanamiento a tomar la iniciativa.

La profesión que ejercí
Por lo que toca a mi profesión, tengo que decir que me dediqué a la política. Cuando terminé la carrera, hice un curso de oratoria con el profesor Pico de Oro, y acabé siendo el summum en el campo de la expresión oral. Nunca hice nada por los que me votaron, pero nadie les prometió hacer cosas con tanto convencimiento como yo.

El debut en televisión
Y ahora que la charlatanería está tan de moda en televisión, me he sometido a un lifting y a un implante de pelo, y voy a debutar en ella como comentarista.

LA FABLA PUEBLERINA Y EL SWING

Si yo digo que Fulanito tiene un carácter muy “entenguerengue”, probablemente muy pocos adivinéis cuál es la condición de Fulanito. Tampoco sabréis a qué me refiero si señalo que Mengano lleva a “coscoletas” a Zutano; y mucho menos entenderéis cómo porta Perengano a su hijo si asevero que lo hace a “pipiriculo”.
Bien, pues estas tres palabras, “entenguerengue”, “coscoletas” y “pipiriculo”, significan respectivamente: inestable, llevar a las espaldas y llevar a hombros; y las tres, junto con muchas otras, son vocablos que utilizamos en el pueblo para darnos a entender.
Una de las personas que usa con más talento este lenguaje, que yo denomino la fabla pueblerina, es mi amigo Robustiano. Lo habla con tanto desenfado y naturalidad que es una delicia escucharle. Mi allegado también es un amante del swing; así que, cuando nos visitamos, o practicamos la fabla, o bailamos, o ejercitamos las dos artes simultáneamente.

LA DUQUESA PETRONILA

Sostener largas conversaciones telefónicas está resultando muy útil para contrarrestar el tedio que nos provoca el confinamiento. Ayer mantuve yo una de estas charlas. Fue con una amiga especial que se llama Petronila. Una mujer que, a sus ochenta años, conserva una viveza y una memoria dignas de encomio. Y además, como no ha sucumbido a la dictadura de lo políticamente correcto, habla con total desenvoltura sin importarle que sus palabras sean consideradas despropósitos por los gazmoños de turno.
Para evitarnos malos humores obviamos la actualidad y nos adentramos en nuestros  temas favoritos. Estuvimos rememorando los ambientes tan sofisticados que habíamos conocido cuando ella estaba casada con el duque de la Regüerta, y yo era su dietista. Y posteriormente, revivimos la vida bohemia que ambas llevamos en París en el tiempo en que, huyendo de los convencionalismos, nos instalamos en esta ciudad y nos dedicamos a escribir crónicas para un periódico.
Antes de despedirnos, mi amiga me comentó que para cenar pensaba vestir traje de noche y beber champán, porque iba a celebrar el sesenta aniversario de la primera vez que  asistió a una representación en la Ópera Garnier.