miércoles, 21 de marzo de 2018

El “otro” Día del Padre


Esta mañana, en el autobús, he oído una sentencia que me ha provocado estupor y pena. La ha proferido un viajero que conversaba con otro sobre la relación que mantenía con su hijo, y decía así: “Para no tener conflictos con los hijos, la mejor manera de tratar con ellos es teniendo la boca cerrada y el monedero abierto”.
Y es que había que ver con cuánto despecho hablaba este hombre del comportamiento de su vástago. Contaba que vivía ajeno a su influencia; y que lo único que aceptaba de buen grado que proviniese de él era el dinero.
Según decía, el muchacho nunca le consultaba antes de tomar decisiones trascendentales; y si él, motu proprio, emitía alguna opinión, éste la ignoraba o directamente se enzarzaban en acres discusiones.
Soy de las que piensan (y practican) que la comunicación con los hijos nunca se debe perder. Que estos tienen que hacer su vida y acertar y equivocarse como hemos hecho nosotros; pero, por encima de todo, el amor, la consideración y el respeto tienen que prevalecer.

Refrescando la memoria


Cada equis tiempo, mis amigas y yo hacemos un periplo por la segunda mitad del siglo XX. Se trata de un recorrido lleno de nostalgia, en el que se entremezclan experiencias personales con hechos históricos; y en el que siempre conseguimos rescatar del olvido algunas anécdotas.
El lugar del que partimos (sentadas en mecedoras) es el desván de Jesusa. Las copias de Warhol que cubren sus paredes nos inspiran; y los cubalibres que nos tomamos, y la música de Los Beatles que ponemos, nos ayudan a llamar muy fuerte a los recuerdos.
En el último viaje, entre lingotazo y lingotazo y sin parar de mecernos, revivimos los momentos posteriores a la muerte de Juan XXIII. Hablamos de ese periódico que llegaba al pueblo con un día de retraso y de como trajo en sus páginas la lista y las fotografías de los cardenales papables; y luego de cuando, meses más tarde, el asesinato de John F. Kennedy conmocionó al mundo. 

Ni fu ni fa


A mí, el hecho de cumplir sesenta y cinco años próximamente, ni fu ni fa. Quiero decir que, después del trauma que me supuso cambiar de década, ahora transito por ella con bastante indiferencia. No voy proclamando mi edad a diestro y siniestro, aunque tampoco la escondo.
Conozco a personas que hace equis tiempo me llevaban diez años y ahora dicen que son de mi quinta e incluso más jóvenes. Yo las escucho sonriendo y me digo que estos casos son milagros que ocurren; y que, como tales, no se pueden explicar.
No considero que cumplir años sea (como dicen algunos) una bendición de Dios, pero tampoco lo juzgo una tragedia. Además, como salvo que estés muerto es algo que te va a ir sucediendo indefectiblemente, mejor tomárselo con filosofía y sentido del humor.
Lo único que me ha fastidiado a veces es que, por ser la primogénita de una familia numerosa, siempre he sido “la mayor”. En este sentido he envidiado a mi hermana postrera porque, hasta en su senectud, seguirá siendo “la pequeña”.
En fin, que lo que tengo pensado para mi nuevo año es no decaer y seguir buscando la sabiduría.

Un cóctel de aguacate y salmón


El sábado fui a comer a casa del matrimonio Arnolfini. Ellos se llaman Arnaldo y Fina; pero yo, bromeando, uno sus nombres y les digo como la célebre pareja retratada por Jan van Eyck.
La casa de mis amigos es muy acogedora; aunque lo que verdaderamente hace que sea un placer estar con ellos es el talento que gastan en sus relaciones sociales. En su compañía, uno se siente cómodo y siempre da lo mejor de sí mismo.
Me recibieron en la terraza con un aperitivo que quizá fuera más correcto definir como entrantes. Fueron unos vinos acompañados de pulpo a la gallega y almendras saladas. Y lo mejor, la conversación: platicamos sobre la ceremonia y el rito; y, de un modo concreto, de la belleza de una boda religiosa a la que todos habíamos asistido.
Luego entramos al comedor e ingerimos unos cócteles de aguacate y salmón; y, de segundo, pato a la naranja. El postre consistió en un hojaldre con moras y zarzamoras aderezado con un  agradabilísimo parlamento sobre las lenguas romances ( castellano, catalán, francés...).
¡Qué bien me lo pasé!