domingo, 24 de junio de 2018

Deslumbrada por el vil metal


Después de leer un artículo sobre los “influencers” y el dinero que pueden llegar a ganar, estoy pensando en convertirme en uno de ellos.
Sé que lo primero que tendré que hacer es vencer mi aversión a ser fotografiada; y lo segundo, hacerme un remozado para presentar una apariencia más moderna. Las dos cosas me van a costar, pero es tan grande el montón que entreveo al final del camino, que estoy bien dispuesta a llevarlas a cabo.
También sé que, como no soy conocida, tendré que dar el campanazo con algún otoñal famoso y salir en televisión a contarlo; aunque en todo esto pensaré cuando llegue el momento.
Ahora, lo que ocupa mi mente es el sinfín de cosas de las que puedo hablar: belleza, moda, alimentación, viajes... y si se tercia, incluso daré algún que otro consejo de índole sexual.
¡Adiós, amigos! Feliz verano a todos.

Una fuerza moral incontenible


Anteayer, en el encuentro, me preguntaron cúal es la técnica que utilizo para escribir, y yo contesté que acercarme con humildad a la lingüística. Mi respuesta desconcertó a los presentes, pero es que es la verdad: amo el lenguaje sobre todas las cosas y lo cuido con fervor. 
Cuando cojo el papel y el lápiz, no es porque algún episodio de mi vida me perturbe y necesite desahogar el ánimo. El motivo es que mi imaginación está continuamente trabajando y no me deja en paz; y que me fascina jugar con las palabras.
Para mí, escribir significa darle curso a una fuerza moral incontenible. Haciéndolo alcanzo el sosiego; pero como ocurre cuando eres víctima de una pasión, éste dura poco.

Una especie de terapia de grupo


Para una servidora, el encuentro de ayer fue una experiencia cuasi psicodélica. Los hechos vividos me hicieron sentir sorpresa, asombro, envidia, emoción... 
Sorpresa porque me resulta incomprensible y me maravilla que alguien pueda hablar de cosas personales en público. Y lo mismo digo en cuanto a exponer las ideas políticas o las creencias religiosas. ¡Y allí si se habló y se expuso! Pero todo fue dado a conocer con tanta naturalidad y sencillez que el resultado fue positivo y digno de aplauso.
Asombro y envidia porque nuestro amigo P. (como conductor del acto) estuvo hablando cuatro horas seguidas sin dar muestras de cansancio y sin que el interés de su plática decayera. Teniendo en cuenta que mi menda no es capaz de hablar más de cinco minutos (y esto con gran dificultad), imaginaos mi asombro ante este prodigio de las palabras.
Y emoción porque, al terminar el acto, cuando una tenía la sensación de haberse comportado como un bicho raro, se me acercó una mujer y me dijo que le encantaba como hablaba y que le gustaría tener mi libro.
¡Como esto siga así, en la próxima reunión cuento yo mi vida!

Dos deseos


Jamás he deseado ser más alta; ni más guapa; ni más lista... Pero sí que me hubiera gustado ser capaz de expresarme bien oralmente y tener una buena cabellera.
Mi timidez siempre ha supuesto un inconveniente cuando he tenido que hablar en público. Pero es que, además, nunca he logrado acompasar el pensamiento con las palabras. Y así, mi habla es a veces una especie de galimatías que desespera al que me escucha.
¿Y del pelo? ¿Qué puedo decir que no haya dicho? De joven lo tenía normal, pero ahora clarea sin control. Nunca salgo a la calle sin que mi marido, si está en casa, me diga si tengo a la vista alguna de las calvas de detrás. Sé que a muchas mujeres les ocurre lo mismo que a mí, pero esto no es un consuelo. Os confieso que cuando veo una cabellera afro, me quedo extasiada y muerta de envidia.

Un periplo por España


Fulano y Mengano se conocieron en casa de un amigo común y enseguida conectaron. Como además de hablar el mismo idioma habían bebido de idénticas fuentes, descubrieron pronto que se comprendían absolutamente e hicieron íntima su amistad.
Para su primera cita eligieron una cafetería decadente y señorial, y en ella pasaron la tarde bebiendo champán y hablando de literatura. Convinieron en que “El Jarama”, de Sánchez Ferlosio, era una de las mejores novelas en lengua castellana; aunque en lo que se refiere al teatro, no lograron ponerse de acuerdo.
Visitaron museos y también antros donde se tocaba el mejor jazz; y tan cómodos y tan entusiasmados se sentían el uno con el otro, que decidieron hacer un periplo por España.
Lo iniciaron en Teruel; y en esta ciudad, además de ver la arquitectura mudéjar, comieron un día con Leoncia. En Madrid tomaron el té con Corina; y a la mañana siguiente, ésta les acompañó a pasear por El Retiro y a comprar un almanaque con pinturas de Hopper. Julián les recibió en La Garrovilla, y delante de unos vinos, les habló de su afán por escribir. Disfrutaron de los Patios Cordobeses  y de la conversación con Ana. Y en las playas canarias, Emilio les enseñó a filosofar con solidez. Se detuvieron en Valencia para visitar la Ciudad de las Artes y las Ciencias y para conocer  a Olegario. Y en Tortosa, Paulina les acompañó a hacer un recorrido por el Delta del Ebro.
Cuando regresaron a Barcelona, se encontraron con que Pablo había organizado una merienda a la que iban a asistir varios amigos de la Web. Llamaron a Nieves, la mejor amiga de los dos, para cerciorarse de su presencia en la misma; y luego, se dispusieron a ir al evento para contarles a todos los hechos vividos.

domingo, 17 de junio de 2018

El gurú


Cada día espero con ansia su escrito. A las 6 pongo el ordenador; y, mientras desayuno y ejecuto los quehaceres mañaneros, estoy constantemente mirando la pantalla para ver cuando aparece. Normalmente lo hace a las 7, aunque hay días que se  adelanta y otros que se atrasa. Esto me provoca miedo e inseguridad, pero al final siempre se manifiesta.
Distingo enseguida su post.  Además de por la hora, porque su nombre es inconfundible y porque sus títulos están escritos enteramente en mayúsculas. Y, cuando leo lo que escribe, tengo la sensación de que me lo está diciendo solamente a mí.
A veces pienso que es imposible que un hombre conozca tan bien lo que guarda el alma de una mujer madura; y que lo más probable es que, debajo del seudónimo con que aparece, se esconda un psicólogo de gran penetración o una aplicación informática. Pero la cuestión es que me ayuda a sobrellevar la soledad.
No sé. El miércoles, este ser tan fascinante que tan buenos ratos me hace pasar va a dejar la realidad virtual y se va a hacer carne. Por un lado me muero de ganas de conocerlo en persona; pero por otro, temo decepcionarlo o que me desilusione él a mí. Sería terrible que perdiera su aura y yo ya no pudiera volver a disfrutar desmenuzando sus escritos.

De turbación en turbación


Ahora que se acercan las fiestas de San Juan, me vienen a la cabeza un sinfín de recuerdos de cuando era adolescente: el sermón de la carne; las atracciones de feria; el entoldado...
El primero se refiere al sermón que pronunciaba el párroco el domingo anterior al solsticio de verano. Trataba sobre la lascivia y los deleites carnales, y era tremebundo. Voceando y gesticulando sin parar, recordaba a los feligreses que la carne es uno de los enemigos del alma; y les advertía de que el maligno siempre está al acecho. De esta predicación, los más jóvenes salíamos con el ánimo conturbado. Pero no permanecíamos mucho tiempo en ese estado porque, en cuanto veíamos a los partenaires de los que andábamos enamorados, entrábamos en otro tipo de turbación.
El segundo recuerdo alude a lo erótico que nos resultaba montarnos en los coches de choque con la persona que nos gustaba: lo exiguo del asiento que nos obligaba a estar pegados; el traqueteo y los chocazos que nos echaban a uno sobre el otro y al otro sobre uno...
Y el tercero... ¡ay el tercero! En medio de la pista de un entoldado, rodeados por un gentío y un inmenso guirigay, mi enamorado dibujó mi nombre con su boca y luego añadió un “te quiero”.

Quebrantos de salud, contratiempos y alguna que otra pejiguera


Mi amiga Paquita está padeciendo una serie de quebrantos de salud y contratiempos que, sin ser graves para su persona, le están condicionando la vida. Ella es muy pizpireta y tiene recursos para no deprimirse, pero con tanto arrechucho e imprevisto desagradable, al final va a acabar cayendo en el desaliento.
Como vivimos lejos una de la otra, yo sólo puedo infundirle ánimo a través del teléfono, y llamarla es lo que hago. Pero a veces, ante tanto desastre, es difícil mantener la compostura. El otro día, por ejemplo, cuando la llamé para que me contara como había ido la Primera Comunión de su nieta, me dijo que todo había tenido que suspenderse porque la otra abuela de la pequeña había muerto de repente dos horas antes de la misa.
Y yo... ¿qué quieren que les diga? No sé si por histeria o por no sé qué, ante semejante cúmulo de adversidades, estallé en carcajadas. ¡Y menos mal que Paquita me secundó! 

¡Qué miedo!


Procopio era un hombre pesimista y poco dado a matizar. Incapaz de ver el lado favorable de las cosas, se pasaba el día presagiando males y hundiendo el ánimo de los demás. Su conversación estaba compuesta de frases hechas; y, entre ellas, la más repetida era: “Dios nos coja confesados”.
Procopio regentaba una abacería que se llamaba “Siniestros augurios”; y allí, mientras vendía legumbres y bacalao a los parroquianos, les hacía unos vaticinios que para qué.
Es evidente que si los clientes seguían acudiendo a una tienda con un ambiente tan “festivo” es porque no había otra en el pueblo. Hay que considerar que de los arenques que vendía Procopio no se podían privar.

domingo, 3 de junio de 2018

El Bloomsbury manchego


Ayer, cuando estaba sentada en un banco del bulevar, vino a ponerse a mi lado un anciano de buen porte. Entablamos conversación y me dijo que era de La Mancha; y que estaba en Barcelona con motivo de un entierro. Al decirle que yo también provenía de aquellas tierras, se estableció entre nosotros una ligazón que nos llevó a sentarnos en una terraza y a tomarnos un chartreuse. Y así, inspirados por la bebida espiritosa y confortados por la luz y el calor del sol, nos entregamos a las revelaciones. 
Mi paisano declaró que era veterinario y cofundador del Círculo de La Terrera; un grupo semejante al de Bloomsbury que existió en la región manchega por los años de 1960. Me habló de los miembros que lo componían y de sus audaces y novedosas ideas; de la pacatería y los convencionalismos de las personas entre las que tenían que vivir; de la atmósfera opresiva y asfixiante de aquellos tiempos; de amores cruzados y no correspondidos...

Una pasión que devora


Trinidad procura encandilar con su mente, pero como también le gusta lucir palmito, nunca sale de su casa sin estar perfectamente acicalada. Y así, sintiéndose hermosa por dentro e irresistible por fuera, nuestra amiga se fue el sábado pasado a visitar La Fira Gran.
La encontró muy concurrida; y, en las diversas casetas, pudo ver productos a cuál más idóneo para las personas de nuestros años: viajes de placer, audífonos y prótesis en general, quiromasajes...
Pero lo que más le complació fue constatar que, independientemente de la edad, la gente tiene aficiones y proyectos, y que a ellos se entrega con fruición. Vio a mujeres realizar in situ encajes con bolillos; a hombres y mujeres bailar sevillanas y country... y, en un momento en el que el escenario estaba vacío, Trinidad se subió a él y les explicó a los presentes en qué consiste esa pasión por escribir que la devora por dentro. 

Ni tanto ni tan poco


A veces, cuando voy en el metro, miro los rostros de los seres que me rodean y advierto que todos son más jóvenes que yo. Entonces me siento una abuela; y, durante el tiempo que dura el trayecto, no dejo de verme y de reconocerme como tal.
Otras veces, cuando estoy entre gente de mi quinta y aún más mayor, no diré que me siento una piba, pero sí que me percibo en la plenitud.
Y ahora, mientras escribo estas líneas, pienso que no soy ni una cosa ni la otra. Que no estoy en la senectud, pero tampoco, con certeza, en el momento álgido de mi vida. Que voy subiendo una montaña en la que veo gente que me precede y coetáneos que me circundan. Y que, como conforme asciendo el camino se va despejando más, no estoy segura de querer experimentar la soledad de los últimos tramos.