martes, 14 de noviembre de 2023

LAS NOCHES DE COLUMBANO Y EL MUSEO DEL ZOQUETE

 La palabra “zoquete” tiene diferentes acepciones. La más popular es la que significa “necio”; pero un “zoquete” también puede ser un cacho de madera corto y más o menos abultado. Esto lo sabían muy bien los habitantes de Nistayolero de la Mancha ya que en dicha localidad existía una muestra de palitroques varios.

LAS NOCHES DE COLUMBANO Y EL MUSEO DEL ZOQUETE

El Museo del Zoquete que Columbano creó en su pueblo no reproducía memeces de majaderos famosos, sino que exhibía trozos de madera destinados a diversos usos. De este modo, en sus vitrinas se podían observar tarabillas que valían para cerrar alacenas; tarugos con los que se aseguraban las puertas de las gorrineras; “trancos” que los niños utilizaban en el juego del mismo nombre...

Además, en las largas noches pueblerinas, Columbano organizaba veladas artísticas en una sala aneja al museo. En ellas se caracterizaba de Domenico Modugno e interpretaba ante sus amigos “Dio, come ti amo”. También disfrutaba travistiéndose en una mujer despampanante; era muy celebrada su imitación de Monna Bell cantando “Eres diferente”...

Y así, entre pedazos de madera, reuniones vodevilescas y alguna que otra copita de ojén pasaba la vida el bueno de Columbano; un rentista extravagante y genial que debí de conocer por los años de 1967... 

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MÁS FEO QUE PICIO

 Soy muy feo, feísimo; y, por este motivo, al comienzo de mi vida lo pasé fatal. Después, cuando acepté mi condición de adefesio, empecé a vivir en paz con mi desgracia; pero reitero que, hasta entonces, tuve muchos momentos de infelicidad...

Recuerdo que, de pequeño, una mujer mantecosa y meliflua se persignaba cada vez que me veía; y también me acuerdo de que otra dona que siempre iba llena de joyones me comparaba con un tal Picio, sin que menda tuviera idea de quién era ese señor...

Ya en la pubertad, cuando aparecieron Los Sirex y su canción “Que se mueran los feos”, el zaherío por parte de mis compañeros de clase fue tremendo. Se reían de mí mientras continuamente repetían el título de la tonadilla: ¡Que se mueran los feos! ¡Que se mueran los feos! Fue horrible; no me quiero ni acordar...

Mas también he disfrutado de instantes de gloria. Como sucedió aquel verano en que una francesa declaró que yo era el muchacho “plus” atractivo que había conocido. Me comparó con los dos feos más famosos de la época: Jean-Paul Belmondo y Serge Gainsbourg; e, incluso, llevada por el entusiasmo, añadió que mi persona era la perfecta combinación de ambos. El estío del que hablo fue el mejor de mi existencia. Una tarde, a la hora de la siesta, la gala puso en el tocadiscos “Je t'aime... moi non plus” y, embargados por las notas, pasamos el Rubicón...

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DE VOCACIONES Y FASHION WEEKS

 I

Durante toda mi vida laboral he trabajado como tenedora de libros; pero a mí, la profesión que de verdad me hubiera gustado ejercer es la de modelo. Desfilar por una pasarela luciendo la ropa de los grandes diseñadores siempre me ha parecido la ocupación más apasionante que pudiera existir. A veces, cuando el prosaísmo de mi actividad contable me oprimía, me bastaba imaginarme exhibiendo atavíos en la Fashion Week de Nueva York o París para llegar al embeleso.

II

El gusanillo de la moda me entró recorriendo el pasillo central de la iglesia de mi pueblo. Debió de suceder un día de san Dionisio porque el templo estaba lleno de gente. Recuerdo que, caminando por entre los bancos abarrotados con mi vestido nuevo, experimenté una intensa emoción al sentirme observada por cientos de ojos...

III

Más tarde, en un viaje que hice a la capital, vi la película “Cómo casarse con un millonario” y ahí se afianzó mi inclinación por el mundo de los maniquíes. Me prendé de Lauren Bacall y de su modo de presentar los atuendos. Su juego con una sombrilla me fascinó de tal manera que, en la siguiente ceremonia a la que asistí, tentada estuve de aparecer con un quitasol igual y hacer idénticos movimientos delante de toda la concurrencia.

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LA AMISTAD Y LA FURIA CALLEJERA- De la ceca a la meca

 El deber del anfitrión es procurar que su invitado disfrute; pero, a veces, este propósito resulta arduo, por no decir imposible. Es lo que me está sucediendo a mí con un allegado que vino hace un mes a conocer Barcelona y lleva aposentado en mi casa desde entonces. Con toda verdad he de decir que mi compadre hace esfuerzos para que todo salga bien; mas el problema radica en que carece de inclinaciones con las que llenar el tiempo libre y dicha circunstancia lo condiciona todo. Lo cierto es que cuando no estamos de una parte a otra de la ciudad, mi huésped se aburre; que fuera del popurrí de gente que llena las calles, su hastío es palpable.

Yo estoy harta de la situación y lo que deseo es que mi visitante se marche. Aunque lo quiero mucho, su presencia y su furia callejera ya no las puedo soportar. En algunos momentos siento que me va a dar un ataque histérico; que en medio de Las Ramblas voy a comenzar a espasmar, a gritar y a llorar como una posesa...  

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UNA EXPERIENCIA EXTÁTICA

 En la actualidad pocas cosas logran sorprenderme; mas de pequeña alucinaba con todo. ¡Pero si hasta quedé en éxtasis la primera vez que vi una chaqueta de angorina! ¡Fue tremendo!

Tamaña experiencia la debí de vivir por los años de 1960; durante una misa mayor. Recuerdo que la prenda en cuestión, cual si fuese una luz con formidable reverbero, atrajo mi atención y me arrebató los sentidos. 

La chaqueta que me dejó fascinada era del color de las naranjas sanguinas; emitía destellos y encima tenía pelo. Pero no se trataba de un pelo cualquiera, sino de uno semejante al de los bebés. La llevaba puesta una muchacha que se llamaba Visitación;  Visitación Guaripola Escarpidor, por más señas...

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EL HOMBRE FUMANTE

 Cada mañana, cuando me dirigía a la facultad, me encontraba con el hombre fumante. Lo descubría al doblar la esquina de la calle Fablistanear; casi al término de mi recorrido. Siempre lo hallaba en la misma posición: apoyado contra la pared del edificio y con la mano derecha sosteniendo un  cigarrillo. A veces me parecía incorporado al paisaje...

Luego, durante el resto de la jornada, la imagen del ser humeante permanecía en mi cabeza condicionando mi actitud. Me quitaba el sosiego porque era la representación viva de mundos imaginados. Lo percibía como una especie de guía idóneo para  conducirme por el caos...

Un día, el hombre del pitillo dejó de estar en la arista callejera y no lo vi nunca más. Al principio busqué en el suelo vestigios de su presencia por si se veía obligado a aparecer antes de mi llegada: colillas, ceniza... Pero como no topé con nada, pensé que se había ido de verdad...

Después, y hasta que acabé la carrera, no hubo amanecer en el que al atravesar el cantón no lo echara de menos; ni instantes previos a pasar el ángulo de la manzana en los que no tuviera la sensación de que iba a estar allí...

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EL USO PREPOSICIONAL Y LOS HIJOS DE JACOB

 Aunque las preposiciones son veintitantas, las sé todas: a, ante, bajo, cabe, con, contra... También soy capaz de nombrar a los doce hijos de Jacob; e, incluso, guardo en la cabeza la tabla de multiplicar. Y no es que haya estado repasando estos conocimientos hace poco. ¡Qué va! Lo que sucede es que me acuerdo perfectamente de muchas cosas que aprendí de pequeña. Sin embargo, lo reciente se me va. Mis experiencias actuales se desvanecen sin dejar apenas huella. Así, por ejemplo, puedo enumerar las virtudes cardinales y teologales que estudié antes de recibir la primera comunión y quizá no recuerde lo que comí anteayer. En fin...

Pero no es de memoria y desmemoria de lo que yo quería hablar, sino de la importancia de saber utilizar las preposiciones. Mas para no convertir el escrito en un rollo insoportable, dejo este interesante tema para otro día.

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LA MOJIGANGA DEL COSCORRÓN

 Cada vez que Josafat entraba en el chiribitil de su abuela, se llenaba la cabeza de coscorrones. Como él era muy alto y el chiribitil bajo y angosto, los testarazos que se daba contra las vigas del techo eran tremendos. ¡Cataplum! ¡Pum! ¡Pum! Pobre muchacho... En ocasiones tenía tantos bultos en la cocorota que el nombre que más le hubiera pegado hubiera sido el de don Chichón...

Una mañana, mientras estaba desayunando, el anuncio de gorros de baño que vio en el colorín de un periódico le inspiró una idea genial. Pensó que si juntaba dos birretes de ese tipo y en medio ponía algodón o borra de los cojines de la butaca de su abuela, obtendría una especie de yelmo protector. Un casquete que amortiguaría los golpes traidores y que enseguida bautizó como “La coscorronera de Josafat”...

Dicho y hecho; nuestro protagonista emprendió inmediatamente su obra y triunfó. Confeccionó modelos para todos los gustos: azafranados, rojizos, verdinos, rosa fosforito...; y así empezó su carrera de inventor.

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EL UNIVERSO LEXICAL DE DOÑA LEONTINA

 En el tiempo en que Yuri Gagarin viajaba al espacio, doña Leontina, la maestra, invitaba a sus alumnos a peregrinar por el universo lexical.

Llamaba así la educadora al vocabulario; a todo el montón de palabras que podían usar los humanos para conversar entre ellos.

Vestida con su falda de tergal y su rebequita bermellón, aseguraba que el vuelo que discurría por los cielos del lenguaje era el más alucinante de los que en la escuela era factible emprender. 

La pedagoga equiparaba las voces a las estrellas y asimilaba las locuciones con las constelaciones.

Para evitar que el interés de los discípulos decayera, doña Leontina, cada cierto tiempo, les enseñaba expresiones coloquiales. Entonces los estudiantes se mostraban entusiasmados. Como cuando les habló de la frase “No dejar títere con cabeza”. Añadió que el origen de la misma había que buscarlo en “Don Quijote de la Mancha”. Y en ese momento, los muchachos, al advertir que el concepto quijotesco estaba constituido por cinco vocablos, lo igualaron a Casiopea...

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LOS AÑOS DE CLAVELITOS

 I

Clavelitos siempre ha sostenido que tenía diez años menos que yo; pero a mí, constantemente me ha dado la impresión de que era de mi quinta. No podría precisar en qué razones basaba mi opinión, mas semejante efecto existía. Quizá fuera su apariencia; ese aire indefinido de marchitez que tanto se asemejaba al mío. O acaso se tratara de su modo de andar; o de la postura de su cuerpo. No sé; tal vez me hicieron sospechar sus alifafes o su miedo a morir...

II

Lo cierto es que ayer, mientras me enseñaba un álbum de fotos, un recordatorio de su primera comunión se escapó de entre las hojas del libro yendo a parar al suelo. Cuando me agaché a recogerlo, pude ver la fecha de su nacimiento impresa en el mismo y como resultado supe su edad. Un tiempo que me sorprendió ya que mi amiga no sólo no era más joven que yo, sino que me llevaba cuatro primaveras...

III

Fue un momento muy incómodo porque la protagonista de mi historia advirtió lo que acababa de ocurrir y se sintió avergonzada. Supongo que deseó que la tierra la tragase, empero continuó en su lugar... Menda comenzó a disparatar para hacerla reír y así salimos del trance. De lo que no estoy segura es de que Clavelitos esté dispuesta a acabar con la farsa y a revertir la situación...

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DE VESTIMENTAS Y AYERES

 Cuando el tiempo refrescaba, lo que procedía era tener una prenda abrigosa cerca. Una ropa que bien podía ser una chaqueta de punto, una mañanita, una toquilla, un mantón... 

Como esa especie de esclavina que Elvira Toloache, alias doña Amargura, se ponía todas las mañanas encima del camisón. Un paño de color rosa de té que no le impedía el movimiento de sus gordezuelos brazos. ¡Pobre mujer! Siempre somatizando su espantosa frustración; el malogro de su casamiento con un hombre prosopopéyico y cobardón del que estuvo muy enamorada –Toma sardinas prensadas y orejones de melocotón para aliviar tu pena-- le aconsejaba su amiga Flora. Mas ella, que no apetecía tales remedios, se atiborraba a escondidas de elixires y esperaba la visita del doctor...

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DE TIZNADURAS Y ENJALBIEGOS

 I

Cuando hace unas semanas me operaron de retina, di por sentado que hasta un tiempo después no podría pintarme los ojos ni teñirme el pelo. O, lo que es lo mismo, asumí que durante bastantes días tendría que renunciar a ennegrecerme los párpados al estilo Nefertiti y a entintarme la azotea. 

II

Para mí, prescindir de la imagen faraónica que había lucido desde tiempo inmemorial y que me caracterizaba representaba muchísimo. Significaba algo parecido a perder la identidad. Sin la raya de kohl bordeando mis luceros y con el cabello carente de gena, los demás no me reconocerían. Y puede que incluso yo, al mirarme al espejo, no supiera quién soy. Pero como la intervención era necesaria, acepté con resignación los tremendos inconvenientes.

III

Y ahora, cuando todo ha pasado y podría volver a maquillarme, no lo quiero hacer. Me he acostumbrado a mi nuevo aspecto y he descubierto lo cómodo que resulta ir natural... ¡Sin artificios ni potingues! Creo que así estoy más favorecida porque mis rasgos se han suavizado. Diría que todo es perfecto; y, sin embargo, hace un momento he comenzado a añorar antiguas tiznaduras y enjalbiegos...

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LAS FABULOSAS CINCO-De desbarres y quimeras

 En lo que a ensueños se refiere, siempre he sido bastante rara. De joven, tenía fantasías erótico-musicales con el tío de una compañera de facultad al que sólo había visto una vez. Eran representaciones en las que el susodicho y yo aparecíamos cantando “Parole parole”, cual si fuésemos Mina y Alberto Lupo. Un desbarre muy morboso, ya que entonces menda era una ninfa citadina y el pariente un solterón provinciano con mucho resabio...

Ahora, la ilusión más sugestiva que albergo es escritural. Me imagino a cuatro amigas determinadas y a mí, aisladas en un lugar a causa de las lluvias. Experimentando algo parecido a lo que vivieron Lord Byron, John Polidori, Mary Shelley y demás en el verano de 1816. En mi quimera, las fabulosas féminas que somos mis allegadas y yo también unimos nuestros talentos y pergeñamos opúsculos geniales. ¡Libritos extraordinarios que harán época! 

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EL PRENDIMIENTO ARROCERO

 Hace un rato, por empeñarme en coger un grano de arroz que estaba en el suelo, se me ha quemado la comida. Era un grano que se acababa de escapar del saco que lo contenía. Una maldita semilla que había ido a detenerse donde más podía incordiar: entre las dos baldosas de debajo del fregadero; en un punto inaccesible de la juntura...

Viendo los obstáculos que presentaba la operación, bien podía haber renunciado a ella; o, al menos, haberla pospuesto a otro momento. Pero como estaba en juego mi orgullo, he seguido hasta estrellarme. 

Ahora me encuentro sin condumio; y, por supuesto, la jodida partícula continúa en el lugar en el que estaba...

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EL JUEGO DE LA IMAGINACIÓN-De las tortas con manteca a la alferecía

 ¡Que no, Orestes! ¡Que no! Que no tengo ni idea de lo que son las “fretillas”. Estoy mirándolas en la fotografía que me has enviado y te aseguro que las desconozco por completo. Me acuerdo de los sequillos, los hornazos, las tortas con manteca..., pero de estas otras pastas que mencionas no. Precisamente estaba comiéndome un sequillo la primera vez que oí la locución “morir de repente”. Sucedió en mi niñez. Aludía la citada expresión a un muchacho de la localidad que acababa de desplomarse en medio de la calle. Me viene a la cabeza que todos los chiquillos nos vimos inmersos en el tumulto que se formó; y también recuerdo que pensé que la palabra “repente” denominaba a una enfermedad. Una alteración de la salud que de manera indudable era más grave y misteriosa que la alferecía o el sarampión...

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EL GOCE DE LOS SENTIDOS

 Los higos que me regaló Demócrito excitaron mi apetito. Eran de color verde claro; semejante al del ajenjo, las ciruelas claudias y un collar de bolas ensartadas que me trajo un antiguo pretendiente de un viaje por tierras javanesas...

Tan pronto como llegué a casa con ellos me comí uno; y al poco otro; y después otro... ¡Y así estuve hasta que no quedó ninguno!

Sé que obré mal; que lo perfecto hubiera sido dejar dos o tres para que la familia los probara... ¡Pero es que no lo pude remediar!

Desde que mi compadre me los dio, recién cogidos de la higuera, sentí un deseo irrefrenable de ingerirlos; de introducírmelos en la boca; de notar su sabor... Se me antojaban suavísimos; con cientos de semillas esparciéndose por mi paladar...

 Terminado el festín pensé que al arribar a mi morada tendría que haberlos puesto en el anaquel superior de la alacena; en la fuente desportillada que guardo para ocasiones parecidas. De esta manera, sin verlos, hubiera podido resistir la tentación... 

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EL PARQUÉ Y LA FUERZA DE VOLUNTAD

 Hace unas semanas, por diferentes motivos, decidí alejarme de la literatura. Tomé la determinación confiada porque pensé que un descanso temporal no haría más que acrecentar mi aptitud creadora. Pero hete aquí que, después de este intervalo, la desgana se ha apoderado de mí y no encuentro la manera de quitármela de encima. En la actualidad soy incapaz de sentarme delante de una cuartilla. No me apetece en absoluto estrujarme las meninges. Me dedico a vegetar...

Cuando la voz de la conciencia me azuza para que retome mi afición escritural, me invento miles de excusas: que si el ojo nuevo, que si las gafas, que si el estrés... Pretextos inútiles ya que con ninguno logro acallar la inquietud que me reconcome.

Lo cierto es que mientras disfruto sin tener que preocuparme por si se dice “parqué”o  “parquet”, la sensación de estar cayendo por una pendiente no me abandona. Al final sólo espero que mi energía venza a mi abulia y que no termine en el abismo.

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EL HOMBRE CANSADO Y EL CHACHACHÁ

 Hay personas que enseguida perciben la extenuación en el semblante de sus amigos y procuran no molestarlos. Mas otros, que parecen estar en la luna, no se enteran de la realidad y resultan siempre inoportunos. 

EL HOMBRE CANSADO Y EL CHACHACHÁ

Cuando uno está agotado, lo que le apetece y necesita es descansar. Dejar el cuerpo y la mente en reposo y esperar a que el cese de toda actividad surta efecto.

En ese estado de sufrimiento infinito, a un ser humano le es imposible acceder a las proposiciones de los demás; de manera especial, si dichas propuestas son de carácter festivo. Porque ¿cómo se va a ir de jarana una criatura que no puede ni con su alma? ¿de dónde va a sacar fuerzas para aguantar tanto bullicio? Y ya no digamos si los requerimientos son para bailar un mambo; pero es que... ¡ni aunque fuera un chachachá! 

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domingo, 6 de agosto de 2023

NOCHES DE JUEGO Y PALIQUE

 Cuando escucho a Charles Aznavour, me sumerjo en la nostalgia. En una tristeza dulce, delicada y enormemente creativa. Mi musa fuentealamera viene a verme y, asiéndome de la mano, me transporta a los veranos pueblerinos de los años sesenta del siglo pasado; a la década de los jipis, la minifalda, el asesinato de Kennedy, la muerte de Juan XXIII...

Entonces me veo de noche, con mis amigos, sentada en las escaleras de El Descargador o en las de La Cruz de los Caídos. Acabamos de jugar a la patá al bote y estamos discutiendo sobre cuál de las canciones del citado artista francés es la más hermosa. Fulano asegura que “La Bohème”; mengano se decanta por “Que c'est triste   Venise”; y una servidora, que muere por “Hier encore”, enronquece magnificándola...

Conviene señalar que en ese tiempo aún no había aparecido “She” y que quizá por ello la discrepancia era tanta...  

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LA ESCRIBIDORA CANSADA, EL TRIQUITRAQUE Y EL ROCANROL

 La inspiración viene a visitarme, pero no me encuentra receptiva. El calor me ha marchitado y estoy sin vigor. Languidezco debajo de la parra del patio mientras las avispas zumban a mi alrededor...

La musa se percata de mi lamentable estado y comprende que lo que necesito es descansar; no obstante, cautivadora, insiste en sus sugerencias.

Una de las ideas que me insinúa para que desarrolle se refiere a lo bien vista que está la incultura en la actualidad; a lo molones y guais que resultan los ignaros. La segunda propuesta de mi visitante alude a las antiguas verbenas en las que no faltaba ni el gin-fizz, ni el triquitraque, ni el rocanrol; y la tercera, a la locución “herre que herre”... 

En condiciones normales, cualquiera de los tres temas me parecería el sumun; empero ya digo que estoy agostá...

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sábado, 5 de agosto de 2023

PASEANDO CON UN AGORERO

 ¡Enhoramala se me ha ocurrido salir a pasear con Evaristo! ¡Este hombre es un agorero! Vamos en dirección a La Cañada y la experiencia está resultando fatal. Todo lo que dice este tío es desfavorable; y, además, como se expresa con tanta ampulosidad, el efecto que producen sus palabras llega a ser demoledor.

Ahora está hablando de la senectud. Asegura que dicho período de la vida en el que ambos nos encontramos es un horror. Lo define como una senda hacia el ocaso empedrada de alifafes. ¿Se puede ser más pesimista y más cursi? Creo que no; sin embargo, el paisano sigue y sigue... que si el cuerpo y la mente se van deteriorando sin parar; que si cuando no se presenta una dolencia aparece otra, o dos o tres a la vez...

A mí me dan ganas de salir corriendo; huir de este cenizo que me está amargando la tarde. Intento explicarle la receta del potaje con cardillos para cambiar de conversación, pero no hay manera. La única esperanza que me queda es que, cuando arribemos a nuestro destino, él se ponga a platicar con el dueño de la finca y yo me pueda bañar en la balsa de riego...

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DE INTERJECCIONES Y SANTIGUOS

 Entre todas las interjecciones utilizadas para expresar asombro y desconcierto, la que más entrañable me resulta es ¡Jesús, María y José! En el pueblo donde nací y me crié, esta exclamación se solía proferir acompañada de la señal de la cruz; sobre todo cuando se sospechaba que detrás de aquello que provocaba nuestro pasmo andaba el maligno... 

DE INTERJECCIONES Y SANTIGUOS

¡Jesús, María y José! y un santiguo fue lo que dijo e hizo doña Balbina cuando oyó hablar a una francesa de “la petite mort”. La desparpajada gala no se lo estaba contando a ella, sino a unas jóvenes que hacían labores de bolillos debajo de su ventana... Al principio, la dona no entendía nada de aquel lenguaje oscuro; no obstante, reuniendo datos, pudo descifrar el supuesto galimatías y alucinó. La revelación orgásmica de doña Balbina debió de suceder por los años de 1965...

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DE HUEVOS DUROS, VINILOS Y FELICIDAD

 Hasta hace pocos días, las copas de los árboles eran para mí manchurrones verduzcos. Las cabezas de los terrícolas, huevos duros con pelucas ya que en sus caras no podía distinguir ninguna facción; y los bordes de los azulejos de mi casa, líneas muy dadas al bailoteo y a la distorsión.

Pero ahora, con un ojo que me compré la otra tarde en los Encantes de Barcelona, lo veo todo divinamente. Las paredes de las habitaciones las percibo tan blancas que  parece que las acabe de enjalbegar. Las hojas unidas a las ramas de las plantas las diferencio aunque sean minúsculas; y a los conocidos los he vuelto a saludar porque, cuando me cruzo con ellos por la calle, sé quiénes son.

Y todo gracias al superojo que digo. En cuanto lo descubrí en las vitrinas de un maestro ocularista, me prendé de él. Lo troqué por mi lucero izquierdo allí mismo en la trastienda... Después, para celebrar mi magnífica adquisición, visité un puesto de vinilos y me hice con el sencillo “La Felicidad” de Palito Ortega y con las “Danzas Húngaras” de Brahms. 

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UN GRITO DE ABUELA – De interjecciones y gestos

 ¡Mira que existen interjecciones para mostrar asombro! Si me pongo a pensar, me vienen a la cabeza un montón: ¡oh!, ¡ah!, ¡hala!, ¡jolines!, ¡joder!..

La expresión “¡hala!” la utilizo yo para celebrar las gracias de mi nieta. Imagino que a los demás mortales la soltura de mi descendiente les importará un pepino; pero, para mí, verla y oírla es una experiencia única. Cuando me sorprende con una nueva habilidad, suelto un “hala” impetuoso; una exclamación vehemente que suelo acompañar de aplausos y gestos. Es mi grito de abuela. Una especie de conjuro con el que intento trasmitirle admiración e infundirle aliento.

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EL PERENDENGUE Y LA OREJA – El tiempo que me queda libre

 I

La idea de invitar a Camila Boiserie a pasar unos días en el pueblo me provoca sentimientos encontrados: por un lado me seduce; pero por otro me causa horror.

II 

Si me pongo en plan optimista, la estancia de la susodicha en mi casa la concibo como algo maravilloso. Podríamos hacer multitud de cosas; incluso pergeñar un opúsculo de manera conjunta sobre el perendengue y la oreja, por ejemplo. ¡Seguro que con su aporte y el mío la obrita causaría sensación! 

III

Me gustaría hacer de cicerone con Camila. Presentarle a mis amigos; llevarla a comer  gazpachos manchegos, atascaburras, queso frito... Enseñarle palabras usadas en el lugar: albercoque, cascaruja, mistos, gorlita... y, por supuesto, el “¡pijo!” y el “¡odo!” que tanto nos caracterizan. Aunque imagino que estas dos exclamaciones las aprendería sola ya que por aquí hasta el viento las pronuncia...

IV

Sin embargo, cuando sopeso los contras del asunto, el entusiasmo inicial trueca en desinterés  y el afecto en aversión. La realidad es que, como apenas tengo tiempo libre, necesito y me apetece emplear los lapsos que me quedan carentes de obligaciones en mí. Son espacios que procuro conservar vacíos; sin compromisos ni extraños. Momentos en los que codicio leer, escribir, escuchar música, ver películas, sumergirme en la más absoluta despreocupación...

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LA IMAGINACIÓN

 De pequeña, mi canción favorita era “Vamos a contar mentiras”. Recuerdo que la primera vez que la oí me prendé de ella. Sucedió en una fiesta de san Marcos; durante esas celebraciones camperas en las que las normas de conducta se relajaban y estaba permitido disparatar...

Fue Robustiano, alias el Bolero, quien comenzó a entonarla mientras los chiquillos nos esclafábamos huevos duros en la cabeza. Me acuerdo de que mi asombro fue tan grande que en ese momento abandoné la batalla y me dediqué a escuchar: 


“Ahora que vamos despacio

ahora que vamos despacio   

vamos a contar mentiras, tralará

vamos a contar mentiras.

Por el mar corren las liebres

por el mar corren las liebres

por el monte las sardinas, tralará

por el monte las sardinas...”


Verdaderamente la copla me cautivó. Me imaginé la ladera del cerro Tomatón llena de peces excursionistas y aluciné con la representación. ¡Aquellas estrofas habían venido a mostrarme el poder del ingenio!

Enseguida aprendí el cantar y lo convertí en un himno. Cada vez que vocalizaba su letra, lo hacía en éxtasis. ¡Ni las marchas patrióticas que interpretábamos en la escuela me provocaban tanto fervor! Ciertos cánticos religiosos también me arrobaban el espíritu; mas las impresiones experimentadas eran diferentes...

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EL DESMANTELAMIENTO DE UNA PENSIÓN

 I. Doña Agustina

Un mes después de que doña Agustina muriese, sus sobrinos me pidieron que les ayudara a desmantelar la casa. Se trataba de una pensión erigida por la difunta en tiempos remotos y que había estado funcionando hasta poco antes del óbito. Una respetable fonda en la que se habían hospedado maestros, viajantes, agrimensores, sexadores de pollos y hasta un letrista de jotas de picadillo...


II. La agobiante nada

Cuando llegó el día del desarbolo, en lo primero que me fijé al atravesar el umbral de aquella residencia fue en lo evidente que resultaba el vacío. Era como si la parca, al llevarse a doña Agustina, se hubiera cuidado de no dejar espíritus detrás. Allí estaba el clavecín de la susodicha; sus ropas y enseres... Pero todo eran vestigios materiales; sin rastro de savia o vigor...


III. El galicursi y la letra zeta

Respondiendo a la demanda de los herederos, pasé a revisar lo que al parecer eran papelotes. En medio de ellos encontré un epigrama titulado “El galicursi” que consideré genial. Una sátira en la que la finada ridiculizaba a un hacendado pueblerino que no paraba de utilizar francesismos en su conversación...

También hallé entre esos pliegos una misiva de alto contenido erótico. Pude adivinar quién era el remitente porque de los bellísimos renglones brotaba la letra zeta dibujada de manera inconfundible: “Mis manos zarceñas acariciando tu cuerpo...” fue la frase que delató a su autor.

En el momento en que reflexionaba sobre qué hacer con esas cuartillas, vino un viento fuerte y me las arrebató. Quizá lo envió la de la guadaña deseando completar...

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EL ARTE DE CUCAR LOS OJOS

 I. Introducción

¿Habéis probado a guiñar un ojo con elegancia? A mí es algo que me resulta imposible de lograr. Cuando lo intento delante del espejo, la imagen que veo reflejada en el cristal es la de una deslucida autómata haciendo gestos raros. Contrayendo una mejilla en el momento en que cierra el párpado del mismo lado; o abriendo desmesuradamente un fanal mientras tapia el otro...

II. El jovenete Wenceslao

Después de este exordio que acabo de pergeñar, quiero deciros que yo, de púbera, estuve enamorada de un virtuoso guiñador. El muchacho, que se llamaba Wenceslao, cucaba con igual habilidad el lucero izquierdo que el derecho; y no hacía sólo eso, sino que encima sonreía. El resultado era espectacular. Pienso que además de cautivarme a mí, el mancebo fascinaba a todas las chiquillas del pueblo. Había que ver lo irresistible que estaba cuando entraba en clase desplegando su arte. Tabicando ora un iris, ora el otro... ¡Parecía que llegaba el día! 

III. El apabullo

Nunca pude hablar con el jovenete porque la turbación que me provocaba tenerlo cerca me lo impedía. Se me paralizaban las facultades físicas y mentales. Era un azaramiento total. ¡Lo nunca visto!

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EL RINCÓN DE LA REALEZA

 ¡Jo! ¡Menudo despiste! Llevaba dos horas buscando las gafas y, hace un momento, cuando le he pedido a José que me ayudara a encontrarlas, me ha respondido que las tenía puestas. ¡He alucinado!

¡Con el rastreo que había efectuado por toda la casa para dar con ellas! Al menos pude descubrir algunos rincones cubiertos de polvo y limpiarlos...

Donde primero miré fue en lo que yo llamo el cobijo de la realeza; encima del armario de luna. Es el lugar en el que guardo las revistas que publican acontecimientos relativos a las monarquías. Albergaba la esperanza de hallar las antiparras por allí porque un rato antes había estado depositando un semanario sobre la reciente coronación de Carlos III.

También registré los cajones de la mesa del despacho. Obviamente no me topé con los espejuelos; pero con lo que sí me tropecé fue con un relato que escribí en el año catapum acerca de un muchacho que podía hechizar a las féminas guiñándoles un ojo. Es evidente que entonces una servidora era muy joven; hoy no se me ocurriría hablar de semejantes tonterías... ¡creo!  

Asimismo, rebuscando los quevedos, inspeccioné los armarios de la cocina. Lo que apareció en ellos fue un artilugio que un allegado me regaló hace un montón de años y que nunca supe para qué servía...

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EL SECRETO DEL ASCENSOR – De latinajos y reglas

 Me encuentro en un sinvivir. Dentro de tres días voy a ser proclamada reina del glamur por una revista y recelo de lo que pueda suceder.

Estoy intranquila porque, aunque siempre he procurado comportarme con elegancia, en mi pasado existe un borrón que, si se supiera, haría saltar por los aires el nombramiento y oscurecería in aeternum mi reputación.

Ocurrió hace muchos años, en el ascensor de un edificio al que me acababa de mudar. El caso es que cuando entré en dicho habitáculo, me pareció notar la llegada del menstruo. Inexplicablemente, ya que de manera cabal nunca lo hubiera hecho, me bajé la prenda interior concernida para comprobar si era verdad... Lo que jamás hubiera imaginado es que entre aquellas paredes no estaba salvaguardada mi privacidad. En el momento en el que levanté la vista estando de esa guisa, me encontré con un gran ojo en el techo. Una cámara que había registrado mi ordinaria actuación. 

De nada me valió el cartel anunciador de su instalación que después vi en el vestíbulo. Sé que esas cintas se tienen que destruir al cabo de un tiempo. Mas... ¿y si un ser perverso ha guardado para la posteridad aquélla en la que aparezco yo?   

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sábado, 13 de mayo de 2023

DE PÁMPANAS Y GORRIONES

 Ahora que la vorágine citadina me tiene atrapada y apenas consigo respirar, recuerdo con añoranza mi última estancia en el pueblo. Fueron días en los que el paso del tiempo se lentificó y pude saborear la llegada de la primavera. Entonces logré percibir cómo la parra del patio se iba llenando de pámpanas; y también el modo en que las tinieblas se mostraban cada tarde más remolonas a la hora de engullir el paisaje. Los gorriones, con sus trinos, me despertaban al amanecer; y era manifiesto que el júbilo y el esplendor de la nueva estación estaban acabando con el ocaso y la melancolía del invierno...

Nieves Correas Cantos

EL DON DE ACIERTO, LA BULERÍA Y LA SOLEÁ

 Soy como un cantaor que en un entierro se arrancase por bulerías; o que en un jolgorio entonase una soleá. Bueno, de manera aproximada... Porque el cantante de flamenco, a pesar de su salida extemporánea, conseguiría cautivar con su arte. Mientras que yo, con mi inoportunidad acostumbrada, lo único que logro es desconcertar primero y fastidiar después.

A mí unos me llaman metepatas; otros, bocazas; y otris, “disparatao”... Es igual: el caso es que carezco del don de acierto y no doy una. Que siempre hago y digo cosas fuera de conveniencia; que nunca sé lo que procede y lo que no...

Es como si me faltara la capacidad para apreciar el ambiente y que, por tal motivo, no pudiera responder de manera adecuada en casi ninguna ocasión. O como si mi percepción y mi reacción emocional no se correspondieran... O puede que, al habitar en un planeta fuera de la Vía Láctea, no me lleguen bien las ondas terrestres y permanezca sin comprender...

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PROCURO OLVIDARME

 Cuando escribo, procuro olvidarme de quién soy. Intento preterir los años; el hecho de estar casada; mi condición de abuela... Porque, si no descuidara mi posición de señora formal antes de coger el lápiz, ¿cómo iba a lograr pergeñar un texto sobre juegos eróticos, por ejemplo? ¡Me sería imposible entrar en materia! 

La semana pasada, cuando me enteré de los años que cumplía el internauta Cirilo de Metagoge, me sorprendí de verdad. Yo a este hombre, al que únicamente conozco por sus escritos, le hubiera echado treinta y tantas navidades, máximo cuarenta; pero nunca las setenta y siete que Facebook aseguraba que tenía...

Semejante revelación etaria sobre Cirilo me dejó tan asombrada que desde entonces no paro de cavilar. De meditar acerca de si saber el tiempo que tiene un autor influye en el ánimo de sus lectores; y también, de cómo la senectud puede llegar a condicionar al que escribe por miedo a resultar ridículo; a ir más allá de lo debido; a decir cosas impropias de su venerable estado...

Lo cierto es que el septuagenario del que hablo no parece limitado por su situación. Sus letras son flamantes y apasionadas; diferentes cada día; capaces de desconcertar... 

Nieves Correas Cantos


EL ARTE DE COMPONER VERSOS

 ¡En menudo berenjenal me he metido! Me propusieron un reto y lo acepté. Nada más y nada menos que escribir un poema sobre la malicia. Yo, que desconozco por completo las reglas de la versificación y que nunca he tenido un arrebato lírico... Tampoco soy psicóloga ni sacerdotisa. Pero... ¡si ignoro por completo lo que anida en el corazón de los mortales! 

A fin de no encontrar muchas dificultades he optado por el verso libre; de esta manera   no tengo que atender a rimas, metros y demás... Asimismo, para hablar con propiedad de la perversidad me he fijado en el modo de proceder de un malvado. Se trata de un hombre que me presentaron hace tiempo. Un ser que curiosamente gozaba de gran predicamento entre sus semejantes y al que mi menda en secreto llamaba “El de la doble intención”.

En principio he hecho un borrador. En cuanto lo leáis, advertiréis que es muy reiterativo. Sé que con dos estrofas bastaría para expresar lo que quiero dar a entender; empero el problema reside en que me comprometí a componer más de cuatro fragmentos.

En fin, allá va...

                                 PALABRAS ENVENENADAS

Voces aparentemente laudatorias que contienen ponzoña 

Estiletes envueltos en tisú 

Hilos de oro para disimular el acero...


Tósigos recubiertos de encomios desmesurados

Jazmines para enmascarar boñigas malolientes 

¡Loores a mansalva! ¡Retorcimiento! ¡Doblez!


Vocablos de aspecto luminoso que cuando se disuelven, 

sueltan un veneno que quizá no tenga antídoto...

Hablas nocivas, solapadas...

Peroratas demenciales que pueden causar un daño moral de incalculable tamaño...


Tontos por aquí, tontos por allá...

Fanes, hinchas, propagadores del vilipendio

Estúpidos incapaces de percibir la mordacidad...


Nieves Correas Cantos


UN MUSICAL PARA REPRESENTAR EN BROADWAY

 Yo canto mucho. De mi acontecer diario se podría hacer un musical para representar en Broadway. Rara es la jornada en la que no entono “Corazón de melón”... ¡Y siempre moviéndome al compás! Corazón de melón, de melón, melón, melón, melón, melón,  corazón... ¡Hala, a bailar!

Y lo mismo me sucede con “A la sombra de una sombrilla”. Para interpretar esta mazurca, me suelo acompañar de un quitasol que conservo desde hace años. El utensilio en cuestión es una preciosidad. Me lo regaló una poetisa dedicada al estudio del dialecto lesbio que conocí durante un viaje en transatlántico.

Las ganas de modular una tonada u otra me entran así, de repente... según me inspire el momento y el aire y el sol que entran por la ventana.

Además están las letrillas que me apetece vocalizar en determinadas situaciones. Cuando me balanceo en la mecedora de mi casa y con harta imaginación me parece estar surcando el viento, la declamación de “Volando voy” es obligada. Ajustándome al vaivén de la silla, allá que me lanzo con el gran tema de Kiko Veneno...

Pero ninguna romanza me cautiva tanto como “Yo te diré” de “Los últimos de Filipinas”. Siempre que sus notas atraviesan mi garganta, entro en éxtasis...

Nieves Correas Cantos


¡LAS VUELTAS QUE DA LA VIDA!

 En el tiempo en que ambos éramos pequeños, Uve me resultaba insufrible. Era tal la aversión que me provocaba que en mi magín aparecía representado como una especie de limón andante emitiendo agrio. Se me antojaba estirado, adusto...; la antítesis del héroe que salía en los tebeos.

Mi desafección hacia Uve estaba relacionada con el hecho de que él era el dueño de la bicicleta que a mí me gustaba; un velocípedo cuya conducción me originaba la mayor felicidad. Se trataba de una máquina de color negro, grande, potente... Evidentemente me humillaba tener que pedírsela; no podía soportar que mi dicha dependiera de su voluntad....

Lo sorprendente es que ahora, y después de muchos años sin vernos, el odiado antagonista de antaño se está  convirtiendo en uno de mis allegados favoritos. Cuando me reencontré con él hace poco, descubrí a un ser humano que respiraba bonhomía. Un amante del campo, la música clásica y la historia con el que vale la pena estrechar amistad.

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EL DESPISTE Y LA CEPORREZ

 Ayer, al caer la tarde, un viento frígido procedente del cerro Patatón comenzó a soplar por el pueblo. Fue una corriente de aire que terminó con el buen tiempo que veníamos disfrutando; y, también, una perturbación atmosférica que nos recordó que la primavera es una estación imprevisible. 

La poderosa ventisca enseguida se coló por las rendijas de las casas de la villa templando sus ambientes; y al paisanaje no le cupo otro remedio que volver a encender la calefacción.

En mi vivienda, la borrasca patatera también se hizo notar. De hecho, mi menda pasó en un instante de sentir calor a frío; y fue entonces, al intentar conectar el aparato de aire para que calentara la habitación, cuando se puso de manifiesto lo despistada y cazurra que puedo llegar a ser.

Porque no sólo es que me equivocara de mando y cogiera el de la televisión; es que, al ver aparecer a los personajes de “Sálvame” en lugar del ardiente fluido, no me percaté de manera inmediata de mi error. Al contrario: durante un rato estuve tratando de entender lo que me había parecido un prodigio de la técnica.   

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EL SALTAMONTES Y LA MUJER DISPARATÁ

 Desde hace un par de horas estoy intentando echar a un saltamontes de mi dormitorio. Como desconozco todo lo referente a este animal, actúo al tuntún; ejecutando movimientos raros y diciéndole al bichejo que se vaya. Él me mira con sus ojos prominentes y me contesta que nanay; después, de manera inmediata, pega unos cuantos brincos y se instala en el otro extremo de la habitación. Hace un momento, por ejemplo, se encontraba adherido a la pata del armario; y ahora lo descubro detrás del secreter. ¡Y todo el numerito lo está realizando sin parar de estridular!

Me estoy poniendo histérica porque la tarde avanza y yo necesito que el molesto visitante desaparezca de mi alcoba antes de la hora de dormir. ¡No quiero ni pensar lo que sería pasar la noche sabiéndolo cerca! En una ocasión he logrado que se pusiera al borde de la ventana abierta; y, para animarlo a que traspasara el marco, he comenzado a medio gritarle “¡hale, hale!” a la vez que gesticulaba... ¡Pero nada!

Enfrente de mi casa se ha colocado un cotilla que no deja de mirar hacia mi balcón. El hombre no pierde ripio de todo lo que está aconteciendo. Debe de pensar que estoy disparatá al verme vocear y revolverme de esta manera.

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EN INTERÉS DEL AMOR – Si me necesitas, silba

 Hay historias que se escriben solas. En estos casos a los que me refiero, el literato, convertido en amanuense, no tiene más que dejar que el lápiz se deslice por el papel.

De un modo opuesto, existen sucesos que se resisten a ser contados. Que ofrecen tantos obstáculos cuando el autor intenta plasmarlos en la hoja que al final lo obligan a desistir.

Los hechos que quisiera contar hoy pertenecen a esta segunda categoría. Ayer le dije a mi amigo Vicente que iba a hacer un escrito acerca de ellos, pero me está resultando imposible. Las frases que se me ocurren no se ajustan a las reglas gramaticales; y los adjetivos, adverbios y expresiones que tanto pueden afear un texto están acudiendo a mi mente sin parar. Es como si los protagonistas del acontecimiento me estuvieran manifestando en muy alta voz que no quieren notoriedad. 

Se trata de una pareja que ha dejado de convivir para preservar el connubio. Unos cónyuges que alegan que, sin el roce diario, las ilusiones reverdecen y el amor vuelve a lucir esplendoroso. El hombre, que mora en el piso de arriba de la vivienda, y la fémina, que reside en el de abajo, se silban cuando se necesitan. Y a mí, que soy una cinéfila empedernida, no dejan de parecerme Humphrey Bogart y Lauren Bacall en “Tener y no tener”, por esa costumbre de producir silbos...

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DESPUÉS DE LA PROCESIÓN – De bailones y bailongos

 Yo pensaba que un bailongo era un hombre que se pirraba por el baile. Pero resulta que un bailongo también puede ser una celebración de regular monta; un festejo pachanguero, como si dijéramos...

Tal declaración sobre los significados de la palabra “bailongo” me la soltó mi amigo Eliseo el otro día, mientras nos tomábamos un plato de queso frito y unas cervezas después de la procesión. Fue una explicación muy oportuna porque estábamos recordando las verbenas domingueras que antiguamente se celebraban en mayo con motivo de la festividad de la Virgen y muchos derivados del vocablo “baile” surgían en nuestra conversación. 

Eliseo es muy culto y algo sentimental. Ambos nos hallamos unidos por un afecto que trasciende la amistad; algo parecido a un hilo invisible que nos mantuviera permanentemente enlazados. Fue con él con quien dancé mi primer pasodoble y dicha experiencia me marcó. Ocurrió durante una de aquellas verbenas domingueras...

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EL ÉXTASIS CAMPESINO – Soliloquio de una naturalista

 A mí, lo que me apasiona de verdad es la naturaleza. Andar por el monte estudiando la flora y la fauna del lugar me provoca un placer inigualable; un goce espiritual que no soy capaz de describir. Por este motivo nunca voy a abandonar el pueblo en el que vivo. ¡Y Dios sabe que en determinados momentos añoro los cines, los teatros o los museos! Y también echo de menos ese popurrí de gente diversa típico de la ciudad y que tanto me avivaba cuando residía en ella. Pero reitero que ningún deleite es comparable a ese sentimiento que me embarga siempre que estoy en el campo; un embeleso al que en broma suelo llamar éxtasis campesino.

En mi tiempo libre, el más provechoso, cojo mi cámara con teleobjetivo y me voy a disfrutar lo que el cielo y la tierra me ofrecen. Mi mayor ilusión sería ver a algún miembro de la familia de linces que de manera sorprendente habita por estos pagos. Todo comenzó con una hembra que un día apareció por las inmediaciones; una félida que nadie sabe de dónde vino...   

Nieves Correas Cantos

EL AMANTE IMAGINADO

 Cada mañana hago el amor con un desconocido. Sucede en el ascensor; mientras recorro los cincuenta pisos que me separan de la calle. Mi partenaire es alguien que me precede en el uso del montacargas. Un ser del que ignoro todo, excepto su olor.

 Sus efluvios me parecen secos; los propios de una persona formal. En los primeros días, dichos efluvios se adentraban por mis fosas nasales y como un elixir deliciosamente suave y áspero a la vez me impregnaban cumplidamente. Pero después de una semana, mi fantasía comenzó a corporeizarse  y los placeres matutinos entraron en un nuevo estadio.

Ahora, el hombre imaginado tiene un físico determinado. Su apariencia es la misma que un libro que leí de adolescente en las monjas definía como el prototipo de la masculinidad; y sus actitudes basculan entre la acrimonia y la delicadeza...

En una ocasión pude haberle visto. Sucedió cuando cambiamos al horario de verano; el primer lunes en que tuvimos que madrugar. El hombre fragante, rezagado, estaba dentro del elevador que acudió a mi llamada. Sé que era él porque apenas abierta la puerta, vislumbré una figura que emanaba el seductivo aroma... Entonces tuve la oportunidad; mas lo que hice para preservar mi sueño fue retroceder y dejarlo marchar... 

Nieves Correas Cantos

DENTRO DE NA

 Dentro de na voy a cumplir setenta años. La cifra me abruma; y, quizá por ello, la publico en alta voz. Esta proclamación es un acto chulesco. Una manera de desafiar a la edad con mucha altivez. Contrariándola en su deseo de que baje la cabeza avergonzada por su grandura... 

Sé que en mi desigual pelea contra el tiempo va a acabar ganando el tiempo; pero, mientras, lo chincho todo lo que puedo.

Mi nieta Aurora, que cumplió dos años en febrero, dice que ella tiene dos; su abuelo Pepe cinco y su abuela Many cuatro... Y yo, como sé que la pequeña es muy lista, me quedo con su apreciación.

Nieves Correas Cantos

DOÑA FLORENTINA Y EL HORRIBLE PORMENOR

 Cuando una conversación me aburre, no suelo bostezar. Lo que sí me sucede de manera invariable es que se me caen los mofletes. Es como si el tedio se me acumulara en los carrillos y con su peso los hiciera descender.

Si mi interlocutor es sagaz, mi desplome facial le hace comprender que la charla que mantenemos no consigue cautivarme y reacciona; mas como se trate de un dialogador pagado de su discurso y/o poco avisado, puede seguir con su cháchara durante horas, aunque las mejillas me lleguen al pecho. 

Esto último es lo que me sucede con un amigo bonísimo, pero más pesado que el plomo. Coleccionista de botellines, el problema no radica en que a mí no me interesa nada su afición; sino en que, careciendo de elocuencia, no deja de hablar de ella. Sin advertir que la minuciosidad está reñida con el entretenimiento, mi allegado explica con todo lujo de detalles hasta la mayor pequeñez. Pormenoriza y pormenoriza... ¡No hay quien lo aguante! ¡Cada vez que lo veo me echo a temblar!

Nieves Correas Cantos

ME LLAMO JOSÉ

 Me llamo José; José Equis Ye por si a alguien le interesa...

Mi nombre me parece sobrio y elegante; pero, cuando era pequeño, me molestaba que tantos congéneres lo llevaran. De hecho, en la escuela, más de la mitad de los alumnos éramos tocayos; y, por este motivo, el maestro necesitaba identificarnos por el apellido.

A mí, que no bastara mi nombre de pila para ser reconocido me hacía sentir inferior. Tenía la sensación de resultar insignificante; una simple partícula perdida en el magma de lo común... Entonces me hubiera gustado tener una gracia rimbombante; algo como Zacarías, Eustasio, Salustiano o Bernabé... Luego, con el tiempo, adquirí seguridad y comprendí que era yo quien debía singularizar el apelativo y no el apelativo a mí.

La familia y los amigos siempre me han dicho Pepe. Pepe por aquí, Pepe por allá... Y no es que esta forma de designarme sea más original... ¡Qué va! Abundamos de tal modo los Pepes que, en cualquier lugar público, en el momento en que alguien vocea semejante hipocorístico, somos varios los que nos volvemos sintiéndonos clamados.

Recuerdo cómo le cautivaba mi nombre a una chica con la que anduve en amores. Se prendó de él la primera vez que bailamos juntos. Se lo susurré al oído cuando me lo preguntó. Después, le privaba repetirlo en determinados instantes...   

Nieves Correas Cantos


DE MAYOR A MAYORCÍSIMA

 I. El porrazo

Aquel porrazo me dejó dolorido el cuerpo y el alma. Fue un batacazo monumental; de los que hacen época. Me lo pegué en las postrimerías del verano pasado; el día en que, deambulando por una capital de provincia, trastabillé y caí cuan larga era. Desde entonces tengo la impresión de estar instalada ya en la vejez. Es como si el golpe maldito hubiera actuado como una patada en el culo; una formidable coz que me hubiera despachado de la madurez a la senectud de un modo directo y sin contemplaciones.

II. Un pesimismo exagerado

En muy breve espacio de tiempo he experimentado cambios que me mantienen expectante y que voy a intentar describir. Para empezar diré que mi característica viveza está siendo sustituida por la tribulación y que este hecho lo condiciona todo. Ahora me acobardo con facilidad; me siento más vulnerable y he renunciado a hacer planes a largo plazo ya que el futuro se me antoja plagado de incerteza. También, y sin poderlo remediar, me estoy identificando tanto con el papel de persona mayor que pronto será éste el título que me defina. Conjugo con asiduidad el verbo flaquear porque mi cuerpo se debilita y la idea de la muerte forma parte de mi pensamiento. En fin, que me he convertido en la alegría de mi casa...

III. La nostalgia

Creo que mi amor por el absurdo permanece intacto, pero dudo que mi talento disparatador lo esté también; una granítica sensatez se ha apoderado de mí y me está fosilizando... Recuerdo con una nostalgia infinita el tiempo que se fue...

Nieves Correas Cantos


LA SALVACIÓN DE UNA NÁUFRAGA

 En mi vida nunca pasa nada... ¡Cero! Nada bueno, ni malo, ni regular... Y la gente que me rodea desconoce por completo lo agobiante que esa nada puede llegar a ser...

Mis días, carentes de acontecimientos, se suceden todos iguales en un rosario interminable; y yo, sin ningún elemento provocador que me haga reaccionar, soy como una náufraga perdida en el mar de la monotonía... 

Es por ello que la otra noche, cuando descubrí un programa de radio en el que los oyentes contaban sus cuitas, llamé y les dije que me llamaba Rufina. Y a partir de que se tragaran esa trola, me desinhibí y me inventé una nueva existencia. Les referí que andaba en amores con un chocolatero, pero que recientemente había aparecido un antiguo novio removiendo viejas pasiones y que estaba confundida. También les aseguré que la marquesa del Pijiritito me había elegido para redactar sus memorias y que por tal motivo tenía que alternar con damas y caballeros alcurniados y con donjuanes de vejez triste que aun me tiraban los tejos... En fin, que la audiencia quedó entusiasmada con mi historia y está deseando que la continúe...

Sé que estoy mintiendo a los radioyentes, mas no me remuerde la conciencia porque no tengo propósito de engañar. Mi cuento no es una patraña, sino una ficción; una quimera destinada a ilusionar e ilusionarme. De hecho, mi ahora se me antoja apasionante...

Nieves Correas Cantos


DE LÁPICES, SACAPUNTAS Y GOMAS DE BORRAR

 Los lápices están todos juntos en una taza; encima de la mesa. Comparten vasija con el sacapuntas y con la goma de borrar. Los hay de todos los tamaños, pero de una sola marca. Me he acostumbrado a tal sello y no puedo cambiar.

El comportamiento de los lapiceros va variando según su longitud. Los más eficaces son los cortos; los que por haber redactado mucho han necesitado ser afilados miles de veces. Estos grafitos conocen perfectamente la técnica escritural; mas, debido a ello, resultan previsibles y con frecuencia adocenados. De un modo opuesto, los largos y recién estrenados deslumbran por su novedad; sin embargo, su destreza expresiva suele ser tan escasa que el estilo incomoda...

Por tal motivo, los mejores son los de tamaño intermedio. Los que conocen el método, empero no renuncian a experimentar. Los que prescinden de ardides destinados a promover los sentimientos más elementales de los lectores; aquellos que no están dispuestos a sacrificar la calidad en aras del resultado...

Nieves Correas Cantos


PARLAMENTO DE UNA EXPERTA EN ANDARES

 Enfrente de mi casa no hay otra vivienda, sino un callejón. Una travesía por donde circulan los lugareños que van hacia la plaza o vuelven de allá. Un pasadizo por el que durante el día transita casi la totalidad de los vecinos. 

Debido a esta circunstancia, mi morada ofrece ventajas extraordinarias en lo que se refiere a practicar el curioseo. De hecho, no necesito moverme de mi cuarto de estar para espiar a mis paisanos; ni siquiera preciso asomar la cabeza a la ventana... ¡Desde la hondura de mi habitación lo diviso todo!

Aunque nunca dejo de cotillear, reconozco que cuando más fructífero resulta el escudriño es en primavera. En esta estación, la gente no va por la rúa arrecía de frío ni achicharrada de calor y tanto lo bueno como lo malo se hace patente...

Entonces puedo atisbar sin cortapisas el modo de andar de cada cual y formar una idea sobre su estado anímico y su osamenta. Me fijo en el caminar airoso del vencedor y en el errar del que se siente perdido; en los movimientos del hombre dinámico y en la poca marcha del gandul... También soy muy diestra detectando cojeras. Quizá porque tengo una pierna mas corta que la otra, soy capaz de percibir la más ligera asimetría...

Nieves Correas Cantos 


martes, 28 de febrero de 2023

UNA EXPLOSIÓN DE FASTIDIO

 No pretendía herirte, pero si con mi irónico comentario lo he hecho, te ruego que me perdones. Han sido unas palabras que no he podido evitar. El resultado de haberme entrado en ese momento un ataque de hartazón; una explosión de fastidio; de no poder más... 

Mira: antes, cuando nos juntábamos las amigas, siempre era una delicia. Hablábamos de cine, literatura, música... derrochábamos ingenio y humor. Mas desde que somos abuelas, las conversaciones que mantenemos únicamente versan sobre nuestros nietos y por ello me parecen un horror. Yo quiero con locura a mi pequeña; sin embargo, necesito desconectar...

Además, tú, que padeces de abuelazón, le atribuyes tales capacidades a tu vástago que oyéndote no sé si reír o llorar. Por este motivo, cuando has declarado que el crío de dos años se pasaba el día aplicado en el estudio de las sombras, se me ha ocurrido manifestar que en pocas semanas, y como un diminuto Eratóstenes, calcularía el radio de la Tierra...

Nieves Correas Cantos


LA VIDA DESDE MI VENTANA

 A mí, lo que más me gusta hacer es ventanear. Contemplar la vida a través del portillo de mi habitación me resulta fascinante. Creo que ningún placer se le puede igualar... 

Diría que esta inclinación al ventaneo se gestó cuando aún llevaba mantillas y tomaba pelargón. Sí, ya sé que es una idea que suena estrambótica, pero es lo que pienso.

Entonces, de rorro, lo que percibía por el balcón de mi cuarto era la sucesión de las jornadas; la alternancia de la noche con el día; el rosario de tinieblas y de luz...

Después, en la época escolar, en lo que me fijaba desde el mirador era en las cabezas de los que transitaban por la calle; sobre todo en sus coronillas. En esa parte del tiesto es donde imaginaba yo que anidaban la fuerza y la debilidad de los hombres; la confianza y la incertidumbre... En la tonsura del párroco; en medio de la incipiente calvez del presumido; enmarañadas entre los cabellos ralos y níveos de la dona que se resistía a envejecer...

Asimismo me incitaban a asomarme a la ventana la llamada del afilador y la bocina del haiga que el ocioso terrateniente paseaba por el pueblo...    

Nieves Correas Cantos

HISTORIA DE UNAS CORTINAS

 Nada más verlas, me prendé de aquellas cortinas. Eran rojas, encendidas, de color de fuego... Me parecieron idóneas para adornar mi cuarto de estar. Pensé que cuando los rayos del sol las atravesaran, originarían en la habitación una atmósfera ignífera acorde con mi personalidad.

Rebosando entusiasmo, las compré. Así: a lo loco; sin informarme previamente de sus características y sin la mínima reflexión. Teniendo el convencimiento de que ponerlas en el ventanal de mi gabinete no entrañaría ninguna dificultad...

Pero en el momento en que estuve con ellas en casa, advertí mi error. Descubrí que la largura de las mismas no se ajustaba a la altura del aposento. Que una vez suspendidas del palo de arriba, sobraba medio metro de tela por abajo. Lienzo que se desparramaba impasible por las inmediaciones del mirador...

Entonces se me ocurrió hacerles un jaretón; sí, un dobladillo de más de cincuenta centímetros para que no arrastraran por el suelo. Mas como era y soy muy desmañada, pronto abandoné...

Al final lo medio solucioné con imperdibles. Hice un enorme pliegue y lo aseguré con alfileres como si fuera un hilván...

Empero el resultado fue una chapuza. Un pegote que siempre que el viento volteaba las cortinas y lo ponía a la vista, me dejaba en ridículo delante de mis visitas...

Nieves Correas Cantos

DE HORIZONTES, DIFICULTADES Y GLORIAS

 I

Un día de primavera, el maestro nos dijo a los alumnos que había llegado el momento de dar el teorema de Pitágoras y la conjugación del verbo asir. Añadió que aprender ambos temas iba a representar un gran avance en nuestro proceso de educación o salida de las tinieblas; y apostilló que las matemáticas y la lengua eran los medios más eficaces para abandonar la ceporrez.

II

Con objeto de ejercitarnos en la demostración pitagórica, don Melecio, que así se llamaba el profesor, organizó una excursión a Alicante. Una visita en la que, a la orilla del mar, nos enseñó a calcular la distancia que nos separaba del horizonte. Recuerdo que durante el viaje fuimos entonando canciones del folclore patrio. También me acuerdo de que estuvimos en la Explanada; y de que un mago que actuaba en un circo partió a nuestro preceptor por la mitad y después procedió a unir las dos partes...

III

Por lo que corresponde al verbo asir, sus irregularidades nos causaban perplejidad. Algunos estudiantes opinaban que enunciarlo era más difícil que sorber y soplar a un tiempo. Y mientras, don Melecio, con la finalidad de que no cundiera el desánimo, parafraseando a Cicerón nos repetía que cuanto mayor fuera la dificultad, mayor sería la gloria.

Nieves Correas Cantos


EN EL DÍA DE LA RADIO – La informadora madruguera

 La radio es mi amiga fiel; la confidente de la que no puedo prescindir. Cuando me levanto a las cuatro de la mañana, lo primero que hago es encenderla; y, a partir de ese momento, me acompaña en todo el trajino matinal. Mientras voy de una habitación a otra de la casa con cualquier ocupación, mi íntima, sin despegarse de mí, me va informando y formando. Me entera de lo que ha sucedido en el mundo en las últimas horas y amplía mi cultura general.

Mi radio es pequeña y fácilmente trasladable. Su color es negro y tiene los botones plateados... La llamo Paquitori en honor de san Francisco de Sales, el patrón de los  periodistas. Pero si estoy de humor, también puedo decirle informadora madruguera o gacetista de mis amaneceres... Y ya en el colmo de la disposición ¡y del atrevimiento!, me pongo a conjugar el verbo asir y declaro que, antes del alborecer diario, mi ingenio radial se ase a mí y yo me asgo a él originando la pegadura perfecta. 

Nieves Correas Cantos

EL CIGARRILLO EXPLOSIVO Y LA FLEMA ANTIESTRÉS

 Los años me han dado aplomo. Serenidad para afrontar situaciones comprometidas; flema antiestrés...

Ahora, por ejemplo, sería raro que yo perdiera la compostura ante una broma de mal gusto. Pero antes, cuando era joven, tenía tal grado de bisoñez que cualquier chungón haciendo de las suyas podía hacerme llorar.

Sí, amigos. Porque servidora, igual que le ocurrió a Larra en “El castellano viejo”, también tuvo que padecer la llaneza extrema. Esa conducta libre de todo artificio que muchos consideramos ordinariez...

En mi caso se trató de un chasco que me hicieron en el convite de un bautizo. Me ofrecieron un cigarrillo; y, en el momento en que lo encendí, explotó. Aún recuerdo las risotadas de algunos convidados y lo humillada que me sentí. Entonces era una pipiola de pocas primaveras y de bastantes inseguridades... 

Y todo esto lo pienso mientras escucho “I say a little prayer” tumbada en mi sofá. Creo que es la canción que más me gusta de Burt Bacharach. ¡Se ha ido otro de los grandes! ¡Otro de los que han aportado magia a nuestras vidas!

Nieves Correas Cantos

UNA LECCIÓN DE TERNURA

 Si yo fuera artista y tuviera que representar la ternura, lo que dibujaría en el lienzo sería a mi vecino Blas cantándole a su nieta “El lagarto está llorando”. Contemplada en la realidad, esta escena que acabo de describir resulta sublime. Ver a un hombretón como Blas, normalmente soso y retraído, recitar a Lorca con tanta sensibilidad  conmueve y alecciona sobre la ventura que implica la condición de abuelo. 

Mientras mi amigo entona, su pequeña descendiente permanece absorta escuchándolo. Le fascina la historia de estos saurios que lloraban porque habían perdido su anillito de desposados... 

Después del momento poético, abuelo y nieta se ponen a construir trenes o a jugar al balón... 

Nieves Correas Cantos

DE TARJETAS POSTALES, UNTURAS Y JUGUETES ERÓTICOS

 Cuando veo anunciar que los mejores obsequios que se pueden hacer para san Valentín son ungüentos lubricantes, preservativos psicodélicos o curiosos juguetes eróticos, entro en barrena. Quiero decir que, sin ser especialmente romántica, percibo tal falta de ternura en esa concepción del amor que mi ánimo desciende hasta hacer crac...

Entonces me acuerdo de aquellas maravillosas postales que antaño se solían regalar el Día de los Enamorados. Eran tarjetas que en una cara llevaban la foto de una pareja; y, en la otra, que estaba en blanco, se podía escribir algún mensaje. Recaditos que iban desde la pura cursilería a la más ardorosa pasión...

A mí nunca me llegó ninguna de estas estampas; pero sí conocí los efectos que semejantes ilustraciones eran capaces de ocasionar. Sucedió el día en que un muchacho que me gustaba, después de mirar la carátula de un disco que ambos teníamos delante, levantó la cabeza y me atravesó con sus ojos. El sencillo al que me refiero contenía la banda sonora de Johnny Guitar; y en la funda aparecían muy juntos Joan Crawford y Sterling Hayden...

Nieves Correas Cantos

FEBRERILLO EL LOCO Y LAS CARNESTOLENDAS

 Las fechas en las que estamos nunca me cautivaron. Febrerillo el loco, tal cual lo llaman algunos, siempre me pareció un mes raro, incómodo, del que no te puedes fiar... Embutido entre enero y marzo, que son períodos de especial largura y grandes advenimientos (el del año y la primavera), el pobre febrero tiene la traza de estar continuamente montando números para hacerse notar. Ejecutando extravagancias de todo tipo con objeto de llamar la atención: atmosféricas, personales, sociales...

Este lapso mensil me inspira poco. Si me retrotraigo a los tiempos del catapum (década de los sesenta del siglo XX), me voy al momento en el que descubrí que además de los Beatles de Liverpool existían los Beatles de Cádiz (comparsa carnaválica). Mi revelación beat sucedió en una disquería de Albacete; cuando las carnestolendas en España estaban prohibidas como tal y sólo se aceptaban desvirtuadas y con todo el personal dentro de un orden...

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EL VAGABUNDEAR DE LAS IDEAS

 En ocasiones no falla la creatividad, sino la disposición. Las ideas pueden seguir ocurriendo a la mente; pero si falta el ánimo o el tiempo para desarrollarlas, esas percepciones apenas brotadas se van. O, a lo sumo, acaban errando por el intelecto esperando un momento mejor; una oportunidad en la que poder florecer y convertirse en historias... 

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MI REENCUENTRO CON EUFRASIO PORRIPOPI

 ¿Cómo se me ocurrió? Vi el anuncio en la caja tonta y, hala, con mi intrepidez característica, marqué los números que aparecían en la pantalla. Buscaban personas que quisieran reencontrarse con su primer amor; y a mí, al contemplar tal reclamo, me vino a la mente la imagen de Eufrasio Porripopi, un muchacho del que estuve muy enamorada en mi primera juventud...

Cuando me llamaron para que acudiera al programa, tentada estuve de no hacerlo; porque la intuición, esa infalible y leal compañera, me advirtió de que todo iba a terminar en fiasco. Pero pesaron más la curiosidad y la fuerza de las acciones que ya había puesto en marcha y allí que me presenté...

Tengo que decir que la experiencia resultó nefasta. Empero no por la razón de que mi antiguo galán no se acordara en absoluto de mí; sino debido a que se había desvirtuado tanto que su visión acababa con mi sueño. O quizá es que lo había sublimado de manera excesiva... No sé; lo cierto es que en la memoria yo guardaba la representación de un poeta atormentado y me hallé ante su antítesis: un hombre orondo; completamente adocenado; carente de inspiración... En fin...

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UN LUGAR DE CONTRASTES

 I. El Descanso Eterno

Los días más alucinantes del verano de 197. fueron los que pasamos en el pueblo de Enigma; durante nuestro periplo sureño. Cuando llegamos al apartado lugar, nos encontramos con que allí sólo había una pensión. Una hospedería establecida por la hermana de un cura y en cuya fachada figuraba el curioso nombre de “El Descanso Eterno”... 

II. El descarrío

Como nosotros no estábamos casados y por lo tanto no teníamos libro de familia que presentar,  en el momento en que le solicitamos a la patrona del albergue una habitación doble, la devota mujer, muy indignada, nos contestó que de eso ni hablar; que aquella era una casa decente... Y, después de soltarnos una parrafada sobre el descarrío, lo único que se mostró dispuesta a concedernos fue un cuarto compartido con un tratante de granos para ti y un aposento individual para mi persona...

III. Los jipis

Se daba la circunstancia de que a pocos kilómetros de Enigma había una playa nudista. Un trozo de litoral de difícil acceso al que cada día acudíamos para bañarnos. En tales momentos alternábamos con algunos jipis que acampaban en los alrededores; personas que vivían a su aire y con cosas interesantes que contar...

IV. Los resignados 

Así llamábamos a los jóvenes del pueblo. A los que decían envidiarnos por poder viajar juntos estando solteros. Con ellos tratábamos por las tardes; en el bar o en el paseo...

V. El desenfreno playero

Aunque parezca mentira, unos cuantos muchachos y sus futuros suegros iban cada mañana a espiar a los desnudistas. Llenos de curiosidad, se ahitaban de ver las partes pudendas de los demás; y luego, en el café, criticaban con mucha dureza lo que ellos consideraban un desenfreno playero...

VI. La última noche

La última jornada que permanecimos en la pensión, pudiste sortear la vigilancia de la dona y viniste a mi habitación. Fueron horas en las que nos pareció oír a la beata y a sus amigas rezar el rosario a media tarde; el sonido de un clarinete interpretando “Pequeña flor” al anochecer; y el canto de un gallo a la mañana siguiente...

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EL BOLERO MÁS HERMOSO

 A un detalle que una persona tuvo conmigo quise corresponder con unas palabras escritas. Un texto que reflejara el revoltijo de sensaciones que experimenté cuando recibí su muestra de afecto: ternura infinita, ensalzamiento, satisfacción, gratitud... 

Para dar con el tono preciso y continuar en la senda de delicadeza que mi regalador había marcado, dejé que la esencia de su presente invadiera mi espíritu y guiara mi mano sobre el papel. Permití que las notas de su espléndido bolero me alumbraran el camino... Y así, en medio del vocabulario, me encontré con una de las voces más hermosas que el ser humano puede pronunciar. Me refiero al vocablo “gracias”... ¡Gracias, amigo!

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EL DESBARAHÚSTE INDUMENTARIO

 

Por la calle voy siempre muy peripuesta: perejiles por aquí; composturas por allá... Pero en mi casa, en interés de la comodidad, acostumbro a permanecer desharrapada. Visto atuendos que se deshacen de lo gastados que están; prendas que muchos considerarían andrajos. Para mayor espectáculo, dichos harapos no pegan unos con otros; y, además, el uso que les doy puede no tener mucho que ver con aquél para el que fueron diseñados. Así, por ejemplo, una sudadera verde fosforito que me regalaron y que me parece espantosa la suelo utilizar como mandil. Y unos calcetines muy gordos que tiran a amarillo canario los empleo a modo de manoplas con la finalidad de no quemarme en la cocina.

Este desbarajuste indumentario no creo que se deba a mi excentricidad, sino a que mis pingajos y yo hemos llegado a formar una unión perfecta; una simbiosis en la que ellos se sienten queridos y paseados y mi menda en el colmo de la holgura.

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A PROPÓSITO DE UNA CANCIÓN DE DESPECHO-Mi adorado Moncho

 Cuando escucho a Moncho cantar boleros, no me es difícil entrar en éxtasis. Me subyuga su modo peculiar de interpretar: tan contenido, tan elegante... 

Me fijo en la letra de las canciones porque todas manifiestan la vehemencia de alguna  pasión: enojo a causa de un desengaño, entusiasmo, seducción... 

Ahora que cierta tonada de desamor se ha hecho famosa en todo el mundo, no puedo dejar de mencionar “Bravo”; un cantar de aborrecimiento que mi admirado juglar borda y que me parece genial. 

Una vez asistí con unos amigos a una de sus actuaciones. Recuerdo que entonces era joven; y también me acuerdo de que, entre lingotazo y lingotazo de vodca con naranjada, “Contigo aprendí” me hizo soñar.

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EL TIEMPO Y EL ENCANTO

 Por lo que toca a la apariencia, el tiempo tampoco trata a todo el mundo igual. Con unos humanos se muestra despiadado; y, de un modo opuesto, a otros parece mimar. Conozco a algún sujeto que de joven era la insulsez personificada y ahora resulta muy atractivo. Con ese encanto carente de explicitud y sobrado de indicios que da la experiencia; el de las cualidades imaginadas y los conocimientos supuestos...

Asimismo, sé de criaturas a las que la edad parece haberles quitado todo el sex appeal que presentaban. Seres que en la mocedad fulgían y que hoy surgen adocenados. Figuras que seducían y que ya no lo hacen. Magia que la vida se llevó...

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DE FOBIAS Y CUBIERTAS

 Algunos piensan que es capricho; ganas de significarme... Pero la realidad es que padezco una fobia a ser retratada que no puedo controlar. Ver una cámara delante de mí me provoca una angustia indecible; una zozobra que sólo pueden entender los que la sufren... un tormento que me lleva a no dejarme fotografiar. En ciertas situaciones comprometidas he intentado sobreponerme. Para no desentonar y/o no ofender a los que querían que posara con ellos, he procurado autoconvencerme de lo irracional de mi comportamiento obsesivo; sin embargo, aun sabiéndolo absurdo, no lo he podido cambiar...

Esta aversión a que un aparato obtenga mi imagen y los demás la puedan ver  me ha conducido a tesituras muy pintorescas. En una ocasión en que después de una comida de hermandad apareció un operador dispuesto a disparar su máquina, lo primero que se me ocurrió (¡e hice!) fue coger el mantel de la mesa y cubrirme con él... 

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LA MUJER INVISIBLE Y EL REVÉS DEL TRAMPANTOJO

 Cuando llegué a cierta edad, advertí que me había vuelto invisible. Un día, de manera inesperada, reparé en que mi persona resultaba imperceptible para los demás. Sumida  en la perplejidad que me provocó tal descubrimiento, comencé a exagerar mis modales para hacerme notar; pero por más que voceé y agiganté mis actitudes, no conseguí atraer la atención de nadie en ningún sentido. Tampoco lo logré con mi pelo fosforito ni con mi indumentaria fuera de lo normal; así que, no queriendo perpetuarme como una especie de ente incorpóreo, maleducado y estrambótico, torné a mi estado natural...

Ahora que ya me he acostumbrado a que ninguna persona se percate de que existo, lo llevo muy bien. No tengo problemas de autoestima y me siento más libre sin tener que aparentar. Además, como ni siquiera el radar del trampantojo me detecta, puedo observar lo que esconde en su revés y alucinar...

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ANTAÑO Y OGAÑO

 I Ogaño

Hoy, por segunda vez en mi vida, me he tragado un insecto. Era minúsculo; apenas un punto en el espacio. Ha ocurrido a las cuatro de la mañana; en el instante en que sorbía una cucharada de leche y el artrópodo se ha cruzado en la corriente de aire de mi aspiración. He sentido asco; y, como no podía ser de otro modo, me he retrotraído al tiempo de mi primera experiencia... 

II Antaño

En mi  niñez, yendo un día en bicicleta, se me coló por las fauces una mosca de gran tamaño. Sucedió mientras entonaba la canción de Marisol “Corre, corre, caballito”; poco después de que en el cine del pueblo echaran “Un rayo de luz”. 

III Antaño y ogaño

Antaño, como ogaño, el bocado insectil me pareció repugnante. Pero el de la infancia fue peor porque a la náusea se unió la incerteza; el desconocimiento de qué camino iba a seguir el díptero por el interior de mi cuerpo... Mi mejor amiga opinaba que cualquier ruta era posible. Para afirmar tal cosa se basaba en que, a una prima suya que había ingerido una pulsera, se la habían descubierto colgando de una costilla al mirarla por rayos X...

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LOS REVOLCONES CAMPEROS – Fuente-Álamo, 1960

 I

Antiguamente, la represión sexual era tan grande que los jóvenes del pueblo, para solazarse, tenían que desplazarse al campo. Estos esparcimientos extramunicipales o revolcones camperos, atendiendo a la estación del año en que las parejas los llevaran a cabo, se podían clasificar en invernales, primaverales, veraniegos y otoñizos. También, según su proximidad a determinadas celebraciones, cabía catalogarlos como dionisíacos, si ocurrían en fechas cercanas a la fiesta de san Dionisio; josefinos, si al día de san José; leoninos; franciscanos...

II

En esencia, siempre se trataba de practicar juegos eróticos; pero cada categoría conservaba unas peculiaridades que la hacían especial. Así, no era lo mismo darse un apretujón cuando el frío era helador que en plena canícula. Ni tampoco el suelo podía servir invariablemente de lecho... ¡Cómo parangonar los pedregales de diciembre con los ribazos llenos de flores del mes de abril!

III

En las jornadas de enero y hasta la festividad de san Antonio, eran muy típicos los toqueteos antonianos. Los ejecutaban los mozos en las tardes en las que iban al agro a buscar combustible; leña con la que alimentar las hogueras que se encenderían la víspera de la conmemoración...

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EL RONQUIDO DEL CAMELLO

 Cuando alguno de mis hermanos habló por teléfono con los Reyes Magos, yo estaba ausente y no pude participar en tan extraordinaria experiencia; pero, unas jornadas después, la noche en que Sus Majestades nos trajeron los juguetes, se me presentó la posibilidad de verlos en plena actuación...

Todo comenzó en el momento en que un gruñido animalesco me despertó. Provenía del callejón; de debajo de mi ventana. Lo identifiqué enseguida como propio de un camello porque el huevero de mi pueblo, que era oriundo de Asia, imitaba muy bien la voz de este rumiante... ¡Y entonces, por efecto de dicho reconocimiento, me percaté de que Melchor, Gaspar y Baltasar habían llegado!

Presté atención y los oí moverse por el piso bajo de la casa. Sus andares se adivinaban magníficos y serenos pese al inmenso trajín que debían de llevar... En tal instante me entraron unas ganas irresistibles de verlos; un deseo de asomarme a la escalera y penetrar en un misterio que me atraía muchísimo y que de ninguna manera llegaba a comprender... Mas un algo desconocido y paralizador me impidió ejecutar mis anhelos. Una impresión que me advertía de que la contemplación de los Sabios de Oriente serìa funesta para mí...

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LA PAJA DE DON VALERO – De microrrelatos, pasajes y fragmentos

 Confieso que en lo primero que me fijo cuando me acerco a un escrito es en su extensión. Si los renglones son pocos, me adentro en ellos con optimismo; dispuesta a descubrir lo mejor de cada línea. Pero como el final del texto no se deje ver, de lo único que soy capaz es de ojearlo con cierta sensación de abatimiento; pensando que quizá contenga algo interesante que me voy a perder...

Este apego a la brevedad de los pasajes me lo inculcó un maestro que se llamaba don Valero. Él sostenía que la cortedad y la frescura eran las dos cualidades que nunca debían faltar en una redacción. A la palabrería inútil la llamaba paja. Una vez, a un chiquillo que hizo una composición muy sucinta sobre las diferentes maneras que tenía un granjero de llamar a las gallinas le puso un diez. Recuerdo que declaró que dicha narración era de lo mejor que había leído en su vida...

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