domingo, 6 de agosto de 2023

NOCHES DE JUEGO Y PALIQUE

 Cuando escucho a Charles Aznavour, me sumerjo en la nostalgia. En una tristeza dulce, delicada y enormemente creativa. Mi musa fuentealamera viene a verme y, asiéndome de la mano, me transporta a los veranos pueblerinos de los años sesenta del siglo pasado; a la década de los jipis, la minifalda, el asesinato de Kennedy, la muerte de Juan XXIII...

Entonces me veo de noche, con mis amigos, sentada en las escaleras de El Descargador o en las de La Cruz de los Caídos. Acabamos de jugar a la patá al bote y estamos discutiendo sobre cuál de las canciones del citado artista francés es la más hermosa. Fulano asegura que “La Bohème”; mengano se decanta por “Que c'est triste   Venise”; y una servidora, que muere por “Hier encore”, enronquece magnificándola...

Conviene señalar que en ese tiempo aún no había aparecido “She” y que quizá por ello la discrepancia era tanta...  

Nieves Correas Cantos


LA ESCRIBIDORA CANSADA, EL TRIQUITRAQUE Y EL ROCANROL

 La inspiración viene a visitarme, pero no me encuentra receptiva. El calor me ha marchitado y estoy sin vigor. Languidezco debajo de la parra del patio mientras las avispas zumban a mi alrededor...

La musa se percata de mi lamentable estado y comprende que lo que necesito es descansar; no obstante, cautivadora, insiste en sus sugerencias.

Una de las ideas que me insinúa para que desarrolle se refiere a lo bien vista que está la incultura en la actualidad; a lo molones y guais que resultan los ignaros. La segunda propuesta de mi visitante alude a las antiguas verbenas en las que no faltaba ni el gin-fizz, ni el triquitraque, ni el rocanrol; y la tercera, a la locución “herre que herre”... 

En condiciones normales, cualquiera de los tres temas me parecería el sumun; empero ya digo que estoy agostá...

Nieves Correas Cantos

sábado, 5 de agosto de 2023

PASEANDO CON UN AGORERO

 ¡Enhoramala se me ha ocurrido salir a pasear con Evaristo! ¡Este hombre es un agorero! Vamos en dirección a La Cañada y la experiencia está resultando fatal. Todo lo que dice este tío es desfavorable; y, además, como se expresa con tanta ampulosidad, el efecto que producen sus palabras llega a ser demoledor.

Ahora está hablando de la senectud. Asegura que dicho período de la vida en el que ambos nos encontramos es un horror. Lo define como una senda hacia el ocaso empedrada de alifafes. ¿Se puede ser más pesimista y más cursi? Creo que no; sin embargo, el paisano sigue y sigue... que si el cuerpo y la mente se van deteriorando sin parar; que si cuando no se presenta una dolencia aparece otra, o dos o tres a la vez...

A mí me dan ganas de salir corriendo; huir de este cenizo que me está amargando la tarde. Intento explicarle la receta del potaje con cardillos para cambiar de conversación, pero no hay manera. La única esperanza que me queda es que, cuando arribemos a nuestro destino, él se ponga a platicar con el dueño de la finca y yo me pueda bañar en la balsa de riego...

Nieves Correas Cantos


DE INTERJECCIONES Y SANTIGUOS

 Entre todas las interjecciones utilizadas para expresar asombro y desconcierto, la que más entrañable me resulta es ¡Jesús, María y José! En el pueblo donde nací y me crié, esta exclamación se solía proferir acompañada de la señal de la cruz; sobre todo cuando se sospechaba que detrás de aquello que provocaba nuestro pasmo andaba el maligno... 

DE INTERJECCIONES Y SANTIGUOS

¡Jesús, María y José! y un santiguo fue lo que dijo e hizo doña Balbina cuando oyó hablar a una francesa de “la petite mort”. La desparpajada gala no se lo estaba contando a ella, sino a unas jóvenes que hacían labores de bolillos debajo de su ventana... Al principio, la dona no entendía nada de aquel lenguaje oscuro; no obstante, reuniendo datos, pudo descifrar el supuesto galimatías y alucinó. La revelación orgásmica de doña Balbina debió de suceder por los años de 1965...

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DE HUEVOS DUROS, VINILOS Y FELICIDAD

 Hasta hace pocos días, las copas de los árboles eran para mí manchurrones verduzcos. Las cabezas de los terrícolas, huevos duros con pelucas ya que en sus caras no podía distinguir ninguna facción; y los bordes de los azulejos de mi casa, líneas muy dadas al bailoteo y a la distorsión.

Pero ahora, con un ojo que me compré la otra tarde en los Encantes de Barcelona, lo veo todo divinamente. Las paredes de las habitaciones las percibo tan blancas que  parece que las acabe de enjalbegar. Las hojas unidas a las ramas de las plantas las diferencio aunque sean minúsculas; y a los conocidos los he vuelto a saludar porque, cuando me cruzo con ellos por la calle, sé quiénes son.

Y todo gracias al superojo que digo. En cuanto lo descubrí en las vitrinas de un maestro ocularista, me prendé de él. Lo troqué por mi lucero izquierdo allí mismo en la trastienda... Después, para celebrar mi magnífica adquisición, visité un puesto de vinilos y me hice con el sencillo “La Felicidad” de Palito Ortega y con las “Danzas Húngaras” de Brahms. 

Nieves Correas Cantos


UN GRITO DE ABUELA – De interjecciones y gestos

 ¡Mira que existen interjecciones para mostrar asombro! Si me pongo a pensar, me vienen a la cabeza un montón: ¡oh!, ¡ah!, ¡hala!, ¡jolines!, ¡joder!..

La expresión “¡hala!” la utilizo yo para celebrar las gracias de mi nieta. Imagino que a los demás mortales la soltura de mi descendiente les importará un pepino; pero, para mí, verla y oírla es una experiencia única. Cuando me sorprende con una nueva habilidad, suelto un “hala” impetuoso; una exclamación vehemente que suelo acompañar de aplausos y gestos. Es mi grito de abuela. Una especie de conjuro con el que intento trasmitirle admiración e infundirle aliento.

Nieves Correas Cantos


EL PERENDENGUE Y LA OREJA – El tiempo que me queda libre

 I

La idea de invitar a Camila Boiserie a pasar unos días en el pueblo me provoca sentimientos encontrados: por un lado me seduce; pero por otro me causa horror.

II 

Si me pongo en plan optimista, la estancia de la susodicha en mi casa la concibo como algo maravilloso. Podríamos hacer multitud de cosas; incluso pergeñar un opúsculo de manera conjunta sobre el perendengue y la oreja, por ejemplo. ¡Seguro que con su aporte y el mío la obrita causaría sensación! 

III

Me gustaría hacer de cicerone con Camila. Presentarle a mis amigos; llevarla a comer  gazpachos manchegos, atascaburras, queso frito... Enseñarle palabras usadas en el lugar: albercoque, cascaruja, mistos, gorlita... y, por supuesto, el “¡pijo!” y el “¡odo!” que tanto nos caracterizan. Aunque imagino que estas dos exclamaciones las aprendería sola ya que por aquí hasta el viento las pronuncia...

IV

Sin embargo, cuando sopeso los contras del asunto, el entusiasmo inicial trueca en desinterés  y el afecto en aversión. La realidad es que, como apenas tengo tiempo libre, necesito y me apetece emplear los lapsos que me quedan carentes de obligaciones en mí. Son espacios que procuro conservar vacíos; sin compromisos ni extraños. Momentos en los que codicio leer, escribir, escuchar música, ver películas, sumergirme en la más absoluta despreocupación...

Nieves Correas Cantos


LA IMAGINACIÓN

 De pequeña, mi canción favorita era “Vamos a contar mentiras”. Recuerdo que la primera vez que la oí me prendé de ella. Sucedió en una fiesta de san Marcos; durante esas celebraciones camperas en las que las normas de conducta se relajaban y estaba permitido disparatar...

Fue Robustiano, alias el Bolero, quien comenzó a entonarla mientras los chiquillos nos esclafábamos huevos duros en la cabeza. Me acuerdo de que mi asombro fue tan grande que en ese momento abandoné la batalla y me dediqué a escuchar: 


“Ahora que vamos despacio

ahora que vamos despacio   

vamos a contar mentiras, tralará

vamos a contar mentiras.

Por el mar corren las liebres

por el mar corren las liebres

por el monte las sardinas, tralará

por el monte las sardinas...”


Verdaderamente la copla me cautivó. Me imaginé la ladera del cerro Tomatón llena de peces excursionistas y aluciné con la representación. ¡Aquellas estrofas habían venido a mostrarme el poder del ingenio!

Enseguida aprendí el cantar y lo convertí en un himno. Cada vez que vocalizaba su letra, lo hacía en éxtasis. ¡Ni las marchas patrióticas que interpretábamos en la escuela me provocaban tanto fervor! Ciertos cánticos religiosos también me arrobaban el espíritu; mas las impresiones experimentadas eran diferentes...

Nieves Correas Cantos


EL DESMANTELAMIENTO DE UNA PENSIÓN

 I. Doña Agustina

Un mes después de que doña Agustina muriese, sus sobrinos me pidieron que les ayudara a desmantelar la casa. Se trataba de una pensión erigida por la difunta en tiempos remotos y que había estado funcionando hasta poco antes del óbito. Una respetable fonda en la que se habían hospedado maestros, viajantes, agrimensores, sexadores de pollos y hasta un letrista de jotas de picadillo...


II. La agobiante nada

Cuando llegó el día del desarbolo, en lo primero que me fijé al atravesar el umbral de aquella residencia fue en lo evidente que resultaba el vacío. Era como si la parca, al llevarse a doña Agustina, se hubiera cuidado de no dejar espíritus detrás. Allí estaba el clavecín de la susodicha; sus ropas y enseres... Pero todo eran vestigios materiales; sin rastro de savia o vigor...


III. El galicursi y la letra zeta

Respondiendo a la demanda de los herederos, pasé a revisar lo que al parecer eran papelotes. En medio de ellos encontré un epigrama titulado “El galicursi” que consideré genial. Una sátira en la que la finada ridiculizaba a un hacendado pueblerino que no paraba de utilizar francesismos en su conversación...

También hallé entre esos pliegos una misiva de alto contenido erótico. Pude adivinar quién era el remitente porque de los bellísimos renglones brotaba la letra zeta dibujada de manera inconfundible: “Mis manos zarceñas acariciando tu cuerpo...” fue la frase que delató a su autor.

En el momento en que reflexionaba sobre qué hacer con esas cuartillas, vino un viento fuerte y me las arrebató. Quizá lo envió la de la guadaña deseando completar...

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EL ARTE DE CUCAR LOS OJOS

 I. Introducción

¿Habéis probado a guiñar un ojo con elegancia? A mí es algo que me resulta imposible de lograr. Cuando lo intento delante del espejo, la imagen que veo reflejada en el cristal es la de una deslucida autómata haciendo gestos raros. Contrayendo una mejilla en el momento en que cierra el párpado del mismo lado; o abriendo desmesuradamente un fanal mientras tapia el otro...

II. El jovenete Wenceslao

Después de este exordio que acabo de pergeñar, quiero deciros que yo, de púbera, estuve enamorada de un virtuoso guiñador. El muchacho, que se llamaba Wenceslao, cucaba con igual habilidad el lucero izquierdo que el derecho; y no hacía sólo eso, sino que encima sonreía. El resultado era espectacular. Pienso que además de cautivarme a mí, el mancebo fascinaba a todas las chiquillas del pueblo. Había que ver lo irresistible que estaba cuando entraba en clase desplegando su arte. Tabicando ora un iris, ora el otro... ¡Parecía que llegaba el día! 

III. El apabullo

Nunca pude hablar con el jovenete porque la turbación que me provocaba tenerlo cerca me lo impedía. Se me paralizaban las facultades físicas y mentales. Era un azaramiento total. ¡Lo nunca visto!

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EL RINCÓN DE LA REALEZA

 ¡Jo! ¡Menudo despiste! Llevaba dos horas buscando las gafas y, hace un momento, cuando le he pedido a José que me ayudara a encontrarlas, me ha respondido que las tenía puestas. ¡He alucinado!

¡Con el rastreo que había efectuado por toda la casa para dar con ellas! Al menos pude descubrir algunos rincones cubiertos de polvo y limpiarlos...

Donde primero miré fue en lo que yo llamo el cobijo de la realeza; encima del armario de luna. Es el lugar en el que guardo las revistas que publican acontecimientos relativos a las monarquías. Albergaba la esperanza de hallar las antiparras por allí porque un rato antes había estado depositando un semanario sobre la reciente coronación de Carlos III.

También registré los cajones de la mesa del despacho. Obviamente no me topé con los espejuelos; pero con lo que sí me tropecé fue con un relato que escribí en el año catapum acerca de un muchacho que podía hechizar a las féminas guiñándoles un ojo. Es evidente que entonces una servidora era muy joven; hoy no se me ocurriría hablar de semejantes tonterías... ¡creo!  

Asimismo, rebuscando los quevedos, inspeccioné los armarios de la cocina. Lo que apareció en ellos fue un artilugio que un allegado me regaló hace un montón de años y que nunca supe para qué servía...

Nieves Correas Cantos


EL SECRETO DEL ASCENSOR – De latinajos y reglas

 Me encuentro en un sinvivir. Dentro de tres días voy a ser proclamada reina del glamur por una revista y recelo de lo que pueda suceder.

Estoy intranquila porque, aunque siempre he procurado comportarme con elegancia, en mi pasado existe un borrón que, si se supiera, haría saltar por los aires el nombramiento y oscurecería in aeternum mi reputación.

Ocurrió hace muchos años, en el ascensor de un edificio al que me acababa de mudar. El caso es que cuando entré en dicho habitáculo, me pareció notar la llegada del menstruo. Inexplicablemente, ya que de manera cabal nunca lo hubiera hecho, me bajé la prenda interior concernida para comprobar si era verdad... Lo que jamás hubiera imaginado es que entre aquellas paredes no estaba salvaguardada mi privacidad. En el momento en el que levanté la vista estando de esa guisa, me encontré con un gran ojo en el techo. Una cámara que había registrado mi ordinaria actuación. 

De nada me valió el cartel anunciador de su instalación que después vi en el vestíbulo. Sé que esas cintas se tienen que destruir al cabo de un tiempo. Mas... ¿y si un ser perverso ha guardado para la posteridad aquélla en la que aparezco yo?   

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