Cuando escucho a Charles Aznavour, me sumerjo en la nostalgia. En una tristeza dulce, delicada y enormemente creativa. Mi musa fuentealamera viene a verme y, asiéndome de la mano, me transporta a los veranos pueblerinos de los años sesenta del siglo pasado; a la década de los jipis, la minifalda, el asesinato de Kennedy, la muerte de Juan XXIII...
Entonces me veo de noche, con mis amigos, sentada en las escaleras de El Descargador o en las de La Cruz de los Caídos. Acabamos de jugar a la patá al bote y estamos discutiendo sobre cuál de las canciones del citado artista francés es la más hermosa. Fulano asegura que “La Bohème”; mengano se decanta por “Que c'est triste Venise”; y una servidora, que muere por “Hier encore”, enronquece magnificándola...
Conviene señalar que en ese tiempo aún no había aparecido “She” y que quizá por ello la discrepancia era tanta...
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