sábado, 19 de mayo de 2018

El artilugio del tiempo


De pequeña, yo creía que el tiempo era la tierra de color rosa que caía de la ampolla de arriba a la ampolla de abajo en el reloj de arena de mi tía. También pensaba que las horas estaban aprisionadas en el reloj de cuco de mi abuela; y que el cuclillo, cuando se abría la ventana y salía, las dejaba escapar. Tenía por cierto que el campanero, con su repique, era el pregonero del tiempo; y las estaciones se me antojaban las cestas de una noria que giraba sin parar...
Luego aprendí a leer las horas en los relojes de pulsera, y con motivo de mi Primera Comunión, me regalaron uno. Era de ese modelo que venía en llamarse “de señorita”, y tenía la correa de piel negra. Me acompañó en los juegos de mi infancia, y debía de ser bueno porque le di muchos trastazos y nunca se rompió.
Posteriormente, cuando aprobé Preuniversitario, recibí un artefacto del tiempo de más entidad. La esfera era tan grande como las de los relojes que llevaban los hombres, y la correa de cuero seguía siendo negra. Lo llevé durante toda la carrera y fue el que marcó las horas en mis primeros amores. Y hoy, habiendo sido testigo de tantas cosas bellas, se resiste a morir en el fondo de un cajón.

viernes, 11 de mayo de 2018

¿Se puede ser más cutre?


Los cónyuges acordaron que, con motivo de las bodas de oro, irían a Portugal. Escogieron este destino porque un abuelo de la mujer le había contado maravillosas historias de navegantes lusitanos; y ella, desde entonces, anhelaba conocer los puertos de donde habían salido los héroes de su infancia.
Mientras estuvieron criando a sus hijos, el matrimonio no pudo ahorrar ni un céntimo; pero en cuanto éstos se independizaron, ella, que era la administradora del hogar, empezó a hacer hucha para el viaje.
Soñaba con conocer Lisboa, Oporto... y hasta incluyó en la ruta Guimaraes, la cuna del país natal de su abuelo. Y como a costa de ser una hormiguita había conseguido juntar un buen montón, se propuso hacer el periplo por todo lo alto. Montaría por primera vez en avión y se hospedaría en buenos hoteles. Conocería el placer de encontrarse la cama hecha y la comida servida; se daría unos caprichos...
Pero hete aquí que el marido, cuando iba a concertar el recorrido con la agencia, se encontró con un anuncio en la calle que le pareció espectacular: un viaje al país vecino al precio de 300 euros. La información detallaba que era en autocar y que la primera y la última noche transcurrirían viajando. Y lo mejor de todo era que aseguraban que para ver las ciudades no haría falta moverse del asiento del vehículo. Ni que decir tiene que el buen señor se fue inmediatamente a ver al organizador de semejante maravilla; y, sin dudarlo, se inscribió él, apuntó a su mujer y lo pagó todo por adelantado.

La desnudez


De todas mis amigas, la más perspicaz es Clotilde. La susodicha es peluquera; y se conoce que, de tanto lavar cabezas, ha conseguido verlas por dentro y se ha hecho una experta en comportamiento humano. 
Cuando alguna de nosotras muestra una aflicción, Cloti enseguida da en los porqués de la misma; y así, siempre está en disposición de confortar a la apesadumbrada. En cambio, las que nos tenemos por sapientísimas nos perdemos en disquisiciones filosóficas, y en lo que atañe a la vida de los demás no solemos acertar una.
Clo dice que desnudarse beneficia al espíritu. Pero eso sí, advierte de que esta experiencia liberadora tiene que ejecutarse en condiciones adecuadas y con muchísimo estilo. Y añade que podemos mostrarnos en persona o a través del arte; pero que, sea como sea, para conservar el equilibrio es necesario dejarse ver.

La antítesis de una persona pizpireta


Por mis escritos puedo parecer atractiva, pero en persona no lo soy tanto. Tengo un carácter insufrible; y, aunque no soy fea ni desagradable de mirar, la gravedad de mi semblante impone. Para confundir más a la gente, mis ojos reflejan tristeza y contrariedad; y durante toda mi vida han sido muchos los que me han preguntado por el mal que me aflige.
Yo nunca les respondo, porque a ciencia cierta no sé cúal es ese mal; pero es que, aunque lo supiera, nunca se lo diría porque soy muy reservada y jamás me explayo. Supongo que pertenezco a ese grupo de personas que, en el orden espiritual, se pasan la vida en pos de un algo indefinible que nunca acaban de encontrar.
Lo que sí puedo decir es que tengo el amor de los míos y la escritura; y con estas dos cosas, aunque la carencia sigue estando ahí, cada vez la noto menos.

domingo, 6 de mayo de 2018

Carta a mi amiga Ángela


¡Jajaja! Grosso modo te diré que, salvo que se hiciera extensivo el dogma a todas las madres, siempre me ha parecido incongruente que se celebrara este día el 8 de diciembre. Independientemente de cuáles hayan sido las causas del cambio, lo cierto es que los grandes almacenes han salido beneficiados. Lo que yo he pretendido decir con mi escrito “Una postal un tanto kitsch” es que el sentido de esta fiesta, y de casi todas las demás, se ha desvirtuado. Que el comercio, con sus anuncios, determina lo que tenemos que comprar. Pero lo más triste no es eso. Lo terrible es que los poderes y contrapoderes, con sus noticias, tambien orientan y fijan lo que tenemos que pensar. Esto lo han pretendido siempre; pero ahora, con los medios existentes, les está resultando más fácil.
Yo, cuando me levanto de madrugada, cojo la guitarra y bajito versiono la maravillosa canción “Sólo le pido a Dios”. En mi letra, lo que yo le pido es clarividencia e independencia de criterio. 
¡Ay, Ángela! ¡Perdóname! Llevaba tanto tiempo fuera de aquí que me he puesto a escribir y se me ha ido el santo al cielo. Ahora no sé lo que te quería decir. Gracias y un abrazo.

Una postal un tanto kitsch


Como el próximo domingo es el día de la madre, en todos los medios de comunicación proliferan los anuncios de perfumes y potingues antiarrugas. Y una, que no acostumbra a ponerse ni lo uno ni lo otro, recuerda con nostalgia los regalos que se hacían en su infancia.
Se trataba de animales de fieltro rellenos de guata; paneras hechas con cordel; pañitos bordados... y no podía faltar una tarjeta con una ilustración y una poesía manuscrita.
Es evidente que dibujo y verso eran la mar de sentidos, y que promovían en el ánimo de algunas personas un sentimiento de exaltación. Otras quizá lo encontraban un tanto kitsch, pero como es lógico no lo manifestaban.
Y por encima de todo, aquella era una fiesta entrañable que se celebraba el día de La Purísima y que aún no había sido desvirtuada por intereses comerciales.

Diario de Amancia


Barcelona, 26 de abril de 2018
El sábado he quedado con un amigo de Facebook para conocernos; y, con ilusión y con nervios, estoy preparando el encuentro. De joven, como siempre estaba resplandeciente, hubiera podido presentarme ante el caballero internauta a cualquier hora del día; pero ahora tengo que elegir bien el momento. Creo que lo mejor es citarnos a media mañana o a media tarde y despedirnos antes de que el cansancio nos aje las caras y la conversación.
Y en cuanto al lugar adonde ir, no lo tengo nada claro. Si estuviera segura de que la química que se establece entre nosotros cuando hablamos por La Red se iba a manifestar cuando estuviéramos cara a cara, el sitio elegido sería el Barrio Gótico. Un paseo por sus calles y la toma de un helado en una terraza resultaría ideal.
Pero en previsión de que la conocencia haga desaparecer el encantamiento, barajo la posibilidad de ir a visitar la Feria de Abril que se celebra en el Parc del Fòrum. Allí siempre hay mucho ambiente; y si la conversación no surge entre nosotros, el bullicio exterior amortiguará el engorroso silencio.

Mis estanterías: un tótum revolútum


En las estanterías de mi casa hay de todo. Libros, un montón; aunque también álbumes de fotografías, cedés, mapas, tubos de cartón con títulos enrollados dentro... ¡y hasta una dama de Elche!
Y en medio de este caos, metidas en sus carátulas, están las ocho cintas de vídeo que continen la serie televisiva “Los Gozos y las Sombras”. Cuando la estrenaron, yo ya había leído la obra de Torrente Ballester y conocía las vicisitudes por las que iban a pasar todos los personajes. Pero si el libro había avivado mi imaginación, la serie fue un regalo para los sentidos: los hermosos paisajes, la música, la ambientación, el trabajo de los actores, la belleza de Clara y de Rosario, la atmósfera asfixiante... 
Me resultaría imposible decir qué me gustó más, si libro o serial, porque para mí son dos cosas diferentes. Quizá las imágenes me emocionaron más; aunque con el libro disfruté del lenguaje y el estilo de este magnífico escritor. Y como la imaginación no tiene límites, la lectura siempre me permitió ver la historia con más matices.