lunes, 5 de julio de 2021

EL ESCLARECEDOR DE PARADOJAS

 I. Los porqués de don Ponciano

Don Ponciano Ramírez era esclarecedor de paradojas. Con gran perspicacia, indagaba sobre hechos aparentemente absurdos y descubría los motivos de que ocurrieran. A su casa acudían a consultarle personas que, por no conocer la naturaleza humana, creían que el mundo estaba al revés. Gente desmoralizada por tantos aconteceres ilógicos en busca de explicación; creaturas necesitadas de paciencia para poder seguir soportando el irracional estado de las cosas sin chistar...

II. Peras, bueyes y champán

A mí nunca me hicieron falta los consejos de don Ponciano porque soy una mujer de gran fortaleza y mucha penetración; pero cuando una noche lo conocí en un sarao, enseguida congeniamos. Me habló de un jacuzzi que le acababan de instalar en el patio; y, como yo le dijera que nunca había probado las cualidades del hidromasaje, me invitó a compartir un baño con él, su mujer y dos primas lejanas que estaban de visita. Fueron unas abluciones maravillosas en las que tomamos champán; escuchamos música barroca y discutimos sobre si la expresión “con estos bueyes hay que arar” podía complementar a la de “pedir peras al olmo”. 

EL CONSTANTE SUBE Y BAJA

 Un antiguo eslogan decía que no pesaban los años, sino los quilos. Pero los años pesan, ¡claro que pesan! En mi caso, los voy notando tanto que he empezado a posponer. Antes siempre ejecutaba las cosas al momento; presta, con celeridad... Mas ahora, menudean las veces en que el cuerpo me pide sofá y tengo que dejarlas para más adelante.

También me molesta la edad a la hora de trepar por las escaleras. Advierto que el tiempo en que me he podido mover por ellas con agilidad está pasando; y ya pienso en cómo disminuir el, en ocasiones, constante sube y baja.

UN LUGAR ESTRATÉGICO

 En el pueblo, el mejor sitio para controlar a los vecinos  y cotillear es el bar de Sandalia y Ceferino. Concretamente, en el exterior, debajo del emparrado, hay una mesa desde la que se observa un panorama espectacular, único... En la plaza también hay otros lugares que ofrecen buenas vistas, pero como las del sombrajo de Sandalia y Ceferino ninguno.

A mí me encanta sentarme debajo de la vid y, mientras me tomo una cerveza, inspeccionar a unos y a otros. No sé; es una actividad que me llena por entero y para la que creo estar singularmente dotada.

Cuando en la iglesia, que pilla justo enfrente, hay comuniones, bodas o bautizos, me pongo las botas. Me harto (siempre con placer) de fiscalizar a los contrayentes, neófitos, comulgantes e invitados; y, después, me vuelvo a mi casa pletórica de emociones. En estas ocasiones, como tanta investigación requiere mucha energía, además de la birra me tomo una ración de queso frito con mermelada.

Una vez, en el momento en que unos novios iban a salir del templo, un pedante empezó a pontificar en la mesa de al lado y no me dejaba concentrarme. Al principio me acordé de aquella escena de “Annie Hall” en la que Woody Allen y Diane Keaton están en la cola de un cine y sonreí; mas luego, como el cargante no se callaba, le tuve que soltar un estufido.

¡LO SIENTO!

 ¡Malditas palabras! Si hubiera imaginado que te iban a herir, jamás las habría pronunciado. Desde que observé tu reacción, soy presa del desasosiego; y, en estos momentos en los que estoy viajando de Albacete a Barcelona, no puedo pensar en otra cosa. Ni Moustaki cantando “Le métèque”, ni Leonard Cohen con su “Dance Me to the End of Love” consiguen aliviarme... ¡Cómo desearía apartar esta desazón y sumergirme en la nostalgia! Mientras avanzo por la interminable autopista, mi mente calenturienta fantasea que podemos volver al estado en que nos encontrábamos antes de que yo emitiera mi funesta opinión. ¡Es algo a lo que aspiro con todas mis fuerzas!

Mira, Equis: si te dije lo que te dije fue porque creo que tu bagaje intelectual admite la verdad sin ambages. Nunca le manifestaría a un pobre sastre que su costura está mal hecha, por ejemplo. En cambio, no emplearía comedimiento alguno en señalarle a un reputado modisto que algunas puntadas en su último vestido dejan mucho que desear.

UNA VISITA INESPERADA

 Cuando vinisteis a mi casa me alegré tanto que lo único que me preocupó fue disfrutar vuestra compañía. Por no interesarme, ni reparé en que mi aspecto en esos momentos no era muy glamuroso, que digamos. Incluso, improvisando, me atrevería a afirmar que mi apariencia, a los ojos de muchos, podía ser la de una creatura desastrada y maloliente. Sudorienta porque me pillasteis sin duchar después de haber hecho gimnasia; y andrajosa por la razón de que la falda vueluda que suelo llevar dentro del lar se deshace de lo vieja que es.  

Pero reitero que nada advertí hasta que ya os habíais ido. Entonces sí; de pronto fui consciente de que no llevaba los perejiles puestos y me sentí desnuda, vulnerable... 

Mas la desazón duró poco. El espejo en el que enseguida me miré me mostró que el entusiasmo por veros había disparado mi atractivo; e imagino que a vosotros os pasó lo mismo, ya que a los dos os encontré de un guapo subido.

Vuestra visita resultó entrañable. Contando anécdotas nos retrotrajimos a aquellos maravillosos años y la nostalgia nos invadió. Y a propósito de los modos de pensar de antes y ahora, tuvimos una conversación desinhibida de las que me gustan a mí.

¡Gracias, chicos!

LA REINA DEL MINICUENTO

 Lo que me estabas contando me parecía surrealista, demencial... Mas como a ti te conmovía, intenté despojarme de mi condición de escritora para poder compartir tus sentimientos. Pero ya te advierto que no lo conseguí. Supongo que uno no puede desposeerse voluntariamente de lo que ya forma parte de su naturaleza.

Mientras seguías refiriéndome los hechos que tanto te emocionaban, en mi mente creadora se fue dibujando un texto. No un bosquejo; sino unos renglones muy estructurados que tenían la apariencia de ser el microrrelato perfecto. Un esperpento en el que se encontraban, convenientemente realzados, los rasgos macabros, grotescos e irregulares de tu narración.

No voy a negarte que me entusiasmé y que incluso me vi consagrada como la reina del minicuento en cuanto lo llevara al papel. Pero a la vez que mi ánimo ardía de impaciencia por coger el lápiz, me percaté de que yo nunca podría hacer un escrito que pusiera en solfa lo que a ti te cautivaba. Pensé que valía más la amistad que nos une que cualquier obra literaria. Aunque como me fue imposible empatizar contigo, desde entonces me pregunto si mi percepción de la realidad va a estar siempre condicionada por la inclinación a lo estrambótico que me caracteriza.

EL ANTOJO PASTELERO

 Todo empezó con un antojo. De pronto, me entraron unas ganas enormes de comerme una empanadilla. Un deseo apremiante que me condujo a la pastelería donde hacían las mejores. Pero una vez allí, y con la apetencia pastelera exacerbada, no sabía por cuál decidirme. Las había rellenas de pisto (mis favoritas), atún, patatas, carne... La visión de todas ellas me hacía salivar y mi indefinición iba en aumento... Al final, obligada por la impaciencia manifiesta de los clientes que aguardaban su turno, elegí una de escalivada...

EL CAMINO DE DOLORES

 En ciertas épocas del año, transitar por el Camino de Dolores entraña un riesgo. Y no es porque en sus recodos haya malandrines al acecho (¡quia!), sino debido a que su atmósfera resulta embriagadora y puede trastornar. En esos días a los que me refiero, el olor de las lilas que lo bordean se mezcla con los efluvios provenientes de una bodega cercana, convirtiendo el aire en un agente perturbador. En un fluido que enajena a los paseantes y provoca engañosas seducciones y algún que otro desliz. Situación en que el ánimo cede fácilmente ante el apremio de las pasiones y cualquier flaqueza de la carne se puede dar.

Es evidente que los lugareños, con su ingenio, no podían permanecer impasibles frente a este despiporre caminero; así que, desde hace tiempo, al Camino de Dolores lo conocen como “la Senda de la Debilidad”.  

SI ME DAN A ELEGIR

 Hay personas tan bruscas que, cuando hablan, en vez de emitir palabras parece que estén soltando coces. Y como además no suelen tener el don de la oportunidad, se manifiestan a destiempo, provocando en quienes las escuchan sorpresas muy desagradables. Son seres que, si te topas con uno por la mañana, lo más seguro es que te ocasione desazón para todo el día; y, si tienes el infortunio de encontrarte con dos, las consecuencias para tu estado de ánimo pueden ser fatales.

En el otro extremo existen creaturas aparentemente tan melifluas que producen repelús. Se expresan con voz queda, suave, con palabritas mansas intentando persuadir...

Y en medio estamos los que no somos ni una cosa ni la otra.

Si me dan a elegir, yo me quedo con el estilo que se asemeja al del labriego, y desecho el que se le atribuye al sacristán. Me gusta el lenguaje acre que corresponde a la gente recia. Los decires ásperos sazonados con ternura que saben a apio y limón; los fuertes; los directos; los que no llevan segundas intenciones y jamás empalagan.

Para terminar el cuento diré que no todo es tan nítido como parece, puesto que también existe el adusto misario y el meloso labrador...   

PAQUITA “LA GRAFITERA”

 Mi nombre es Francisca Suma y Sigue; aunque en el pueblo todo el mundo me llama Paquita “la Grafitera”. El apelativo me lo he ganado a pulso, ya que pared blanca que veo, pared blanca que pinto, importándome un carajo el permiso de la autoridad. Es un impulso irresistible que me entra frente a los muros enjalbegados, estén donde estén. Una fuerza que me obliga a trazar imágenes en ellos. El deseo imperioso de dejar fluir mi inventiva... 

Los poderes públicos me amonestan, me multan, afean mi conducta e intentan convencerme de que soy una especie de pústula que le ha salido a la sociedad. Y yo,  frente a la reprensión, me muestro contrita aun sabiendo que lo volveré a hacer,  porque a la necesidad de crear es imposible sustraerse.

Esta particularidad que me caracteriza entre todos mis paisanos no es algo que se haya manifestado ahora, sino que me viene de antiguo. En mi más tierna infancia, mientras mis padres se hallaban en la capital comprando muebles para la casa nueva, yo les pintarrajeé todos los tabiques. Debo decir que cuando regresaron y vieron el estropicio, mis adorados progenitores no me dijeron nada al respecto.

A PROPÓSITO DE EMILY

 La terrible explosión que acabó con la vida de los amigos de Emily me conmocionó; mas profesionalmente supuso el comienzo de mi carrera como free lance.

Cuando sucedieron los hechos, yo me encontraba en el lugar trabajando como reportera. De un modo concreto, escribía crónicas para una publicación sensacionalista especializada en puterío estival. Mi misión, junto con el paparazzi que me acompañaba, consistía en descubrir a famosos en pleno desenfreno con personas que no eran sus parejas oficiales y contarlo. Y por cada matrimonio que se rompía a causa de nuestros chismes nos llevábamos un plus. Por supuesto, ninguna noticia se contrastaba.

Haber acabado practicando este amarillismo tan nauseabundo no fue por vocación, sino porque soy una compradora compulsiva. Necesitaba ganar dinero imperiosamente y no hallé ocupación en ningún periódico serio. 

Pero ya digo que estar en el momento y lugar de la detonación me permitió redimirme. Pude hacer un reportaje por mi cuenta, vendérselo a un semanario de los más importantes y empezar a ganarme la vida dignamente. 

LAS ASEVERACIONES DE ABDÓN

 Ni sirvo para pastor ni soporto ser oveja. No me gusta guiar ni permito que me dirijan. Huyo de los líderes porque no soy en absoluto gregario. No he menester gurús ni tampoco adeptos...

Lo que intento es vivir a mi aire; con arreglo a mi manera de ver las cosas y sin dejarme arrastrar por iniciativas ajenas.

Menos aún acepto compromisos sobrevenidos. A estas alturas de mi vida sigo cumpliendo mis deberes como siempre, pero me cuido de no contraer obligaciones de más. Soy muy celoso de mi tiempo y de mi independencia; y la posibilidad de que alguien o algo me los cercene me provoca ahogo y resistencia.

Me considero bastante sociable. Tengo muy buenos amigos que toleran mi modo de ser igual que yo los soporto a ellos; o sea que nos queremos y nos respetamos.

PALABRAS LLENAS DE AFECTO Y DINAMITA

 En relación con mi relato sobre el precio de los polos, un lector ha hecho un comentario que me ha divertido y escocido por igual. Se trata de un parecer expresado con mucho ingenio que me induce a recapacitar; y que me va a ayudar a crecer como escritora. Unas palabras cargadas de afecto y dinamita que contienen dos mensajes: por un lado me están informando del valor pecuniario que tenían los helados; y por otro, me advierten de las consecuencias catastróficas que estéticamente puede tener la utilización de términos demasiado coloquiales.

Literalmente, el perspicaz leedor me dice que “el polo de palo costaba una pela”; y yo, en mi descargo, le aseguro que como jamás utilizo el diccionario mientras escribo, puede suceder que no se me ocurran sinónimos más lucidos que “pela” para no andar repitiendo el vocablo “peseta”. 

¡Gracias, J.! 

LOS POLOS DE MI INFANCIA Y EL SÉPTIMO ARTE

 Desde la semana pasada vengo preguntándome cuánto costaban los polos en mi infancia. Sí; unos de fresa y de limón que me chiflaban y que cada domingo me compraba en la caseta de mi pueblo. Y no es que me interese saberlo por nada especial; mas como no consigo acordarme de cuál era ese precio, el asunto se ha convertido en una obsesión.

Con la perturbación anímica provocada por esa idea fija, intento hacer cálculos tratando de resolver la duda; pero, sin la quietud necesaria, me es imposible dar con la solución.

De lo que estoy segura es de que en mi niñez me daban un duro para gastar y de que la entrada del cine valía tres pesetas; sin embargo, no tengo ni la menor noción de lo que podía adquirir con las dos pelas restantes. Sé que mis golosinas favoritas, además de los helados, eran los chicles, pepinillos en vinagre, pipas, altramuces... También recuerdo que una tarde me comí siete polos; aunque imagino que ese día no me quedó dinero para emplear en el séptimo arte.  

DE ORGASMOS Y ESCRITURAS

 En mi faceta de escritora me encantaría plasmar un orgasmo en el papel. Describir en unos cuantos renglones lo que experimenta una mujer en esos momentos. Y no es porque busque sorprender o tenga la mente calenturienta; sino a causa de que mi empeño es difícil de ejecutar y a una le privan los retos.

Pienso que, con gracia, cualquier cosa se puede contar. Que cuando se trata de un tema peligroso, el secreto está en encontrar las expresiones adecuadas para hacerse entender sin rebasar el límite de lo conveniente. Que todo consiste en aprender a andar por esa raya finísima que muchas veces separa lo sublime de lo abyecto...

¡CÓMO HAN PASADO LOS AÑOS!

 A Hortensia, mi hija.

Me gusta hablar contigo porque te mueves en el mundo de la cultura con naturalidad;  con la sencillez propia de quien está familiarizado con ella. No te deslumbra el oropel, las tonterías revestidas de artificio; ni te provocan aspavientos de admiración las perogrulladas, aunque vengan acompañadas de aparatosas ilustraciones. En el campo de las ideas te muestras espontánea; con el deseo siempre presente de aprender, y sin dogmatismos, esnobismos ni imposturas. En todo momento y lugar apareces sin engaño tal cual eres: una mujer con el espíritu cultivado de verdad. 

Mientras tu pequeña duerme, me dices que hace veinte años que estrenaron “Deseando amar” y siento vértigo al advertir la rapidez con que ha pasado el tiempo. Convienes conmigo en que parece que fue ayer cuando acudimos a la primera proyección de este filme, y recordamos cómo nos emocionó su belleza. Volvimos a verlo a la semana siguiente; y, probablemente, lo hicimos una tercera vez. Las imágenes y la música se quedaron para siempre fijadas en nuestra memoria. Después vinieron “2046” y alguna película más... 

Ahora tienes un cofre que es un tesoro. Se trata de la obra reunida de Wong Kar-Wai, junto con diversos comentarios sobre ella; las bandas sonoras y las láminas con los carteles de estreno. Es un regalo que te has hecho con motivo de tu pasión por este director.  

DÍA DE LA MADRE - 2037

 I

A mi abuela, la máquina de videojuegos que había construido mi padre le causaba preocupación. Decía que en cuanto la enchufaran y empezara a arrojar luces, imágenes y sonidos acapararía toda mi atención; y que, a partir de ese momento, ya no me apetecería aplicar el entendimiento a la lectura.

II

Pero mi antecesora se equivocó. Mis padres me inculcaron con tanto afán el hábito de pasar la vista por lo escrito que, cuando el artefacto cobró vida, apenas me arrastró.

III

Mi madre, mientras yo permanecía enganchada a su teta, me leía libros de Sartre, Céline o Camus, que previamente había colocado en un atril; y así, en mi imaginación, este acto tan íntimo siempre estuvo unido a la voz clara de mi progenitora. 

Ella era el centro de mi universo. En los momentos en los que me sentaba en la hamaca, y hablaba y jugaba conmigo, yo la miraba extasiada y todo lo demás dejaba de existir... ¡Nunca hubo una unión más perfecta!

IV

Y el otro centro de mi vida era mi padre. Él, cuando fui más mayor, me imbuyó la afición a los medios electrónicos. Pero de mi procreador hablaré en otro momento.

MOMENTOS PELICULARES

 I

Cuando siento que la felicidad me ha abandonado, me acuerdo de aquel filme que en el verano de 1970 rodamos tú y yo en Bagur. Lo titulamos “Momentos peliculares”; y en él nos entregamos sin moderación a nuestra pasión por el cine.

II

En esta cinta de celuloide, que también se hubiera podido llamar “El cumplimiento del deseo”, quedaron impresionados momentos que intuimos que iban a ser únicos en nuestras vidas. Instantes en los que quizá no ocurrió nada especial; pero que nosotros, que teníamos el ánimo cautivado, sentimos como extraordinarios.

Imágenes de un gato lamiendo el café vienés de un parroquiano que permanecía enfrascado en la lectura del periódico. La figura de una joven extremadamente flaca abrazada a un árbol para evitar que el viento de la tramontana la arrastrase. La representación del joven chaparro tratando de besar a una mujer más alta que él. Tu salto imposible de una roca a otra; mi cara de espanto; el color verde del mar...

III

Hace mucho tiempo que perdí esta película. Debió de suceder en alguno de los traslados que hice. Pero el recuerdo de aquel estío parece estar indeleblemente escrito en mi memoria.... 

EL CAUCHO NEOYORQUINO

 El caucho neoyorquino, que así es como llamo yo a mi goma de borrar, me lo trajo de la Gran Manzana una persona a la que quiero mucho. Es rectangular; y está metido en una funda de cartón que tiene estampada por las dos caras “The Lee Shore” de Hopper.

Sin duda, el obsequio gomero está encantado, porque por las tardes lo dejo siempre dentro del tazón destinado a contener los lápices; e, invariablemente, por las mañanas aparece en otro lugar. Sitios distintos y extraños cuales pueden ser encima de la cabeza de la Dama de Elche que tengo en un anaquel; o detrás de las gafas negras con calaveras en los cristales que hay en otro.

Los manchurrones de grafito que tiene mi goma americana son su memoria. Las palabras que borró porque eran malsonantes, demasiado explícitas, cursilonas, despectivas, anticuadas, ridículos eufemismos, vulgarismos, frases retóricas, extranjerismos...

AQUELLAS MARAVILLOSAS LLANTINAS

 I

Ayer, viendo en televisión la película “Los girasoles”, me acordé con nostalgia de aquellas lloreras colectivas que se organizaban en los cines siempre que se proyectaba algún dramón. De esas llantinas generales que convertían las salas de exhibición en lugares de lágrimas; de las impresiones participadas por todos los espectadores...

II

Rescaté de mi memoria a los cinéfilos más sentimentales; a los que se conmovían con mucha facilidad y eran tan exagerados en sus expresiones que se pasaban toda la sesión hechos una Magdalena. También evoqué a los concurrentes que, procurando parecer unos machotes, se resistían a llorar e interrumpían los pucheros. A los que disimulaban sus lágrimas ocultándolas con los dedos y a los que las atribuían a falsas razones. A los asistentes que no mostraban ningún sentimiento... 

III

Cuando la cinta llegaba al final, y mientras Sophia Loren y Marcello Mastroianni se despedían en la estación, me metí tanto en el ensueño que todo se me hizo real. Creí estar en una sala oscura oyendo hipidos; viendo brillar ojos llorosos y blancos pañuelos; sintiendo la excitación de la emoción compartida... 

CUANDO MI AMIGO FERMÍN SE QUEDÓ AISLADO EN LA ORILLA

 Desconozco si Fermín consiguió liberarse alguna vez de su persistente melancolía. Zafarse del sentimiento de soledad que le ensombrecía el ánimo y le imposibilitaba ser feliz. Encontrar algo o a alguien que le llenara ese vacío mortificador que constantemente le estaba corroyendo el alma... 

Lo que sí sé es que un día se alejó de los que éramos sus amigos; y después no intuyó o no le interesó encontrar el camino de regreso. Se salió de la corriente que nos llevaba a los demás y se quedó aislado en la orilla...

Durante el tiempo en que su huella permaneció en el fluido en el que estábamos inmersos, le fui arrojando cuerdas una y otra vez para que se asiera y volviera con nosotros; pero, como las ignoró, acabé por darlo por perdido.

Ayer reví “Montparnasse 19”, y me acordé de Fermín. Esta película que trata sobre los últimos días de Amedeo Modigliani era una de las favoritas de mi amigo. Siempre me decía que su falta de éxito como escritor le hacía identificarse con el artista retratado por el filme.  

LOS CONTRATIEMPOS DE TITO

 ¡Mecachis! ¡Está lloviendo!, he exclamado nada más despertarme. ¡Maldita sea el agua que está calando la ropa que tengo tendida!, he continuado con mi casticismo habitual... Tanto tiempo esperando en vano que las nubes descargaran para que disminuyera la contaminación; y ahora, en el momento más inoportuno, jarrea.

Anoche se me ocurrió meter el tendedero, que está en el balcón, dentro de la casa; pero como me gusta que las prendas se oreen bien para que se les quite cualquier olor, deseché la idea. En este instante, con el ánimo contrariado, pienso en lo que pudo haber sido y no fue...

En mi imaginación, paso revista a todos los trapos que, sujetados con pinzas, cuelgan empapados de los alambres: ropa interior, jerséis, fundas de almohada... Y me fijo especialmente en mis pantalones de pata de gallo; en ésos que pensaba lucir hoy, en mi encuentro con una mujer madura que he conocido en Facebook. En los que me empeñé en lavar ayer y no tenía que haber lavado. ¡Ojalá se hubiese ido la luz! 

EL VENDEDOR DE MAPAS

 I. Cosme

Cuando veo a alguien que no sabe geografía, me acuerdo de Cosme; un viejo que vendía mapas y que, a fuerza de consultarlos, se conocía el mundo al dedillo.

En su establecimiento se podían encontrar representaciones de la Tierra de todas clases: atlas, planisferios, bolas del mundo... y también esferas astronómicas en las que aparecían dibujadas las estrellas.

Impenitente viajero, aunque nunca se hubiera movido de su pueblo, Cosme recorría un día la Argentina y el Uruguay; al siguiente hacía un periplo por el Japón; al otro emprendía una expedición al Congo... Y así, para este hombre no había jornada sin odisea.

II. Bartolomé

A veces lo acompañaba su nieto Bartolomé en estos desplazamientos. Entonces volaban más lentamente y el abuelo aprovechaba para enseñarle al pequeño la disposición de las tierras, los mares y las grandes obras de la humanidad. Cuando les cogía la noche, antecesor y descendiente se extasiaban contemplando las constelaciones...

III. Filomena 

En otras ocasiones, Cosme viajaba con su vecina Filomena. Desvelados ambos, iban tras ese sueño que cada día les costaba más encontrar. Un adormecimiento que acabaron descubriendo que siempre llegaba después de visitar París.

LA POSPANDEMIA YA ESTÁ AQUÍ

 Estos días recuerdo especialmente a Carmen Sevilla y el Telecupón. Me acuerdo de la gran artista porque el cuello se me ha puesto como el fuelle de un acordeón y ella, en dicho programa, daba consejos sobre cómo solucionar este problema. 

Explicaba la bellísima Carmen que, con una mano a cada lado, había que estirar al máximo la piel de esta zona hacia atrás; y, después, sujetar el pellejo sobrante en el pescuezo con un esparadrapo.

A mí esta solución no me parece mal, siempre que el pelo tape la nuca; aunque también existen otros remedios cuales son ponerse un fular en verano y una gorguera en invierno. Me encantaría poner de moda este adorno que tanto favorecía a Felipe II...

La cuestión es que el cuello se me ha llenado de pliegues antiestéticos y algo tengo que hacer. La pospandemia ya está aquí y el mundo y sus frivolidades me están esperando.