Antes de conocerlo en persona, ya había oído hablar de Bernardo Tetraedro. Tenía fama de orgulloso y serio; adjetivos que yo enseguida traduje en susceptible y sin sentido del humor. Y algunas féminas decían que lo veían raro y que les provocaba fantasías insanas...
Cuando por fin lo tuve delante, me pareció un hombre con mucho morbo. Su rostro grave dejaba traslucir un montón de complejos; pero este particular, lejos de resultar desagradable, le añadía fascinación.
En este primer encuentro, el varón picajoso me embrujó. Sin que me diera ningún motivo para ello, empecé a profesarle una pasión enfermiza acompañada de ensueños que no sé si calificar de eróticos o musicales. Continuamente se me representaba su imagen y la mía cantando a dúo “Parole parole” cuales si fuésemos mi adorada Mina y Alberto Lupo; y, durante la interpretación, alcanzábamos el éxtasis.
Esta historia debió de suceder por los años de 1972. Cuando yo tenía diecinueve primaveras; me había depilado las cejas como la cantante italiana y estaba en la universidad.