Cuando murió Jacinto, los amigos acudimos al tanatorio a darle el pésame a la familia; y, después, en el bar del Paco, le hicimos una especie de despedida y homenaje.
Bebimos bourbon porque éste era su licor preferido; y, entre lingotazo y lingotazo, comenzamos a recordarle...
Al principio de tratarnos, y por su evidente espíritu burlón, le aplicamos los motes de “amargado” y “malaleche”; pero cuando se incorporó a la pandilla la Marisol, le cambiamos los sobrenombres. Y esto fue así porque la susodicha (que era muy leída y escribida), nos explicó que esa burla cruel que practicaba el Jacinto se llamaba sarcasmo; y que, si no queríamos resultar tan pedestres, teníamos que utilizar los calificativos de mordaz, sarcástico e incluso sardónico, para referirnos a él.
Nuestro camarada nos correspondía llamándonos tontucios; y no nos lo decía por decir, sino que realmente pensaba que éramos medio lelos. Se reía de nuestras esperanzas e ilusiones y nos minusvaloraba por tenerlas; y con su continua ironía nos maltrataba...
Como no entendíamos las razones del comportamiento del Jacinto y estábamos hartos, recurrimos a la talentosa Marisol, y esto fue lo que nos dijo: “El Jacinto es una persona que ha sufrido mucho; y por miedo a que lo hagan padecer de nuevo, lleva puesta la coraza de la crueldad”.