domingo, 9 de diciembre de 2012

Pueblo, 1962: Divertimentos



El Andrés de la Cortadura es quinto, pero todavía juega a la “patá al bote”. Según él, el mejor sitio y la mejor hora para jugar a este juego es el campo y por la noche. Opina que estar cuerpo a tierra en medio de un bancal, ver los pies del que te está buscando a un palmo de tu cabeza, pegar un salto y echar a correr procurando que no te alcance, y llegar victorioso donde está el bote para volverlo a lanzar, es una de las cosas más excitantes que hay.
Ramoncín, como más se divierte es sorprendiendo al personal echando espumarajos. Dice que ver la cara de desconcierto y sorpresa de la gente cuando ve salir miles de burbujas de su boca es de las cosas más hilarantes que hay. Como no sabe cuándo se presentará el momento propicio para poder llevar a cabo su broma, siempre va provisto de un botellín con agua y de una caja de litines. Este momento llega cuando aparece algún paisano con cara de incauto andando por una calle desierta. Entonces, Ramoncín se esconde en un portal, se toma un trago de agua y se llena la boca de litines. Instantes después, cuando las pastillas están en plena efervescencia y el incauto cerca, el angelito hace su aparición. Como todo el pueblo lo conoce y está harto de sus tonterías, lo más probable es que algún día, alguien a quien vaya a hacerle la gracia de los litines le dé un pescozón.
A Teodoro, las bromas que más le gustan son las que tienen que ver con cementerios. Una vez, se blanqueó las manos y la cara con yeso para parecer un espectro, y se metió en un nicho vacío por delante del cual tenía que pasar un hombre que le llevaba flores a su difunta hermana. A este hombre le decían “el Bajoco” y era muy miedoso. Cuando Teodoro sintió sus pasos cerca, emitió un silbido raro, como de ultratumba, y a continuación, asomando la cabeza y una mano con un cigarrillo por el agujero, le dijo: “Bajoco, ¿me das fuego?”. Al miedica, cuando vio aquella aparición, casi le da un patatús. Huyó despavorido, y cuando llegó lívido a su casa y le contó a su mujer lo sucedido, ésta fue al cuartelillo de la Guardia Civil y denunció los hechos. Por conocer sus aficiones, al cabo no le cupo la menor duda de que el bromista era el Teodoro, así que lo llamó a capítulo. Tuvo que ser tal la bronca que le echó que éste no ha vuelto a ir por el cementerio.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Ciudad, 2012



De joven, aunque los colores que más me favorecían eran el negro y el blanco, casi todo lo que me ponía me sentaba bien. Sin ser un monumento, con mi cuerpo firme y mi piel lustrosa no necesitaba acicalarme mucho para aparecer hermosa. En cuanto a mi carácter, yo era vital, generosa, osada y original. Sentía inquietud y curiosidad por todo, y, como siempre me pregunté de dónde veníamos y adónde íbamos, me aficioné a los libros de filosofía y teología. Me gustaba el baile agarrado y era una fan de la Nova Cançó. Mi indumentaria favorita era una túnica negra llena de lentejuelas y un turbante a juego que me había traído un familiar de un país exótico, y de vez en cuando llevaba peinado afro o jipi. Andaba mucho para gastar energía, y por lo que respecta a mi osadía, ésta llegó al límite el día que corregí a un cura en pleno sermón.
Ahora, a unos cuantos meses de cumplir sesenta años, estoy aterrorizada. Mis músculos están flácidos y mi piel arrugada. Tengo el pelo cano, me clarea por la coronilla, y cuando hace frío me duelen todos los huesos. Encontrar ropa que me siente bien es un milagro, y el color negro ya no me va, sino que me envejece. Mi estado de ánimo puede pasar de la alegría al abatimiento en un santiamén; es lo que me ha sucedido esta mañana cuando iba toda contenta porque me había visto guapa en el espejo, y al llegar al metro, un viajero me ha cedido su asiento. Evito quedarme sola porque dos o tres veces, estando en esta situación, me ha dado una cosa muy rara que no sé si es una simple desazón o el comienzo de un ataque de pánico. A lo largo de mi vida, he ido adquiriendo sabiduría y sentido común, y he perdido vigor, brillantez y frescura. De aquellos tiempos aún conservo la curiosidad, el gusto por la música y la lectura y la costumbre de andar. Soy consciente de que el tiempo que me queda por vivir es limitado, y creo que la imagen que mejor puede representar esta idea es la de la habitación vacía cuyas paredes se van acercando conforme pasan los días.



sábado, 17 de noviembre de 2012

Sexta carta: El bachillerato



Queridos tíos:

Aquí en el pueblo casi todos los bachilleres estudiamos en la academia “Cimas Nevadas”. El cuerpo de profesores de este centro lo forman Don Bernardo, que es el director; su primo, Don Manolo; y su mujer, Doña Abundia. Don Bernardo enseña las asignaturas que él considera de más entidad; Don Manolo las medianas; y Doña Abundia las “marías”. Don Bernardo tiene un humor muy cambiante: en un momento pasa de estar exultante y cantando canciones patrióticas a tener el ánimo por los suelos y enmudecer. Además, cuando lo exasperamos porque no nos sabemos la lección, se da coscorrones contra la pared pidiéndole a Dios que nos perdone porque no sabemos lo que decimos. Don Manolo es un maestro corriente; y Doña Abundia es paciente, dulce y apocada. Por lo bien que utiliza el punto y coma en sus escritos (cartas y demás), lo más probable es que ella sea la más inteligente y culta de los tres, pero su talento no lo puede demostrar porque su marido ha dispuesto que solamente se encargue de las clases de Labores y Gimnasia Femenina.
A mí, la asignatura que menos me gusta es la de costura. No distingo la batista del hilo, ni el raso del tafetán; y soy incapaz, por mucho que me esfuerce, de hacer bien el pespunte, el hilván, la vainica o los bodoques. Mis ojales, por ejemplo, parecen perdigonadas.
Las clases de gimnasia (sueca) las chicas las damos dentro de la academia. Vamos vestidas con la ropa y el calzado que llevamos por la calle; y Doña Abundia nos dirige los ejercicios ataviada con su falda de tergal, su rebequita de punto y sus zapatos de medio tacón. Para el examen es obligatorio el uso de uniforme: falda tableada azul, pololos, zapatillas y blusa blanca. Los chicos en cambio hacen la gimnasia en el patio. Corren, saltan el plinto, hacen el pino y de vez en cuando Don Bernardo y Don Manolo se los llevan de excursión al campo.
Bueno, en la próxima carta ya os contaré más cosas sobre mis actividades escolares.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Quinta carta: Material averiado

Querido diario: En mi juventud tuve un novio de aquí del pueblo llamado Pepe. No llegamos a casarnos porque, al cabo de nueve años de relación, él se prendó de una forastera y me dejó. Años después, Pepe murió totalmente carbonizado en un accidente horrible, pero esa es otra cuestión. El término del noviazgo me traumatizó muchísimo porque, aparte de mis sentimientos hacia él, estaba el hecho de que mi proyecto vital se reducía a casarme y tener hijos. Dejar de tener a mi ex en la cabeza viviendo en el pueblo era prácticamente imposible, y rehacer mi vida también. Lo primero porque lo veía casi cada día montado a caballo o con su nueva novia (mi corazón se derretía o se moría de dolor); y lo segundo porque aquí, a las mujeres que habían tenido novio, se las consideraba “material averiado”, y era muy difícil que algún hombre desafiara a la opinión pública enamorándose de ellas y pretendiéndolas. Cuando sucedía tal cosa, la hombría de esta persona se confundía con debilidad, y su proceder no suscitaba admiración, sino desprecio. En aquellos tiempos la gente tenía muchos prejuicios, y la presión social era insoportable. Durante un tiempo sopesé la idea de irme a la capital y ponerme a trabajar, pero no me decidí porque lo único que sabía hacer eran las faenas de la casa y bordar; y eso, lejos de mi familia, sólo me aprovechaba para ponerme a servir. También me quedé porque albergaba la esperanza de que mi ex se cansara de la otra y volviera conmigo, cosa que no sucedió. Los años han ido pasando y yo ya soy mayor. Me quedé para vestir santos y en todo el contorno me reconocen por mi característica permanente y por mi olor a flores (en el patio tengo un lilo). Combato la soledad, la vacuidad y la monotonía de mi vida con copitas de anisete, la radio y “Agua del Carmen”, y de vez en cuando pienso en lo que pudo haber sido y no fue. En cuanto a la mentalidad de la gente del pueblo, no ha cambiado en todos estos años; siguen teniendo la línea del horizonte (física y metal) en la pared de enfrente de su casa.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Cuarta carta: Arrear un mamporro

Querida madrina: Este curso en la escuela hay un maestro nuevo que se llama don Rogelio. Los alumnos le tenemos mucho miedo porque siempre nos está castigando. El otro día, como mi primo Pedro no supo resolver el problema que había puesto en la pizarra, le arreó un guantazo que por poco lo tira al suelo. Mi primo empezó a llorar, y se tuvo que sentar en una silla porque se mareaba; después le dolía mucho la cabeza. A otro compañero le reventó la nariz de un bofetón, y para cortarle la hemorragia tuvieron que echarle agua fría en el cogote. Si no nos sabemos la lección nos da palmetazos, y como alguien retire la mano cuando ve venir la palmeta, ata su brazo al sillón y se los da con más saña. A los que pilla hablando en clase, los pone en medio del aula de pie, con los brazos en cruz, una pierna encogida y libros gordos en las palmas de las manos. Así tienen que permanecer hasta que a don Rogelio le parezca; y si apoyan los dos pies en el suelo o se les cae algún libro antes de ese momento, les da con la regla en las corvas. Pero lo peor de todo fue cuando encerró en un armario empotrado que hay en la clase (y en el que apenas cabe una persona) a un niño tartamudo que se llama Pablo. Era terrible oírlo aporrear la puerta y gritar como loco: tanto que su mejor amigo, que es muy valiente, cogió un tuero del capazo de la leña y le dijo a don Rogelio que si no lo sacaba inmediatamente lo descalabraba de un golpe. Cuando Pablo salió tenía los ojos desorbitados y una angustia inmensa. Don Rogelio amenazó al rebelde con llamar a sus padres y expulsarlo, pero los días fueron pasando y no hizo nada. Yo creo que le ha cogido miedo, porque no ha vuelto a castigar a Pablito. Bueno, me voy a hacer los deberes porque ya sabes como se las gasta don Rogelio.

sábado, 27 de octubre de 2012

Tercera carta: La aljofifa de la Oliva

¡Hola prima! El Tomás, el hijo de la Mostrenca se ha casado con una muchacha de Cádiz que se llama Oliva. La conoció cuando hizo la mili en San Fernando y han sido novios seis años. Como se han venido a vivir a la casa de enfrente, hemos entablado amistad, así que voy a decirte algunas cosas de la gaditana: es muy apañada, y con el mismo arte que hace bolillos enjalbega la fachada; su especialidad culinaria es el atún encebollado; se ha hecho ella todo el ajuar; y ha estado dos veces en Tánger. También te diré que su habla es diferente de la nuestra; y no me refiero sólo al acento y al ceceo, sino a las palabras que usa. Ella, por ejemplo, a fregar el suelo lo llama aljofifar, y a la bayeta aljofifa; a la comida le dice almuerzo; y nunca dice vosotros sino ustedes. Lo que sí hace igual que los de aquí es comerse las letras al hablar. Y por último, como supongo que su nombre te resultará tan chocante como me resultó a mí, te aclaro que se lo pusieron porque en su pueblo la Virgen de la Oliva es la más venerada. Ya te contaré más cosas. ¡Un abrazo!

domingo, 21 de octubre de 2012

Segunda carta: Las tres joyas

Querida amiga: Este año las vacaciones las estoy pasando en el pueblo, en la casa de mi abuela. Me he echado tres amigas que se llaman Catalina, Isabel y Consuelo. Me ajunto con ellas porque son muy simpáticas y divertidas. Su padre es el boticario del pueblo, y viven en una casa muy grande. Catalina, la hermana mayor, recorre la casa todas las noches buscando fantasmas, y ha oído los toques de San Pascual Bailón anunciándole su próxima muerte. Isabel, la de en medio, también se levanta por las noches, pero ella lo hace para registrar la biblioteca. En los estantes de arriba ha descubierto unos libros que pertenecieron a su abuelo, que era médico, que la tienen fascinada; sobre todo uno que se titula “Desviaciones sexuales”. Me ha prometido que en cuanto sus padres se vayan de viaje me lo enseñará. La pequeña, Consuelito, tiene un carácter terrorífico; cuando se enfada, parece que esté endemoniada. Es aficionada a hacer mejunjes, y si te ofrece uno y no te lo tomas, coge el botijo y, soplando por la boca, te cala con el agua que sale por el pitorro. A las tres les chifla el jarabe Calcio 20 y las pastillas Juanola; andar por encima de la tapia que cerca el patio y descolgarse por las paredes; engañar a los forasteros haciéndoles creer que las cagarrutas que les presentan en un plato para que cojan son exquisitas olivas; y darse al oscurecer una vuelta por el cementerio. Les fascina Joselito y el embrujo de sus ojos, y por eso disfrutan tanto siempre que en el cine echan una película suya. Quizá la gente piense que mis amigas son un poco raras, pero a mí me gustan y me lo paso bomba con ellas.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Cartas de mi pueblo - Año 1962

Primera carta: ¡Menudo escándalo! Manuela: te escribo para decirte que el otro día se murió el Benito, el marido de la alfarera. Aquí en el pueblo estamos todos conmocionados y sorprendidos porque no era muy mayor, y además, que supiéramos, no estaba enfermo de nada. Fue de repente, y según me contó la Teodosia, que fue quién lo amortajó, acababa de comerse un cocido. Dice que la alfarera, después de quitar la mesa, salió a la calle a vigilar unas alcancías que había puesto a secar, y que cuando volvió, se encontró al Benito en el suelo, desmayado. Al ver aquello, voceó a las vecinas; éstas acudieron enseguida y avisaron al médico, pero cuando él llegó, el Benito ya estaba tieso. El entierro fue multitudinario y muy sentido. Sus compañeros de francachelas no paraban de llorar, y la viuda estaba catatónica perdida. Las andas las llevaron sus hermanos y un sobrino, y cuando estábamos a punto de enterrarlo, la María del Jarauce lanzó un lamento desgarrador y se desplomó. ¡Figúrate el escándalo que se organizó (recuerda que la María fue la primera novia del Benito)! Bueno, me voy a hacer la comida, que el Nemesio está a punto de llegar. En la próxima carta te contaré más cosas. Escríbeme pronto y dime si tenéis pensado vender la viña.

jueves, 26 de julio de 2012

Cuento de verano

La presencia de los tertulianos en la radio y en la televisión es tal que bien se puede decir que los españoles, además de con Dios, nos acostamos y nos levantamos con ellos. Viéndoles discurrir acerca de la crisis y proponer medidas para salir de ella, una no entiende cómo no les encomendamos el gobierno del país, teniendo en cuenta que los políticos lo único que hacen es dar palos de ciego. Yo los escucho cada día, y si algún día no puedo, me encuentro perdida y sin opinión. Es cierto que algunos son prepotentes y pontifican más que tertulian; que otros son sectarios y tienen estrechez de miras; que otros no sé bien porque están ahí; y que a otros le suponía mayor talento. Pero también los hay maravillosos, con mucha cultura y capacidad; y a fe que a estos pocos da gusto oírlos.

domingo, 15 de enero de 2012

La estación de Albacete

Un día de Navidad, mientras estaba en la estación esperando que llegara el tren donde venía mi hija, tuve las siguientes experiencias: me encontré con una mujer a la que no veía desde mi niñez, y que reconocí por su sin par permanente; intenté sentarme en el vestíbulo y no pude por falta de sillas; disfruté mucho contemplando las vistas de los pueblos castellano-manchegos expuestas en los paneles; compré en la juguetería un libro con preciosas ilustraciones para aprender a hacer magia; y, cuando entré en el retrete, vi las partes pudendas de la mujer que estaba al lado reflejadas en el suelo. Ni que decir tiene que, a partir de ese momento, además de sillas en el vestíbulo eché de menos paneles divisorios más largos en los servicios.