sábado, 21 de mayo de 2011

Estar vivo

Cuando la rutina y la falta de alicientes me producen tanta angustia que no puedo respirar, lo que me apetece es salir al balcón y gritar desaforadamente. Pero en previsión de que los loqueros vengan a por mí, me conformo con darme un garbeo por el centro y mirar escaparates.
A eso iba la otra tarde cuando, dos paradas después de la mía, se subió al autobús un matrimonio de mi quinta en el que apenas reparé, ya que en nada se diferenciaba de tantos otros que a esas horas acostumbran a ir a dar una vuelta o a comprar.
En la siguiente parada, se metió en el autobús una mariposa y revoloteando lo recorrió de parte a parte. Este hecho tan insólito atrajo la atención de todos los viajeros, y por la cara de bobos que pusieron, creo que les infundió candor. Y así, contemplando el vuelo de la mariposilla y sonriendo fue como, al levantar la mirada, mis ojos se encontraron con los ojos del hombre que acababa de subir al autobús con su mujer, y nos reconocimos: él y yo habíamos tenido un idilio allá en nuestra juventud. No nos dijimos nada, pero nuestra mirada fue tan intensa que en los segundos que duró pasó por nuestras cabezas la vorágine que experimentamos cuando estábamos en la flor de la vida, y temblamos los dos. Fue una experiencia maravillosa, porque aparte de la alegría y de la emoción que sentí por volver a verlo, me sirvió para darme cuenta de que todavía estoy viva. Estoy segura de que él pensó lo mismo.