Dentro de unas semanas va a ocurrir un hecho que me llena de ilusión. Es algo que prefiero no decir de qué se trata; pero no es nada extraordinario porque le sucede a mucha gente (y probablemente más de una vez).
Ahora, la vida para mí tiene esa meta y hacia ella se encaminan mis anhelos y muchas de mis acciones. Estoy percibiendo cosas por primera vez y todo lo estoy viviendo con total intensidad.
Pero en medio de esta complacencia también hay pensamientos que me acongojan. A veces tengo la idea de que puede ocurrir algo que me impida vivir ese momento; o me pregunto qué va a pasar al día siguiente, cuando las emociones que me invaden desaparezcan por completo: ¿me voy a quedar vacía como un cascarón?...
Y en los ratos en los que no estoy absorta en el asunto anterior, advierto el alargamiento de los días y el florear de los almendros; y aunque mis momentos de auge quedaron atrás, noto que mi cuerpo se aviva.
Y como volviendo a casa he oído la palabra lisura (y una cosa lleva a otra), me he acordado de la canción “La flor de la canela”. Ahora la estoy escuchando interpretada por María Dolores Pradera:
“Jazmines en el pelo y rosas en la cara,
airosa caminaba la flor de la canela,
derramaba lisura y a su paso dejaba
aromas de mistura que en el pecho llevaba”
¡Qué hermosura!