sábado, 23 de febrero de 2019

Un tótum revolútum


Dentro de unas semanas va a ocurrir un hecho que me llena de ilusión. Es algo que prefiero no decir de qué se trata; pero no es nada extraordinario porque le sucede a mucha gente (y probablemente más de una vez).
Ahora, la vida para mí tiene esa meta y hacia ella se encaminan mis anhelos y muchas de mis acciones. Estoy percibiendo cosas por primera vez y todo lo estoy viviendo con total intensidad.
Pero en medio de esta complacencia también hay pensamientos que me acongojan. A veces tengo la idea de que puede ocurrir algo que me impida vivir ese momento; o me pregunto qué va a pasar al día siguiente, cuando las emociones que me invaden desaparezcan por completo: ¿me voy a quedar vacía como un cascarón?...
Y en los ratos en los que no estoy absorta en el asunto anterior, advierto el alargamiento de los días y el florear de los almendros; y aunque mis momentos de auge quedaron atrás, noto que mi cuerpo se aviva.
Y como volviendo a casa he oído la palabra lisura (y una cosa lleva a otra), me he acordado de la  canción “La flor de la canela”. Ahora la estoy escuchando interpretada por María Dolores Pradera: 
                                  “Jazmines en el pelo y rosas en la cara, 
                                    airosa caminaba la flor de la canela, 
                                    derramaba lisura y a su paso dejaba
                                     aromas de mistura que en el pecho llevaba”

¡Qué hermosura! 

Ejercicios espirituales


No puedo asegurar con qué periodicidad los hacíamos ni cuánto duraban; pero sí sé que, cada equis tiempo, las púberas y las monjas nos recluíamos en una casa preparada al efecto para practicarlos. Se suponía que allí teníamos que apartar la mente de lo terrenal y centrarla en lo religioso; pero con la edad que teníamos (las alumnas), eso era muy difícil. 
Recuerdo que una vez, lejos de entregarnos a la oración, la compañera que ocupaba la habitación contigua y yo nos pusimos a jugar a barcos por la ventana. Y fue precisamente en el momento en que le dije las coordenadas de una casilla y ella me respondió “¡hundido!” cuando la guardiana, que estaba al acecho, nos descubrió y nos amonestó severamente. 
Por la envergadura de la reprimenda parecía que hubiéramos cometido un pecado mortal; pero a nosotras no logró impresionarnos. Como es lógico, pusimos cara de pesadumbre y arrepentimiento; y, en cuanto pudimos, acabamos la partida. Aunque eso sí, de una manera más discreta.

En la cola de la chacinería


Llevo hora y media en la cola de la chacinería y no sé definir muy bien el estado en el que me encuentro. Primero tenía los nervios de punta; luego vino el arrebatamiento; y ahora, he entrado en una especie de marasmo y siento el ánimo suspendido. Empiezo a reírme sin ton ni son, y se me debe estar poniendo cara de enajenada porque las personas que me rodean me miran de una forma rara y se apartan de mí.
En este momento sólo falta una creatura para que me llegue la vez. La están despachando y parece que, en cantidades irrisorias, va a comprar de todos los embutidos. Se diría que lo está haciendo adrede para exasperarme. Hace un rato lo hubiera conseguido, pero ahora soy feliz flotando en la atmósfera del supermercado. Feliz, feliz... 
Y la que ha logrado infundirme afectos contrarios ha sido la charcutera. Por un lado, su mirada limpia y su cara de buena persona me inclinan a la simpatía; pero por otro, la parsimonia con la que atiende a los clientes me saca de quicio. Y para colmo nos llama a todos “guapis”: guapi por aquí, guapi por allí... Verdaderamente, esta manera de dirigirse a los parroquianos no se puede superar.

Las incontables vidas de una maruja


Antiguamente había un programa en televisión que se llamaba “Reina por un día”; aunque a mí, lo que verdaderamente me gustaría es ser hombre durante una semana. Y ésta no es una idea peregrina que se me acabe de ocurrir, sino que se trata de un deseo razonado.
En mi faceta de escritora, y para crear personajes verosímiles, puedo transformarme en una trapecista sintiendo el abismo bajo mis pies; en una artista de varietés filosofando después de quitarme las lentejuelas; en una anciana percibiendo cercano el final... Y hasta si me lo propongo, en una púbera sumergida en la confusión. Pero de lo que no soy capaz es de transmutarme en un padrino de boda embargado por la emoción, por ejemplo. No sé si me explico...
En lo que va de un lunes a un domingo, desearía experimentar los sentimientos y emociones que paralizan a los hombres en determinados momentos; sentir sus miedos y aprensiones; juzgar y presentir como ellos; reconocerme como tal... 

Cuando decir que has leído es un agravio


Ayer, cuando iba en el metro, vi a un grupo de personas censurar a otra porque sabía quien era Guy de Maupassant y había leído sus cuentos. De resultas, observé como ésta se sonrojaba; y, prácticamente, pedía perdón por sus conocimientos.

En la corte del rey Zopenco, que un analfabeto alardee de su ignorancia se juzga positivo, agradable, un signo de sencillez... En cambio, que una persona culta dé muestras de que lo es se considera una exhibición de superioridad; un comportamiento opuesto al orden social; una atrocidad...
El iletrado cae genial y de él todos quieren ser amigos. Por el contrario, el instruido disgusta al común de los súbditos; y, salvo que encubra su saber o sufra un grave infortunio, no es aceptado.
Y ante tal panorama, uno se pregunta: ¿cómo consigue el erudito hacerse perdonar cuando carece de modestia? Sin esta virtud ¿está condenado al aislamiento? Y frente a esta posibilidad ¿es lícito revestirse de falsa humildad?..
Lo cierto es que valorarse y sentirse orgulloso de uno mismo (en la debida proporción) es bueno; que el engreimiento y la petulancia es propio de idiotas; y que intimidar a los demás, la mayor parte de las veces, no depende del que resulta apabullante.

Un jeremías, un donjuán, un rioja...


Ayer, en un comentario que le hice a Carmen, utilicé el vocablo jeremías para referirme a un llorón. De esta palabra, que forma parte de mi vocabulario, hubiera podido decir que venía del profeta Jeremías y poco más. Pero como Carmen y Milagros no la conocían y han mostrado interés, he consultado el diccionario a fin de verificar la exactitud de mis conocimientos, ampliarlos y poder responderles bien.
Como creo que el resultado de mis investigaciones son de interés general, las hago públicas:
La palabra jeremías alude al profeta Jeremías y a sus trenos y lamentaciones.
Un treno es una lamentación.
Un jeremías es un nombre propio que se usa como común igual que un donjuán, un rioja, etc.
Me alegro de haber entrado ayer en el Post porque hoy soy un poco más sabia.

Opiniones de una divorciada


Joaquina es una gran amiga de José y mía. Ayer vino con nosotros a pasear; y, por haber sacado ella el tema, hablamos del matrimonio y de la traición. Como me parecieron interesantes sus palabras, os las voy a referir. Evidentemente, lo hago con su consentimiento.

Infidelidad y deslealtad son palabras que la gente utiliza de manera indistinta, aunque  yo creo que significan cosas diferentes. En los dos casos uno falta a un compromiso y, en este sentido, en ambos se trata de una traición. Pero las víctimas lo perciben de manera distinta: el que sufre una infidelidad se siente engañado; y, si es una deslealtad, abandonado.
Vivir con una persona desleal es como habitar en un páramo. En estas condiciones, lo único que sientes es vacío, silencio, soledad... Cuando la suerte te es  adversa y miras alrededor buscando ayuda, sólo encuentras desamparo. Y si necesitas que se pongan de tu parte, que te reconozcan, que te valoren, tres cuartos de lo mismo. Silencio, silencio, silencio... 
Durante toda tu vida piensas que llegará el día en que puedas contar con el otro; pero al final te das cuenta de que eso no pasará jamás.

Catalina, el oboísta y las navajas de Albacete


Cuando Catalina pasea por las calles de Albacete, le gusta pararse delante de las cuchillerías y mirar lo que se exhibe en sus escaparates. En ellos ve instrumentos cortantes de todas clases y tamaños; y algunos le parecen auténticas preciosidades.
Esta afición de Catalina por el acero no es en absoluto malsana. Se trata simplemente de que las navajas, cuchillos y demás son productos típicos de su tierra; y de que la susodicha disfruta contemplando el arte que sus paisanos son capaces de desplegar.
De joven, y durante un tiempo, Catalina llevó una navaja en el bolso. Para ella, este objeto era una especie de amuleto que le servía para reafirmar su condición de albaceteña y para acrecentar su fama de extravagante; y ambas cosas le encantaba ser.
Un día, cuando se estrenó “Anónimo veneciano”, un compañero que tocaba el oboe se llevó el instrumento a la facultad; y, en una clase vacía, interpretó para ella el Adagio del Concierto de Marcello del final de la película. Evidentemente, después de esta experiencia, Catalina le regaló su navaja por ser su bien más preciado; y después, el oboísta y ella se juraron amor eterno.

La avinagrá


Seguro que García Lorca contaría infinitamente mejor que yo la siguiente historia; pero una servidora, con su estilo, lo va a intentar. Ocurrió por los años de 1960; en el tiempo en que a lo único que podían aspirar muchas mujeres era al matrimonio...

Cuando era pequeña, vivía en el pueblo una muchacha alta y de aspecto desangelado a la que decían “La avinagrá”. Nunca conocí su nombre verdadero, ni su edad, ni si tenía familia; solo sé que cada mañana, cuando me dirigía a la escuela, la veía delante de su casa limpiando la reja. Como parecía muy antipática y desabrida, por un lado me provocaba aversión; pero por otro me daba mucha pena porque su persona emanaba quintales y quintales de amargura.
Un día llegó al pueblo un afilador; y cuando la muchacha apareció con sus cuchillos, se prendaron uno del otro y al poco tiempo se casaron. Y fue entonces, en el tiempo en que la vida empezó a fluir por los vasos de la mujer vinagre, cuando ésta se transformó en dulcísima flor.


sábado, 2 de febrero de 2019

Un día un tanto raro


Una vez, unos recentísimos amigos nos invitaron a José y a mí a pasar el día en su casona. A poco de llegar y después de darnos los saludos de rigor, nuestros anfitriones se declararon fanes de Raphael y de Rocío Jurado; y, a partir de ese momento, se dedicaron con fruición a poner discos de los dos artistas y a hablar de sus trayectorias.
Durante mucho rato disfruté de la reunión porque el tema me interesaba (Raphael y Rocío me parecen voces prodigiosas y siempre los he admirado); pero al cabo de tres horas de escuchar la misma música y mantener idéntica conversación, comencé a aburrirme... 
Entonces a mi marido, al que le chiflan las matemáticas, se le ocurrió contarnos como Eratóstenes había medido La Tierra; y, no contento con eso, y viéndonos entusiasmados, continuó con lo de la criba y los números primos.
Después comimos; y a continuación bailamos. Para la ocasión, los dueños de la casa pusieron un cedé de Los Cinco Latinos; y pronto, sus voces interpretando “Solo tú”, “Pequeña flor”, “El humo ciega tus ojos”... llenaron la estancia. 

El gran mangoneador


Maricarmen, Carmen Pive, Carmen, Lucía, Esteban, Juan: Salvador Dalí tiene un cuadro que se llama “El gran masturbador”, y yo tengo un conocido al que en secreto denomino “El gran mangoneador”. Anteayer estuve con él y por poco me da algo. Se pasó la tarde haciendo planes sobre un supuesto viaje conjunto en el que él sería orientador y líder. Y después, para más inri y en el colmo del delirio, se permitió darme consejos sobre cómo tenía que ir vestida a un evento al que próximamente tengo que asistir. Como llegué a casa sin poder respirar, necesité llevar al papel mi congoja para aliviarme: de ahí surgió “Mi propio criterio”.
Confieso que mi asignatura pendiente es la relación con los demás. Los otros me parecen previsibles y desconcertantes a la vez, y nunca he sabido cúal es la mejor manera de acercarme a ellos. Curiosamente no me cuesta hacer amigos y tengo muy buenas relaciones; pero con aquellos que no me conocen demasiado son frecuentes los malentendidos. No me suelo enfadar; y, en todo caso, me inflamo y desinflamo con igual facilidad y en cuestión de segundos; y el rencor y la mezquindad nunca han formado parte de mi ser.
Ayer lo pasé fatal porque tenía la sensación de haber herido a alguien con mi escrito. Si fue así, os puedo asegurar que no estuvo en mi ánimo hacerlo y que todo se debe a una mala interpretación. Sería una cretina integral o no estaría en mis cabales si hiciera algo que me pudiera enemistar con personas que me parecen extraordinarias.
Y por último quiero decir que para mí, estar despierta después de las nueve es trasnochar. Que anoche eran las nueve y media cuando se me ocurrió mirar el ordenador por última vez, y, que cuando vi el comentario de Carmen y me puse a contestarlo, de pronto me di cuenta de que estaba utilizando mucha expresión y locución ¡cosas del trasnoche! 

Mi propio criterio


En cualquier tiempo y lugar he tenido mi propio criterio, y sostenerlo ha sido una necesidad. De joven lo defendía con vehemencia, y ahora lo hago con templanza; pero en ambos casos con la misma fuerza moral. Indudablemente, y como todo ser humano, para poder sobrevivir he tenido que ajustar mi conducta a determinadas reglas, aunque siempre he conservado mi estilo y mi forma de pensar.
He mantenido mi opinión frente al dictamen ajeno y nunca he soportado a aquéllos que, erigiéndose líderes, pretenden pastorear a los demás y dirigir sus voluntades. De hecho, en presencia de estas personas, a las que denomino reyes del mangoneo, me ahogo y literalmente no puedo respirar... 
No concibo el trato que implica sometimiento. La gente tiene que ser libre de ir, venir o hacer lo que quiera. Y creo que en ningún caso se debe subordinar la propia opinión a la del otro.

En bandolera


En Barcelona llueve ininterrumpidamente; y yo, viendo en el periódico el anuncio de un próximo concierto de Adamo en la ciudad, me retrotraigo a los tiempos de mi adolescencia y juventud. ¡Cómo inflamaba nuestros corazones este cantante! Con su voz dulce y sus letras románticas enardecía nuestros sentimientos, y a veces nos llevaba al borde de la combustión. Cuando oí “En bandolera” por primera vez, me quedé extasiada; sentí mi alma embargada por la emoción y me puse a llorar como una Magdalena. Y cuando escuché “La nuit” (¡en francés!) me ocurrió otro tanto...
Y luego estaban los guateques. Esos bailes  donde el cuerpo de los otros se hacía patente porque lo podíamos tocar; donde sentíamos el aliento de la cuerva rozándonos el cuello; las manos que se perdían por la cadera... 
¡Qué grande eres Adamo!