De pequeñas, los cinco años que nos llevamos Dolores y yo nos impidieron ser amigas. Pero ahora, en la madurez, cuando esa diferencia ya no implica nada, nos hemos hecho íntimas.
Ella tiene su modo de ser y yo el mío; aunque, como además de hablar el mismo idioma, usamos el mismo código, nos entendemos perfectamente y nos sentimos muy cómodas la una con la otra.
Dolores enviudó hace unos años. A menudo me habla de su marido y, verdaderamente, la vida de éste parece sacada de la novela “El filo de la navaja” de Somerset Maugham. Como Larry, el protagonista, anduvo por muchos lugares tras ese arcano que algunos identifican con la felicidad y otros con la sabiduría; y, como él, era tan espiritual y poseía tanto equilibrio que parecía estar por encima de las miserias de este mundo.
Cuando se casó con mi amiga, aportó al matrimonio esa riqueza inconmensurable que tenía en su interior, y entre los dos hicieron cosas muy grandes. Como ella era profesora de Literatura, unieron sus fuerzas y se dedicaron a investigar y a escribir libros de Historia. Hoy, son varias las obras que existen firmadas por ambos.