lunes, 3 de octubre de 2011
Ahí hay un maestro que dice ¡ay!
Verdaderamente, hoy en día, ser profesor es muy difícil; y ser alumno también.
sábado, 10 de septiembre de 2011
El verano
jueves, 7 de julio de 2011
La nevera de mi casa
sábado, 21 de mayo de 2011
Estar vivo
A eso iba la otra tarde cuando, dos paradas después de la mía, se subió al autobús un matrimonio de mi quinta en el que apenas reparé, ya que en nada se diferenciaba de tantos otros que a esas horas acostumbran a ir a dar una vuelta o a comprar.
En la siguiente parada, se metió en el autobús una mariposa y revoloteando lo recorrió de parte a parte. Este hecho tan insólito atrajo la atención de todos los viajeros, y por la cara de bobos que pusieron, creo que les infundió candor. Y así, contemplando el vuelo de la mariposilla y sonriendo fue como, al levantar la mirada, mis ojos se encontraron con los ojos del hombre que acababa de subir al autobús con su mujer, y nos reconocimos: él y yo habíamos tenido un idilio allá en nuestra juventud. No nos dijimos nada, pero nuestra mirada fue tan intensa que en los segundos que duró pasó por nuestras cabezas la vorágine que experimentamos cuando estábamos en la flor de la vida, y temblamos los dos. Fue una experiencia maravillosa, porque aparte de la alegría y de la emoción que sentí por volver a verlo, me sirvió para darme cuenta de que todavía estoy viva. Estoy segura de que él pensó lo mismo.
martes, 29 de marzo de 2011
Dura de mollera
Devanándome los sesos, tratando de averiguar el significado de eso que está tan de moda y que se llama educación cívica, salgo de mi casa a las siete de la mañana para irme a trabajar. En el vestíbulo del edificio estoy a punto de pisar una meada del perro de los vecinos, y ya en la calle, un coche que circula por la acera casi me arrolla. Atravieso la calle con el semáforo en rojo a la vista de unos colegiales; ando deprisa un trecho y llego a la boca del metro, donde un hombre, sin querer, me da un paraguazo.
En la máquina expendedora de billetes me veo negra para teclear mi número secreto de la tarjeta de crédito sin que lo vea un fantasma con tupé que no para de mirarme; y al atravesar las puertas automáticas para acceder al andén, dos o tres personas que no sé de donde han salido se pegan a mí y aprovechan para colarse. Ya en el andén procuro situarme lejos de una pareja que, sentada en el respaldo y con los pies en los asientos, come pipas y escupe las cáscaras sin ningún miramiento.
Mientras el metro entra en la estación, yo, como todos los que me rodean, localizo a través de las ventanillas los asientos libres, y en cuanto el metro se para, entramos todos en tromba para intentar cogerlos. Son los jovenes pletóricos de salud los que lo consiguen, mientras que los viejos con sus grandes sobres contenedores de radiografías y las mujeres embarazadas se quedan de pie intentando guardar el equilibrio. Un niño y su madre, que viajan sentados, miran imperturbables como un abuelo se tambalea y una embarazada suda la gota gorda. Llego a mi parada, y para bajar tengo que andar dando empujones a la gente que se agolpa en la puerta y que me impide salir; en cuanto lo consigo me doy un trompazo con los que entran. En las escaleras mecánicas no puedo adelantar porque la gente, en vez de subir en fila por el lado derecho, lo hace por ambos lados, taponando el paso.
Salgo a la calle indemne y sigo dandole al magín a ver si averiguo que es eso de la educación civica.
sábado, 26 de febrero de 2011
El poder y la eutanasia
Ante la campaña que se avecina y tanta voz favorable a la eutanasia, se echan de menos otras que reconozcan el mérito y el valor de todos aquellos que, a pesar de sus graves problemas de salud, escogen seguir viviendo.
Un punto de vista materialista sobre el asunto (impropio de la condición humana y por tanto de la clase política) llevaría a plantear que estas personas, al ser improductivas y necesitar tantos cuidados, le cuestan al erario ingentes cantidades; pero hay que tener en cuenta que en la misma situación están casi todos los ejercitantes de determinadas profesiones, sin que nadie los cuestione.
Sería magnífico que nuestros gobernantes, además de informar sobre el derecho (ciertamente indiscutible) a morir dignamente de todos aquellos que sufren, lo hiciera también sobre el derecho a vivir de la misma manera, poniendo todos los medios para que esto suceda; que animara a estas personas, que en su mayoría sufren graves depresiones, con mensajes optimistas; y que colaboraran con la familia para conseguir que se sientan queridos, respetados y necesarios.
Y, finalmente, que cuando alguien se decida por la eutanasia, la autoridad se cerciore de que lo ha hecho libremente, cosa harto difícil considerando la dependencia emocional que tienen estas personas y lo influenciables que pueden llegar a ser; y aún mas, viendo como glorifican algunos medios de comunicación a quienes optan por esta segunda opción.