lunes, 3 de octubre de 2011

Ahí hay un maestro que dice ¡ay!

Ahora que los profesores están en el ojo del huracán, pienso mucho en mi maestro, don Fulgencio, y en como se las apañaría para enseñar a los alumnos actuales. Para empezar, éstos ya no lo verían como un gurú de la sabiduría, porque entrando en Internet ellos podrían conseguir toda la información que don Fulgencio poseyera y le darían cien vueltas manejando el ordenador. Tampoco tendría su mesa en una tarima ni lo tratarían de usted, porque lo primero es símbolo de preeminencia y lo segundo de respeto, y hoy ambas cosas están demodé. No podría valerse de las raíces cuadradas, del latín ni de la música para hacer que los discípulos aprendieran a estructurar sus procesos mentales; y no entendería que éstos pudieran idear recibiendo, como ocurre ahora, la mayor parte de la información mediante imágenes y no por medio de palabras. Carecería de respuesta a cuestiones fundamentales que le pudieran plantear los jóvenes, porque los avances científicos van muy por delante de los humanísticos y hoy ya quedan pocas verdades inmutables; y en fin... ¿cómo podría ilusionarlos y estimularlos para que estudiaran, con el porvenir tan incierto que les espera?
Verdaderamente, hoy en día, ser profesor es muy difícil; y ser alumno también.

sábado, 10 de septiembre de 2011

El verano

Este año, a causa de la crisis, he pasado las vacaciones en un pueblo pequeño de la comarca de ... Al principio tenía miedo porque pensaba que iban a ser un rollo, pero la verdad es que, en conjunto, han resultado muy divertidas. Durante el día, salvo que fuera a bañarme a la balsa del “Alicornio”, permanecía en la casa porque el calor era insoportable; pero en cuanto anochecía, me iba a la calle a pasear y a alternar con los vecinos. Esto último era ineludible porque, a esas horas, estaban todos en la puerta de sus casas tomando el fresco. Conversaban entre ellos y con la gente que pasaba por la calle; y, si ésta era forastera, no dudaban en preguntarle por sus ascendientes, para ver si eran hijos del pueblo y así enterarse de lo que habían sido sus vidas.

jueves, 7 de julio de 2011

La nevera de mi casa

A la gente que viene a mi casa por primera vez, lo que más le llama la atención y le gusta es el frigorífico. Cuando la Semana Santa pasada mi hija y yo decidimos decorarlo, debíamos estar en vena, porque nos quedó precioso. Lo primero que hicimos fue salpicar la puerta de confetis, y despues estampar en la parte de arriba nuestros nombres. En la parte de abajo escribí una estrofa de la canción "Ojos verdes", que me parece genial, y que es aquélla que dice: "serrana, me das candela y yo le dije gaché..." En la pared derecha escribí, en hilera y por orden alfabético, las palabras que considero las más bellas del idioma; y en el espacio restante, desordenadas, una serie de palabras que hoy apenas se usan, pero que llevo en el corazón porque formaban parte de mi vocabulario cuando era pequeña. Tambien he reservado un hueco para ir apuntando las palabras que descubro de cuando en cuando. En el otro lado del frigorífico, mi hija escribió caligramas y maravillosos poemas de Salvat-Papasseit como "Res no és mesquí" y "Collita de fruits". En fin, que en vez de llenar la nevera de los consabidos imanes, la llenamos de palabras, lo que fue infinitamente mejor.

sábado, 21 de mayo de 2011

Estar vivo

Cuando la rutina y la falta de alicientes me producen tanta angustia que no puedo respirar, lo que me apetece es salir al balcón y gritar desaforadamente. Pero en previsión de que los loqueros vengan a por mí, me conformo con darme un garbeo por el centro y mirar escaparates.
A eso iba la otra tarde cuando, dos paradas después de la mía, se subió al autobús un matrimonio de mi quinta en el que apenas reparé, ya que en nada se diferenciaba de tantos otros que a esas horas acostumbran a ir a dar una vuelta o a comprar.
En la siguiente parada, se metió en el autobús una mariposa y revoloteando lo recorrió de parte a parte. Este hecho tan insólito atrajo la atención de todos los viajeros, y por la cara de bobos que pusieron, creo que les infundió candor. Y así, contemplando el vuelo de la mariposilla y sonriendo fue como, al levantar la mirada, mis ojos se encontraron con los ojos del hombre que acababa de subir al autobús con su mujer, y nos reconocimos: él y yo habíamos tenido un idilio allá en nuestra juventud. No nos dijimos nada, pero nuestra mirada fue tan intensa que en los segundos que duró pasó por nuestras cabezas la vorágine que experimentamos cuando estábamos en la flor de la vida, y temblamos los dos. Fue una experiencia maravillosa, porque aparte de la alegría y de la emoción que sentí por volver a verlo, me sirvió para darme cuenta de que todavía estoy viva. Estoy segura de que él pensó lo mismo.

martes, 29 de marzo de 2011

Dura de mollera



Devanándome los sesos, tratando de averiguar el significado de eso que está tan de moda y que se llama educación cívica, salgo de mi casa a las siete de la mañana para irme a trabajar. En el vestíbulo del edificio estoy a punto de pisar una meada del perro de los vecinos, y ya en la calle, un coche que circula por la acera casi me arrolla. Atravieso la calle con el semáforo en rojo a la vista de unos colegiales; ando deprisa un trecho y llego a la boca del metro, donde un hombre, sin querer, me da un paraguazo.

En la máquina expendedora de billetes me veo negra para teclear mi número secreto de la tarjeta de crédito sin que lo vea un fantasma con tupé que no para de mirarme; y al atravesar las puertas automáticas para acceder al andén, dos o tres personas que no sé de donde han salido se pegan a mí y aprovechan para colarse. Ya en el andén procuro situarme lejos de una pareja que, sentada en el respaldo y con los pies en los asientos, come pipas y escupe las cáscaras sin ningún miramiento.

Mientras el metro entra en la estación, yo, como todos los que me rodean, localizo a través de las ventanillas los asientos libres, y en cuanto el metro se para, entramos todos en tromba para intentar cogerlos. Son los jovenes pletóricos de salud los que lo consiguen, mientras que los viejos con sus grandes sobres contenedores de radiografías y las mujeres embarazadas se quedan de pie intentando guardar el equilibrio. Un niño y su madre, que viajan sentados, miran imperturbables como un abuelo se tambalea y una embarazada suda la gota gorda. Llego a mi parada, y para bajar tengo que andar dando empujones a la gente que se agolpa en la puerta y que me impide salir; en cuanto lo consigo me doy un trompazo con los que entran. En las escaleras mecánicas no puedo adelantar porque la gente, en vez de subir en fila por el lado derecho, lo hace por ambos lados, taponando el paso.

Salgo a la calle indemne y sigo dandole al magín a ver si averiguo que es eso de la educación civica.




sábado, 26 de febrero de 2011

El poder y la eutanasia


Ante la campaña que se avecina y tanta voz favorable a la eutanasia, se echan de menos otras que reconozcan el mérito y el valor de todos aquellos que, a pesar de sus graves problemas de salud, escogen seguir viviendo.

Un punto de vista materialista sobre el asunto (impropio de la condición humana y por tanto de la clase política) llevaría a plantear que estas personas, al ser improductivas y necesitar tantos cuidados, le cuestan al erario ingentes cantidades; pero hay que tener en cuenta que en la misma situación están casi todos los ejercitantes de determinadas profesiones, sin que nadie los cuestione.

Sería magnífico que nuestros gobernantes, además de informar sobre el derecho (ciertamente indiscutible) a morir dignamente de todos aquellos que sufren, lo hiciera también sobre el derecho a vivir de la misma manera, poniendo todos los medios para que esto suceda; que animara a estas personas, que en su mayoría sufren graves depresiones, con mensajes optimistas; y que colaboraran con la familia para conseguir que se sientan queridos, respetados y necesarios.

Y, finalmente, que cuando alguien se decida por la eutanasia, la autoridad se cerciore de que lo ha hecho libremente, cosa harto difícil considerando la dependencia emocional que tienen estas personas y lo influenciables que pueden llegar a ser; y aún mas, viendo como glorifican algunos medios de comunicación a quienes optan por esta segunda opción.