miércoles, 31 de agosto de 2022

OPINIONES DE UNA COSTURERA

 ¡Ya tengo! Me refiero a críticos. Soy lencera; y, hasta ahora, venía moviéndome por el universo de la ropa interior de una manera discreta. Pero ha sido comenzar a destacar, e ir apareciendo reprobadores de mis prendas uno detrás de otro. Me dicen de todo: que si mis calzones están hechos con telas inusuales y poco prácticas; que los ajustadores resultan muy simples porque carecen de florituras... En fin.

Y no es que yo me niegue a aceptar un buen consejo. ¡Qué va! Una recomendación bienintencionada la valoro siempre. Agradezco que me señalen los fallos, puesto que  saberlos y enmendarlos es el primer requisito para crecer. Mas de lo que abomino es de los aspirantes a corseteros que van por la vida intentando degradar el trabajo ajeno. Sí; ésos que, incapaces de crear corpiños y enaguas admirables, vierten su frustración en vituperios disfrazados de amables observaciones.

Nieves Correas Cantos

EL TORMENTO DE UN PARAPOCO

 Aquella vecina rolliza me martirizaba con sus comentarios. Criticaba mi manera de ser; mi timidez excesiva. Decía que era muy corto, vergoñoso, encogido... ¡Cualquier epíteto referido a mi condición le parecía bueno! ¡No dejaba de meterse conmigo!

Su crueldad llegó al máximo el día en que me apodó “Parapoco”. Me denominó así cuando había mucha gente alrededor, a fin de que el mote triunfara. ¡Fue horrible! Algunas personas lo adoptaron y de este modo me llamaron desde entonces.

Yo en ese tiempo aguantaba la pubertad y esta despiadada mujer era mi bestia negra. La odiaba y temía por igual. En su presencia, se acentuaba mi retraimiento y me sentía completamente acoquinado; incluso, físicamente, su volumen crecía y el mío menguaba.

Como no podía esquivarla ya que el lugar en el que vivíamos era muy pequeño, ni tampoco quería quejarme a mis mayores por miedo a parecer disminuido, lo que hice fue satirizar contra ella; pergeñar historietas donde la ridiculizaba. Fue una válvula de escape que me permitió seguir viviendo.

Nieves Correas Cantos

IN AETERNUM

 Aquella mujer era muy cursi; tanto, que a veces resultaba patética. Confundía el refinamiento con la afectación; y, de este modo, pretendiendo aparecer elegante, se manifestaba melindrera. Su hacer y su lenguaje siempre estaban faltos de sencillez, como si la espontaneidad no existiera...

Era un horror escucharla. En una ocasión en la que hablando en un tono coloquial le dije que lo que se ponía en Internet se quedaba ahí pa siempre, ella me contestó con voz engolada que efectivamente; que cualquier información que se colgara permanecería en la Red in aeternum... Llegados a este punto sólo me cupo exclamar: ¡Atiza! 

Nieves Correas Cantos

ASUNTOS DE MUNDANERÍA

 Ahora pensamos que aquel hotel en el que nos alojamos en el año catapum era una casa de citas; mas, en su momento, ni lo llegamos a sospechar. ¡Y mira que el decorado de la habitación daba pistas! Una cama enorme a ras del suelo; profusión de cojines de todos los colores esparcidos por aquí y por allí; espejos estratégicamente situados; hilo musical; media luz... ¡Pero nada! De ningún modo barruntamos que semejante sitio tuviera algo que ver con un lupanar; ni tampoco la regente, con su excesiva amabilidad y los joyeles tintinando, nos pareció una trotaconventos... 

La verdad es que nosotros veíamos tal escenografía como algo psicodélico; el sumun de la originalidad. ¡Estábamos encantados! Y es que, entonces, en asuntos de mundanería, Jota y yo éramos un par de zoquetes aún por desasnar...

Lo que cuento sucedió durante un periplo por el sur de Francia; en un tiempo remoto.

Nieves Correas Cantos

TRES PURITANAS Y UNA CANCIÓN

 Aquellas tres puritanas estaban obsesionadas con la canción “Bésame mucho”. Se pasaban el día escuchándola; y, al atardecer, cuando acabado el rosario se dedicaban a paliquear, concluían que se trataba de una melodía sumamente peligrosa. Una composición que embotaba la diligencia y propiciaba el abandono...

Conjeturaban las severas criaturas que en un ambiente penumbroso y con el bebercio a mano, cual podía ser un sarao, la pieza en cuestión multiplicaría por mil sus efectos dañosos. Que como despertaba el deseo de toquetearse, besuquearse, propasarse... sería fácil caer en una situación de desenfreno; un desmadre general o putiferio que no conduciría a ningún lugar honroso.

Nieves Correas Cantos  

EL FORNICIO MALOGRADO DE PELAGIA Y SIMÓN

 La otra noche, cuando nos encontramos en el sarao de Hageo, sentí una alegría inmensa. Advertí que tú te emocionabas igual... ¡Cincuenta años han pasado, dijiste! Y en efecto, hacía medio siglo que no nos veíamos. El abrazo que nos dimos mostrando nuestro contento fue entrañable; un estrujón tan íntimo que tuve la sensación de que nos fundíamos otra vez...

Más tarde, en el hotel, mientras bebíamos champán y preludiábamos la culminación, miré en lo más hondo de tus ojos buscando lo conocido; lo permanente; lo que me confirmara la certeza de que seguías siendo tú. Después, me abandoné al deseo...

Pero no sé en qué momento del fornicio la magia desapareció. El delirio, cual pérfido compañero, se evanesció dejándonos bajo el fulgor de la cordura; y con ella aluzándonos nos percatamos de que el tiempo había transcurrido. Entonces llegó la incomodidad; la vergüenza; el arrepentimiento...

Nieves Correas Cantos 

LA MUJER ENJALBEGADA

 Cuando ayer el dermatólogo me dijo que no podía volver a aplicarme cosméticos, sentí que se me presentaba un problema trascendental; una enorme contrariedad, porque no concibo la vida sin ellos.

Salvo en la infancia, siempre me he exhibido enjalbegada. Durante toda mi adultez, lo primero que he hecho cada día al levantarme ha sido cubrirme la cara con un montón de potingues; y sólo he vuelto a mi estado natural por la noche, inmediatamente antes de irme a dormir.

Con el kohl, pintalabios, arrebol, perfilador... me conformé en tiempos pretéritos una máscara de guapura, y con ella puesta es como me siento yo. Los tiznajos en los ojos que me ahondan la mirada forman parte de mi fisonomía; y el colorete en las mejillas que da luz a mi rostro también; y el carmín en los labios... 

Con la faz desprovista de mejunjes, sin poder refugiarme en el artificio,  me siento desnuda; como si llevara al aire mi intimidad. Por lo tanto, no sé de qué manera voy a poder cumplir con la prescripción del médico...

Nieves Correas Cantos