martes, 28 de febrero de 2023

UNA EXPLOSIÓN DE FASTIDIO

 No pretendía herirte, pero si con mi irónico comentario lo he hecho, te ruego que me perdones. Han sido unas palabras que no he podido evitar. El resultado de haberme entrado en ese momento un ataque de hartazón; una explosión de fastidio; de no poder más... 

Mira: antes, cuando nos juntábamos las amigas, siempre era una delicia. Hablábamos de cine, literatura, música... derrochábamos ingenio y humor. Mas desde que somos abuelas, las conversaciones que mantenemos únicamente versan sobre nuestros nietos y por ello me parecen un horror. Yo quiero con locura a mi pequeña; sin embargo, necesito desconectar...

Además, tú, que padeces de abuelazón, le atribuyes tales capacidades a tu vástago que oyéndote no sé si reír o llorar. Por este motivo, cuando has declarado que el crío de dos años se pasaba el día aplicado en el estudio de las sombras, se me ha ocurrido manifestar que en pocas semanas, y como un diminuto Eratóstenes, calcularía el radio de la Tierra...

Nieves Correas Cantos


LA VIDA DESDE MI VENTANA

 A mí, lo que más me gusta hacer es ventanear. Contemplar la vida a través del portillo de mi habitación me resulta fascinante. Creo que ningún placer se le puede igualar... 

Diría que esta inclinación al ventaneo se gestó cuando aún llevaba mantillas y tomaba pelargón. Sí, ya sé que es una idea que suena estrambótica, pero es lo que pienso.

Entonces, de rorro, lo que percibía por el balcón de mi cuarto era la sucesión de las jornadas; la alternancia de la noche con el día; el rosario de tinieblas y de luz...

Después, en la época escolar, en lo que me fijaba desde el mirador era en las cabezas de los que transitaban por la calle; sobre todo en sus coronillas. En esa parte del tiesto es donde imaginaba yo que anidaban la fuerza y la debilidad de los hombres; la confianza y la incertidumbre... En la tonsura del párroco; en medio de la incipiente calvez del presumido; enmarañadas entre los cabellos ralos y níveos de la dona que se resistía a envejecer...

Asimismo me incitaban a asomarme a la ventana la llamada del afilador y la bocina del haiga que el ocioso terrateniente paseaba por el pueblo...    

Nieves Correas Cantos

HISTORIA DE UNAS CORTINAS

 Nada más verlas, me prendé de aquellas cortinas. Eran rojas, encendidas, de color de fuego... Me parecieron idóneas para adornar mi cuarto de estar. Pensé que cuando los rayos del sol las atravesaran, originarían en la habitación una atmósfera ignífera acorde con mi personalidad.

Rebosando entusiasmo, las compré. Así: a lo loco; sin informarme previamente de sus características y sin la mínima reflexión. Teniendo el convencimiento de que ponerlas en el ventanal de mi gabinete no entrañaría ninguna dificultad...

Pero en el momento en que estuve con ellas en casa, advertí mi error. Descubrí que la largura de las mismas no se ajustaba a la altura del aposento. Que una vez suspendidas del palo de arriba, sobraba medio metro de tela por abajo. Lienzo que se desparramaba impasible por las inmediaciones del mirador...

Entonces se me ocurrió hacerles un jaretón; sí, un dobladillo de más de cincuenta centímetros para que no arrastraran por el suelo. Mas como era y soy muy desmañada, pronto abandoné...

Al final lo medio solucioné con imperdibles. Hice un enorme pliegue y lo aseguré con alfileres como si fuera un hilván...

Empero el resultado fue una chapuza. Un pegote que siempre que el viento volteaba las cortinas y lo ponía a la vista, me dejaba en ridículo delante de mis visitas...

Nieves Correas Cantos

DE HORIZONTES, DIFICULTADES Y GLORIAS

 I

Un día de primavera, el maestro nos dijo a los alumnos que había llegado el momento de dar el teorema de Pitágoras y la conjugación del verbo asir. Añadió que aprender ambos temas iba a representar un gran avance en nuestro proceso de educación o salida de las tinieblas; y apostilló que las matemáticas y la lengua eran los medios más eficaces para abandonar la ceporrez.

II

Con objeto de ejercitarnos en la demostración pitagórica, don Melecio, que así se llamaba el profesor, organizó una excursión a Alicante. Una visita en la que, a la orilla del mar, nos enseñó a calcular la distancia que nos separaba del horizonte. Recuerdo que durante el viaje fuimos entonando canciones del folclore patrio. También me acuerdo de que estuvimos en la Explanada; y de que un mago que actuaba en un circo partió a nuestro preceptor por la mitad y después procedió a unir las dos partes...

III

Por lo que corresponde al verbo asir, sus irregularidades nos causaban perplejidad. Algunos estudiantes opinaban que enunciarlo era más difícil que sorber y soplar a un tiempo. Y mientras, don Melecio, con la finalidad de que no cundiera el desánimo, parafraseando a Cicerón nos repetía que cuanto mayor fuera la dificultad, mayor sería la gloria.

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EN EL DÍA DE LA RADIO – La informadora madruguera

 La radio es mi amiga fiel; la confidente de la que no puedo prescindir. Cuando me levanto a las cuatro de la mañana, lo primero que hago es encenderla; y, a partir de ese momento, me acompaña en todo el trajino matinal. Mientras voy de una habitación a otra de la casa con cualquier ocupación, mi íntima, sin despegarse de mí, me va informando y formando. Me entera de lo que ha sucedido en el mundo en las últimas horas y amplía mi cultura general.

Mi radio es pequeña y fácilmente trasladable. Su color es negro y tiene los botones plateados... La llamo Paquitori en honor de san Francisco de Sales, el patrón de los  periodistas. Pero si estoy de humor, también puedo decirle informadora madruguera o gacetista de mis amaneceres... Y ya en el colmo de la disposición ¡y del atrevimiento!, me pongo a conjugar el verbo asir y declaro que, antes del alborecer diario, mi ingenio radial se ase a mí y yo me asgo a él originando la pegadura perfecta. 

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EL CIGARRILLO EXPLOSIVO Y LA FLEMA ANTIESTRÉS

 Los años me han dado aplomo. Serenidad para afrontar situaciones comprometidas; flema antiestrés...

Ahora, por ejemplo, sería raro que yo perdiera la compostura ante una broma de mal gusto. Pero antes, cuando era joven, tenía tal grado de bisoñez que cualquier chungón haciendo de las suyas podía hacerme llorar.

Sí, amigos. Porque servidora, igual que le ocurrió a Larra en “El castellano viejo”, también tuvo que padecer la llaneza extrema. Esa conducta libre de todo artificio que muchos consideramos ordinariez...

En mi caso se trató de un chasco que me hicieron en el convite de un bautizo. Me ofrecieron un cigarrillo; y, en el momento en que lo encendí, explotó. Aún recuerdo las risotadas de algunos convidados y lo humillada que me sentí. Entonces era una pipiola de pocas primaveras y de bastantes inseguridades... 

Y todo esto lo pienso mientras escucho “I say a little prayer” tumbada en mi sofá. Creo que es la canción que más me gusta de Burt Bacharach. ¡Se ha ido otro de los grandes! ¡Otro de los que han aportado magia a nuestras vidas!

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UNA LECCIÓN DE TERNURA

 Si yo fuera artista y tuviera que representar la ternura, lo que dibujaría en el lienzo sería a mi vecino Blas cantándole a su nieta “El lagarto está llorando”. Contemplada en la realidad, esta escena que acabo de describir resulta sublime. Ver a un hombretón como Blas, normalmente soso y retraído, recitar a Lorca con tanta sensibilidad  conmueve y alecciona sobre la ventura que implica la condición de abuelo. 

Mientras mi amigo entona, su pequeña descendiente permanece absorta escuchándolo. Le fascina la historia de estos saurios que lloraban porque habían perdido su anillito de desposados... 

Después del momento poético, abuelo y nieta se ponen a construir trenes o a jugar al balón... 

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DE TARJETAS POSTALES, UNTURAS Y JUGUETES ERÓTICOS

 Cuando veo anunciar que los mejores obsequios que se pueden hacer para san Valentín son ungüentos lubricantes, preservativos psicodélicos o curiosos juguetes eróticos, entro en barrena. Quiero decir que, sin ser especialmente romántica, percibo tal falta de ternura en esa concepción del amor que mi ánimo desciende hasta hacer crac...

Entonces me acuerdo de aquellas maravillosas postales que antaño se solían regalar el Día de los Enamorados. Eran tarjetas que en una cara llevaban la foto de una pareja; y, en la otra, que estaba en blanco, se podía escribir algún mensaje. Recaditos que iban desde la pura cursilería a la más ardorosa pasión...

A mí nunca me llegó ninguna de estas estampas; pero sí conocí los efectos que semejantes ilustraciones eran capaces de ocasionar. Sucedió el día en que un muchacho que me gustaba, después de mirar la carátula de un disco que ambos teníamos delante, levantó la cabeza y me atravesó con sus ojos. El sencillo al que me refiero contenía la banda sonora de Johnny Guitar; y en la funda aparecían muy juntos Joan Crawford y Sterling Hayden...

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FEBRERILLO EL LOCO Y LAS CARNESTOLENDAS

 Las fechas en las que estamos nunca me cautivaron. Febrerillo el loco, tal cual lo llaman algunos, siempre me pareció un mes raro, incómodo, del que no te puedes fiar... Embutido entre enero y marzo, que son períodos de especial largura y grandes advenimientos (el del año y la primavera), el pobre febrero tiene la traza de estar continuamente montando números para hacerse notar. Ejecutando extravagancias de todo tipo con objeto de llamar la atención: atmosféricas, personales, sociales...

Este lapso mensil me inspira poco. Si me retrotraigo a los tiempos del catapum (década de los sesenta del siglo XX), me voy al momento en el que descubrí que además de los Beatles de Liverpool existían los Beatles de Cádiz (comparsa carnaválica). Mi revelación beat sucedió en una disquería de Albacete; cuando las carnestolendas en España estaban prohibidas como tal y sólo se aceptaban desvirtuadas y con todo el personal dentro de un orden...

Nieves Correas Cantos

EL VAGABUNDEAR DE LAS IDEAS

 En ocasiones no falla la creatividad, sino la disposición. Las ideas pueden seguir ocurriendo a la mente; pero si falta el ánimo o el tiempo para desarrollarlas, esas percepciones apenas brotadas se van. O, a lo sumo, acaban errando por el intelecto esperando un momento mejor; una oportunidad en la que poder florecer y convertirse en historias... 

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MI REENCUENTRO CON EUFRASIO PORRIPOPI

 ¿Cómo se me ocurrió? Vi el anuncio en la caja tonta y, hala, con mi intrepidez característica, marqué los números que aparecían en la pantalla. Buscaban personas que quisieran reencontrarse con su primer amor; y a mí, al contemplar tal reclamo, me vino a la mente la imagen de Eufrasio Porripopi, un muchacho del que estuve muy enamorada en mi primera juventud...

Cuando me llamaron para que acudiera al programa, tentada estuve de no hacerlo; porque la intuición, esa infalible y leal compañera, me advirtió de que todo iba a terminar en fiasco. Pero pesaron más la curiosidad y la fuerza de las acciones que ya había puesto en marcha y allí que me presenté...

Tengo que decir que la experiencia resultó nefasta. Empero no por la razón de que mi antiguo galán no se acordara en absoluto de mí; sino debido a que se había desvirtuado tanto que su visión acababa con mi sueño. O quizá es que lo había sublimado de manera excesiva... No sé; lo cierto es que en la memoria yo guardaba la representación de un poeta atormentado y me hallé ante su antítesis: un hombre orondo; completamente adocenado; carente de inspiración... En fin...

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UN LUGAR DE CONTRASTES

 I. El Descanso Eterno

Los días más alucinantes del verano de 197. fueron los que pasamos en el pueblo de Enigma; durante nuestro periplo sureño. Cuando llegamos al apartado lugar, nos encontramos con que allí sólo había una pensión. Una hospedería establecida por la hermana de un cura y en cuya fachada figuraba el curioso nombre de “El Descanso Eterno”... 

II. El descarrío

Como nosotros no estábamos casados y por lo tanto no teníamos libro de familia que presentar,  en el momento en que le solicitamos a la patrona del albergue una habitación doble, la devota mujer, muy indignada, nos contestó que de eso ni hablar; que aquella era una casa decente... Y, después de soltarnos una parrafada sobre el descarrío, lo único que se mostró dispuesta a concedernos fue un cuarto compartido con un tratante de granos para ti y un aposento individual para mi persona...

III. Los jipis

Se daba la circunstancia de que a pocos kilómetros de Enigma había una playa nudista. Un trozo de litoral de difícil acceso al que cada día acudíamos para bañarnos. En tales momentos alternábamos con algunos jipis que acampaban en los alrededores; personas que vivían a su aire y con cosas interesantes que contar...

IV. Los resignados 

Así llamábamos a los jóvenes del pueblo. A los que decían envidiarnos por poder viajar juntos estando solteros. Con ellos tratábamos por las tardes; en el bar o en el paseo...

V. El desenfreno playero

Aunque parezca mentira, unos cuantos muchachos y sus futuros suegros iban cada mañana a espiar a los desnudistas. Llenos de curiosidad, se ahitaban de ver las partes pudendas de los demás; y luego, en el café, criticaban con mucha dureza lo que ellos consideraban un desenfreno playero...

VI. La última noche

La última jornada que permanecimos en la pensión, pudiste sortear la vigilancia de la dona y viniste a mi habitación. Fueron horas en las que nos pareció oír a la beata y a sus amigas rezar el rosario a media tarde; el sonido de un clarinete interpretando “Pequeña flor” al anochecer; y el canto de un gallo a la mañana siguiente...

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EL BOLERO MÁS HERMOSO

 A un detalle que una persona tuvo conmigo quise corresponder con unas palabras escritas. Un texto que reflejara el revoltijo de sensaciones que experimenté cuando recibí su muestra de afecto: ternura infinita, ensalzamiento, satisfacción, gratitud... 

Para dar con el tono preciso y continuar en la senda de delicadeza que mi regalador había marcado, dejé que la esencia de su presente invadiera mi espíritu y guiara mi mano sobre el papel. Permití que las notas de su espléndido bolero me alumbraran el camino... Y así, en medio del vocabulario, me encontré con una de las voces más hermosas que el ser humano puede pronunciar. Me refiero al vocablo “gracias”... ¡Gracias, amigo!

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EL DESBARAHÚSTE INDUMENTARIO

 

Por la calle voy siempre muy peripuesta: perejiles por aquí; composturas por allá... Pero en mi casa, en interés de la comodidad, acostumbro a permanecer desharrapada. Visto atuendos que se deshacen de lo gastados que están; prendas que muchos considerarían andrajos. Para mayor espectáculo, dichos harapos no pegan unos con otros; y, además, el uso que les doy puede no tener mucho que ver con aquél para el que fueron diseñados. Así, por ejemplo, una sudadera verde fosforito que me regalaron y que me parece espantosa la suelo utilizar como mandil. Y unos calcetines muy gordos que tiran a amarillo canario los empleo a modo de manoplas con la finalidad de no quemarme en la cocina.

Este desbarajuste indumentario no creo que se deba a mi excentricidad, sino a que mis pingajos y yo hemos llegado a formar una unión perfecta; una simbiosis en la que ellos se sienten queridos y paseados y mi menda en el colmo de la holgura.

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A PROPÓSITO DE UNA CANCIÓN DE DESPECHO-Mi adorado Moncho

 Cuando escucho a Moncho cantar boleros, no me es difícil entrar en éxtasis. Me subyuga su modo peculiar de interpretar: tan contenido, tan elegante... 

Me fijo en la letra de las canciones porque todas manifiestan la vehemencia de alguna  pasión: enojo a causa de un desengaño, entusiasmo, seducción... 

Ahora que cierta tonada de desamor se ha hecho famosa en todo el mundo, no puedo dejar de mencionar “Bravo”; un cantar de aborrecimiento que mi admirado juglar borda y que me parece genial. 

Una vez asistí con unos amigos a una de sus actuaciones. Recuerdo que entonces era joven; y también me acuerdo de que, entre lingotazo y lingotazo de vodca con naranjada, “Contigo aprendí” me hizo soñar.

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EL TIEMPO Y EL ENCANTO

 Por lo que toca a la apariencia, el tiempo tampoco trata a todo el mundo igual. Con unos humanos se muestra despiadado; y, de un modo opuesto, a otros parece mimar. Conozco a algún sujeto que de joven era la insulsez personificada y ahora resulta muy atractivo. Con ese encanto carente de explicitud y sobrado de indicios que da la experiencia; el de las cualidades imaginadas y los conocimientos supuestos...

Asimismo, sé de criaturas a las que la edad parece haberles quitado todo el sex appeal que presentaban. Seres que en la mocedad fulgían y que hoy surgen adocenados. Figuras que seducían y que ya no lo hacen. Magia que la vida se llevó...

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DE FOBIAS Y CUBIERTAS

 Algunos piensan que es capricho; ganas de significarme... Pero la realidad es que padezco una fobia a ser retratada que no puedo controlar. Ver una cámara delante de mí me provoca una angustia indecible; una zozobra que sólo pueden entender los que la sufren... un tormento que me lleva a no dejarme fotografiar. En ciertas situaciones comprometidas he intentado sobreponerme. Para no desentonar y/o no ofender a los que querían que posara con ellos, he procurado autoconvencerme de lo irracional de mi comportamiento obsesivo; sin embargo, aun sabiéndolo absurdo, no lo he podido cambiar...

Esta aversión a que un aparato obtenga mi imagen y los demás la puedan ver  me ha conducido a tesituras muy pintorescas. En una ocasión en que después de una comida de hermandad apareció un operador dispuesto a disparar su máquina, lo primero que se me ocurrió (¡e hice!) fue coger el mantel de la mesa y cubrirme con él... 

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LA MUJER INVISIBLE Y EL REVÉS DEL TRAMPANTOJO

 Cuando llegué a cierta edad, advertí que me había vuelto invisible. Un día, de manera inesperada, reparé en que mi persona resultaba imperceptible para los demás. Sumida  en la perplejidad que me provocó tal descubrimiento, comencé a exagerar mis modales para hacerme notar; pero por más que voceé y agiganté mis actitudes, no conseguí atraer la atención de nadie en ningún sentido. Tampoco lo logré con mi pelo fosforito ni con mi indumentaria fuera de lo normal; así que, no queriendo perpetuarme como una especie de ente incorpóreo, maleducado y estrambótico, torné a mi estado natural...

Ahora que ya me he acostumbrado a que ninguna persona se percate de que existo, lo llevo muy bien. No tengo problemas de autoestima y me siento más libre sin tener que aparentar. Además, como ni siquiera el radar del trampantojo me detecta, puedo observar lo que esconde en su revés y alucinar...

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ANTAÑO Y OGAÑO

 I Ogaño

Hoy, por segunda vez en mi vida, me he tragado un insecto. Era minúsculo; apenas un punto en el espacio. Ha ocurrido a las cuatro de la mañana; en el instante en que sorbía una cucharada de leche y el artrópodo se ha cruzado en la corriente de aire de mi aspiración. He sentido asco; y, como no podía ser de otro modo, me he retrotraído al tiempo de mi primera experiencia... 

II Antaño

En mi  niñez, yendo un día en bicicleta, se me coló por las fauces una mosca de gran tamaño. Sucedió mientras entonaba la canción de Marisol “Corre, corre, caballito”; poco después de que en el cine del pueblo echaran “Un rayo de luz”. 

III Antaño y ogaño

Antaño, como ogaño, el bocado insectil me pareció repugnante. Pero el de la infancia fue peor porque a la náusea se unió la incerteza; el desconocimiento de qué camino iba a seguir el díptero por el interior de mi cuerpo... Mi mejor amiga opinaba que cualquier ruta era posible. Para afirmar tal cosa se basaba en que, a una prima suya que había ingerido una pulsera, se la habían descubierto colgando de una costilla al mirarla por rayos X...

Nieves Correas Cantos


LOS REVOLCONES CAMPEROS – Fuente-Álamo, 1960

 I

Antiguamente, la represión sexual era tan grande que los jóvenes del pueblo, para solazarse, tenían que desplazarse al campo. Estos esparcimientos extramunicipales o revolcones camperos, atendiendo a la estación del año en que las parejas los llevaran a cabo, se podían clasificar en invernales, primaverales, veraniegos y otoñizos. También, según su proximidad a determinadas celebraciones, cabía catalogarlos como dionisíacos, si ocurrían en fechas cercanas a la fiesta de san Dionisio; josefinos, si al día de san José; leoninos; franciscanos...

II

En esencia, siempre se trataba de practicar juegos eróticos; pero cada categoría conservaba unas peculiaridades que la hacían especial. Así, no era lo mismo darse un apretujón cuando el frío era helador que en plena canícula. Ni tampoco el suelo podía servir invariablemente de lecho... ¡Cómo parangonar los pedregales de diciembre con los ribazos llenos de flores del mes de abril!

III

En las jornadas de enero y hasta la festividad de san Antonio, eran muy típicos los toqueteos antonianos. Los ejecutaban los mozos en las tardes en las que iban al agro a buscar combustible; leña con la que alimentar las hogueras que se encenderían la víspera de la conmemoración...

Nieves Correas Cantos


EL RONQUIDO DEL CAMELLO

 Cuando alguno de mis hermanos habló por teléfono con los Reyes Magos, yo estaba ausente y no pude participar en tan extraordinaria experiencia; pero, unas jornadas después, la noche en que Sus Majestades nos trajeron los juguetes, se me presentó la posibilidad de verlos en plena actuación...

Todo comenzó en el momento en que un gruñido animalesco me despertó. Provenía del callejón; de debajo de mi ventana. Lo identifiqué enseguida como propio de un camello porque el huevero de mi pueblo, que era oriundo de Asia, imitaba muy bien la voz de este rumiante... ¡Y entonces, por efecto de dicho reconocimiento, me percaté de que Melchor, Gaspar y Baltasar habían llegado!

Presté atención y los oí moverse por el piso bajo de la casa. Sus andares se adivinaban magníficos y serenos pese al inmenso trajín que debían de llevar... En tal instante me entraron unas ganas irresistibles de verlos; un deseo de asomarme a la escalera y penetrar en un misterio que me atraía muchísimo y que de ninguna manera llegaba a comprender... Mas un algo desconocido y paralizador me impidió ejecutar mis anhelos. Una impresión que me advertía de que la contemplación de los Sabios de Oriente serìa funesta para mí...

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LA PAJA DE DON VALERO – De microrrelatos, pasajes y fragmentos

 Confieso que en lo primero que me fijo cuando me acerco a un escrito es en su extensión. Si los renglones son pocos, me adentro en ellos con optimismo; dispuesta a descubrir lo mejor de cada línea. Pero como el final del texto no se deje ver, de lo único que soy capaz es de ojearlo con cierta sensación de abatimiento; pensando que quizá contenga algo interesante que me voy a perder...

Este apego a la brevedad de los pasajes me lo inculcó un maestro que se llamaba don Valero. Él sostenía que la cortedad y la frescura eran las dos cualidades que nunca debían faltar en una redacción. A la palabrería inútil la llamaba paja. Una vez, a un chiquillo que hizo una composición muy sucinta sobre las diferentes maneras que tenía un granjero de llamar a las gallinas le puso un diez. Recuerdo que declaró que dicha narración era de lo mejor que había leído en su vida...

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