¿Te acuerdas de cuando me cantaste “Les feuilles mortes” en aquel antro que encontramos entre Murcia y Orihuela? Fue durante un periplo que hicimos por aquella zona en la primavera de 1970.
El tugurio se llamaba “El cafetín de las almas en pena”; y, según informaba el cartel anunciador, en su interior se daba cobijo y condumio a todo aquel que padeciera de melancolía.
Nosotros no sufríamos ese mal; pero nos fascinó tanto el reclamo y estábamos tan hambrientos, que nos vimos impulsados a entrar pese al aspecto poco recomendable del establecimiento.
En el momento de pedir, el camarero nos aconsejó zarangollo y sangría como el mejor remedio contra los achaques del alma; y al conjunto de las dos cosas lo llamó “quitapesares”.
Después de tomarnos la fritada y el bebercio, me regalaste unos instantes mágicos que se grabaron de un modo indeleble en mi corazón. Te dirigiste a una pequeña tarima donde había un micrófono; y, acompañado por el dueño del garito al piano, entonaste “Les feuilles mortes” cual si fueses Yves Montand. A partir de entonces ésa fue nuestra canción.
Luego nos hospedamos en una fonda que resultó estar regentada por la hermana de un sacerdote; y donde, por no tener Libro de Familia que mostrar, nos vimos obligados a tomar dos habitaciones y a hacer el paripé de retirarnos cada uno a la nuestra...