viernes, 11 de septiembre de 2020

¿TE ACUERDAS?

 ¿Te acuerdas de cuando me cantaste “Les feuilles mortes” en aquel antro que encontramos entre Murcia y Orihuela? Fue durante un periplo que hicimos por aquella zona en la primavera de 1970.

El tugurio se llamaba “El cafetín de las almas en pena”; y, según informaba el cartel anunciador, en su interior se daba cobijo y condumio a todo aquel que padeciera de melancolía.

Nosotros no sufríamos ese mal; pero nos fascinó tanto el reclamo y estábamos tan hambrientos, que nos vimos impulsados a entrar pese al aspecto poco recomendable del establecimiento.

En el momento de pedir, el camarero nos aconsejó zarangollo y sangría como el mejor remedio contra los achaques del alma; y al conjunto de las dos cosas lo llamó “quitapesares”.

Después de tomarnos la fritada y el bebercio, me regalaste unos instantes mágicos que se grabaron de un modo indeleble en mi corazón. Te dirigiste a una pequeña tarima donde había un micrófono; y, acompañado por el dueño del garito al piano, entonaste “Les feuilles mortes” cual si fueses Yves Montand. A partir de entonces ésa fue nuestra canción.

Luego nos hospedamos en una fonda que resultó estar regentada por la hermana de un sacerdote; y donde, por no tener Libro de Familia que mostrar, nos vimos obligados a tomar dos habitaciones y a hacer el paripé de retirarnos cada uno a la nuestra... 

UN PINTOR SIN TALENTO Y YO EN LAS EXEQUIAS DE DON HILARIÓN

 Durante las honras fúnebres que se celebraron por don Hilarión, tuve que valerme de una buena dosis de paciencia para no mandar a freír espárragos a un profesor de Pintura.

Fue algo alucinante porque, mientras todo el pueblo recordaba con tristeza al difunto y las circunstancias de su entierro (el pobrecito murió durante el confinamiento y sólo tres personas pudieron despedirse de él), el enseñante perverso no dejó de darme la tabarra acerca de mi trabajo como retratista.

En las escaleras del coro, con la mascarilla puesta y guardando la distancia de seguridad, este pintor frustrado y sin talento se dedicó a criticar mi obra (que es mi pasión y que intento hacer lo mejor posible), y a degradar el lugar donde la expongo.

Es evidente que si aguanté el discurso humillante de este señor fue porque la iglesia estaba con todo el aforo permitido, e irme hubiera significado molestar a mucha gente. 

¡Espero no volvérmelo a encontrar! 

LAS GAFAS DE ABUELA DE POLICARPA NEWMAN

 Desde que sé que mi nuera está embarazada, percibo el mundo de otra manera. Es como si me hubiera puesto unas gafas de abuela, y todo lo mirara a través de sus cristales. En los niños pequeños, por ejemplo, yo antes apenas reparaba; y ahora, renacuajo que veo, renacuajo que observo, tratando de adivinarle la edad. Y todo esto para hacerme una idea de cómo será mi nieto, cuando tenga los mismos años que le presumo al infante en cuestión.

Algunas tardes me siento en un parque donde abundan las ardillas; y, viéndolas subir y bajar por los troncos de los árboles, me imagino contemplando el espectáculo, dentro de un tiempo, con mi tesorete. Y lo mismo me ocurre en los momentos en los que paso por delante del terreno donde pace el ganado; o al divisar dos burros y un poni que se encuentran tras el cercado de una granja.

A mi hijo le he dicho que quiero que su vástago me llame por mi nombre. Y no es que me disguste el apelativo de abuela, pues eso es lo que voy  a ser; pero lo que sucede es que de esa condición vamos a disfrutar cuatro personas, y Policarpa sólo soy yo. 

Me gusta ponerle la mano en la barriga a la futura mamá para contactar con la creatura; y me pregunto si sacará la pelambrera de su padre, o el cabello liso y sedoso de su progenitora... 

Y en lo que llevo pensando unos días es en el acervo que le tengo que transmitir.

A UN PASTOR

 Aunque parezca increíble, hay personas que alardean de mala educación; de ignorancia; de estupidez... Y lo hacen porque creen que actuando de esta manera resultan más naturales y sencillas.

También existen creaturas que pretenden remediar su falta de carácter con zafiedad y rustiquez; y así, en las contiendas domésticas, cuanto más marimandonas se muestran sus parejas, más toscas se vuelven ellas. 

No son pocos los adultos que se escudan en la timidez para justificar las descortesías propias y las de familiares y amigos...

Abundan los niños malcriados molestosos e insufribles; y también los zanguangos que, aun antes de haber acabado de crecer, se abandonan a la indolencia y pasan de todo miramiento hacia los demás.

Pero a pesar de tanto cerril como anda suelto, hay en el mundo mucha gente amable y educada, y cuyo trato es un placer.

Este escrito se lo dedico a G., un pastor ovejero de mi pueblo que siempre tiene palabras cariñosas para todo el mundo.

LA PAELLA, UNA COPLA, SAN ESPIRIDÓN Y LA PALABRA “CALVATRUENO”

 En el pueblo, cuando de madrugada pongo la radio, casi siempre me encuentro con interferencias. Luego, a partir de las siete de la mañana, éstas suelen desaparecer; pero entonces a mí me da igual, porque a esas horas normalmente me voy a pasear por el campo.

Y es que es el tiempo que precede al amanecer en el que me gustaría poder captar una única emisión. Un programa que pudiera percibir claramente, y no el galimatías que cada día achicharra mis oídos. Una mezcolanza de espacios que recibo simultáneamente, y que apenas me enteran, por ejemplo, de las preferencias gastronómicas de los oyentes; de la vida de san Espiridón; o de las acepciones de la palabra “calvatrueno”... Y todo esto mientras suena “Tatuaje” en una cuarta emisora.

Por cierto, que la comida que más me gusta es la paella con su correspondiente socarrado; que desconocía que existiera un santo que se llamara Espiridón; que el palabro “calvatrueno” me hizo mucha gracia; y que me provoca una ardiente fascinación la canción española.

¡HOLA!

 El pueblo me tenía atrapada y me ha costado mucho volver. El paisaje y el paisanaje estaban este año especialmente bonicos, y yo me dejaba seducir. Una vez empecé a preparar los bártulos para regresar, pero me apetecía tan poco hacerlo que me valí de no recuerdo qué pretexto para posponer la venida.

Su bosque de pinos, sabinas y álamos era el lugar perfecto para refugiarme cuando, por los datos que arrojaban los noticiarios sobre la evolución de la pandemia, el panorama se me antojaba apocalíptico. Y el daiquiri que me tomé al borde de la piscina de mis amigos T. y M.C., mientras escuchaba a Diego el Cigala, tampoco lo podré olvidar...

DE COLORES

 Esta mañana mi marido y yo hemos salido juntos de casa; y, como ambos somos muy despistados, ninguno ha advertido que él iba desenmascarado.

Cuando llevábamos recorrido un trecho, la mirada reprobatoria de un viandante con el que nos hemos cruzado nos ha hecho darnos cuenta de la situación; e, inmediatamente, hemos procurado enmendar el lapsus.

En la primera farmacia que hemos visto, he entrado yo y le he conseguido una mascarilla desechable; y, como tenían expuestos varios modelos de mujer, he comprado para mí seis de los que se pueden lavar. Dos de ellos son de topos, y los cuatro restantes tienen estampados con muchos colores.

Ahora estoy pensando con que camisas los puedo combinar; y albergo la esperanza de que esos tonos alegres y variopintos que van a cubrir mi boca y mi nariz se me metan para dentro cuando respire e impregnen mi espíritu. ¡Falta me hace!

CUANDO RAMONA BAILÓ CON WILLIAM HOLDEN

 Cuando Ramona llegó al domicilio de la condesa para entrevistarla acerca de su pasión por el séptimo arte, el mayordomo le anunció que a la aristócrata le había dado un ligero vahído y que por este motivo se hallaba encamada. Añadió que no era nada grave; y que, si no le importaba esperar, al cabo de dos horas le concedería la interviú.

Las palabras de aquel hombre vestido con librea contrariaron a Ramona porque el retraso iba a desbaratar sus planes de trabajo vespertino; pero a la vez la maravillaron, ya que le parecieron los vocablos ideales para excusar a la noble que, probablemente, se encontraba durmiendo la siesta.

Aceptada la demora de la conversación con la dama de prosapia, el criado le preguntó a Ramona que cómo le gustaría entretener la espera; a lo que ella respondió que viendo “Picnic” en la sala de cine de la mansión. Y a partir de ese momento, la protagonista de esta historia comenzó a vivir una experiencia maravillosa...

Un viaje en el que se sintió transportada desde el butacón en el que estaba disfrutando del filme y del güisqui que le había preparado el sirviente, hasta el interior de la gigantesca pantalla. Algo que ocurrió en el momento en el que sonaba “Moonglow”; y que por lo tanto, fue ella, y no Kim Novak, la que bajó las escaleras palmeando y moviéndose al compás de la música para bailar con William Holden. 

EL CONTRATIEMPO PODAL

 Lo que le ocurrió a Cleofé en la boda de su hija no fue un resbalamiento ni un traspié; ni tampoco un tropezón... Lo que le pasó fue que, como los zapatos le venían grandes, los pies se le salieron y fueron a parar al marmóreo suelo de la iglesia. O dicho en román paladino, que se quedó descalza en el presbiterio, en el momento en que iba a leer un pasaje del Cantar de los Cantares. 

Al ser este área del altar una especie de escenario, todos los invitados miraban hacia él y a nadie le pasó desapercibido el rocambolesco percance. Fue todo un espectáculo. Ver las dos extremidades deslizarse y emerger de los tacones, primero una y después la otra; contemplar como sorprendidas y nerviosas se detenían en las losas basilicales. En fin...

Cleofé siempre lamentó no haber llevado calzado de su talla en un día tan importante. Creía que sin el descalabro podal todo hubiera resultado perfecto. Pero es que como la compra zapatera la dejó para el último día, le fue imposible encontrar su número, ya que tenía que ser de un color muy determinado. Intentó paliar el desajuste con una doble plantilla en cada pie, pero no le valió de nada; y el llevar medias tampoco ayudó... 

EL INDISPENSABLE ARREMPUJÓN

 La COVID-19 está minando mi espíritu. Antes casi siempre estaba animada; y ahora, son pocas las veces que consigo mantener esta actitud. La energía moral que me sobraba parece estar llegando a su fin y necesito urgentemente un impulso. Debería poder acoplarme a un enchufe y que la electricidad me diera, no un calambre, sino un arrempujón. Y aquí hago un inciso para explicarle a quien no lo sepa que “arrempujón” es como se llama al “empujón” en la fabla pueblerina; modo de hablar que, por haber nacido en una pequeña villa, llevo en el corazón.

Derecho de admisión

Durante unas semanas pensé que en mi mundo de fantasía podría seguir manteniendo el derecho de admisión. Que en la situación extraordinaria en la que nos había puesto la pandemia me sería posible seguir aceptando o denegando la entrada a las cosas, según me sirvieran o no para crear. Pero pronto vi que no; que cuando abría las ventanas de mi habitáculo (como necesariamente tenía que hacer) y entraba la realidad, ésta venía enteramente condicionada por el bicharraco y no cabía selección; que todo dependía de él, y sus efluvios corrompían cualquier atisbo de felicidad. Y a partir de entonces me fue imposible sustraerme a las circunstancias. 

Decepciones y chascazos

Esta mañana, en la radio, han comparado los rebrotes que no dejan de aparecer con la Hidra de Lerna y a mí me ha parecido un buen símil. Me uno a esta sociedad que se resiste a ser derrotada y pugna por avanzar. No quiero estar mustia; en estas condiciones, cualquier decepción se convierte en un chascazo. Quiero pensar que pronto llegará la solución... 

VERANO DE 1970: LAS HORAS DE PACHANGA Y LAS TRES HARPÍAS

 Las horas de pachanga, al contrario de lo que murmureaban las tres lenguas serpentinas que cada día nos veían pasar, no eran de despendole, sino de sana diversión. Comenzaban cuando el sol se ponía; y podían durar hasta las tantas, o aun al amanecer.

Después de haber permanecido durante todo el día encerrados en las casas a causa del calor, era el tiempo en que por fin nos hallábamos al raso; y, como resultaba lógico y natural, estábamos ansiosos de jolgorio.

Regocijo que nos llevaba allá o aquí en una especie de gira nocturnina, y cuyo primer alto siempre lo hacíamos en la cruz que presidía el camino del cementerio. Allí nos reíamos un rato de las tres brujas, y comentábamos con desdén lo requeteavinagradas que parecían. Creaturas que, envidiosas de la felicidad que transmitíamos, se dedicaban a propagar especies falsas sobre nosotros, y a intentar destruir nuestra reputación.  

EL MAMOTRETO VERDE

 El tocadiscos de mi infancia era grande y pesado. Ahora lo recuerdo como un armatoste con forma de ataúd, pero entonces me parecía un artefacto mágico. Estaba colocado encima de una mesa, en un rincón del cuarto de estar; y al lado, en el espacio que quedaba libre en el tablero, siempre había un montón de discos desperdigados.

Yo me acercaba a él con mucho miramiento. Con gran atención alzaba su tapa de color verde oscuro y colocaba en el platillo giratorio el elepé o el sencillo que se me antojara; y después, ajustaba las revoluciones y activaba el mecanismo...

Ver como el brazo del picú se levantaba solo e iba a posarse en el borde del vinilo me fascinaba; y en ese estado permanecía mientras la aguja recorría sus surcos y se oía la canción.

Ahora me parece estar viendo carátulas que guardaban música clásica; sudamericana; francesa; italiana; rusa... Microsurcos de jazz; samba; blues... Singles de boleros; composiciones que habían ganado en el Festival de Benidorm... Me acuerdo de lo divertida y sorprendente que me parecía una ranchera que se llamaba “Bésame morenita”; y de lo que me gustaba “Al vent”. 

A PROPÓSITO DE LA AMISTAD

 La relaciones de amistad son complicadas. A veces uno cree que ha actuado de la mejor manera posible con un amigo y resulta que no ha sido así; que atendiendo a la reacción extemporánea de éste, le debes de haber hecho mucho mal, cuando lo que pretendías era ocasionarle un inmenso bien.

Agraviado por su comportamiento te sumerges en un estado de desconcierto y enfado; y, como por más que lo consideres no le encuentras justificación, con el paso de los días el cabreo inicial se va convirtiendo en resentimiento.

Es entonces cuando calibras el afecto que compartís tu camarada y tú y decides ofrecerle la oportunidad de explicarse y con ello de desfacer el entuerto. Piensas que es necesario descubrir qué es lo que ha ocasionado el pique entre los dos, para poder seguir tratándoos con confianza; te sientes tan enojado que desconfías de que sólo el paso del tiempo, sin aclaraciones, logre arreglar el desaguisado; necesitas alejar la desazón... 

EL INQUIETANTE REFLEJO

 Me miro en el espejo lo imprescindible; normalmente para acicalarme, y cuando no tengo más remedio. Y muchos de vosotros pensaréis que como casi todos, pero no: hay gente que guarda con la luna de su casa una relación muy especial.

Haciendo posturitas o buscándose imperfecciones

Algunas de las creaturas a las que me refiero se pirran por contemplarse en diferentes posturas; y así, en vez de dedicarse a leer, por ejemplo, se pueden pasar una tarde entera contorsionándose enfrente de un cristal. En un puesto más elevado colocaría a los narcisos; a aquellos que se creen tan tan guapos que solo con verse llegan al éxtasis. Y luego están los que se encuentran en el extremo opuesto; los que faltos de seguridad se buscan y rebuscan defectos en la tabla mágica, para inmediatamente intentarlos remediar. 

Una impresión desazonadora 

Yo lo que sí he experimentado en alguna ocasión ha sido una gran inquietud al ver mi imagen reflejada en un espejo. Ha ocurrido cuando he conseguido abstraerme y, con los sentidos fuera de la realidad, he sido capaz de percibir a la mujer añosa y con cara de malhumor que tenía delante como un sujeto independiente. Ya digo, es algo muy desasosegador.

Turbar la tranquilidad

¿Y adónde quiero llegar con todo lo que llevo escrito? Pues a que hace unos días leí en una revista que, mediante una aplicación, uno puede verse convertido en alguien del sexo contrario (bueno él no, su imagen). Y a que yo pienso que si nos volvemos a centrar en lo esencial, esto puede resultar también muy turbador ¿o no?  De todas maneras, con este calor cualquiera lo prueba.

LA GALBANA QUE TRAE EL CALOR

 El calor excesivo aplatana y reblandece las ideas. Yo las mías me las imagino derretidas en el interior de la cabeza, cual si fueran los relojes del cuadro “La persistencia de la memoria” de Dalí. El maldito bochorno es el causante de que mi sofisticado entendimiento esté perdiendo agudeza y/o alcance, y se esté convirtiendo en unas vulgares entendederas sin pizca de penetración. Me siento incapaz de comprender el porqué de muchas cosas; y, cuando esto ocurre, el desconcierto se apodera de mí. Bien es verdad que en este estado de perplejidad suelo estar poco tiempo, pues el desinterés, comúnmente, no tarda en aparecer.

Y luego está ese aplatanamiento que te deja sin ganas de nada; esa pereza que cuesta tanto vencer. Los asuntos que tengo pendientes procuro resolverlos a primera hora de la mañana o a última de la tarde; y el resto del día me abandono a la indolencia. ¿De qué vendrá cargado este aire sofocante que tanto está influyendo en mi ánimo? Si yo de natural soy diligente y ágil; si las palabras que mejor me definen podrían ser activa, eficaz, ligera, presta. Uno dos; uno dos; uno dos; uno dos...

LOS PERIPLOS MAÑANEROS DE SARBELIO PÉREZ

 Mis periplos mañaneros de ahora tienen poca semejanza con los del año pasado por estas fechas. Entonces salía de mi casa sin mascarilla, preocupación ni observancia, y    el recorrido era un goce. Pero en el presente, cargado con estas tres cosas, me siento condicionado y no consigo disfrutar.

El trayecto no ha variado: de mi casa a la papelería; de ésta a la tahona; y regreso al punto de partida. Lo que ocurre es que antes, la salida para comprar el pan y el periódico se podía convertir en una aventura con infinitas posibilidades; y en estos momentos, esa ruta es un mero itinerario donde lo que prima es la precaución.

Echar de menos

Añoro el despejo con que nos tratábamos en el tiempo anterior a la pandemia; confraternizar con mis paisanos sin tener que observar la distancia de seguridad; juntarme con fulano o con mengano en la caseta, y comentar las noticias del diario mientras nos tomamos un refresco de limón; las parrafadas con los panaderos, y las probaduras, previo enfriamiento, de las exquisiteces que iban saliendo del horno.

Dejar en herencia

Mi compadre dice que, como recordatorio de la COVID-19, le va a dejar a sus futuros nietos las mascarillas que le sobren... Pero los míos van a heredar algo más. Mis sucesores van a recibir un cuadro en el que aparezco yo, Sarbelio Pérez, cubierto el rostro con mascarilla, y con un pan y un periódico entre las manos. La bruma formada por el temor y la responsabilidad lo oscurecen todo, excepto un punto de luz en el horizonte que se adivina el remedio. Se va a titular “Un periplo mañanero en tiempos de pandemia”, y lo está pintando mi mujer.