jueves, 22 de octubre de 2020

EL PRIMER DÍA DE CLASE DE DOÑA CANUTA

 Me gustaría ser profesora de Literatura. Enseñar a los alumnos a amar la palabra escrita; y, según la disposición que tuvieran, iniciarlos en el arte de componer.

Como todos mis discípulos estarían obligados a darme la calificación que se merece el cargo de maestra, para ellos sería doña Canuta y me tratarían de usted.

El primer día de clase pondría un disco de Camarón; y, con su voz prodigiosa extendiéndose por el aula, me dirigiría al grupo en lo que sería una especie de lección magistral: 

“Escribir es mi pasión; y en el ejercicio de esta actividad me gusta experimentar, diferir de lo comúnmente aceptado e innovar. Esta preferencia por lo distinto no se debe a que me sienta subestimada y pretenda llamar la atención, sino a la necesidad de retarme; de demostrarme que soy capaz de alcanzar objetivos cada vez más difíciles y alejados de lo ordinario que me acercan a esa excelencia a la que ansío llegar. 

Para mí,  pergeñar microrrelatos es como andar por andurriales con zapatos de tacón. Tratar de evitar las frases manidas y las locuciones que tan expresivos los hacen y en tan sumo grado los empobrecen, y escoger entre las voces más bellas que guardo en mi magín. Y siempre sobriedad, sobriedad, sobriedad...” 

¡NOS OYEN!

 Pensad que soy una ida; una majareta; una lunática... O, si lo preferís, creed que son los vocablos “babieca”, “mentecata” o “majadera” los que mejor me definen. Opinad, si así os place , que quizá me sucede con respecto a la Internet lo que a los catetos de antaño en relación con la máquina de vapor, el automóvil o las aeronaves; que los consideraban artefactos diabólicos capaces de apoderarse de la humanidad.

Juzgadme como queráis, pero yo os digo que los móviles nos escuchan. Y si os estáis riendo después de percibir mi aseveración, o moviendo la cabeza de un lado a otro con pena, o dudáis; explicadme, por favor, a qué se debe lo que me ha sucedido, que de ninguna manera acepto como una coincidencia.  

Ayer por la tarde estuve perorando acerca de las virtudes de la combinación; esa prenda que antiguamente se llevaba debajo del vestido y que tanto aire le daba a éste. Pues bien: esta mañana, en un teléfono celular que había estado encima de una mesa mientras yo discurseaba, han aparecido multitud de anuncios de enaguas; y, lo que es más inquietante, haciendo hincapié en las formas y colores que yo había señalado como mis preferidos.

CON EL SOLECICO EN TODO LO ALTO

 Mi amiga Prepedigna está triste, alicaída, muy desmadejá... Como todas las actividades a las que se dedicaba antes de la pandemia han sido suspendidas y las relaciones sociales restringidas al mínimo, cada día que pasa se siente más aislada y le abruma la soledad. 

Para hacerle más llevaderas las jornadas, algunos mediodías me acerco a su casa a verla; y, aprovechando que el solecico está en todo lo alto, salimos a pasear. Luego, cuando volvemos, mientras ella sirve el guiso yo avío la ensalada; y después del postre, nos trasladamos al sofá y vemos una película.

Por ser ambas fanes de Almodóvar, ahora estamos reviendo sus filmes. No vamos en orden, sino según cuáles sean nuestras apetencias en el momento de elegir. La semana pasada le tocó el turno a “Volver”; en mi siguiente visita fue “Tacones lejanos”; y anteayer disfrutamos de “Los abrazos rotos”.

Prepedigna dice que a quienes la  COVID les está arrebatando  el tiempo con mayor crueldad es a nosotros los mayores; que, por tener los días contados, no vamos a poder recuperarlos jamás.   

EN EL ESPEJO DE MI CASA

 

El desajuste

A veces me he probado una prenda de ropa en la tienda y me he encontrado divina; y después, cuando me he visto con ella puesta en el espejo de mi casa, he pensado que me sentaba fatal.

Era como si la imagen esbelta y sofisticada que había aparecido reflejada en la luna de la boutique se hubiera quedado prendida en su azogue; y una figura ordinaria y sin pizca de glamur hubiera venido a ocupar su lugar en la lámina brillante de mi alcoba.

Buscando el porqué

Al preguntarme sobre cuál podía ser la causa de semejante desajuste, me venían a la cabeza los espejos trucados de las barracas de feria y sus reflejos distorsionados como posible explicación. También me decía que la diferente iluminación del atelier y de mi dormitorio podía tener algo que ver; y que tampoco era lo mismo estar acompañada por el frufrú del probador del taller que por los ruidos domésticos de mi hogar.

Mi determinación

En estas ocasiones en las que me veo horrible con la ropa que me acabo de comprar, no la devuelvo. Me contrarío porque no la voy a poder estrenar, pero no me desaliento. Pienso que el tiempo para que la pueda lucir está por llegar, y que lo que tengo que hacer es guardarla en el armario.

Y así, por ejemplo, este otoño he desempolvado una gabardina que adquirí hace un montón de años en Alicante. Un impermeable que nunca me pude poner porque, nada más salir de la tienda, encontré que me daba apariencia de abuela. Un ropaje que en estos días de mi vida me sienta a la perfección.



LA INTIMIDAD DE FLOR EN MANOS DE UNA CORREVEIDILE

 El Marramao - 1960

Flor pasó de tener fama de virtuosa a ser el hazmerreír de su pueblo; de poseer una techumbre de respetabilidad bajo la que cobijarse a quedar a la intemperie...

Y todo porque, cuando fue a contarle sus pecados al sacerdote, no advirtió que al otro lado del confesionario se hallaba la mujer más chismosa del lugar con los oídos avizores.

Creyendo tener sus secretos a salvo, la solterona Flor declaró al confesor que había cometido el pecado solitario; y, cuando éste le pidió que especificase, detalló que cada vez que un viajante de moqueros visitaba su pañolería, después, en la oscuridad de la noche, ella entraba en un estado psicodélico difícil de fijar con claridad.

A través de la celosía añadió que, aunque el protagonista de sus tórridos sueños se llamaba Paco, le decía “Merculino” porque era el miércoles el día en que aparecía por su tienda; y que el Varón Dandy que utilizaba el susodicho la excitaba sobremanera. Tanto, que le bastaba destapar el frasco de la fragancia del mismo nombre que ella había comprado subrepticiamente para enardecerse y dejarse llevar. 

Y mientras estas palabras pasaban de un lado a otro del enrejado de madera, la repugnante correveidile que estaba escuchando cerca pasó del pasmo al regocijo, y de éste a la prisa por contarlo.  

EL ESTRIPTÍS DE ERNESTINA - UN CANTO A LA INTIMIDAD

 Necesito desnudarme por dentro. Hacer un estriptís mental en forma de libro; e ir descubriendo en sus páginas mi verdadera personalidad.

Los sinsabores que fatigan mi ánimo me piden con ahínco que lo haga. Arguyen que llevarlos al papel es la mejor manera de desembarazarme de ellos para así poder crecer; y los gozos, que también los hay, me alientan y están ansiosos de figurar.

El inconveniente es que no sé por dónde empezar; y que tampoco estoy segura de que el desnudamiento lo pueda ejecutar con arte. Tengo miedo; porque cuando se trata de ir dejando a la vista lo que normalmente está tapado, la línea que separa lo sublime de lo obsceno es finísima y muy fácil de traspasar.

Además tendría que convencer a mi otro yo y eso es imposible. A esa parte de mí que siempre se impone, y que considera que es preferible morir (en sentido figurado) a exponer la intimidad.  

EL DESAHOGO DE UNA BAILONGA

 Desde que cerraron el salón de baile “El perfume almizcleño” a causa de la pandemia, estoy sin alicientes. Antes me pasaba toda la semana esperando que llegara el sábado para acudir a dicho lugar. En cambio ahora, con la única alternativa de quedarme en casa viendo la televisión, empiezo a preguntarme si mi vida tiene sentido.

Gente cercana me aconseja que, para aliviar la aflicción, ponga música y me mueva a su compás por el pasillo de mi casa. Pero ¡qué saben ellos si no son bailongos! ¿Cómo explicarles ese estado de extrema excitación en el que entra un apasionado del baile cuando se encuentra en medio de la pista?

Los vestidos que lucía para marcarme un tango o un swing permanecen mustios en el ropero; y al kohl y al pintalabios hace meses que no les he quitado el capuchón...

Los potingues contra las arrugas me los sigo poniendo porque las muy p.... avanzan imparables y me tengo que defender.

¿Cuándo acabará esta pesadilla?

LO PROPIO DE CADA EDAD

 Baltasar decía que cada edad tiene lo propio; y que lo ideal era poder vivir eso que es propio de cada edad en el momento adecuado y con mucha intensidad.

Aunque lo hacía extensivo a todo, en este caso aludía a las personas que, por ennoviarse muy pronto, dejaban de experimentar las virtudes del ligue intrascendente en la primera juventud. Y de un modo concreto se refería a esos compañeros de facultad que, por estar prometidos, nunca entraban en el juego amoroso del coqueteo, el flirteo, el tonteo... o como quiera llamarse.

En fin: que según Baltasar, los que ya pensaban en casarse no sabían lo que se perdían no asistiendo a nuestras maravillosas fiestas y guateques.

También opinaba mi compañero de clase que muchas mujeres no vestían con arreglo a sus años. Y en este punto, él, que estudiaba lo mismo que yo pero soñaba con ser modisto, me aseguraba que en el futuro abriría un taller en Barcelona. Un atelier que se llamaría “El sumun de la elegancia”; y desde el cual marcaría tendencias y daría consejos sobre cómo vestir bien. 

martes, 6 de octubre de 2020

EL DESALIÑO INDUMENTARIO

 Necesito recoser los botones de una americana. Ajustar y unir fuertemente con hilo catorce piezas doradas; porque si no las fijo, acabarán desprendiéndose de la tela y se caerán.

Con la botonadura en este estado no tendría que ponerme la chaqueta, pero sí lo hago porque es una prenda muy chic y apropiada para este tiempo.  

Cuando por la noche estoy en la cama, pienso que con los botones desencajados ofrezco un aspecto desaliñado y me entra preocupación. Me digo que si en algún tiempo una necesita ir pulcra y atildada es a mi edad; y que no debería serme indiferente ir o no bien arreglada...

Entonces se apodera de mí la prisa y, si no fuera porque no hay luz, me levantaría y empezaría a dar puntadas. Pero todo se queda en un amago porque al día siguiente, cuando el sol resplandece en todo lo alto, soy incapaz de sacar los utensilios de  costura y de empezar la labor. Y es que me parece una tarea tan poco atrayente... ¡Y además tendría que repetir el remate catorce veces!

Ayer por la mañana en la pescadería, al ver a mi vecino Demetrio comprando dos pescadillas, se me ocurrió una idea que no me atreví a exponerle por miedo a que me tachara de excéntrica. Como él tiene que ser muy apañado para el costureo (vive solo y siempre va compuesto), me vino a la cabeza proponerle que, a cambio de que me arreglara el blazer, yo le podía freír los dos peces teleósteos que estaba a punto de llevarse a casa. Pero ya digo, tuve miedo porque solo faltaba que encima de dejada pareciera peculiar.


LA REBELIÓN DE LOS MINDUNDIS

 A mí lo que me gustaría es dejar de ser un don nadie y que mis opiniones fueran tomadas en consideración. Y no hablo de tener mucho predicamento porque no he hecho nada para merecerlo; pero sí desearía que se me prestara atención, y que los demás vieran que mis ideas son tan válidas como las de cualquiera. 

No tengo títulos que me amparen ni soy un demóstenes, que digamos. Mas estoy seguro de que si mi persona empezara a despertar interés, enseguida me soltaría y quizá podría desarrollar algún talento.

Nunca he sido brillante; y, salvo la mala suerte, no recuerdo haber atraído jamás nada ni a nadie. Sí, hipotético lector, es que, para completar mi desventura, encima soy gafe.

Envidio a los hombres que son influyentes y tienen poder. A esos que mantienen legiones de creaturas pendientes de sus palabras, aunque lo que digan sean sandeces.

El otro día, un mindundi como yo llamó don nadie a los que habitan en una atalaya; y, aunque me regodeé imaginando que era cierto, lo tuve que corregir. Don nadie somos nosotros, le dije. Ésos a los que te refieres pueden pecar de envanecidos y morir de presunción; pero cubiertos de la más absoluta irrelevancia estamos nosotros.    


LAS RAZONES DE LOS OTROS

 De todas las cosas que me está trayendo la vejez, la que más me gusta es la serenidad. Con este apaciguamiento del ánimo, incluso estoy viendo el mundo de otra manera.

Y no es que yo fuera antes una persona egocéntrica y autocomplaciente, de esas que se pasan todo el día mirándose el ombligo. ¡Qué va! Pero sí que tenía mucha vehemencia y, ante las respuestas que no me parecían lógicas, cogía grandes enfados y comenzaba a despotricar hasta que llegaba el desenojo.

Ahora por el contrario, con los ardores muy mermados y esta bendita quietud, cuando ocurre algo que me incomoda, no me permito la mínima pesadumbre y directamente me pongo a volar. Y es en este paseo por el aire, con la facultad de comprender muy exacerbada, cuando veo todo y a todos en su justa dimensión.  


AQUEL VERANO QUE PASÉ EN BAQUEIRA

 La canción “Senza fine” me parece muy hermosa. Durante años, cada vez que la oía me entraba una especie de saudade; pero desde que vi “El barco fantasma”, lo que principalmente se me representa en la imaginación al escucharla es la escena del baile de dicha película. 

Mi descubrimiento de este filme (el de la melodía había ocurrido muchos años antes) debió de suceder por los años de 2003, mientras pasaba las vacaciones de verano en el Valle de Arán.

Recuerdo que las frescas temperaturas del lugar habían acrecentado mi vigor hasta límites insospechados (el calor me abotaga), y que me encontraba plena de facultades disfrutando de aquellos días.

Una mañana vi como los ciclistas que luego participarían en las grandes vueltas se entrenaban subiendo el puerto del Portillón con las bicicletas cargadas con pesadas piedras. Y otra, fui a las fiestas de Bossòst y me divertí contemplando a la chiquillería revolcándose en la espuma que expulsaba un cañón...

Un mediodía comí a la orilla del Garona a su paso por Les; y por la noche asistí a un concierto de bandoneón en no recuerdo qué sitio... y también me tomé un helado en Luchon cuando visité la ciudad. 

Y muchas veces me he preguntado cuál sería el destino de aquel hombre enfermo y ateo que conocí cenando en el comedor del hotel; y que, sabiéndose desahuciado, me confesó que pensaba visitar el Santuario de Lourdes como último recurso.


ME GUSTA EL LÁPIZ TANTO COMO EL BOLERO

 I

Encontré el disco en la chamarilería de Nicomedes y enseguida lo reconocí. Estaba debajo de un mapamundi; y al verlo impoluto, pensé que esa cartulina con dos hemisferios dibujados lo había preservado para mí.

En la carátula de aquel elepé aparecía Facundo Cabral; y no necesité mirar el revés, donde venían las canciones, para saber que entre éstas figuraba la que durante una época había sido un himno para mí.

Con el ánimo conmovido y el microsurco entre las manos me dirigí a la trastienda, donde el viejo Nicomedes me sirvió una absenta e hizo que el picú comenzara a girar... Y cuando por la estancia empezaron a esparcirse las primeras palabras del recitado de “No soy de aquí ni soy de allá”, me retrotraje a mi primera juventud. 

II

Tiempo en el que Hispanoamérica me deslumbraba, y tenía mis ojos y mi pensamiento predominantemente allí. Días en los que me empapé de su cultura merced a las novelas que leí; la música que escuché; y los amigos con los que me relacioné...

Estudiantes de aquellos países con los que compartí aulas y establecí grandes amistades. Compañeros que me hicieron vibrar con las historias de sus patrias, y a los que logré emocionar con las narraciones de la mía... Gente que amplió mi visión del mundo y con la que crecí.

Con algunos de ellos, al terminar las clases, nos íbamos a un chamizo a tocar la guitarra y a cantar. Y fue “No soy de aquí ni soy de allá” la melodía que, a fuerza de interpretarla, nos identificó como grupo y nos unió hasta no caber más.

Evidentemente, y como hacía el propio Cabral, nosotros también improvisábamos: 

“Me gusta el lápiz tanto como el bolero,

el swing, la copla y también los sombreros...”


EL PERIÓDICO Y SU COLORÍN

 El periódico 

Leo el periódico cada día; pero dependiendo de como esté el patio, o séase la situación política, lo hago con más o menos avidez.

Cuando lo tengo en las manos, lo primero que miro es la portada y la contraportada; y después, recorro las páginas de Nacional.

Lo que busco en la prensa no es enterarme de las noticias porque éstas ya las conozco por la radio. Lo que espero encontrar en lo escrito es un análisis más detenido de los hechos divulgados, junto con las opiniones de ciertos colaboradores muy corrosivos que me encantan.

A continuación de la información sobre España, visito la sección de Economía y me sumerjo en la columna de un comentarista fenomenal y de nombre extranjero; y posteriormente, paso más deprisa o más despacio (según haya o no noticia bomba) por Internacional y Deportes.

Y al final de todo, como remate, echo un vistazo al mapa del tiempo y a las audiencias de televisión.

El colorín

El colorín del periódico siempre lo dejo para los momentos de relax. O, como diría Blanca, para los instantes de bienestar. Cuando tengo el ánimo predispuesto y puedo disfrutar de artículos que me hablan de la vida sexual de los filósofos; o de toreros que fueron gafes; o de yo qué sé...


WILGEFORTIS Y EL PERIODIQUERO

 Como los domingos no venden periódicos en el lugar que habito, me voy a comprarlos al pueblo de al lado. Este ir tras el diario es una necesidad, ya que tengo el hábito de leerlo cada mañana; y si en alguna ocasión, sea por el motivo que sea, no lo puedo hacer, me encuentro incómoda y con sensación de vacío.

Después de varias visitas semanales al quiosco de la localidad vecina, creo que el periodiquero que lo lleva me pretende. No es algo que pueda asegurar de manera categórica, pero por ciertos detalles que tiene conmigo, y las chiribitas que le hacen los ojos cuando me mira, diría que sí.

El vendedor de periódicos es un hombre alegre y con buen porte (un día mencionó de pasada que cincuenta años atrás había sido míster comarcal). Su conversación es amena y sus modales adecuados para mí. Me gusta su oficio y lo positivo que parece ser. Lo único que deslustra un poco su atractivo es que tiene el pelo muy ralo y de un color desvaído; y que, por como huele, diría que se pone abrótano macho. Pero ¿qué le vamos a hacer? Como dicen al final de la película “Con faldas y a lo loco”, nadie es perfecto.


LA INCAPACIDAD DE NICANORA PARA CONSENSUAR

 I

Nicanora vivía sola y era feliz. Pero hace unos meses, se le metió en la cabeza que necesitaba compañía, y esta idea se acabó convirtiendo en una obsesión.

Como los otoñales que conocía y estaban libres no le gustaban, y tenía prejuicios sobre buscar novio en La Internet, decidió acudir a uno de esos programas cuya finalidad es acabar con la soledad de la gente; y, aunque lo que pretendía no resultó, su paso por televisión fue toda una experiencia.

II

En aquella tarde única se enteró de los entresijos del programa en cuestión, y todo el personal la trató de maravilla. Considerando que de su acicalamiento se encargaron grandes profesionales, la dejaron tan espectacular que parecía una estrella hollywoodiana; y lógicamente, su autoestima se desbordó. Fueron un montón los caballeros que llamaron interesándose por su persona... Definitivamente, su aparición en la pequeña  pantalla fue apoteósica.

III

En los días siguientes, Nicanora contactó con todos los pretendientes de la lista que le dieron; y del interesante plantel, se avino con uno.

Al principio todo fue maravilloso. Emprendieron la relación con mucha ilusión, e iban de sorpresa en sorpresa. Los dos pusieron empeño en que aquello saliera adelante; y el sexo, una vez superada la incomodidad de las primeras horas, también fue excelente, por no decir soberbio. 

El inconveniente que hubo para poder convivir de modo satisfactorio fue que Nicanora no estaba acostumbrada a tener que consensuar; que eso de tener que ponerse de acuerdo con otra persona para tomar cualquier decisión no lo podía soportar; que la sacaba de quicio... 

Y así, lo que podía haber sido una relación duradera acabó en aventura.