Me gustaría ser profesora de Literatura. Enseñar a los alumnos a amar la palabra escrita; y, según la disposición que tuvieran, iniciarlos en el arte de componer.
Como todos mis discípulos estarían obligados a darme la calificación que se merece el cargo de maestra, para ellos sería doña Canuta y me tratarían de usted.
El primer día de clase pondría un disco de Camarón; y, con su voz prodigiosa extendiéndose por el aula, me dirigiría al grupo en lo que sería una especie de lección magistral:
“Escribir es mi pasión; y en el ejercicio de esta actividad me gusta experimentar, diferir de lo comúnmente aceptado e innovar. Esta preferencia por lo distinto no se debe a que me sienta subestimada y pretenda llamar la atención, sino a la necesidad de retarme; de demostrarme que soy capaz de alcanzar objetivos cada vez más difíciles y alejados de lo ordinario que me acercan a esa excelencia a la que ansío llegar.
Para mí, pergeñar microrrelatos es como andar por andurriales con zapatos de tacón. Tratar de evitar las frases manidas y las locuciones que tan expresivos los hacen y en tan sumo grado los empobrecen, y escoger entre las voces más bellas que guardo en mi magín. Y siempre sobriedad, sobriedad, sobriedad...”