martes, 31 de mayo de 2016

Todo por la imagen o El confidente perfecto


Yo siempre estoy en pose; no me relajo jamás. Mi lema es “antes morir que perder la compostura”...; pero el otro día tuve una experiencia catártica extraordinaria y me liberé. 
Os lo explico: todo empezó cuando estaba delante de un anticuario, y un hombre se me acercó y entabló conversación conmigo. Yo contemplaba unos muebles expuestos en el escaparate; y él, con voz grave y bien modulada, me dijo que eran estilo Chippendale. Comenzamos a hablar y enseguida me percaté de que aquel desconocido y yo compartíamos el mismo código; y, quizá por eso, me dejé llevar. Nos fuimos a “El Nacional”; y allí, tomando una copa de cava, lo hice mi confidente.
Le hablé de mis anhelos y frustraciones; de mis miedos y mi desesperanza; de las reglas constrictoras que me impedían respirar y de mi resignación y mi acomodo... Me mostré tal como soy; y aquel hombre, ignorado hasta entonces, vio la parte oculta de mi alma.
Luego, cuando liberada y purificada expuse mi deseo de marcharme, el confidente y yo nos estrechamos la mano y nos dijimos adiós.

Perdonad que hable de la muerte


De pequeña, en el pueblo, la muerte para mí era un concepto abstracto que venía representado por el luto de las mujeres; el brazal negro de los hombres; el toque de difuntos; los espejos velados; los cipreses; los entierros...
Luego, cuando vine a la ciudad, la parafernalia que acompañaba a la muerte desapareció; y su idea se concretó en el momento en que vi mi primer cadáver. Cuando por mi educación tuve que ver muchos más, adquirí una visión enteramente racional acerca de ella, y la acepté como una parte de la vida.
Esto duró hasta que me empezaron a faltar mis seres queridos. Entonces comprendí la verdadera envergadura de la muerte y lo que su aparición conlleva: ausencia, vacío, tremendo dolor...
Ahora, en mi cuarto estadio, he pasado de verla como algo ajeno (siempre le ocurría a los demás) a sentir que puede llegarme a mí en cualquier momento.
Pero esto no es una obsesión; es un pensamiento lúgubre que tengo de vez en cuando.

sábado, 21 de mayo de 2016

Veinte entradas


Mientras un escrito permanece en la primera página de la web, tiene muchas probabilidades de ser leído. Cuando pasa a la segunda página, muchas menos; y en las sucesivas, casi ninguna.
Yo os confieso que me saca de quicio presentar una obra y que, por exceso de exposiciones, no pueda estar a la vista el tiempo suficiente para que la pueda leer un buen número de personas. En estos casos me encolerizo, empiezo a despotricar, os mando a todos a paseo, decido irme del Post...
Luego me calmo. Me digo que todos tienen derecho a colgar cosas en este espacio; que estoy siendo injusta con aquellos que se ocupan y preocupan de renovarlo; que yo sólo pongo cosas cuando me apetece...
En fin, amigos: he pensado que como todos los post merecen ser vistos ¿no podría la dirección diseñar una primera página donde cupieran veinte entradas?

El proceso de escribir


En cualquier momento me puede venir una idea: inmediatamente busco las palabras y ordeno las frases que me permiten expresarla; después la escribo; y por último podo el resultado. 
Esta idea primigenia puede tener una base real o surgir aparentemente de la nada; pero en un caso y en otro, una vez iniciado el proceso de escritura, voy por donde la imaginación me lleva, y el final es impredecible.
Suelo escribir en primera persona porque así imprimo a la historia más fuerza y verosimilitud; amén de porque de esta manera tengo la sensación de estar viviendo lo que cuento. De que este amor mío por la escritura me permite traspasar las barreras de lo cotidiano y adentrarme en un mundo donde todo es posible.
Por último, quiero deciros que muchos de mis escritos que parecen fantasía tienen algo de verdad; y otros que parecen ser verdad tienen mucho de mentira.
Recordad esto siempre por lo que pueda escribir en el futuro.

sábado, 7 de mayo de 2016

Camino a la excentricidad


El otro día una amiga me pidió que la acompañara a comprarse un vestido. El plan no me sedujo, pero como la amistad obliga, accedí. Fuimos a un centro comercial cercano a Barcelona; y allí, en una tienda de ropa de marca (rebajada), me prendé de un vestido. Lo distinguí entre todos los demás por sus rayas azules y negras y por su corte extremado; y como ahora me priva lo extravagante, me quedé con él.
Mientras pienso en darme mechas azules en el pelo y en comprarme unas sandalias rojas, me pregunto a que se deberá mi necesidad actual de llamar la atención (yo siempre he sido muy discreta). Quizá se me está oxidando algún cable, pero probablemente lo hago para hacerme visible ahora que nadie me ve.

domingo, 1 de mayo de 2016

Pepinillos en vinagre


Percibía todo con tanta intensidad que parecía que estuviera en un estado psicodélico permanente. Luego sufrí una especie de marasmo, y posteriormente me hundí. Los sentidos se me embotaron, y el mundo dejó de tener colores vivos y rutilantes y pasó a ser gris y opaco.
Recuerdo que iba siempre cabizbaja y con aspecto abatido; y el espinazo se me encorvó tanto que parecía una anciana.
Tenía la sensación de estar en el interior de un túnel, y que nunca podría salir de él. En mi desesperanza imaginaba la ilusión como un rayo salvador que jamás podría horadar las paredes de mi celda; y también pensé en lo útil que resultaría que los pepinillos en vinagre la trajeran incorporada (la ilusión).
No recuerdo cuánto tiempo permanecí en ese estado. Lo que si sé es que el paso del tiempo, junto con la paciencia y el amor de los míos, me sacaron de él. Un día de mucho calor, el viento me dio en la cara y sentí placer; entonces supe que estaba curada.