sábado, 28 de septiembre de 2013

La vida de Elvira hasta su casamiento:


Lo más probable es que, cuando mi amiga Elvira se muera, haya pasado por este mundo sin destacar; pero, por lo buena persona que es y por lo que ha tenido que bregar en la vida, se merecería la gloria.

Nació en la posguerra en una aldea de la provincia de Cádiz; sus padres eran campesinos y ella fue la mayor y la única hembra de cuatro hermanos. Como sus padres no daban abasto con los quehaceres de la casa y del campo (entonces se hacía todo a mano y no había agua corriente ni ninguna comodidad), Elvira, desde bien pequeña, tuvo que cuidar de sus hermanos. Este hecho le impidió asistir a la escuela ordinariamente.

Ya moza, sabiendo apenas leer y escribir y sin haber estado nunca libre de obligaciones, se ennovió con un muchacho que le daba un aire a un famoso torero y que se llamaba Faustino. Después de cuatro años de relaciones, Elvira y Faustino se casaron, y aunque él era picajoso y difícil, se llevaron bien porque ella era dócil y comprensiva.

viernes, 13 de septiembre de 2013

¡Vaya casa!


La casa, excepto las dependencias donde Paquita y su familia hacían vida (una cocina y un cuarto de estar contiguos a la cochera) era espectacular, desmedida… Tenía tres plantas, y las piezas eran tan grandes que en el salón, por ejemplo, hubieran cabido dos o tres pisos de tamaño estándar. Las paredes estaban llenas de vitrales y de retratos de antepasados nobles del marido de Paquita (eso al menos es lo que ella dijo), y de los techos colgaban impresionantes arañas de cristal. Los libros que había en las estanterías, con cubiertas de piel y letras doradas en los lomos, no parecían haberse abierto jamás; y tampoco el piano de cola. Sin estar abarrotada, la casa tenía muebles a tutiplén. El que más le gustó a Isabel fue un antiquísimo tarimón colocado en el vestíbulo. Los cortinones de damasco que colgaban en las ventanas eran el súmmum de la elegancia, y un leopardo de china que había entre dos tresillos también quedaba muy aparente. La casa tenía jardín y piscina, y el camino que llevaba a ésta hacía muchos meandros para que en él cupieran bancos de hierro forjado.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Cara a cara


Aunque la recordaba larga como una espingarda y la mujer que le abrió la puerta era rechoncha, Isabel supo en cuanto la vio que esa mujer era Paquita. La certeza se la dieron sus ojos, azules y fríos como el hielo. Las antiguas amigas se cayeron fatal, pero como ambas estaban curtidas, disimularon, se saludaron con la mejor sonrisa y pasaron adentro.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Preludio


Cuando este verano Isabel se enteró de que Paquita, su amiga de la infancia, vivía en el pueblo, sintió curiosidad y ganas de verla. La llamó por teléfono, y después de decirse los saludos de rigor y de recordar (simulando entusiasmo) alguna anécdota compartida, quedaron en verse. El lugar elegido para el encuentro fue la casa de Paquita, porque ésta se empeñó en que así fuera. Isabel se figuró que su amiga vivía en lo que en el pueblo llaman una casa “hermosisma”, y que quería enseñársela. 
Llena de curiosidad y con los perejiles puestos, acudió a la cita. Al llegar a la dirección indicada, se encontró una casa con muy buena pinta que ocupaba una manzana. La fachada era de color crema, y en las ventanas y balcones había profusión de geranios sospechosamente iguales.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Verbalizando las penas


De todas las cosas que he hecho este verano, la más enriquecedora ha sido escuchar a la gente del pueblo donde he pasado las vacaciones. Como yo no vivo allí, mis visitas juzgaban innecesario guardar las apariencias, así que se explayaban conmigo. Habituada al trato superficial y rápido que se suele tener con los vecinos en la ciudad, al principio me sorprendí de que me expusieran su intimidad de esa manera. También temí no estar a la altura porque no sabía qué decir para animarlos; pero, cuando al cabo de algunas confidencias me percaté de que mis visitas no me querían como conversadora sino como escuchadora, ya no me importó que mis comentarios fueran más o menos acertados. Entonces me relajé y dejé que me siguieran contando.