Me acabo de poner tinte en el pelo; y, mientras espero que el mejunje capilar haga efecto, me dedico a cavilar. Decido que ésta va a ser la última teñidura que me haga; que, a partir de ahora, voy a dejar que mis cabellos crezcan blancos como realmente son...
Pero enseguida cambio de opinión. Me digo que las canas pueden fijar en mi ánimo la idea de vejez y zambullirme en ella; hacer que pierda el entusiasmo y me suma en la apatía.
Y es que, a mis sesenta y nueve años, un revoltijo de sentimientos me invade de vez en cuando. Es algo difícil de describir. Un totum revolutum en el que predomina la nostalgia y el miedo; tristeza por un tiempo que veo como desaparece y no puedo retener, y desasosiego ante lo que está por venir...
Abatida por estas impresiones y aguardando a que el proceso de coloración de mi melena se complete, intento insuflarme ánimo escuchando “El rock de la cárcel”. Mas no es una idea feliz ya que Elvis Presley me transmite demasiada energía. Con tanto brío empiezo a sudar y esa especie de asquerosidad negruzca que tengo en la cabeza comienza a resbalar sobre mi cara...
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