Creedme: lo mejor para ahuyentar
los miedos que nos aquejan a nuestra edad es leer, escribir y limpiar la casa.
Lo sé por experiencia. Yo, cuando presiento que me va a entrar la desazón, me
enfrasco en una de estas tres actividades y espero que escampe.
A leer me acostumbraron mis
padres. Se lo agradezco infinito porque con ello me hicieron libre. Los libros,
además, me han dado satisfacciones a tutiplén y me han acompañado siempre.
A escribir aprendí yo sola. Lo
hice representándome el vocabulario como un gran mecano con miles de piezas
–palabras- por engranar. A partir de esta visualización, pergeñar un escrito
pasó a ser relativamente fácil: bastaba con armar determinadas piezas del
mecano y añadir una pizca de talento, otra de fantasía y mucha ilusión.
Y sobre la limpieza de la casa os
diré que, de cuando en cuando, conviene hacerla; que su ejecución relaja la
mente; y que (y esto es para los amantes del lenguaje) en algunos pueblos de
Cádiz a las bayetas las llaman aljofifas.