Tropezarte con alguien conocido unas veces gusta y otras no. Dependiendo de las circunstancias en las que estés, hay momentos en los que tal coincidencia te parece fantástica y situaciones en las que quisieras que la tierra te tragase.
Hace unas semanas, por ejemplo, me topé con una persona en el instante más inoportuno y quedé desolada. Sentí tanta vergüenza que lo único que apetecí fue que el suelo se abriera y desaparecer por el hoyo.
Ocurrió en un área de servicio de la autopista, muy de mañana; justo cuando mantenía una conversación telefónica con un amigo y tenía activado el altavoz. En dicha plática, mi íntimo y yo analizábamos el look de varios de los convidados a una boda a la que habíamos asistido el día anterior. Examen en el que, por ser ambos muy observadores y creernos lejos de oídos indeseados, nos esparcíamos. ¡Vamos, que prácticamente no dejábamos títere con cabeza!
El caso es que la zona de aparcamiento por la que yo iba hablando y paseando parecía desierta; pero, de pronto, apareció una cabeza por la ventanilla de un coche y me llamó por mi nombre. Una testa que casualmente pertenecía a uno de los invitados objeto de nuestra atención y que además me pidió que saludara de su parte a mi compadre...
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