domingo, 25 de diciembre de 2016

A la ventura


¡Oye, marido! ¿Por qué no desertamos de nuestras obligaciones y nos perdemos por ahí? Mira que yo estoy muy harta de esta vida tan igual. Solo tendríamos que hacer la maleta...
¿Te acuerdas de aquel viaje que hicimos por el sur de Francia? Estábamos recién casados, y, como ahora, era Navidad. Visitamos Narbonne, Carcassonne y Toulouse. En la primera ciudad nos hospedamos en un hotel muy acogedor y pintoresco. Nos llamó la atención la cantidad de cojines que había en el suelo de la habitación y las tulipas que giraban y fosforescían en la oscuridad. A la mañana siguiente nos enteramos de que la mujer que lo regentaba había sido madama.
En Toulouse, paseando por la orilla del Garonne, conocimos a un exiliado español. Nos invitó a su casa y compartió con nosotros su comida y sus recuerdos. Había perdido dos dedos del pie por congelación en un campo de concentración en Francia; y la mayor parte de la conversación giró en torno a la Guerra Civil española. ¡Qué vida más terrible la de aquel hombre! ¡Cómo nos impresionó su odisea!

jueves, 8 de diciembre de 2016

Tres historias olvidadas


Rebuscando en el cajón que guarda mis primeros escritos, he encontrado tres que no tienen desperdicio.
El primero es una carta de amor. La autora es una pánfila medievalista; y el destinatario, un mecánico que le ha arreglado el coche y le tiene sorbido el seso. El segundo es el soliloquio de un valentón; y el último, una diatriba contra los esnobs.
Mis textos recuperados me están diciendo mucho sobre mi manera de escribir entonces. Observo, con rubor, que me valía de la historia para mostrar el lenguaje (y no al revés, como procede); que intentaba epatar; y que era muy expansiva.
Ahora, cada día conozco mayor cantidad de palabras y utilizo menos. Me encamino hacia la parquedad más absoluta; no lo puedo remediar. 

Los ojos de Joselito


En el fondo de mi memoria permanecen inalterables un rosal, un muñeco que empujaba un carrito de helado y los ojos refulgentes de Joselito.
El rosal estaba en el patio de mi casa, y la aparición de sus primeras flores era un acontecimiento para nosotros. El heladero mecánico vendía sus mantecados alrededor del rosal; y los ojos de Joselito se me aparecían por la noche aterrorizándome y fascinándome a la vez.
Supongo que esta visión reiterada fue la consecuencia de haber visto “El pequeño ruiseñor” sin estar preparada para ello. Cuando la echaron el el cine del pueblo, recuerdo que gran parte de los espectadores se hartaron de llorar; y que yo me quedé fuertemente impresionada por el brillo que emitía la mirada del protagonista.

domingo, 4 de diciembre de 2016

El caprichito


Darse un caprichito de vez en cuando levanta el ánimo una barbaridad. Pero a mí, en este tema, parece que me persiga la fatalidad.
Cuando consigo ahorrar algún dinero para emplearlo en tal fin (darme un capricho), siempre surge algún imprevisto que se come mis ahorros y me  desbarata los planes.
Unas veces es la lavadora que empieza a hacer ruidos extraños y se avería en ese momento; otras, es el seguro olvidado del coche; otras, alguna contribución...
Yo, el malogro de mi ilusión, procuro tomármelo con filosofía; pero es que es una vez, y otra, y otra...
Al final se me a acabar minando la moral, porque esto ya pasa de castaño oscuro.

Una necesidad compulsiva


Mis adicciones son muy comunes; y, en general, las controlo todas. Tomo chocolate con templanza; fumo un cigarrillo al día; hago gimnasia moderadamente...
Pero hay una dependencia a la que no me puedo sustraer; una necesidad que me puede y me subyuga; un poder que me domina por completo.
Mi droga se llama Voz, y de apellido Prodigiosa. Omitiré el nombre de su poseedor, pero no me abstendré de decir que es uno de los mejores cantantes que han existido.
Y es que puedo permanecer tranquila durante meses si no la oigo; pero, como mi cuerpo entre en contacto con ese sonido, no me puedo controlar. Esté donde esté, tengo que aligerar mi vuelta a casa para poder poner un vinilo y dejar que las notas fluyan por mis venas. Si no lo hago, no consigo desterrar la ansiedad que me consume; la zozobra que me está matando por dentro.