Desde ayer, la esperanza tiñe de verde mis ideas. Y es que hace veinticuatro horas entré en el estudio de un artista; y éste, después de mirarme por aquí y por allí, me aseguró que lo mío tiene remedio. Y añadió un consejo: me dijo que ya podía ir quitando la fotografía que tengo en mi perfil de Facebook (ese camino que parece conducir a ninguna parte), porque dentro de poco la voy a poder sustituir por otras en las que luciré esplendorosa.
Para hoy, el fotógrafo y yo tenemos muchos planes. Esta mañana nos vamos a trasladar a un paraje lleno de árboles con el fin de que me haga tomas cual si fuera yo una dríade; y después, un aristócrata arruinado nos presta su caserón para que me haga un reportaje en el que apareceré simulando ser una hacendada con glamur. A continuación, me inmortalizará con el traje regional... ¡Estoy entusiasmada! ¡Qué bien hice entrando en este estudio fotográfico! Presiento que me va a cambiar la vida. Verdaderamente, el cartel que colgaba en su fachada no mentía: “Si entras, no te arrepentirás”.