domingo, 7 de noviembre de 2021

EL JUEGO DE LA SOFISTICACIÓN

 I. En la cena

Aquella fue la última vez que vi a Doroteo Filipín, alias el Penas. Me lo encontré en la cena de estética decadente que organizamos en casa de Jacinta. Entonces, algunos jóvenes estábamos imbuidos de un espíritu estrafalario que hacía que muchos de nuestros actos rozaran el esperpento...

Recuerdo que a dicha fiesta, las muchachas acudimos vestidas con camisones de encaje de nuestras abuelas; sedas perlinas que resbalaban brillando sobre nuestra piel... Y que los chicos, de tan bien trajeados que iban, nos causaron sensación.

Durante toda la reunión procuramos alcanzar un ambiente de total refinamiento, pero salpicándolo de tintes grotescos. Las balsameras y los pintalabios descansaban sobre el mantel como si fueran saleros; y los comensales nos pintarrajeábamos y perfumábamos con ellos mientras bebíamos champán.

II. En el parque de atracciones  

En el momento en el que la caricaturesca representación llegó a su fin, sustituimos los atavíos de raso por vaqueros y nos fuimos al Parque de Atracciones de Montjuic a descargar adrenalina. Y sucedió allí, en medio de fuertes emociones e impresionante algazara, que Doroteo Filipín me dijo que me amaba. Fue un alarido que se perdió en la noche porque, en el silencio que siguió al bullicio, no lo volvió a mencionar...

A las pocas semanas, aquel muchacho de aspecto lastimoso que estudiaba Economía Actuarial con unas notas sobresalientes y que fue mi amigo regresó a su país de origen y nunca he vuelto a saber de él.


Nieves Correas Cantos.

UN PENSAMIENTO SOMBRÍO

 En las últimas semanas, siempre que vivo algo inusual, pienso que acaso sea la última vez que tal cosa me suceda. Que, como el tiempo que me queda es escaso, quizá no se vuelva a presentar la ocasión... Es una idea que me viene de manera inevitable; una imagen que turba cualquier goce que pueda tener.

Hace unos días, por ejemplo, echaron la película “Como un torrente” en televisión. En condiciones normales, yo hubiera disfrutado con este filme que me resulta entrañable y que, por no tener la cinta, sólo puedo ver cuando surge la oportunidad. Estaba exultante; pero ¡quia! Nada más empezar la historia, ese concepto tan sombrío al que me refiero apareció en mi magín y se me aguó la fiesta.


Nieves Correas Cantos.

LA HORA QUE ME SOBRA

 Desde que cambiaron la hora, el día se me hace larguísimo. Los 60 minutos que  obtuvimos al atrasar las agujas del reloj, en mi caso, continúan pendientes de llenar. Se asen a mi jornada volviéndola interminable; me aburren; resultan una pesadez...

Me estrujo el magín intentando dar contenido a los 3600 segundos que cuelgan desangelados esperando significar. Se me ocurre emplearlos en actividades que me disgusta realizar: teñirme el pelo; recoser botones; ordenar armarios... También pienso en dedicarlos a cosas atrayentes; por ejemplo, el baile. De manera súbita, me entran unas ganas enormes de comprobar si mis movimientos roqueros se parecen a los de antaño o los pasos de twist los marco igual... Asimismo, considero la posibilidad de aprovechar este lapso de tiempo para ojear el “Estupidario” de Flaubert.

Mas todo lo desecho. Por mi cabeza ronda algo que en este momento no puedo determinar y que intuyo como lo más apetecible para ejecutar en esa hora... ¡Ah! ¡Ya lo sé! Se trata del “Clamavi ad te...” de Oscar Wilde. ¡Voy a releerlo!


Nieves Correas Cantos.

EL DESEO DE ENCONTRARME EN UN PARÍS QUE YA NO EXISTE

 Donde me gustaría estar en estos momentos es en París. Verdaderamente, en la capital de Francia querría permanecer siempre; pero en estas fechas, ese deseo se me ha agudizado. No sé a qué se debe; aunque puede que influya el hecho de que son días de visitar cementerios y a mí, el del Père Lachaise me parece muy hermoso. En él, y no recuerdo encima de cuál de las dos tumbas, he podido ver a Edith Piaf y a Théo Sarapo interpretando “À quoi ça sert l'amour?”; y también me he cruzado en varias ocasiones con Oscar Wilde mientras paseaba por sus avenidas.

He entablado conversación con Molière, Balzac, Apollinaire, La Fontaine... Esos escritores que tan bien estudié en Literatura Francesa de Preuniversitario, y que forman parte de mi bagaje. He saludado a Delacroix, Modigliani...

Con el anhelo de encontrarme en la ciudad que para mí está más cerca del cielo y para evocar su magia, desempolvo “París era una fiesta” y me adentro en sus páginas. Asimismo, me basta hojear el cuento musical que le compré al librero de la esquina para tener la sensación de que estoy en la Place du Tertre oyendo a Moustaki cantar “Le métèque”. 


Nieves Correas Cantos.

PARA MEAR Y NO ECHAR GOTA

 Un castizo diría que lo que te está pasando a ti es de mear y no echar gota. Esperabas que tu pintura tuviera una gran aceptación y estás obteniendo el silencio por respuesta. Por no comparecer no comparece ni el gato; y eso que al minino lo sacaste en el lienzo, y además en lugar preeminente. Sabías que en el grupo de artistas entre los que te mueves generabas antipatía. Que tu negativa a fundirte en lo común resultaba intolerable. Mas lo que no podías imaginar era que esa aversión ocupara tanto espacio en sus corazones que les impidiera guardar las mínimas reglas de cortesía.

Porque tu cuadro no es que sea mejor o peor, que cada uno es libre de juzgarlo como le parezca; sino que tiene unos elementos que a todos atañen. Y es precisamente esta cualidad la que hace que la falta de contestación aparezca escandalosa. 

Desde este día, si quieres ser aceptado y no verte inmerso en situaciones tan cutres, lo que tienes que hacer es desleír tu pensamiento en el caldo de lo corriente; o irte a bancos donde los peces sean más afines a ti. 


Nieves Correas Cantos.

ENCUENTRO EN LA ESTACIÓN

 Después de despedirnos de los asistentes a la reunión, José y yo nos fuimos a la playa a contemplar cómo se iba apagando el día. En la radio del coche sonaba la Buena Vista Social Club interpretando “Veinte años”; y yo pensé que, en nuestra memoria, los momentos que acabábamos de vivir quedarían ligados a dicha habanera y al mar. Que en el futuro, siempre que oyéramos los primeros compases de la canción y/o el rugido de las olas, nos retrotraeríamos al encuentro en la estación.

La fiesta fue un completo éxito. El anfitrión, más disparatado y genial que de costumbre, nos deslumbró con historias de lo más rocambolesco. Y los concurrentes, todos de ingenio agudo y con mucho que aportar, hicimos el resto. 

Hablamos de la envidia y de la mezquindad. De las discusiones que nos enriquecen y de las que no; y entre éstas, de aquéllas que son tan absurdas que no merecen ni siquiera ser entabladas... 

También departimos sobre hacer un libro de manera conjunta y de próximos encuentros y lugares donde realizarlos. Y fue a estas dos propuestas a las que se dirigieron mis cavilaciones cuando, posteriormente, en el malecón, oí ese verso de la habanera que dice: “Si las cosas que uno quiere, se pudieran alcanzar...” 


Nieves Correas Cantos.

EL EMBRIAGADOR CANTO DE MI SOFÁ

 Hay mañanas en las que no tengo ganas de nada; ni siquiera de escribir. Hoy es uno de esos días en los que hasta la luz parece mostrarse indolente porque no acaba de aparecer. Todo a mi alrededor se conjura para perderme. Mi sofá, igual que hacían las sirenas con los marineros, me llama con una voz tan cautivadora que no puedo resistirme. Pero a diferencia de las ninfas que conducían a los navegantes a la muerte; a mí, mi otomana me va a dirigir al más completo ridículo.

Como esta tarde quiero ir a la estación a pasar un rato con Pucho y sus amistades, a estas horas tendría que estar en plenos preparativos para que mi aspecto fuera mejor. Necesitaría teñirme el pelo; aplicarme potingues por aquí y por allí con el fin de disimular las arrugas; plancharme el sayo que me vaya a poner... Mas ¡quia! Mi diván me tiene embargados los sentidos de tal manera que no me puedo mover.  


Nieves Correas Cantos.

LA CORTESÍA EN TIEMPOS DE COVID

 Cuando me encuentro con alguien al que no veía desde antes de la pandemia, no sé cómo saludarlo. Me muestro titubeante, indecisa... con la perplejidad reflejada en la cara; sin intuir qué camino tomar.

La mayoría de veces, a la persona que tengo enfrente le ocurre lo mismo que a mí. Dudando qué ejecutar, amaga con regalarme un beso si así me cumplimentaba en el tiempo precovid; o hace ademán de darme la mano si ésta era su forma de demostrarme atención.

Al final, lo que suele suceder es que ambas nos miramos; y, dedicándonos la mejor de nuestras sonrisas, movemos la cabeza para arriba y para abajo como señal de respeto y cariño.  


Nieves Correas Cantos.

MONO INTERNÁUTICO

 En esta tarde otoñiza, voy de rincón en rincón llorando mi desventura. Lamento profundamente haberles dicho a mis compañeros de la web que iba a estar un tiempo alejada de la misma, ya que sólo han pasado tres días y me muero por volver. Si no fuera por el miedo que tengo a que me consideren una cantamañanas, ahora mismo regresaba.

Necesito escapar de una realidad que percibo deslavazada y navegar de nuevo por el fascinante mundo virtual. Entre mis amigos de carne y hueso todo me parece insulso, anodino... ¡Con ellos me aburro! No consigo apreciar el sabor de las cosas terrenales. Es como si, después de haber estado tanto tiempo delante del ordenador, se me hubiera atrofiado el gusto...

Yo misma, que en la Red soy tan dicharachera y graciosa, fuera de ella resulto un muermo. El estar en presencia de alguien me aturulla y nunca puedo brillar.

Ayer, cuando iba clamando mi infortunio por en medio de un zarzal, el más cotilla del pueblo me oyó y se acercó con ánimo de investigar. Lo despedí con mucha aspereza porque para intromisiones estaba yo en ese momento... 


Nieves Correas Cantos.

MI COBIJADA FAVORITA

 Hace casi medio siglo, cuando llegué a Vejer por primera vez, me encontré con un ser que creí celestial por la majestuosidad que desprendía. Me estoy refiriendo a Isabel, la abuela del que entonces era mi novio; una anciana que enseguida me acogió como una nieta más.

A su lado aprendí vocabulario, usos y costumbres del lugar. Conocí que por aquellas tierras, a fregar el suelo se le llama aljofifar (o su variante jocifar); y que uno no anda por caminos vecinales, sino por hijuelas. Los aljibes sustituyeron a los depósitos; y los serones a los capachos...

De un baúl que para mí era un arca, un día extrajo su traje de cobijada. Un manto y una saya de color negro forrados de blanco, que ella guardaba entre bolas de alcanfor. Me aseguró que antes de la Guerra Civil llegó a vestirlo; y que siempre había sido una de sus posesiones más queridas.

Recuerdo que Isabel me enseñó muchas canciones tradicionales; y de los niños muy traviesos, con su bondad infinita, decía que eran más malos que La Inquisición.

En el momento de la despedida, me prometió que vendría a Barcelona (el único viaje largo de su vida) para vernos y cumplir dos de sus sueños. Uno era que le devolvieran la vista a sus ojos casi ciegos. Y el otro, poder ver a los delfines bailar.

El primero, desgraciadamente no lo pudo satisfacer: en el hospital descartaron esa posibilidad. Mas el segundo sí. Un día llevamos a la noble dama al Zoológico y allí, sentada en un sitio preferente, pudo percibir la danza de los cetáceos.


Nieves Correas Cantos.

¡SOY UNA MEMA!

 Yo siempre he sido una simplona; una lela; una mujer muy poco avisada... Hace unos días, alguien me llamó alma cándida aquí en Internet; y, verdaderamente, no me podía haber aplicado un calificativo que me definiera mejor.

Era ya una púbera cuando mis mayores, advirtiendo que permanecía en la inopia, me revelaron el secreto de los Reyes Magos y de las cigüeñas que venían de París. Y aún hoy dudo sobre si fue posible que san Dionisio Areopagita, el patrón de mi pueblo, anduviera por toda la capital de Francia con su cabeza debajo del brazo tras haber sido decapitado. En el que tengo absoluta confianza es en san Pascual Bailón. Estoy segura de que cuando me llegue la hora, tres días antes me lo hará saber mediante unos toques especiales en la puerta. 

Me hallaba en la treintena y no me podía creer que Equis y Ye, dos figuras del panorama nacional, tuvieran un lío. Todo el mundo decía que sí; mas yo discrepaba porque ambas estaban casadas y el adulterio me parecía algo que sólo ocurría en las novelas.

Podría contar un sinfín de anécdotas más. Historias ilustrativas de lo mema que soy. El problema es que pienso que los demás son tan ingenuos como yo y me llevo cada chasco...


Nieves Correas Cantos.

DOÑA ERRE QUE ERRE

 Cada vez son más los autores que muestran sus textos adornados con estampas. De un modo opuesto, yo continúo enseñando los míos sin aliño; secos, estrictos... tal como los voy pariendo.

Este empecinamiento en desechar el aderezo se debe a mi carácter; pero es que, además, no creo en el efecto ayudador de las ilustraciones. En el caso de los niños sí; mas cuando se trata de adultos, este resultado me parece dudoso.

Pienso que el que lee lo hace con dibujos y sin dibujos; y el que no está acostumbrado a interpretar lo escrito, por mucha figura que haya, continuará sin apetecer deletrear.

Es cierto que una imagen aparatosa puede atraer las miradas hacia un pasaje; aunque si esos ojos que miran no son los de un leedor, la acción se quedará casi siempre en una simple ojeada.

Lo que sí hago para que la gente se acerque a mis relatos es componer buenos títulos y mejores empieces. Y luego, para retenerla, procuro que todo vaya a mejor...


Nota.- En mi escrito hablo de los microrrelatos que se publican en La Internet. Para nada me refiero a códices iluminados y demás... 


Nieves Correas Cantos.

EL APRENDIZ DE ESPAÑOL

 El verdulero de la esquina es un hombre de modales exquisitos que está aprendiendo nuestro idioma. Sus oídos avizores localizan cualquier palabra rara que digo; y, en esos casos, me pregunta por el significado de la misma e intenta repetirla cuidando la pronunciación. Después, me ruega que acepte una pieza de fruta o una hortaliza que quiere darme como prueba de su agradecimiento.

Cuando oyó de mis labios por primera vez el término “cascarria”, se desternilló; y, sin poder contener la risa, me regaló un puñado de tomates de esos que parecen cerezas. A mí aquellas bayas que explotaban en la boca me supieron a gloria y le estuve reconocida. Pero ayer, el aprendiz de español me obsequió con una granada y los resultados no fueron tan gratificantes. Me la entregó para corresponderme por haberle enseñado el vocablo “francachela”. El fruto estaba muy bueno; pero esos fueron los granos que me pude comer, ya que la mayoría salieron disparados al abrirla y aún ahora los estoy buscando.  


Nieves Correas Cantos.

LA PENDIENTE DE LAS FLORES

 Esta madrugada, mientras escuchaba en la radio la canción “Con su blanca palidez” en versión de Santana y Steve Winwood, me he retrotraído a los tiempos de mi adolescencia. Época en la que toda yo era un revoltijo de emociones propulsado por un cohete lleno de energía e ilusión. 

Instalada mentalmente en aquella era pretérita, me he dedicado a garbear por los ribazos de mi pueblo. Lugares que guardo en la memoria y que marcaron mi niñez.

He visitado la pendiente de Las Flores. La cuesta que en primavera se llenaba de yerba, amapolas y margaritas, y por donde mis amigas y yo nos dejábamos caer rulando una y otra vez... 

El declive en el que la alfarera ponía sus vasijas a secar...

La costana en la que una vez, una muchacha muy pudorosa le arreó un mamporro a un joven que intentó darle un beso pillándola desprevenida... 

Y por supuesto me he detenido en la ladera del Vacile Vacilón. Ese escarpe al que mis amigos y yo, después de los guateques en los que había estado sonando “Con su blanca palidez”, nos íbamos a ver ponerse el sol...


 Nieves Correas Cantos.

DE PEDOS Y VAHIDOS

 Aquel pedo que me tiré no se me escapó, sino que lo lancé adrede. Fue una ventosidad que expelí intencionadamente y con todas las de la ley; poniendo todo de mi parte para que fuera perfecto. Sonó fuerte, estruendoso, magnificente... ¡como yo quería! El propio de una persona que, después de mucho practicar, domina la técnica.

Me peí en una comida a la que asistían todas las fuerzas vivas del pueblo y cuyos anfitriones eran mis padrinos. Lo solté en el momento en el que el capitoste mayor estaba echando un discurso plagado de ideas tradicionales y acomodadizas; un blablablá hastioso y que me estaba poniendo de los nervios.

Mi acto gasístico (que dejó a todos los comensales patidifusos) obedeció a sendos impulsos de rebeldía y autoafirmación. Sublevación frente a los convencionalismos, y defensa de mi singularidad.

Y lo mismo puedo decir de cuando mis valedores hicieron un viaje a Fátima y yo, en su ausencia, metí a una vedete con la que me entendía en la casa. Al volver los peregrinos fue el disloque. Nos echaron a los dos y tuvo que venir el cura a rociar agua bendita por todas las habitaciones para que doña Vasilisa, mi madrina, se pudiera recuperar del soponcio que le había provocado la profanación de su hogar.


Nieves Correas Cantos.

EL PRECIO DE LA FAMA

 El tiempo va pasando y a mí no me conoce ni Dios. Los escasos lectores que tengo alaban mi obra; e, incluso, alguno me dice que es incomprensible que aún  permanezca en el anonimato. A mí, viendo lo que se publica, también me asombra; pero es algo que no puedo evitar.

Carezco de editor, promotor y de amigos influyentes; y sobresalir entre esta cantidad infinita de escritores que pueblan La Red se me antoja imposible. 

A veces, cuando me acuesto después de las nueve, pongo en la televisión el programa de First Dates y pienso que yo podría ir a cenar a ese lugar con mis escritos. Me imagino entrando por la puerta con ellos y saludando al presentador; mas antes de sentarme en la barra y pedirle un cóctel al barman, me acuerdo de que ése es un espacio para buscar pareja y yo estoy felizmente casada.

También cavilo en presentarme a cuanto casting haya de telerrealidad para ver si me cogen para un reality show. Aunque no me figuro en una isla comiendo raíces  y discutiendo como una verdulera (aun pudiendo mostrar mis escritos entremedias); ni a mi marido defendiéndome en un plató.


Nieves Correas Cantos.

LAS MANOS DE CARMEN

 Cuando vi el texto que escribió Carmen sobre las manos, me sumergí en un estado de aflicción y desconcierto. Pero no porque dicho pasaje fuera muy bueno (que lo era), sino por motivo de que me hubiera gustado ser su autora. 

Lamentándome por haber perdido esa oportunidad, pensaba en cómo era posible que tal cosa hubiera sucedido; que la idea no se me hubiera ocurrido a mí. ¡Si yo había pergeñado relatos de prácticamente todas las partes del cuerpo! ¡Y de algunas de manera reiterada! Incluso hice un tratado de lo eróticos que me resultaban algunos antebrazos masculinos. De las uñas y su crecimiento también se había ocupado mi magín... Era como si los hados hubieran vuelto invisibles las palmas a mis ojos, reservándolas para que Carmen se luciera.

En fin, que reconociendo la extraordinaria calidad del cuento de mi amiga, me apené simultáneamente porque, aunque me hubiera encantado escribir acerca de lo mismo, para mí aquel era ya un tema tabú. 

Y es que le doy tanta importancia a la originalidad que preferiría morirme antes que hacer un remedo. Y menos una imitación que nunca hubiera podido superar al modelo.


Nieves Correas Cantos.

EL SUEÑO DE AURORA

 Aurora está en una fase en la que es capaz de agotar a un regimiento. Gatea; no cesa de moverse; intenta trepar; ponerse de pie...

Cuando comienza a tocarse la cara y las orejas, mi marido y yo nos sentimos esperanzados porque eso es indicio de que tiene sueño; mas como no quiere dejar de estar en medio del cotarro, la muy puñetera se resiste y sigue dando guerra.

Claro que nosotros tenemos un método infalible para conseguir que se duerma. Es algo que inventó Hortensia, su madre, y que consiste en bailar con ella mientras suena el disco de Amy Winehouse o el de Nat King Cole. Pero eso sí, los brazos en los que se acurruque tienen que ser los de su abuelo porque son más grandes y peludos que los míos.


Nieves Correas Cantos.

¡AUNQUE SÓLO FUERA UN PIMIENTO!

 Con independencia de que te apetezca más o te apetezca menos, tienes que salir cada día a la calle, Celina. Por tu propio bien es necesario que rompas ese enclaustramiento que te tiene apartada de la vida social. Al empezar te será difícil superar la desgana; mas si te sobrepones a ese impulso del ánimo y te vas a pasear, seguro que a la vuelta te alegras de haberlo hecho. Ya sé que el callejeo no te gusta y que eres la antítesis de una pindonga; pero piensa que tu andar por la rúa puede tener un objetivo. Sería estupendo que todas las mañanas acudieras a la tienda de comestibles a comprar ¡aunque sólo fuera un pimiento! Allí podrías platicar un rato con los parroquianos y enterarte de las novedades pueblerinas; y, después, para completar el recorrido, que te fueras con tu ají a tomar un café con la santera. La susodicha es una mujer extraordinaria que, a la vez que esculpe imágenes, derrocha energía y positividad. 

Hazme caso, amiga; mi consejo te ayudará a combatir el anquilosamiento.  

      

Nieves Correas Cantos.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

He querido compartir este vídeo con vosotros porque me parece maravilloso. Contiene un escrito mío que Osvaldo Sánchez Correa, con su inmenso talento y con su voz, ha hecho grande. Disfrutaréis, ya que la recitación es magnífica. Para mí es un honor.

 


LA COSTURERA QUE DEVINO EN PORNÓGRAFA

 I

En el pueblo de Polsaguera, el campanazo más estruendoso que se recuerda es el que dio la encogida Leopoldina allá por los años de 1960. Se trató de un escándalo colosal; algo que dejó patidifusos a los habitantes de aquellas tierras.

La susodicha era modista y novia eterna de un hombre pusilánime que, por no contrariar a su intransigente madre, se negaba a matrimoniar. Una piadosa costurera muy respetada en la comunidad y que jamás cometió un despropósito. 

Y así fue hasta el día en que se largó con un librero a la Conchinchina al mismo tiempo que anunciaba su intención de convertirse en escritora de novelas eróticas.

II 

En la extraordinaria metamorfosis de este dechado de virtudes tuvo mucho que ver su compañero de escapada. El papelero, que era un amante voluptuoso y dueño de la tienda donde la pía mujer compraba los patrones de vestidos, la había liberado de los brazos de su prometido. La sacó de una situación en la que prevalecían las caricias malogradas y la introdujo en un estado en el que imperaba el amor sensual sin cortapisas. Inculcó en ella el deseo de escribir; le hizo cambiar la aguja por el lápiz...


DE ZOLA, FOLLETINES Y BOLEROS

 Mi aversión a la desmesura en lo que se refiere a cine, literatura y música viene de antiguo; exactamente, desde que oí por primera vez la canción ”La novia”, de Antonio Prieto. Fue en una barraca de feria y me impactó. Prestando atención a la letra; viendo a la intérprete exagerar hasta convertir su actuación en puro aspaviento; y contemplando al público soltando jipidos, pensé que en el mundo ocurrían cosas muy raras que yo no podía entender.

Los melodramas que echaban en el cine con idéntico resultado y las fotonovelas que devoraban muchas mujeres de manera abierta y algunos hombres a escondidas confirmaban mi idea.

Sin embargo, esta antipatía hacia lo lacrimógeno no es tan tajante como puede parecer. La novela “Una página de amor” de Émile Zola, por ejemplo, a mí me encanta. Este folletín, que sé que algunos encuentran infumable, despierta en mi lado friki unos sentimientos singulares y extraños difíciles de concretar.

¡Y qué decir del bolero “Espérame en el cielo”! Cuando voy en el coche y oigo la voz de Dyango entonando las estrofas, las lágrimas fluyen por mi cara sin poderlo remediar.

DESPUÉS DE LA CELEBRACIÓN

 Ayer, después del evento, volví a casa con aspecto ajado, sensación de vacío y una tristeza melancólica. 

Lo hice marchita porque, a mi edad, es imposible mantener la rutilancia durante mucho tiempo. Privada de frescura, una procura sustituirla por sofisticación. Y a fe que lo consigue ya que la mayoría de veces resulta elegante... Pero, como el acto al que acuda se prolongue demasiado, las señales de cansancio irán apareciendo de modo indefectible.

Con sensación de vacío debido a que, en el regreso, noté la falta de esa ilusión que había mantenido encendido mi espíritu durante semanas. Días con la esperanza puesta en un acto que me parecía muy atractivo y que acababa de finalizar...

E impregnada de nostalgia, mucha nostalgia... En el convite me había reencontrado con viejos amigos que, por andar desperdigados por el mundo, hacía tiempo que no veía. Leales compañeros con los que, probablemente, nunca me iba a volver a reunir...

Y con la ropa oliendo a sudor, perfume, cigarrillos y alcohol...

UNA RELACIÓN DIFERENTE

 ¿Cómo se te ocurrió desvelar nuestro secreto? No lo podías saber; pero, para mí, lo que hacía más atrayente aquel intercambio postal era el misterio que contenía. Antes de empezar a cartearme contigo, mi vida transcurría en medio de la más espantosa monotonía. Una sucesión de días en los que nunca pasaba nada; todos iguales, aburridos... 

Esta carencia de estímulos me abrumaba gravemente; tanto, que comencé a somatizar. Me aparecían unos síntomas de lo más reveladores; y, cuando el médico me aseguraba que no estaba enferma, enseguida eran sustituidos por otros... ¡Era un calvario!

Entonces iniciamos nuestra relación epistolar y finalizaron todos mis males. Se fue de mi vida el desencanto y apareció la fascinación. Me atraían irresistiblemente tus renglones. Con la imaginación trabajando al máximo, cada palabra me sugería ideas o imágenes, a cuál más emocionante... ¡Te leía con entusiasmo y pasión!

Y fue por eso, por acabar con esa experiencia llena de magia y misterio y pretender convertirla en un vulgar noviazgo, por lo que terminé odiándote.    

LA MUJER DE MI VIDA–RECUERDOS DE UN VETERINARIO EMÉRITO

 I

Llegué al pueblo en septiembre; cuando la vendimia había comenzado y el aire olía a lagar. Iba a ejercer de veterinario en el que era mi primer destino después de haber terminado la carrera. No recuerdo la fecha exacta, pero debió de ocurrir por los años de 1962...

II  

Enseguida fui acogido por la elite del paraje. Todos sus miembros me cayeron bien; aunque con los que me avine más fue con un abogado y una especialista en léxico acadio que conformaban un matrimonio feliz. Y fue de esta filóloga de la que, sin poderlo remediar, me enamoré con exceso...

III 

Fue un sentimiento arrollador que me sumió en el desconcierto. Una onda de incalculable amplitud que muy cerca estuvo de trastornar a un creyente confiado como yo...

IV

Sin declararle mi amor a la lingüista y aconsejado por mi confesor, me fui de la villa en verano; en el tiempo de la siega...

V

Nunca volví por aquellas tierras, pero hay dos cosas que siempre he llevado conmigo. Una es su recuerdo, que al principio era obsesivo; y la otra, un sencillo con el tema “Las hojas verdes del verano”, de la película El Álamo. Y es que fue viendo este filme cuando casi le dije a la gramática que estaba loco por ella...

VI

Tiempo después me casé con mi antigua novia y fuimos de viaje de bodas a Londres. Uno de los días, mientras visitábamos el Palacio de Buckingham, en el Cambio de Guardia tocaron “Las hojas verdes del verano” y una infinita nostalgia se apoderó de mí...

DE ESQUILAS, VIRTUOSOS Y RUMIANTES

 La envidia más palmaria es la que se disfraza de desdén. Tratar de desfigurar los celos con menosprecio es la manera más segura de evidenciarlos.

Una vez, una amiga mía que era esquiladora fue elegida por un virtuoso de este arte no sólo para que le cortara la lana a sus ovejas, sino con el fin de que lo pelara a él también. 

Mi allegada se puso a trabajar con mucho ahínco; y fueron tan exquisitos la trasquila y el pelado que ejecutó que el experto decidió mostrar el resultado a todos los compañeros de profesión.

Organizó una gira por los pueblos de la comarca; y, ante el escaparate donde se presentaban ellos dos y algunos rumiantes de muestra, fueron pasando personas con ganas de apreciar el resultado. Pero aquellos a los que la rabia les atenazaba el espíritu permanecieron en sus guaridas, urdiendo la manera de poder contemplar la prodigiosa peladura sin que constara en ningún sitio que lo habían hecho. 

LA DELICADA MEMORIA

 Cuando desaparecen aquellos con los que comparto recuerdos, el hilo que me mantiene unida a esos recuerdos se alarga de un modo infinito. Es como si los que se van se los llevaran consigo, y a mí me dejaran imágenes cada día más tenues de los hechos vividos. 

MI ADORADO JEAN PAUL

 Ayer, cuando me enteré de la muerte de Jean Paul Belmondo, pensé que mi pasado se empezaba a parecer a un sombrío caserón. Una triste mansión en la que cada día que pasaba habitaban menos seres vivos y más espectros.

En la adolescencia, yo estaba enamorada del actor francés. Antes de ver la película “Al final de la escapada”, ya lo había descubierto y catalogado como el hombre más atractivo del mundo. Llevaba una fotografía suya recortada del ABC entre las páginas del libro de Física; y recuerdo que, contemplando su sugerente fealdad en medio de las leyes de Newton, llegaba al éxtasis.

En aquel tiempo, una amiga mía portaba un retrato de Alain Delon por dentro del sujetador, rozándole el pecho. Y otra dormía con un banderín en el que estaba estampada la imagen de Robert Wagner debajo de la almohada. Nunca les dije nada; pero siempre pensé que sentir al amado entre inercias, aceleraciones, acción y reacción... era mejor. ¡Dónde va a parar! 

Luego vino la película de Godard y ahí, aunque en otro sentido, también me prendé de Jean Seberg... 

TUS VITRIÓLICAS TÍAS

 Ayer, después de escuchar un discurso impregnado de ese buenismo necio e impostado que está tan de moda, hubiera precisado un lingotazo de maledicencia para contrarrestar. Un chupito de vitriolo servido por aquellas tías tuyas que vivían en S... 

Me refiero a esas a las que adjetivabas hasta el infinito: ácidas, sarcásticas, corrosivas, punzantes... De las que decías que no bastaba con llamarlas mordaces porque su mala leche era bestial. Dardos hirientes que no dejaban títere con cabeza...

¿Te acuerdas de cuando teniéndolas en la habitación contigua nos pusimos a bailar “Hier encore”? El riesgo al que nos exponíamos nos excitaba... Fue la tarde en la que en el costurero de tu tía F. descubrimos un cilicio...

EL TIEMPO DESPIADADO

 Ayer me di un baño de realidad. Advertí de una manera clara lo que el despiadado tiempo había hecho con mi figura...

Sucedió cuando me probé un vestido que guardaba en el armario desde el año catapum. Un modelete de encaje rojo cereza que, en el momento de comprarlo, se ceñía a mi cuerpo como una segunda piel. Un traje apenas estrenado porque era muy difícil de llevar...

Antes de intentar embutirme en él, yo sabía que mi tipo no era idéntico al que tenía en el pasado. Admitía que, aunque siguiera pesando lo mismo, los kilos ya no los tenía distribuidos de la misma manera... Mas lo que no podía figurarme era que la mutación hubiese sido tan grande. Las irregularidades de mi perfil continuaban existiendo, pero todas habían cambiado de forma y de lugar... 

EL ÉXTASIS DE LA EXTRAÑA PASAJERA

 Desde hace dos horas espero un tren que parece que nunca va a llegar. El lugar en el que me hallo es una estación perdida en medio de un cardizal. Fuera hace un calor horroroso. Tengo sensación de asfixia; aunque no es sólo por la alta temperatura, sino también por la situación.

Dentro del edificio estamos una mujer que no deja de hablar acerca de operaciones quirúrgicas y yo, que permanezco en silencio. Antes había un ferroviario al otro lado de la ventanilla con la intención de vender billetes; mas como no aparecía ningún viajero, hace rato que se fue. Seguramente lo hizo harto del parloteo incesante de la otra pasajera y de que le preguntásemos sobre la llegada del convoy. 

La cháchara de la extraña transeúnte, por momentos, se está llenando de sangre y vísceras. Yo intento abstraerme; pero con tantos órganos extirpados por aquí, miembros amputados por acá e implantes por acullá, es imposible. Esta señora se encuentra en éxtasis rodeada de asaduras y muñones; y yo ya no puedo más.  

¡QUÉ TONTOS SON MIS ABUELOS!

 Antes, cuando no éramos abuelos, el comportamiento de mi marido y el mío siempre era serio y mesurado. La circunspección presidía nuestras conductas; y, si algo nos caracterizaba, era la adustez.

Pero ahora que tenemos una nieta, la desinhibición ha llegado a nuestras vidas y nos conducimos con total espontaneidad. ¡Qué remedio! En los momentos en los que la pequeñina se pone burreta y empieza a patalear y a hacer pucheros, mi cónyuge y yo, para entretenerla, improvisamos y actuamos como Dios nos da a entender.

Ayer, por ejemplo, ambos nos pusimos frente a la hamaquita donde estaba sentada y, gesticulando mucho y moviéndonos a compás, le entonamos “Cucú cantaba la rana”.

El cuadro para un mayor debía de resultar grotesco. Mas a ella le gustó porque enseguida aparecieron las sonrisas, el contento y la emisión de unos soniditos que probablemente querían decir: ¡qué tontos son mis abuelos!

EL DISCRETO ENCANTO DE LA HIPOCRESÍA

 ¡Lo siento, Elena! Cuando me preguntaste que qué veía en aquel lienzo y te dije que un horrendo manchurrón, desconocía que lo había pintado tu marido. De haber sabido que él era el autor, mi opinión sería la misma; aunque ciertamente no te la hubiera manifestado de una manera tan áspera. Me hubiera valido de algún que otro circunloquio para suavizar mi parecer; y hasta es posible que, tratando de eludir un veredicto, me hubiera puesto a divagar.

Sin pretender arreglar el desaguisado, me gustaría añadir algo más a mi dictamen. Pienso que quizá tu cónyuge hizo el cuadro tan desagradable a propósito. Que, con el antiestético chafarrinón, lo que buscaba era provocar en el espectador unas emociones ligadas a la contemplación de la fealdad... ¡Yo qué sé! La única verdad es que no entiendo ni papa de arte moderno...

PERDER EL COMPÁS

 La vagancia se ha pegado a mí como una lapa. Se ha asido tan fuertemente a mi ánimo que me está resultando imposible liberarme de ella. Es como una especie de desgana infinita que me estorba el retorno; un desinterés que no sé cómo revertir...

Mi yo vigilante me sermonea de manera continua. Me advierte los riesgos a que me expongo. La posibilidad de que, por estar mucho tiempo sin interpretar, pierda el compás y nunca más pueda volver a tocar con la calidad acostumbrada...

Mas la reprensión, aunque a ratos logra empavorecerme, no me causa el efecto que quisiera. No consigo vencer la abulia y reemprender la actividad. Y es que, y no sé el motivo, las notas ya no me conmueven como antes...   

LA ENIGMÁTICA JORNADA DE AYER

 Cuando terminó julio y pasé la hoja del calendario, me encontré con que el 31 de agosto lo tenía señalado con una circunferencia en derredor. Normalmente, en el momento en que veo uno de estos recordatorios en el almanaque, sé de que me está advirtiendo: cumpleaños, santos, citas... Pero en este caso, por más intentos que hice no conseguí recordar. 

A medida que pasaban los días y se acercaba la enigmática fecha, mi desasosiego iba aumentando porque no podía ver la luz. Observaba la curva que envolvía el número treinta y uno y me daba cuenta de que había sido trazada con mucho ímpetu; como queriendo señalar la importancia del aviso... Mas aunque me devanaba los sesos a todas horas, no lograba acordarme de cuál iba a ser el acontecimiento de esa jornada. 

Sin poderlo remediar se fueron apoderando de mí pensamientos extraños... Me vinieron ideas de lo más estrambótico; incluso, que la parca hubiera sido la autora de la anotación anunciándome su visita. ¡Fue horrible!

Ahora el destacado día ya ha pasado; y, sin embargo, yo continúo queriendo saber...  


EL ESPANTOSO CHAMPIÑÓN

 Nada más abrir la ventana me topé con la escultura. Me refiero a una especie de hongo que el Cabildo colocó en primavera en medio de la calle. Durante el veraneo lo había olvidado completamente; pero ahora, ahí lo tenía otra vez: cenizo, obtuso, machacón... Incluso, diría, que sin mi mirada reprobatoria delante se había desinhibido. Su tamaño era más grande; su color más intenso; y hasta en su sombrero aparecían arabescos... ¡Era increíble el desmelene estival del champiñón!

Ante semejante panorama me abatí y ganas me dieron de sellar el ventanal. Pensé con horror en la posibilidad de que mi vista se acostumbrara a aquella espeluznante seta y dejara de molestarme su fealdad. Ello significaría el término de mi capacidad de  discernimiento... 

Al final recapacité y no clausuré la abertura porque por ella también veo el cielo y eso no me lo puedo perder. 

COMO UN ROSAL DE PITIMINÍ

 A mí, el trato con las personas susceptibles se me representa como una frágil porcelana que, de manera inesperada, se puede romper. Una especie de rosal de pitiminí sumamente delicado.

Con la disposición que tienen estos humanos para considerar un agravio cualquier tontería dicha sin intención, procuro relacionarme con ellos de una manera cautelosa y prudente. Evitando en lo posible la espontaneidad; y, sin duda, la chanza y la ironía.

Pero, aun así, a veces alguien se siente herido.

EL GALLO DEL CORRAL

 En mi faceta de escritor soy vanidoso y temperamental. Estoy convencido de mi talento; y hacia el público, que es quien me tiene que juzgar, guardo sentimientos ambivalentes. Cuando mi obra tiene gran aceptación, o sea que tengo éxito, los lectores me parecen divinos; los amo y me muestro con ellos sinceramente agradecido. Pero como su reacción no se corresponda con la que yo espero, me aíro y en la soledad de mi estudio me dedico a vituperarlos.

Lo que me ocurre a mí no sé cómo denominarlo: ¿inseguridad? ¿soberbia? ¿vanidad? ¿complejo de inferioridad? Sea lo que fuere, en lo que se traduce es en la excesiva necesidad que tengo de ser siempre el preferido; el gallo del corral... Mi deseo de atraer la atención nunca se puede colmar. Quiero fanes y adeptos que continuamente me muestren su admiración, aunque a veces tenga la sensación de que apenas ojean mis relatos.

He de admitir que en este corral también componen otros autores extraordinarios; pero ninguno me hace sombra. ¡Yo soy el mejor!

miércoles, 4 de agosto de 2021

EL HOMBRE PICAJOSO

 Antes de conocerlo en persona, ya había oído hablar de Bernardo Tetraedro. Tenía fama de orgulloso y serio; adjetivos que yo enseguida traduje en susceptible y sin sentido del humor. Y algunas féminas decían que lo veían raro y que les provocaba fantasías insanas...

Cuando por fin lo tuve delante, me pareció un hombre con mucho morbo. Su rostro grave dejaba traslucir un montón de complejos; pero este particular, lejos de resultar desagradable, le añadía fascinación.

En este primer encuentro, el varón picajoso me embrujó. Sin que me diera ningún motivo para ello, empecé a profesarle una pasión enfermiza acompañada de ensueños que no sé si calificar de eróticos o musicales. Continuamente se me representaba su imagen y la mía cantando a dúo “Parole parole” cuales si fuésemos mi adorada Mina y Alberto Lupo; y, durante la interpretación, alcanzábamos el éxtasis.

Esta historia debió de suceder por los años de 1972. Cuando yo tenía diecinueve primaveras; me había depilado las cejas como la cantante italiana y estaba en la universidad.  

MI PRIMERA VEZ

 La necesidad de volar

De pequeño, lo que quería era escapar de la vileza. Huir de ese pozo hediondo donde el pudor permanece malherido; salir de unas aguas obscenas que descalabraban mi sensibilidad... 

Puse todos los medios para liberarme; pero, hasta que no transcurrieron varios años, no lo pude conseguir.

Sin eufemismos

Me crie en un entorno en el que se consideraba que la boca del macho tenía que apestar a tabaco y a vino. Y, especificando más, se añadía que al hombre que no fumaba el culo le olía a flores.

Como nunca eché humo ni bebí, casi todos mis congéneres me vilipendiaban; y yo los aborrecía por su constante envilecimiento.

Tampoco me estrené, como hacían ellos, acudiendo a la mancebía de la capital ni a una de las meretrices ambulantes que nos visitaban durante la feria. No, lo mío sucedió cuando tenía que suceder y resultó deslumbrante. Fue con la mujer de uno de esos patanes, que estaba harta de él.  La dama, a la que le gustaba la música igual que a mí, me invitó a su casa a escuchar el saxo de Sidney Bechet y actuó con suma delicadeza. Después, cuando “Pequeña flor” ya estaba grabada en mi memoria, me convidó a un vodca con naranjada (el primero de mi vida) y a un trozo de pastel.

EXTRANJERIZAR LA LENGUA

 Mauro

Mauro cree que extranjerizar el español es propio de personas distinguidas. Así que, como el pobre es un esnob, a la espuma la llama mousse; al salto de cama déshabillé; y a la caravana le dice roulotte. Para él, denominar calzoncillos a los calzoncillos es una completa vulgaridad. Una chabacanería innecesaria existiendo la voz inglesa slip.

Paco

Paco, por el contrario, es muy castizo. El lenguaje que usa es el típico de aquí, evitando al máximo mezclarlo con palabras de fuera. Lo suyo, a decir de muchos, más que pureza es rigidez. Si tuviera que dar su opinión respecto al hecho de nombrar hall al vestíbulo, por ejemplo, ésta fluctuaría entre calificarlo como una barbarie o una mariconada.

Como el rosario de la aurora

El sábado pasado, Paco y Mauro tuvieron una agria discusión acerca de este tema. Una controversia sobre cómo titular la refacción a la que ambos asistían. El primero aseguraba que era un lunch; mientras que el segundo afirmaba que se trataba de un refrigerio. La cosa se complicó cuando se entremetió una creatura proveniente de Centroamérica y declaró que, en esa parte del mundo, ni lunch ni refrigerio, sino lonche...

Y, como el calor era agobiante y una ola de moscas les invadió, se fueron caldeando los ánimos y el ligero almuerzo terminó como el rosario de la aurora.

CARTA DE UN LECTOR DESCONOCIDO

 Cuando os leo en el Post, siento envidia. Me gustaría tener vuestra capacidad escritural porque yo también necesito expresarme. En mi interior guardo un sinfín de experiencias que pugnan por salir y preciso darles cauce.

Observando el despejo matutino, vespertino o nocturno que mostráis, tengo la sensación de que a vosotros las historias se os escriben solas. Que vuestros pensamientos enseguida se convierten en palabras que fluyen al papel...

Mis ideas, en cambio, jamás se concretan. Son conceptos enmarañados imposibles de ordenar. Imágenes que se resisten a ser transformadas en vocablos. Memoria, oraciones y voces que no se pueden hilvanar... 

¡Cómo desearía tener vuestra habilidad! Atrapar al leedor de igual manera que hacéis vosotros y llevarlo por el inagotable mundo de la fantasía. Probar el éxtasis que se debe de sentir al contemplar la obra creada...

EL MODELADOR DE CERA

 ¡Buenas tardes! Me llamo Hermógenes Catapum Pum Pum y me dedico al arte de la ceroplástica. Modelo brazos, piernas, pies, hígados, corazones, vejigas...; y, si se tercia, cuerpos enteros. Como ustedes comprenderán, con semejante nombre y profesión nunca he pasado desapercibido; pero como estoy dotado de mucha personalidad e ingenio, ambas cosas (denominación y oficio) han resultado ser un acicate más que una rémora.

Mis obras penden del techo de mi estudio cual si fuesen jamones; y su destino final es esa especie de colgadores que hay en muchas iglesias al lado de los santos que más devoción inspiran. Una manera de que los enfermos piadosos les imploren auxilio para sanar de los males que les aquejan.

Entre mis creaciones más perfectas figura un aparato digestivo que esculpí el año pasado. Me lo encargó una mujer que padecía cólicos pasajeros; y, por lo que yo sé, mi talla, junto con la dieta que le prescribió el médico, le dio resultado. 

Ahora estoy modelando una gran cabeza. Una enorme testa que representa al hombre en general. Me la ha pedido un mecenas para que sea colocada, si se lo permiten, en un lugar preeminente de la Catedral. Y es que para conseguir lo que él pretende va a necesitar la ayuda de toda la corte celestial: ¡que la sociedad se desidiotice! ¡Ahí es nada!

UN DELIRIO MEMORIALESCO

 

I. Retrocediendo en el tiempo

Mientras las notas de “It's now or never” se esparcen por la habitación, me retrotraigo a mi infancia. Pero las imágenes que me devuelve la memoria no están ordenadas cronológicamente. Tampoco permanecen durante mucho tiempo en mi magín. Se trata de representaciones mudables; caprichosas; que van y vienen...

II. Entre lo sagrado y lo profano

Elvis Presley me subyuga con su voz; y yo, en un delirio donde se mezcla lo sagrado con lo profano, veo curas, vigilias, rosarios y procesiones. Párrocos encima de los púlpitos predicando sobre el acecho del maligno, y verbenas donde corre la cuerva y se baila agarrado... ¡aunque casi siempre con circunspección!

III. Olores

Huelo el romero de los campos y el incienso que se quemaba en la misa mayor. Los aromas cebolleros de la víspera de la matanza y el perfume de la leche fresca que se medía en cuartillos. Fragancias primaverales y esencias de sacristía. Miasmas varias. Prestigio, reputación...

IV. Sonidos

Entradas recias y viriles se entreveran con las virguerías vocales del Rey del Rock. Estrofas de “Prietas las filas” y “Montañas nevadas”; esos cánticos patrióticos que entonábamos en la escuela. Las visitas del Gobernador Civil; el Obispo; la Sección Femenina...

V. Sabores y visiones

El sabor del puro que cada año me fumaba en comandita en la Fiesta de San Marcos. Mi hermana segunda y yo jugando al fútbol contra todos los chiquillos de la calle. Nuestras correrías, junto con mi hermano, por encima de los tejados...

VI. Tacto

Libros y discos por doquiera. Periódicos, revistas...

VII. Mi caaaaaasa

Mi casa, el sanctasanctórum de la vanguardia...

EL DESPERTAR DE MI NIETA

 A mí se me cae la baba con mi nieta. Todas las gracietas que hace me parecen divinas; y su despertar, en concreto, lo tengo catalogado como uno de los espectáculos más hermosos que he podido contemplar.

Cuando la pequeña quiere regresar desde Ensueñolandia al mundo real, lo primero que hace es abrir los lucericos y mostrar aturdimiento; la confusión propia de quien no sabe dónde está... Luego los cierra y continúa durmiendo durante unos minutos más... Después los vuelve a destapar y, mirándome, me dedica una sonrisa que me embarga los sentidos...

Su aspecto en ese instante es el de una croqueta alegre y gozosa. Un bollete que va a seguir desperezándose en mi halda hasta que se acuerde de que tiene que comer... 

LA LLUVIA

 Cuando volví al pueblo donde había pasado mi infancia y juventud, jarreaba; y esa lluvia tan abundante me caló por dentro y por fuera. La mojadura del cuerpo me la quité inmediatamente después de que entré por la puerta de mi casa; pero la del alma se me quedó incrustada. Me estuvo molestando toda la noche; y, hasta que no salió el sol al día siguiente, no me pude librar de ella.

Era una especie de desazón que me afligía. Una pesadumbre que enseguida identifiqué con la nostalgia. La pena al recordar aquellos tiempos que fueron los mejores de mi vida...

EL HOMBRE ENMASCARADO

 De la pandemia guardo una imagen que me impresionó. Me refiero a la de un hombre embozado que vi en medio de un campo yermo. Un campesino que, sin tener a nadie alrededor y siéndole imposible por tanto contagiar y ser contagiado, andaba con la preceptiva máscara puesta porque así lo había establecido la autoridad. Una creatura tan acostumbrada a acatar que no cuestionaba ni advertía lo absurdo de llevar el rostro cubierto por aquellos parajes inhabitados.

Para mí, desde entonces, la figura de ese aldeano se ha convertido en un símbolo; en la representación de la obediencia ciega, la subordinación... Y, extrapolando a la vida en general las conclusiones a las que llegué al contemplarlo, me pregunto con terror hasta dónde nos podemos aborregar si prescindimos de la crítica.

EL ARTE DE EMBUSTIR

 Una mujer polifacética 

Aunque mi pasión es contar mentiras, también siento inclinación hacia otras actividades. Intereses tan diversos cuales son la cuchillería, los bolillos, la decoración... Bien es verdad que mis aptitudes para estos quehaceres no igualan al talento que tengo como cuentista; pero sin ser superlativas, las capacidades que despliego en el momento de hacer encajes o fabricar machetes exceden de lo normal.

La interiorista y el millonario

Ahora, y porque todo lo hago bien, un millonario me ha pedido que le decore el palacete que se ha construido cerca de unos humedales. Se trata de un lugar maravilloso. En primavera, los campos llenos de amapolas y margaritas semejan lienzos pintados de nieve y fuego; tintes verdes, albos y encarnados que deslumbran al espectador...

Señor Kitsch

Lo lógico sería que de la conjunción de semejante paisaje, mi arte y el dinero disponible saliera una obra extraordinaria; sin embargo, no estoy segura de que tal cosa vaya a suceder. Hay un factor que puede estorbar; me refiero al concepto de la estética que tiene el potentado. Un hombre exagerado y con un mal gusto espantoso y demodé al que yo, en privado, llamo señor Kitsch. Si no fuera un hombre tan rico, la escasez de medios serviría por sí sola para moderarlo; mas disponiendo de tamaño caudal, no sé cómo me las voy a arreglar para convencerlo de que menos es más.


EL FRÍO INVIERNO DE CRISTETA Y MIGUEL

 Me dices que presenciaste una pendencia entre Cristeta y Miguel y te creo. Añades que los ánimos se fueron caldeando hasta convertir la pelea en peleón y lo sigo dando por cierto. Lo que me sorprende es que unas personas discretas y educadas como ellos mostraran en público aspectos tan desagradables de su vida personal.

Yo hubiera asegurado que esa pareja no disputaba nunca. Estaba convencida de que era uno de esos matrimonios que, después de tener sus más y sus menos, había llegado a una situación en que ni las hostilidades existían porque la indiferencia se había impuesto. Una unión en la que cada uno hacía su vida sin inmiscuirse en la del otro. Estado que a ambos les interesaba conservar ya que, a las puertas de la vejez, les proporcionaba seguridad y les resultaba muy cómodo. 

lunes, 5 de julio de 2021

EL ESCLARECEDOR DE PARADOJAS

 I. Los porqués de don Ponciano

Don Ponciano Ramírez era esclarecedor de paradojas. Con gran perspicacia, indagaba sobre hechos aparentemente absurdos y descubría los motivos de que ocurrieran. A su casa acudían a consultarle personas que, por no conocer la naturaleza humana, creían que el mundo estaba al revés. Gente desmoralizada por tantos aconteceres ilógicos en busca de explicación; creaturas necesitadas de paciencia para poder seguir soportando el irracional estado de las cosas sin chistar...

II. Peras, bueyes y champán

A mí nunca me hicieron falta los consejos de don Ponciano porque soy una mujer de gran fortaleza y mucha penetración; pero cuando una noche lo conocí en un sarao, enseguida congeniamos. Me habló de un jacuzzi que le acababan de instalar en el patio; y, como yo le dijera que nunca había probado las cualidades del hidromasaje, me invitó a compartir un baño con él, su mujer y dos primas lejanas que estaban de visita. Fueron unas abluciones maravillosas en las que tomamos champán; escuchamos música barroca y discutimos sobre si la expresión “con estos bueyes hay que arar” podía complementar a la de “pedir peras al olmo”. 

EL CONSTANTE SUBE Y BAJA

 Un antiguo eslogan decía que no pesaban los años, sino los quilos. Pero los años pesan, ¡claro que pesan! En mi caso, los voy notando tanto que he empezado a posponer. Antes siempre ejecutaba las cosas al momento; presta, con celeridad... Mas ahora, menudean las veces en que el cuerpo me pide sofá y tengo que dejarlas para más adelante.

También me molesta la edad a la hora de trepar por las escaleras. Advierto que el tiempo en que me he podido mover por ellas con agilidad está pasando; y ya pienso en cómo disminuir el, en ocasiones, constante sube y baja.

UN LUGAR ESTRATÉGICO

 En el pueblo, el mejor sitio para controlar a los vecinos  y cotillear es el bar de Sandalia y Ceferino. Concretamente, en el exterior, debajo del emparrado, hay una mesa desde la que se observa un panorama espectacular, único... En la plaza también hay otros lugares que ofrecen buenas vistas, pero como las del sombrajo de Sandalia y Ceferino ninguno.

A mí me encanta sentarme debajo de la vid y, mientras me tomo una cerveza, inspeccionar a unos y a otros. No sé; es una actividad que me llena por entero y para la que creo estar singularmente dotada.

Cuando en la iglesia, que pilla justo enfrente, hay comuniones, bodas o bautizos, me pongo las botas. Me harto (siempre con placer) de fiscalizar a los contrayentes, neófitos, comulgantes e invitados; y, después, me vuelvo a mi casa pletórica de emociones. En estas ocasiones, como tanta investigación requiere mucha energía, además de la birra me tomo una ración de queso frito con mermelada.

Una vez, en el momento en que unos novios iban a salir del templo, un pedante empezó a pontificar en la mesa de al lado y no me dejaba concentrarme. Al principio me acordé de aquella escena de “Annie Hall” en la que Woody Allen y Diane Keaton están en la cola de un cine y sonreí; mas luego, como el cargante no se callaba, le tuve que soltar un estufido.

¡LO SIENTO!

 ¡Malditas palabras! Si hubiera imaginado que te iban a herir, jamás las habría pronunciado. Desde que observé tu reacción, soy presa del desasosiego; y, en estos momentos en los que estoy viajando de Albacete a Barcelona, no puedo pensar en otra cosa. Ni Moustaki cantando “Le métèque”, ni Leonard Cohen con su “Dance Me to the End of Love” consiguen aliviarme... ¡Cómo desearía apartar esta desazón y sumergirme en la nostalgia! Mientras avanzo por la interminable autopista, mi mente calenturienta fantasea que podemos volver al estado en que nos encontrábamos antes de que yo emitiera mi funesta opinión. ¡Es algo a lo que aspiro con todas mis fuerzas!

Mira, Equis: si te dije lo que te dije fue porque creo que tu bagaje intelectual admite la verdad sin ambages. Nunca le manifestaría a un pobre sastre que su costura está mal hecha, por ejemplo. En cambio, no emplearía comedimiento alguno en señalarle a un reputado modisto que algunas puntadas en su último vestido dejan mucho que desear.

UNA VISITA INESPERADA

 Cuando vinisteis a mi casa me alegré tanto que lo único que me preocupó fue disfrutar vuestra compañía. Por no interesarme, ni reparé en que mi aspecto en esos momentos no era muy glamuroso, que digamos. Incluso, improvisando, me atrevería a afirmar que mi apariencia, a los ojos de muchos, podía ser la de una creatura desastrada y maloliente. Sudorienta porque me pillasteis sin duchar después de haber hecho gimnasia; y andrajosa por la razón de que la falda vueluda que suelo llevar dentro del lar se deshace de lo vieja que es.  

Pero reitero que nada advertí hasta que ya os habíais ido. Entonces sí; de pronto fui consciente de que no llevaba los perejiles puestos y me sentí desnuda, vulnerable... 

Mas la desazón duró poco. El espejo en el que enseguida me miré me mostró que el entusiasmo por veros había disparado mi atractivo; e imagino que a vosotros os pasó lo mismo, ya que a los dos os encontré de un guapo subido.

Vuestra visita resultó entrañable. Contando anécdotas nos retrotrajimos a aquellos maravillosos años y la nostalgia nos invadió. Y a propósito de los modos de pensar de antes y ahora, tuvimos una conversación desinhibida de las que me gustan a mí.

¡Gracias, chicos!

LA REINA DEL MINICUENTO

 Lo que me estabas contando me parecía surrealista, demencial... Mas como a ti te conmovía, intenté despojarme de mi condición de escritora para poder compartir tus sentimientos. Pero ya te advierto que no lo conseguí. Supongo que uno no puede desposeerse voluntariamente de lo que ya forma parte de su naturaleza.

Mientras seguías refiriéndome los hechos que tanto te emocionaban, en mi mente creadora se fue dibujando un texto. No un bosquejo; sino unos renglones muy estructurados que tenían la apariencia de ser el microrrelato perfecto. Un esperpento en el que se encontraban, convenientemente realzados, los rasgos macabros, grotescos e irregulares de tu narración.

No voy a negarte que me entusiasmé y que incluso me vi consagrada como la reina del minicuento en cuanto lo llevara al papel. Pero a la vez que mi ánimo ardía de impaciencia por coger el lápiz, me percaté de que yo nunca podría hacer un escrito que pusiera en solfa lo que a ti te cautivaba. Pensé que valía más la amistad que nos une que cualquier obra literaria. Aunque como me fue imposible empatizar contigo, desde entonces me pregunto si mi percepción de la realidad va a estar siempre condicionada por la inclinación a lo estrambótico que me caracteriza.

EL ANTOJO PASTELERO

 Todo empezó con un antojo. De pronto, me entraron unas ganas enormes de comerme una empanadilla. Un deseo apremiante que me condujo a la pastelería donde hacían las mejores. Pero una vez allí, y con la apetencia pastelera exacerbada, no sabía por cuál decidirme. Las había rellenas de pisto (mis favoritas), atún, patatas, carne... La visión de todas ellas me hacía salivar y mi indefinición iba en aumento... Al final, obligada por la impaciencia manifiesta de los clientes que aguardaban su turno, elegí una de escalivada...

EL CAMINO DE DOLORES

 En ciertas épocas del año, transitar por el Camino de Dolores entraña un riesgo. Y no es porque en sus recodos haya malandrines al acecho (¡quia!), sino debido a que su atmósfera resulta embriagadora y puede trastornar. En esos días a los que me refiero, el olor de las lilas que lo bordean se mezcla con los efluvios provenientes de una bodega cercana, convirtiendo el aire en un agente perturbador. En un fluido que enajena a los paseantes y provoca engañosas seducciones y algún que otro desliz. Situación en que el ánimo cede fácilmente ante el apremio de las pasiones y cualquier flaqueza de la carne se puede dar.

Es evidente que los lugareños, con su ingenio, no podían permanecer impasibles frente a este despiporre caminero; así que, desde hace tiempo, al Camino de Dolores lo conocen como “la Senda de la Debilidad”.  

SI ME DAN A ELEGIR

 Hay personas tan bruscas que, cuando hablan, en vez de emitir palabras parece que estén soltando coces. Y como además no suelen tener el don de la oportunidad, se manifiestan a destiempo, provocando en quienes las escuchan sorpresas muy desagradables. Son seres que, si te topas con uno por la mañana, lo más seguro es que te ocasione desazón para todo el día; y, si tienes el infortunio de encontrarte con dos, las consecuencias para tu estado de ánimo pueden ser fatales.

En el otro extremo existen creaturas aparentemente tan melifluas que producen repelús. Se expresan con voz queda, suave, con palabritas mansas intentando persuadir...

Y en medio estamos los que no somos ni una cosa ni la otra.

Si me dan a elegir, yo me quedo con el estilo que se asemeja al del labriego, y desecho el que se le atribuye al sacristán. Me gusta el lenguaje acre que corresponde a la gente recia. Los decires ásperos sazonados con ternura que saben a apio y limón; los fuertes; los directos; los que no llevan segundas intenciones y jamás empalagan.

Para terminar el cuento diré que no todo es tan nítido como parece, puesto que también existe el adusto misario y el meloso labrador...   

PAQUITA “LA GRAFITERA”

 Mi nombre es Francisca Suma y Sigue; aunque en el pueblo todo el mundo me llama Paquita “la Grafitera”. El apelativo me lo he ganado a pulso, ya que pared blanca que veo, pared blanca que pinto, importándome un carajo el permiso de la autoridad. Es un impulso irresistible que me entra frente a los muros enjalbegados, estén donde estén. Una fuerza que me obliga a trazar imágenes en ellos. El deseo imperioso de dejar fluir mi inventiva... 

Los poderes públicos me amonestan, me multan, afean mi conducta e intentan convencerme de que soy una especie de pústula que le ha salido a la sociedad. Y yo,  frente a la reprensión, me muestro contrita aun sabiendo que lo volveré a hacer,  porque a la necesidad de crear es imposible sustraerse.

Esta particularidad que me caracteriza entre todos mis paisanos no es algo que se haya manifestado ahora, sino que me viene de antiguo. En mi más tierna infancia, mientras mis padres se hallaban en la capital comprando muebles para la casa nueva, yo les pintarrajeé todos los tabiques. Debo decir que cuando regresaron y vieron el estropicio, mis adorados progenitores no me dijeron nada al respecto.

A PROPÓSITO DE EMILY

 La terrible explosión que acabó con la vida de los amigos de Emily me conmocionó; mas profesionalmente supuso el comienzo de mi carrera como free lance.

Cuando sucedieron los hechos, yo me encontraba en el lugar trabajando como reportera. De un modo concreto, escribía crónicas para una publicación sensacionalista especializada en puterío estival. Mi misión, junto con el paparazzi que me acompañaba, consistía en descubrir a famosos en pleno desenfreno con personas que no eran sus parejas oficiales y contarlo. Y por cada matrimonio que se rompía a causa de nuestros chismes nos llevábamos un plus. Por supuesto, ninguna noticia se contrastaba.

Haber acabado practicando este amarillismo tan nauseabundo no fue por vocación, sino porque soy una compradora compulsiva. Necesitaba ganar dinero imperiosamente y no hallé ocupación en ningún periódico serio. 

Pero ya digo que estar en el momento y lugar de la detonación me permitió redimirme. Pude hacer un reportaje por mi cuenta, vendérselo a un semanario de los más importantes y empezar a ganarme la vida dignamente. 

LAS ASEVERACIONES DE ABDÓN

 Ni sirvo para pastor ni soporto ser oveja. No me gusta guiar ni permito que me dirijan. Huyo de los líderes porque no soy en absoluto gregario. No he menester gurús ni tampoco adeptos...

Lo que intento es vivir a mi aire; con arreglo a mi manera de ver las cosas y sin dejarme arrastrar por iniciativas ajenas.

Menos aún acepto compromisos sobrevenidos. A estas alturas de mi vida sigo cumpliendo mis deberes como siempre, pero me cuido de no contraer obligaciones de más. Soy muy celoso de mi tiempo y de mi independencia; y la posibilidad de que alguien o algo me los cercene me provoca ahogo y resistencia.

Me considero bastante sociable. Tengo muy buenos amigos que toleran mi modo de ser igual que yo los soporto a ellos; o sea que nos queremos y nos respetamos.

PALABRAS LLENAS DE AFECTO Y DINAMITA

 En relación con mi relato sobre el precio de los polos, un lector ha hecho un comentario que me ha divertido y escocido por igual. Se trata de un parecer expresado con mucho ingenio que me induce a recapacitar; y que me va a ayudar a crecer como escritora. Unas palabras cargadas de afecto y dinamita que contienen dos mensajes: por un lado me están informando del valor pecuniario que tenían los helados; y por otro, me advierten de las consecuencias catastróficas que estéticamente puede tener la utilización de términos demasiado coloquiales.

Literalmente, el perspicaz leedor me dice que “el polo de palo costaba una pela”; y yo, en mi descargo, le aseguro que como jamás utilizo el diccionario mientras escribo, puede suceder que no se me ocurran sinónimos más lucidos que “pela” para no andar repitiendo el vocablo “peseta”. 

¡Gracias, J.! 

LOS POLOS DE MI INFANCIA Y EL SÉPTIMO ARTE

 Desde la semana pasada vengo preguntándome cuánto costaban los polos en mi infancia. Sí; unos de fresa y de limón que me chiflaban y que cada domingo me compraba en la caseta de mi pueblo. Y no es que me interese saberlo por nada especial; mas como no consigo acordarme de cuál era ese precio, el asunto se ha convertido en una obsesión.

Con la perturbación anímica provocada por esa idea fija, intento hacer cálculos tratando de resolver la duda; pero, sin la quietud necesaria, me es imposible dar con la solución.

De lo que estoy segura es de que en mi niñez me daban un duro para gastar y de que la entrada del cine valía tres pesetas; sin embargo, no tengo ni la menor noción de lo que podía adquirir con las dos pelas restantes. Sé que mis golosinas favoritas, además de los helados, eran los chicles, pepinillos en vinagre, pipas, altramuces... También recuerdo que una tarde me comí siete polos; aunque imagino que ese día no me quedó dinero para emplear en el séptimo arte.  

DE ORGASMOS Y ESCRITURAS

 En mi faceta de escritora me encantaría plasmar un orgasmo en el papel. Describir en unos cuantos renglones lo que experimenta una mujer en esos momentos. Y no es porque busque sorprender o tenga la mente calenturienta; sino a causa de que mi empeño es difícil de ejecutar y a una le privan los retos.

Pienso que, con gracia, cualquier cosa se puede contar. Que cuando se trata de un tema peligroso, el secreto está en encontrar las expresiones adecuadas para hacerse entender sin rebasar el límite de lo conveniente. Que todo consiste en aprender a andar por esa raya finísima que muchas veces separa lo sublime de lo abyecto...

¡CÓMO HAN PASADO LOS AÑOS!

 A Hortensia, mi hija.

Me gusta hablar contigo porque te mueves en el mundo de la cultura con naturalidad;  con la sencillez propia de quien está familiarizado con ella. No te deslumbra el oropel, las tonterías revestidas de artificio; ni te provocan aspavientos de admiración las perogrulladas, aunque vengan acompañadas de aparatosas ilustraciones. En el campo de las ideas te muestras espontánea; con el deseo siempre presente de aprender, y sin dogmatismos, esnobismos ni imposturas. En todo momento y lugar apareces sin engaño tal cual eres: una mujer con el espíritu cultivado de verdad. 

Mientras tu pequeña duerme, me dices que hace veinte años que estrenaron “Deseando amar” y siento vértigo al advertir la rapidez con que ha pasado el tiempo. Convienes conmigo en que parece que fue ayer cuando acudimos a la primera proyección de este filme, y recordamos cómo nos emocionó su belleza. Volvimos a verlo a la semana siguiente; y, probablemente, lo hicimos una tercera vez. Las imágenes y la música se quedaron para siempre fijadas en nuestra memoria. Después vinieron “2046” y alguna película más... 

Ahora tienes un cofre que es un tesoro. Se trata de la obra reunida de Wong Kar-Wai, junto con diversos comentarios sobre ella; las bandas sonoras y las láminas con los carteles de estreno. Es un regalo que te has hecho con motivo de tu pasión por este director.  

DÍA DE LA MADRE - 2037

 I

A mi abuela, la máquina de videojuegos que había construido mi padre le causaba preocupación. Decía que en cuanto la enchufaran y empezara a arrojar luces, imágenes y sonidos acapararía toda mi atención; y que, a partir de ese momento, ya no me apetecería aplicar el entendimiento a la lectura.

II

Pero mi antecesora se equivocó. Mis padres me inculcaron con tanto afán el hábito de pasar la vista por lo escrito que, cuando el artefacto cobró vida, apenas me arrastró.

III

Mi madre, mientras yo permanecía enganchada a su teta, me leía libros de Sartre, Céline o Camus, que previamente había colocado en un atril; y así, en mi imaginación, este acto tan íntimo siempre estuvo unido a la voz clara de mi progenitora. 

Ella era el centro de mi universo. En los momentos en los que me sentaba en la hamaca, y hablaba y jugaba conmigo, yo la miraba extasiada y todo lo demás dejaba de existir... ¡Nunca hubo una unión más perfecta!

IV

Y el otro centro de mi vida era mi padre. Él, cuando fui más mayor, me imbuyó la afición a los medios electrónicos. Pero de mi procreador hablaré en otro momento.

MOMENTOS PELICULARES

 I

Cuando siento que la felicidad me ha abandonado, me acuerdo de aquel filme que en el verano de 1970 rodamos tú y yo en Bagur. Lo titulamos “Momentos peliculares”; y en él nos entregamos sin moderación a nuestra pasión por el cine.

II

En esta cinta de celuloide, que también se hubiera podido llamar “El cumplimiento del deseo”, quedaron impresionados momentos que intuimos que iban a ser únicos en nuestras vidas. Instantes en los que quizá no ocurrió nada especial; pero que nosotros, que teníamos el ánimo cautivado, sentimos como extraordinarios.

Imágenes de un gato lamiendo el café vienés de un parroquiano que permanecía enfrascado en la lectura del periódico. La figura de una joven extremadamente flaca abrazada a un árbol para evitar que el viento de la tramontana la arrastrase. La representación del joven chaparro tratando de besar a una mujer más alta que él. Tu salto imposible de una roca a otra; mi cara de espanto; el color verde del mar...

III

Hace mucho tiempo que perdí esta película. Debió de suceder en alguno de los traslados que hice. Pero el recuerdo de aquel estío parece estar indeleblemente escrito en mi memoria.... 

EL CAUCHO NEOYORQUINO

 El caucho neoyorquino, que así es como llamo yo a mi goma de borrar, me lo trajo de la Gran Manzana una persona a la que quiero mucho. Es rectangular; y está metido en una funda de cartón que tiene estampada por las dos caras “The Lee Shore” de Hopper.

Sin duda, el obsequio gomero está encantado, porque por las tardes lo dejo siempre dentro del tazón destinado a contener los lápices; e, invariablemente, por las mañanas aparece en otro lugar. Sitios distintos y extraños cuales pueden ser encima de la cabeza de la Dama de Elche que tengo en un anaquel; o detrás de las gafas negras con calaveras en los cristales que hay en otro.

Los manchurrones de grafito que tiene mi goma americana son su memoria. Las palabras que borró porque eran malsonantes, demasiado explícitas, cursilonas, despectivas, anticuadas, ridículos eufemismos, vulgarismos, frases retóricas, extranjerismos...

AQUELLAS MARAVILLOSAS LLANTINAS

 I

Ayer, viendo en televisión la película “Los girasoles”, me acordé con nostalgia de aquellas lloreras colectivas que se organizaban en los cines siempre que se proyectaba algún dramón. De esas llantinas generales que convertían las salas de exhibición en lugares de lágrimas; de las impresiones participadas por todos los espectadores...

II

Rescaté de mi memoria a los cinéfilos más sentimentales; a los que se conmovían con mucha facilidad y eran tan exagerados en sus expresiones que se pasaban toda la sesión hechos una Magdalena. También evoqué a los concurrentes que, procurando parecer unos machotes, se resistían a llorar e interrumpían los pucheros. A los que disimulaban sus lágrimas ocultándolas con los dedos y a los que las atribuían a falsas razones. A los asistentes que no mostraban ningún sentimiento... 

III

Cuando la cinta llegaba al final, y mientras Sophia Loren y Marcello Mastroianni se despedían en la estación, me metí tanto en el ensueño que todo se me hizo real. Creí estar en una sala oscura oyendo hipidos; viendo brillar ojos llorosos y blancos pañuelos; sintiendo la excitación de la emoción compartida... 

CUANDO MI AMIGO FERMÍN SE QUEDÓ AISLADO EN LA ORILLA

 Desconozco si Fermín consiguió liberarse alguna vez de su persistente melancolía. Zafarse del sentimiento de soledad que le ensombrecía el ánimo y le imposibilitaba ser feliz. Encontrar algo o a alguien que le llenara ese vacío mortificador que constantemente le estaba corroyendo el alma... 

Lo que sí sé es que un día se alejó de los que éramos sus amigos; y después no intuyó o no le interesó encontrar el camino de regreso. Se salió de la corriente que nos llevaba a los demás y se quedó aislado en la orilla...

Durante el tiempo en que su huella permaneció en el fluido en el que estábamos inmersos, le fui arrojando cuerdas una y otra vez para que se asiera y volviera con nosotros; pero, como las ignoró, acabé por darlo por perdido.

Ayer reví “Montparnasse 19”, y me acordé de Fermín. Esta película que trata sobre los últimos días de Amedeo Modigliani era una de las favoritas de mi amigo. Siempre me decía que su falta de éxito como escritor le hacía identificarse con el artista retratado por el filme.  

LOS CONTRATIEMPOS DE TITO

 ¡Mecachis! ¡Está lloviendo!, he exclamado nada más despertarme. ¡Maldita sea el agua que está calando la ropa que tengo tendida!, he continuado con mi casticismo habitual... Tanto tiempo esperando en vano que las nubes descargaran para que disminuyera la contaminación; y ahora, en el momento más inoportuno, jarrea.

Anoche se me ocurrió meter el tendedero, que está en el balcón, dentro de la casa; pero como me gusta que las prendas se oreen bien para que se les quite cualquier olor, deseché la idea. En este instante, con el ánimo contrariado, pienso en lo que pudo haber sido y no fue...

En mi imaginación, paso revista a todos los trapos que, sujetados con pinzas, cuelgan empapados de los alambres: ropa interior, jerséis, fundas de almohada... Y me fijo especialmente en mis pantalones de pata de gallo; en ésos que pensaba lucir hoy, en mi encuentro con una mujer madura que he conocido en Facebook. En los que me empeñé en lavar ayer y no tenía que haber lavado. ¡Ojalá se hubiese ido la luz! 

EL VENDEDOR DE MAPAS

 I. Cosme

Cuando veo a alguien que no sabe geografía, me acuerdo de Cosme; un viejo que vendía mapas y que, a fuerza de consultarlos, se conocía el mundo al dedillo.

En su establecimiento se podían encontrar representaciones de la Tierra de todas clases: atlas, planisferios, bolas del mundo... y también esferas astronómicas en las que aparecían dibujadas las estrellas.

Impenitente viajero, aunque nunca se hubiera movido de su pueblo, Cosme recorría un día la Argentina y el Uruguay; al siguiente hacía un periplo por el Japón; al otro emprendía una expedición al Congo... Y así, para este hombre no había jornada sin odisea.

II. Bartolomé

A veces lo acompañaba su nieto Bartolomé en estos desplazamientos. Entonces volaban más lentamente y el abuelo aprovechaba para enseñarle al pequeño la disposición de las tierras, los mares y las grandes obras de la humanidad. Cuando les cogía la noche, antecesor y descendiente se extasiaban contemplando las constelaciones...

III. Filomena 

En otras ocasiones, Cosme viajaba con su vecina Filomena. Desvelados ambos, iban tras ese sueño que cada día les costaba más encontrar. Un adormecimiento que acabaron descubriendo que siempre llegaba después de visitar París.

LA POSPANDEMIA YA ESTÁ AQUÍ

 Estos días recuerdo especialmente a Carmen Sevilla y el Telecupón. Me acuerdo de la gran artista porque el cuello se me ha puesto como el fuelle de un acordeón y ella, en dicho programa, daba consejos sobre cómo solucionar este problema. 

Explicaba la bellísima Carmen que, con una mano a cada lado, había que estirar al máximo la piel de esta zona hacia atrás; y, después, sujetar el pellejo sobrante en el pescuezo con un esparadrapo.

A mí esta solución no me parece mal, siempre que el pelo tape la nuca; aunque también existen otros remedios cuales son ponerse un fular en verano y una gorguera en invierno. Me encantaría poner de moda este adorno que tanto favorecía a Felipe II...

La cuestión es que el cuello se me ha llenado de pliegues antiestéticos y algo tengo que hacer. La pospandemia ya está aquí y el mundo y sus frivolidades me están esperando.

domingo, 18 de abril de 2021

LA MATRACA ESCRITURAL

 Hay que procurar escribir cada día. No es preciso que sean quince líneas; con que los renglones tengan sentido basta con tres. Éste es el consejo que, reiteradamente, doy a la gente madura; mi matraca escritural.

Reconozco que mi sugerencia tiene escasa aceptación entre quienes nunca han plasmado una idea en el papel; pero yo no cejo. Cuando consigo convencer a alguien de que coja lápiz y cuartilla, toda mi insistencia la doy por bien empleada.

A mis sufridos escuchantes les digo que, para estrenarse como narradores, quizá es mejor hacerlo con algo que tenga argumento. Pero ésta es mi modesta opinión y cada uno puede empezar como se le antoje. 

Yo ahora estoy en una fase en la que, más que contar realidades, lo que me apetece es partir de ellas e idear. Coger una lista de la compra, por ejemplo, y convertirla en un escrito apasionante y cautivador; o séase lo que en román paladino se diría hacer prodigios.

POESÍA EN LA TELETIENDA

 I

Cuando por curiosidad entré en el expuesto mar de la teletienda, lo hice convencida de que mi naturaleza espartana y racionalidad me mantendrían a salvo de cualquier tentación. Pero el canto de sus sirenas resultó tan seductor que, como la mayoría de navegantes, acabé sucumbiendo a sus incitaciones.

II

Nada más comenzada la travesía, las nereidas, con sus voces melodiosas, me enteraron de las excelencias de un exprimidor. Mientras lo hacían, dibujaron en la superficie del agua el instrumento estrujando frutas a tutiplén; y fue tal su espectacularidad que ya no concebía la vida sin este dispositivo. Luego siguieron con un afilador de cuchillos, navajas y machetes; y después con unos zapatos que masajeaban los pies... Y como los productos tenían rebaja si se adquirían antes de equis tiempo, lo compré todo inmediatamente.

III

El momento en el que la llamada de las ninfas se hizo más irresistible fue cuando anunciaron una colección de novelas del siglo XIX y otra de discos de música romántica. Para entonces mi tarjeta estaba temblando; mas como ambas se podían pagar en cómodos plazos, también las pedí. 

LOS MOMENTOS SWING

 Llevo unos días de mucho trajín; jornadas en las que literalmente no tengo un minuto libre. Fechas en las que me veo obligada a hacer todo con premura...

Me gusta el ajetreo mental y físico; pero tanto azacaneo a mi edad es, como diría un castizo, “malismo pa la salú”. Me noto impaciente, acelerada, a punto de sufrir un ataque de nervios...

Echo de menos las horas vacías; el disponer de tiempo para poderlo perder. Y, sobre todo, noto la falta de los momentos swing. Esos ratos en los que me tumbaba en el sofá y, mientras escuchaba música, dejaba que mi pensamiento vagase por el inacabable mundo de la fantasía.

Yo los llamaba momentos swing porque este estilo es uno de mis preferidos; pero eran muchas las obras y los intérpretes que podían ocupar dicho espacio. Recuerdo especialmente a Plácido Domingo cantando “E lucevan le stelle” de Tosca; Camarón y “La Tarara”; Carlos Santana y su “Evil Ways”; Moncho e “Historia de un amor”...


EL BELLO GUTIERRE Y UNA CORBATA CON UN GRAN PERO

 Este cuento se lo dedico a Luis. Algo muy divertido que dijo sobre un chándal me ha servido de inspiración.

EL BELLO GUTIERRE Y UNA CORBATA CON UN GRAN PERO

Doña Muniadona aleccionaba a sus alumnos sobre la conveniencia de ser prudentes en el momento de comprar. Les aconsejaba que no se dejaran deslumbrar por el brillo de los artículos expuestos y que consideraran sus posibles inconvenientes. Añadía que recordaran que en el seno de la perfección casi siempre puede anidar algún defecto.

Para ilustrar y fortalecer su opinión, la maestra les ponía a sus discípulos el ejemplo de don Gutierre, un otoñal de buena planta que fue a comprarse una corbata y acabó escarmentado. 

Explicaba que, cuando el susodicho llegó a la tienda, se prendó de una chalina de color dorado con bordaduras verdes que hacían juego con sus ojos. Una prenda que le pareció tan chic que no pudo evitar comprarla, pese a que costaba un pico y a que era tan delicada que sólo con poner los ojos en ella se deterioraba.

Siguió contando la mentora que, a raíz de la adquisición de la corbata, Gutierre empezó a ser conocido con los apelativos de “el Guapo” por las mañanas y “el “Desaseado” por las tardes. Y esto era así porque, a lo largo del día (y tal como le había advertido el dependiente de la corbatería), cada vez que alguien contemplaba la lindura del maduro galán, en su chalina aparecía un lamparón.

EL BICHO RARO

 I. El antro

Para acceder al interior de “El Bicho Raro”, primero teníamos que cruzar un bar estrecho y mal alumbrado; un local con una barra en forma de ese, en la que los clientes parecían rumiar sus penas delante de una copa...

Después pasábamos por entre unos cortinones de terciopelo rojo que tenían un poder  mágico: la facultad de impedir la entrada a los biempensantes y gente de parecido jaez...

Y por último llegábamos al lugar más recóndito de la caverna. Un espacio resguardado de convencionalismos; y, por lo tanto, de ambiente liberal. Una pista de baile en la que sonaba “Hier encore” de Charles Aznavour, mientras tú te aplicabas en recorrer mi talle una y otra vez...

II. Eustasio y el pipermín

Una tarde, Eustasio, el dueño de la gruta, nos invitó a tomar un pipermín en sus aposentos. Desinhibido por los efluvios del licor, nos contó que había intentado ser cura, militar, notario como su cuñado... pero que en ninguna carrera había logrado encajar. Añadió que, cuando vivía en su casa, su padre no le dirigía la palabra; la madre y la hermana iban de soponcio en soponcio; y el notario lo trataba con displicencia. 

III. La heterodoxia de Eustasio

Finalmente, abandonando toda causticidad, nos dijo algo que me pareció muy interesante y que voy a intentar reproducir: 

“Si uno es una persona heterodoxa y la visión que tiene de las cosas no coincide con la de la mayoría, se tiene que revestir de tres capas de moral para no desfallecer. Necesita valerse de toda su fortaleza para afrontar una realidad que las más de las veces le resulta ajena, y a la que no consigue acomodarse. Tiene que levantarse cada día, y tratar de sobrevivir en un mundo que siempre le parece que está al revés...”


BENDITOS AÑOS VIVIDOS

 De pequeñas, Florita y yo teníamos la misma edad; pero, en el presente, le llevo tantos años que podría ser su abuela. ¿Y a qué se debe tan desconcertante hecho, se preguntarán algunos? Pues muy sencillo: a que, desde que ambas nos adentramos en la treintena, yo he seguido cumpliendo tacos cada trescientos sesenta y cinco días,  mientras que ella lo ha hecho cada setecientos treinta o con un lapso aún mayor.

Y con algunos famosos me sucede igual que con mi amiga: en tiempos pretéritos tenían un decenio más que yo, y ahora son un quindenio más jóvenes.

De seguir así, una servidora será dentro de poco una vieja vetusta con muchos inviernos vividos; y los renombrados y mi allegada, unos jovenzuelos con muchos abriles y primaveras por cumplir.

LAS PALABRAS DE JUAN Y LA CREMA DE COTY

 Juan, en uno de sus relatos, dijo que llegó a conocer París mejor que los canchales de su pueblo; y yo me sentí identificada con él. Desde entonces me rondan sus palabras; y, como a cada momento que pasa me parecen más precisas y más preciosas, ganas me dan de escribir un libro sobre esta ciudad e iniciarlo con ellas.

Imagino que, a algunos, la aseveración de nuestro amigo les parecerá una boutade; una exageración dicha con el ánimo de epatar. Otros, los que no conciben que se pueda ser patriota y cosmopolita a la vez, la juzgarán como una especie de injuria; y también habrá quien opine que la frase en cuestión es una soberana estupidez...

Pero los que pensamos con Hemingway que París era una fiesta; los que antes de visitarla por primera vez ya la conocíamos porque habíamos crecido empapándonos de su cultura; los que vivimos prendados de ella y no podemos resistirnos a su influjo; los que hemos tenido una abuela que recibía las cremas de Coty de esta ciudad... ¡estamos con Juan!

TIMOTEO AL DESNUDO

 El sábado próximo se va a celebrar un concurso de disfraces en el recinto de la piscina de mi pueblo; y a mí, Timoteo Pérez, no se me ocurre con qué máscara puedo participar. 

Sé que mi vecina Tomasa va a acudir travestida de lámpara. Ayer, cuando entré en su casa, apareció delante de mí de esta guisa y me dejó asombrado con su caracterización. ¡Si hasta su cabeza era como una bombilla que se iba encendiendo y apagando conforme avanzaba! Al verla pensé que era imposible que alguien la pudiera superar; me quedé convencido de que sería ella la ganadora.

También conozco que Valero y sus cuñados están buscando un burro y una cabra para formar un grupo cíngaro; y que Cecilio “el Fideo” va a ir de tarjeta postal.

Ahora, mientras estoy cavilando sobre este asunto en un banco de la plaza, he visto pasar a mi sosias (un hombre con pinta de haragán) y me ha venido una idea a las mientes. Consiste en concurrir al certamen haciendo de vago... ¡pero sin artificio de ninguna clase! ¡Valiéndome sólo de mi expresividad! Si logro que los espectadores reconozcan al holgazán que llevo dentro en medio de tanto disfraz, seguro que me dan el primer premio.

QUERIDÍSIMO ELISEO

 No te puedes imaginar cómo valoro nuestra amistad, Eliseo. Me pareces una persona extraordinaria y te quiero mucho; por ello, y para evitar que nuestra relación se malogre, creo que deberías decirme el motivo del malestar que ahora muestras conmigo. Y no me niegues la existencia de dicha desazón porque no cuela. Recuerda que te conozco desde hace tiempo y que soy capaz de advertir cualquier cambio que se produzca en tu estado de ánimo.

Con el ansia de despejar la situación, pienso en cuál ha sido mi comportamiento respecto a ti, y por más que lo examine no encuentro en él nada digno de reproche. Mi lealtad continúa inquebrantable; y el respeto y la admiración que te tengo no han mermado.

Como conozco que eres muy picajoso, siempre me he guardado de ironías y sarcasmos, ya que cualquier broma en este sentido te podía ofender. Es cierto que tengo un carácter insoportable, pero no recuerdo haberte dicho o hecho ningún despropósito que haya podido originar tu enfado. No sé, seguro que todo se debe a un malentendido...

LA PALABRA PILINGUI Y EL ACLARADOR DE DUDAS

 I. El haiga

Un día de 1960, cuando Germana y sus amigas estaban jugando en la plaza del pueblo, vieron aparecer un haiga impresionante. Después de dar dos vueltas a la fuente, el cochazo se detuvo en la puerta de la fonda y de él bajaron un hombre y una mujer ataviados con mucho aparato. La fémina, cual estrella hollywoodiana, llevaba un abrigo de pieles, tacones de aguja, collar de perlas y gafas negras. Y su acompañante vestía un traje rayado con chaleco, semejante a los que lucían los potentados en las películas.

II. La curiosidad

Deslumbradas ante tanta pompa desplegada, las púberas se acercaron a un grupo de curiosos con el ánimo de enterarse  de quiénes eran aquellos seres que parecían extraterrestres... Y fue en ese momento cuando escucharon a un lugareño referirse a la extraña viajera con el nombre de pilingui.

III. El oráculo Josafat

Dispuestas a averiguar el significado de aquel término que no conocían, y que intuían que escondía algún secreto, las chiquillas lograron juntar las tres pesetas que costaba consultar al aclarador de dudas, y acudieron a pedir su parecer... Pero Josafat, que así se llamaba el oráculo, en vez de resolverles algo, lo que hizo fue confundirlas más. Les dijo que una pilingui era una mujer que se dedicaba a actividades nada convencionales; y añadió que esa manera de comportarse en el pueblo era la propia de una esnob. Así, y se quedó tan fresco... Ni por un momento se le ocurrió que aquellas niñas no tenían ni idea de lo que quería decir la palabra convencional, y aún menos esnob.


Nota.- La primera vez que oí la palabra pilingui pensé que quería decir zancuda. Y si llegué a esta conclusión fue porque la mujer a la que le aplicaban este término tenía las piernas muy largas.

PUCHO Y LOS VERBOS REGULARES, IRREGULARES Y DEFECTIVOS

 En uno de sus relatos, Pucho decía que la protagonista del mismo no sabía ni conjugar el verbo amar. Sé que sus palabras tenían un sentido figurado; pero me puse a reflexionar sobre ellas en su significado literal, y concluí que cualquier persona que conociera medianamente el español sí sería capaz de hacerlo. Y lo mismo ocurriría con todos los verbos que, como amar, fueran regulares. 

Pero no lo veo tan claro en lo que se refiere a los irregulares; a los que no siguen las normas fijadas... porque ¿quién se atrevería a recitar de buenas a primeras el imperativo del verbo erguir? Yo confieso que preferiría no verme en esa tesitura.

Y ya el colmo son los defectivos. Una vez había un maestro que, por ser muy utilizada la palabra arrecir en el lugar donde daba clase, le pedía a sus alumnos que enunciaran el presente de indicativo de este verbo. ¡Intentadlo, por favor! 

LIMPIANDO A RITMO DE CHACHACHÁ

 El sillón es beis; un color muy bonito, pero muy sucio. Cuando me prendé de él en la tienda y lo compré, no consideré este particular; y ahora estoy pagando las consecuencias.

Resulta que en su respaldar, a la altura del lugar donde se apoya la cabeza, salió hace unos días una mancha que no sé cómo quitar. Apareció inopinadamente; de la noche a la mañana. Era redondeada, negruzca, con los bordes precisos y terroríficamente asquerosa; deslucía por completo mi butaca... 

Intenté hacerla desaparecer lavándola con agua y jabón. La estuve frotando con un cepillo al ritmo de un chachachá porque creí que así ejecutaría la tarea con más ardor. Y al final, lo único que conseguí fue que la mancha se hiciese manchurrón y que brotara una especie de borra de la superficie de la tela.

Ahora dudo sobre cómo solucionarlo. Lo único que se me ocurre es tejer un tapete de ganchillo y colocarlo en el respaldo, cubriendo la asquerosidad. Y de paso voy a confeccionar dos más para los brazos, ya que he advertido que empiezan a negrear.  


SI LA PANDEMIA NO EXISTIERA

 Si no existiera la pandemia, hoy estaría en el pueblo. A estas horas ya habría hecho gimnasia, desayunado, preparado la comida, duchado... Y quizá, después de tanta actividad concluida, me hubiera vuelto a acostar. Es este caso me hallaría tumbada cuan larga soy mirando al techo. Sin almohada; en la que es mi posición favorita para pensar. Recogiéndome y meditando sobre lo que significa el Domingo de Ramos...

Si la pandemia no existiera, al tercer toque de campana llamando a los fieles, me dirigiría a la plaza hecha un brazo de mar y me apostaría con mis amigas en el puesto de cascaruja y refrescos de una de ellas para ver salir la procesión.

Si no existiera la pandemia, esta mañana hubiera tenido la oportunidad de encontrarme con paisanos a los que dejé de ver hace muchísimo tiempo. Amigos que en épocas pasadas formaron parte de mi vida, y de los que luego nada supe. Niños con los que jugué de pequeña y que la vida me hubiese devuelto convertidos en abuelos.

Si no existiera la pandemia, además del profundo sentido religioso, hoy para mí hubiera sido un día de encuentro.  

DEL BOLERO A LA RUMBA

 Anoche me tomé una copa de champán mientras oía música, y la combinación de las dos cosas hizo un efecto extraordinario en mi cabeza...

Aunque no podría fijar con claridad lo que sucedió, diría que tuve una transportación; una especie de embeleso en el que salí de mi cuerpo e hice un viaje astral.

Todo empezó con la canción “Corazón loco”; cuando la voz dulce y envolvente de Diego el Cigala se esparció por la habitación explicando cómo se pueden querer a dos mujeres a la vez... Entonces, en mi pensamiento, sustituí a esas dos féminas por caballeros y me sentí embargada y estimulada al mismo tiempo. Los recuerdos y la fantasía se mezclaron en un extraño batiburrillo y entré en un estado maravilloso de confusión... 

Pero acabó el bolero e, inmediatamente después, llegó la rumba. Los Chichos, con su poderío, entonaron “Mujer Cruel” y sentí que mi paseo por las estrellas había terminado. En la pieza, los intérpretes le recriminaban amargamente a una dama el hecho de que hubiera podido amar a dos varones simultáneamente, y yo lo vi como una llamada a guardar el decoro debido. 

DE ALBERCOQUES Y RIBAZOS

 A mí, de pequeña, lo que más me gustaba hacer era comer albercoques verdes y rular por los ribazos. Y puesto que ambas cosas sólo las podía ejecutar en primavera, la llegada de esta estación me llenaba de júbilo.

De hecho, en mi mente infantil, la primavera se dibujaba como una maga que cada año venía al pueblo a repartir felicidad. Una hechicera que traía un vestido de colores irradiador de luz y calor, y ante la que los lugareños se mostraban cautivados. Y además creía que el frío y desagradable invierno, envidioso de su poder de seducción, corría a agazaparse allende el cerro Tomatón en cuanto adivinaba su presencia.

Esta mujer fantástica traedora de la dicha llenaba los campos desnudos con yerba, amapolas y margaritas para que los niños pudieran rodar por sus pendientes; y también colgaba miles de albercoques de las ramas de los albercoqueros, con el fin de que todo el que quisiera pudiera provocarse una indigestión.

EL SOPICALDO COMO INSTRUMENTO DE DOMINACIÓN

 Nunca entendí por qué aquel hombre ejercía tanta autoridad en la familia de Balbina. Lo consideraban el oráculo; y a su casa acudían todos los descendientes, colaterales y allegados buscando consejo.

A mí, cuando fui con mi amiga a visitarlo, me cayó fatal. Me pareció un ser de ningún modo dialogante; que pontificaba en vez de hablar; y aferrado pertinazmente a ideas y costumbres obsoletas.

En las seis o siete horas que permanecí en su casa, no paró de emitir dictámenes sin moverse de la cabecera de la mesa; y cuando en un momento intenté refutarle una sentencia que me pareció el sumun de la necedad, me dirigió una mirada hostil para después ignorarme por completo.

Al mediodía, la mujer sumisa y aparentemente infeliz del jerarca trajo un cuenco lleno de sopicaldo y nos repartió unos cubiertos a todos los presentes. Y ante mi sorpresa y consternación, el paterfamilias dejó de perorar; metió su cuchara en el líquido y sentenció que ya podíamos empezar.   

domingo, 21 de marzo de 2021

EL TREN A COCHINCHINA

 Me gusta coger a mi nieta en brazos y hablarle mientras la paseo. Ella me mira con la cara propia de un bebé de mes y medio, y se fija en mis labios que no paran de moverse. 

Esta tarde le he dicho que nos íbamos a montar en un tren con destino a Cochinchina. Sí, sin ene. A ese lugar de Vietnam que nada tiene que ver con la célebre Conchinchina que nadie sabe dónde está...

La he advertido de que antes teníamos que meter en su cabás la merienda y unos cuentos, para que pudiera comer y entretenerse durante el viaje. En este punto mi precioseta ha emitido unos sonidos y ha hecho algún mohín que yo he interpretado como de contento; así que con gran entusiasmo he continuado mi parloteo...

Le he manifestado que en el vagón contiguo viajarían algunos integrantes de la Nova Cançó. Artistas como Núria Feliu, Pi de la Serra, Guillermina Motta, Serrat... Además de declararme fan de todos ellos, he recordado cuando mis padres, sus bisabuelos, trajeron a casa los discos de Salomé y Raimon cantando “Se'n va anar”. Esto debió de suceder por los años de 1963. Con el ánimo exaltado me he lanzado a contarle en qué consistió el movimiento de la Nova Cançó; mas mi muchachita se ha quedado roque y yo he tenido que dejar las explicaciones para otro día.

LA ESTREMECEDORA VIDA ASÉPTICA

 Esta madrugada, cuando me encontraba en esa situación de lucidez que viene después del estado de tinieblas, me he puesto a imaginar que la pandemia no acababa nunca. Que el bicharraco proseguía amenazándonos de la misma manera; y que los humanos, perdida toda esperanza, nos conformábamos a vivir sin libertad.

En mi fantasía, el roce quedaba definitivamente eliminado de las relaciones interpersonales; y, por lo tanto, los recién nacidos y los que vinieran al mundo después jamás podrían experimentar la virtud de las caricias.

Entonces, y para contrarrestar esta estremecedora vida aséptica, me he acordado de aquella sesión de roces, rozamientos y rozaduras en que nos ocupamos tú y yo durante una clase práctica en la universidad. Cuando te pusiste detrás de mí; y, mientras tratábamos de demostrar no sé qué principio científico, nos estuvimos sintiendo. Incluso se me ha ocurrido que si ese momento de mi vida lo pudiera embotellar, quedaría como un vestigio maravilloso de tocamiento para las generaciones venideras.

LA DIFICULTAD DE ALIVIARSE DELANTE DE LAS OVEJAS

 Quiero hablar sobre aguas menores y no sé cómo hacerlo para no resultar cursi ni vulgar. Porque ¿cuál es la manera más elegante de decir que una vez, en una casa de una aldea perdida, me entraron unas ganas enormes de orinar? Sustituir el término orinar por hacer pipí, desaguar o vaciar la vejiga me parece un horror que no estoy dispuesta a ejecutar; y, menos aún, emplear vocablos malsonantes que puedan herir los ojos de las creaturas cultivadas que se acerquen a mi escrito. ¡Por ahí sí que no paso! También podría utilizar la voz miccionar o, en el colmo de la cutrez, hacer aguas; pero ya advierto que ninguna palabra me deja en absoluto complacida. 

La cuestión es que cuando le manifesté al dueño de la vivienda donde me encontraba la urgencia que tenía, me acompañó al establo y, apartando a un rincón a quince o veinte ovejas que en ese momento se hallaban descansando, me indicó que allí podía proceder. 

Evidentemente él salió del cobertizo y volvió a la habitación en la que se habían quedado los demás convidados; y yo, sola frente a aquel hato de rumiantes que no paraban de mirarme y sin tener costumbre de actuar así, me vi negra para realizar lo que tanto me apremiaba.