Desde hace tiempo tengo una fantasía recurrente. En ella me
siento transportada a un entoldado donde se está celebrando la verbena de San
Juan. Es por los años de 1960; yo soy joven y estoy eufórica. El confeti y las
serpentinas caen sobre mí mientras giro y giro sin parar. Mi partenaire no
tiene cara, pero sé que es una de las razones de mi perfecto estado de
bienestar. Me he vuelto invulnerable, y siento que nada ni nadie me puede
herir.
En cierto modo mi ensueño se parece a aquella escena de la adaptación
cinematográfica de “Últimas tardes con Teresa” en la que los protagonistas
están bailando en una fiesta en el Carmelo; la diferencia es que en sus oídos
suena el bolero “Niña” y en los míos el bolero “Cabaretera”.