Ahora lo recuerdo con ternura, pero cuando lo vi, el espectáculo me pareció impresionante. Me refiero al momento en el que Casimiro, emergiendo de las tinieblas, se manifestó en la calle principal del pueblo cantando “El jinete”.
Debió de ocurrir por los años de 1963; la víspera de san Antón; la noche en que los vecinos habían encendido multitud de hogueras en honor del canonizado protector de los animales.
Casimiro llevaba capa y un sombrero charro. Un güito con toquillas relucientes que se semejaban a luciérnagas. Iba rasgueando la guitarra; y, mientras cantaba “Por la lejana montaña, va cabalgando un jinete...”, guiñaba un ojo u otro a cuantas muchachas veía.
Ante semejante representación, ningún lugareño pudo permanecer impasible. Algunos pensaron que se trataba de una fantasmagoría; una ilusión de los sentidos provocada por la pasión de las llamas y los lingotazos de cuerva que habían bebido. Otros creyeron que era una fantochada propia de un tonto del pijo neciamente presumido. Y también hubo quien lo percibió como una exhibición destinada a confundir al personal...
Pero a Luciana, la joven que en los guateques sólo tomaba refrescos, la demostración de Casimiro la cautivó por completo. Enamorada de él desde que una vez la sacó a bailar y le susurró al oído la letra de la canción “Perfidia”, enloqueció de pasión al contemplar esta puesta en escena.
Nieves Correas Cantos