Por Yago y Marisa siento un cariño especial. Cuando hace cuarenta y tantos años los conocí, inmediatamente me cayeron bien; y, con el transcurso del tiempo y el trato, esa simpatía inicial no ha hecho más que fortalecerse, hasta quedar convertida en la afección que les tengo hoy.
Con esta pareja, mi marido y yo compartimos una amistad inquebrantable; y con estos antecedentes, a nadie puede extrañar que ayer nos fuéramos a comer juntos y todo resultara un éxito.
Hasta el restaurante anduvimos por la orilla del río, tomando el sol. Fue un paseo muy agradable que nos sirvió para abrir las ganas de comer y esparcir el ánimo; y al llegar frente a los platos, dimos buena cuenta de los entrantes, la pierna de cordero y el excelente vino que nos sirvieron.
La conversación fue general en algunos momentos y particular en otros. Marisa y yo tenemos una conexión bárbara: siempre que nos vemos, aprovechamos para desnudarnos y sentirnos mejor, y recordamos con nostalgia los tiempos en que todos teníamos sex-appeal.