Como
es improbable que en vida Josefa adquiera notoriedad, o que muerta la
canonicen, voy a hablar de ella en este post, para que su fama
traspase los límites de su pueblo.
Josefa
no tiene una personalidad brillante; ni es guapa, ni rica, ni
intelectual... pero es sencilla y bondadosa, y quizá por eso ha
podido hacer frente a una vida desafortunada sin derrumbarse.
En
los que la conocen inspira cariño y compasión. Y esto es así
porque enseguida se adivina que esta mujer nunca ha podido vivir su
propia vida; que siempre ha llevado una argolla en forma de
obligaciones, que le han impedido volar y realizarse como persona.
Y
es que en la vida de Josefa ha habido un sinfín de cargas, con algún
que otro zambombazo. De pequeña tuvo que bregar con sus hermanos; y
en la adultez se hizo cargo de sus padres y los cuidó hasta que
murieron. Atendió a su marido, crió a sus hijos y ayudó a todo
aquel que la requirió. Enviudó pronto y tuvo que limpiar casas
ajenas para completar su paupérrima pensión. Padeció un cáncer de
mama y se curó. Y cuando parecía que todo había quedado atrás y
que por fin iba a disfrutar de la vida, una de sus hijas se separó,
quedando en una situación muy precaria... y vuelta a empezar.
Ahora
Josefa vive en C. con su hija. Tuvo que dejar el pueblo de sus
amores, sus amistades y su casa, y trasladarse allí para cuidar de
su nieta.
Hace
un rato, cuando he hablado con ella por teléfono, le ha entrado un
no sé qué y, con la voz quebrada, me ha dicho: “Mira Nieves, con
setenta años que tengo, y mi nieta siete, ya va a ser imposible que
pueda ser dueña de mi tiempo alguna vez; que me voy a morir sin
haber podido disponer de mi vida nunca, vamos”.