miércoles, 29 de septiembre de 2021

He querido compartir este vídeo con vosotros porque me parece maravilloso. Contiene un escrito mío que Osvaldo Sánchez Correa, con su inmenso talento y con su voz, ha hecho grande. Disfrutaréis, ya que la recitación es magnífica. Para mí es un honor.

 


LA COSTURERA QUE DEVINO EN PORNÓGRAFA

 I

En el pueblo de Polsaguera, el campanazo más estruendoso que se recuerda es el que dio la encogida Leopoldina allá por los años de 1960. Se trató de un escándalo colosal; algo que dejó patidifusos a los habitantes de aquellas tierras.

La susodicha era modista y novia eterna de un hombre pusilánime que, por no contrariar a su intransigente madre, se negaba a matrimoniar. Una piadosa costurera muy respetada en la comunidad y que jamás cometió un despropósito. 

Y así fue hasta el día en que se largó con un librero a la Conchinchina al mismo tiempo que anunciaba su intención de convertirse en escritora de novelas eróticas.

II 

En la extraordinaria metamorfosis de este dechado de virtudes tuvo mucho que ver su compañero de escapada. El papelero, que era un amante voluptuoso y dueño de la tienda donde la pía mujer compraba los patrones de vestidos, la había liberado de los brazos de su prometido. La sacó de una situación en la que prevalecían las caricias malogradas y la introdujo en un estado en el que imperaba el amor sensual sin cortapisas. Inculcó en ella el deseo de escribir; le hizo cambiar la aguja por el lápiz...


DE ZOLA, FOLLETINES Y BOLEROS

 Mi aversión a la desmesura en lo que se refiere a cine, literatura y música viene de antiguo; exactamente, desde que oí por primera vez la canción ”La novia”, de Antonio Prieto. Fue en una barraca de feria y me impactó. Prestando atención a la letra; viendo a la intérprete exagerar hasta convertir su actuación en puro aspaviento; y contemplando al público soltando jipidos, pensé que en el mundo ocurrían cosas muy raras que yo no podía entender.

Los melodramas que echaban en el cine con idéntico resultado y las fotonovelas que devoraban muchas mujeres de manera abierta y algunos hombres a escondidas confirmaban mi idea.

Sin embargo, esta antipatía hacia lo lacrimógeno no es tan tajante como puede parecer. La novela “Una página de amor” de Émile Zola, por ejemplo, a mí me encanta. Este folletín, que sé que algunos encuentran infumable, despierta en mi lado friki unos sentimientos singulares y extraños difíciles de concretar.

¡Y qué decir del bolero “Espérame en el cielo”! Cuando voy en el coche y oigo la voz de Dyango entonando las estrofas, las lágrimas fluyen por mi cara sin poderlo remediar.

DESPUÉS DE LA CELEBRACIÓN

 Ayer, después del evento, volví a casa con aspecto ajado, sensación de vacío y una tristeza melancólica. 

Lo hice marchita porque, a mi edad, es imposible mantener la rutilancia durante mucho tiempo. Privada de frescura, una procura sustituirla por sofisticación. Y a fe que lo consigue ya que la mayoría de veces resulta elegante... Pero, como el acto al que acuda se prolongue demasiado, las señales de cansancio irán apareciendo de modo indefectible.

Con sensación de vacío debido a que, en el regreso, noté la falta de esa ilusión que había mantenido encendido mi espíritu durante semanas. Días con la esperanza puesta en un acto que me parecía muy atractivo y que acababa de finalizar...

E impregnada de nostalgia, mucha nostalgia... En el convite me había reencontrado con viejos amigos que, por andar desperdigados por el mundo, hacía tiempo que no veía. Leales compañeros con los que, probablemente, nunca me iba a volver a reunir...

Y con la ropa oliendo a sudor, perfume, cigarrillos y alcohol...

UNA RELACIÓN DIFERENTE

 ¿Cómo se te ocurrió desvelar nuestro secreto? No lo podías saber; pero, para mí, lo que hacía más atrayente aquel intercambio postal era el misterio que contenía. Antes de empezar a cartearme contigo, mi vida transcurría en medio de la más espantosa monotonía. Una sucesión de días en los que nunca pasaba nada; todos iguales, aburridos... 

Esta carencia de estímulos me abrumaba gravemente; tanto, que comencé a somatizar. Me aparecían unos síntomas de lo más reveladores; y, cuando el médico me aseguraba que no estaba enferma, enseguida eran sustituidos por otros... ¡Era un calvario!

Entonces iniciamos nuestra relación epistolar y finalizaron todos mis males. Se fue de mi vida el desencanto y apareció la fascinación. Me atraían irresistiblemente tus renglones. Con la imaginación trabajando al máximo, cada palabra me sugería ideas o imágenes, a cuál más emocionante... ¡Te leía con entusiasmo y pasión!

Y fue por eso, por acabar con esa experiencia llena de magia y misterio y pretender convertirla en un vulgar noviazgo, por lo que terminé odiándote.    

LA MUJER DE MI VIDA–RECUERDOS DE UN VETERINARIO EMÉRITO

 I

Llegué al pueblo en septiembre; cuando la vendimia había comenzado y el aire olía a lagar. Iba a ejercer de veterinario en el que era mi primer destino después de haber terminado la carrera. No recuerdo la fecha exacta, pero debió de ocurrir por los años de 1962...

II  

Enseguida fui acogido por la elite del paraje. Todos sus miembros me cayeron bien; aunque con los que me avine más fue con un abogado y una especialista en léxico acadio que conformaban un matrimonio feliz. Y fue de esta filóloga de la que, sin poderlo remediar, me enamoré con exceso...

III 

Fue un sentimiento arrollador que me sumió en el desconcierto. Una onda de incalculable amplitud que muy cerca estuvo de trastornar a un creyente confiado como yo...

IV

Sin declararle mi amor a la lingüista y aconsejado por mi confesor, me fui de la villa en verano; en el tiempo de la siega...

V

Nunca volví por aquellas tierras, pero hay dos cosas que siempre he llevado conmigo. Una es su recuerdo, que al principio era obsesivo; y la otra, un sencillo con el tema “Las hojas verdes del verano”, de la película El Álamo. Y es que fue viendo este filme cuando casi le dije a la gramática que estaba loco por ella...

VI

Tiempo después me casé con mi antigua novia y fuimos de viaje de bodas a Londres. Uno de los días, mientras visitábamos el Palacio de Buckingham, en el Cambio de Guardia tocaron “Las hojas verdes del verano” y una infinita nostalgia se apoderó de mí...

DE ESQUILAS, VIRTUOSOS Y RUMIANTES

 La envidia más palmaria es la que se disfraza de desdén. Tratar de desfigurar los celos con menosprecio es la manera más segura de evidenciarlos.

Una vez, una amiga mía que era esquiladora fue elegida por un virtuoso de este arte no sólo para que le cortara la lana a sus ovejas, sino con el fin de que lo pelara a él también. 

Mi allegada se puso a trabajar con mucho ahínco; y fueron tan exquisitos la trasquila y el pelado que ejecutó que el experto decidió mostrar el resultado a todos los compañeros de profesión.

Organizó una gira por los pueblos de la comarca; y, ante el escaparate donde se presentaban ellos dos y algunos rumiantes de muestra, fueron pasando personas con ganas de apreciar el resultado. Pero aquellos a los que la rabia les atenazaba el espíritu permanecieron en sus guaridas, urdiendo la manera de poder contemplar la prodigiosa peladura sin que constara en ningún sitio que lo habían hecho. 

LA DELICADA MEMORIA

 Cuando desaparecen aquellos con los que comparto recuerdos, el hilo que me mantiene unida a esos recuerdos se alarga de un modo infinito. Es como si los que se van se los llevaran consigo, y a mí me dejaran imágenes cada día más tenues de los hechos vividos. 

MI ADORADO JEAN PAUL

 Ayer, cuando me enteré de la muerte de Jean Paul Belmondo, pensé que mi pasado se empezaba a parecer a un sombrío caserón. Una triste mansión en la que cada día que pasaba habitaban menos seres vivos y más espectros.

En la adolescencia, yo estaba enamorada del actor francés. Antes de ver la película “Al final de la escapada”, ya lo había descubierto y catalogado como el hombre más atractivo del mundo. Llevaba una fotografía suya recortada del ABC entre las páginas del libro de Física; y recuerdo que, contemplando su sugerente fealdad en medio de las leyes de Newton, llegaba al éxtasis.

En aquel tiempo, una amiga mía portaba un retrato de Alain Delon por dentro del sujetador, rozándole el pecho. Y otra dormía con un banderín en el que estaba estampada la imagen de Robert Wagner debajo de la almohada. Nunca les dije nada; pero siempre pensé que sentir al amado entre inercias, aceleraciones, acción y reacción... era mejor. ¡Dónde va a parar! 

Luego vino la película de Godard y ahí, aunque en otro sentido, también me prendé de Jean Seberg... 

TUS VITRIÓLICAS TÍAS

 Ayer, después de escuchar un discurso impregnado de ese buenismo necio e impostado que está tan de moda, hubiera precisado un lingotazo de maledicencia para contrarrestar. Un chupito de vitriolo servido por aquellas tías tuyas que vivían en S... 

Me refiero a esas a las que adjetivabas hasta el infinito: ácidas, sarcásticas, corrosivas, punzantes... De las que decías que no bastaba con llamarlas mordaces porque su mala leche era bestial. Dardos hirientes que no dejaban títere con cabeza...

¿Te acuerdas de cuando teniéndolas en la habitación contigua nos pusimos a bailar “Hier encore”? El riesgo al que nos exponíamos nos excitaba... Fue la tarde en la que en el costurero de tu tía F. descubrimos un cilicio...

EL TIEMPO DESPIADADO

 Ayer me di un baño de realidad. Advertí de una manera clara lo que el despiadado tiempo había hecho con mi figura...

Sucedió cuando me probé un vestido que guardaba en el armario desde el año catapum. Un modelete de encaje rojo cereza que, en el momento de comprarlo, se ceñía a mi cuerpo como una segunda piel. Un traje apenas estrenado porque era muy difícil de llevar...

Antes de intentar embutirme en él, yo sabía que mi tipo no era idéntico al que tenía en el pasado. Admitía que, aunque siguiera pesando lo mismo, los kilos ya no los tenía distribuidos de la misma manera... Mas lo que no podía figurarme era que la mutación hubiese sido tan grande. Las irregularidades de mi perfil continuaban existiendo, pero todas habían cambiado de forma y de lugar... 

EL ÉXTASIS DE LA EXTRAÑA PASAJERA

 Desde hace dos horas espero un tren que parece que nunca va a llegar. El lugar en el que me hallo es una estación perdida en medio de un cardizal. Fuera hace un calor horroroso. Tengo sensación de asfixia; aunque no es sólo por la alta temperatura, sino también por la situación.

Dentro del edificio estamos una mujer que no deja de hablar acerca de operaciones quirúrgicas y yo, que permanezco en silencio. Antes había un ferroviario al otro lado de la ventanilla con la intención de vender billetes; mas como no aparecía ningún viajero, hace rato que se fue. Seguramente lo hizo harto del parloteo incesante de la otra pasajera y de que le preguntásemos sobre la llegada del convoy. 

La cháchara de la extraña transeúnte, por momentos, se está llenando de sangre y vísceras. Yo intento abstraerme; pero con tantos órganos extirpados por aquí, miembros amputados por acá e implantes por acullá, es imposible. Esta señora se encuentra en éxtasis rodeada de asaduras y muñones; y yo ya no puedo más.  

¡QUÉ TONTOS SON MIS ABUELOS!

 Antes, cuando no éramos abuelos, el comportamiento de mi marido y el mío siempre era serio y mesurado. La circunspección presidía nuestras conductas; y, si algo nos caracterizaba, era la adustez.

Pero ahora que tenemos una nieta, la desinhibición ha llegado a nuestras vidas y nos conducimos con total espontaneidad. ¡Qué remedio! En los momentos en los que la pequeñina se pone burreta y empieza a patalear y a hacer pucheros, mi cónyuge y yo, para entretenerla, improvisamos y actuamos como Dios nos da a entender.

Ayer, por ejemplo, ambos nos pusimos frente a la hamaquita donde estaba sentada y, gesticulando mucho y moviéndonos a compás, le entonamos “Cucú cantaba la rana”.

El cuadro para un mayor debía de resultar grotesco. Mas a ella le gustó porque enseguida aparecieron las sonrisas, el contento y la emisión de unos soniditos que probablemente querían decir: ¡qué tontos son mis abuelos!

EL DISCRETO ENCANTO DE LA HIPOCRESÍA

 ¡Lo siento, Elena! Cuando me preguntaste que qué veía en aquel lienzo y te dije que un horrendo manchurrón, desconocía que lo había pintado tu marido. De haber sabido que él era el autor, mi opinión sería la misma; aunque ciertamente no te la hubiera manifestado de una manera tan áspera. Me hubiera valido de algún que otro circunloquio para suavizar mi parecer; y hasta es posible que, tratando de eludir un veredicto, me hubiera puesto a divagar.

Sin pretender arreglar el desaguisado, me gustaría añadir algo más a mi dictamen. Pienso que quizá tu cónyuge hizo el cuadro tan desagradable a propósito. Que, con el antiestético chafarrinón, lo que buscaba era provocar en el espectador unas emociones ligadas a la contemplación de la fealdad... ¡Yo qué sé! La única verdad es que no entiendo ni papa de arte moderno...

PERDER EL COMPÁS

 La vagancia se ha pegado a mí como una lapa. Se ha asido tan fuertemente a mi ánimo que me está resultando imposible liberarme de ella. Es como una especie de desgana infinita que me estorba el retorno; un desinterés que no sé cómo revertir...

Mi yo vigilante me sermonea de manera continua. Me advierte los riesgos a que me expongo. La posibilidad de que, por estar mucho tiempo sin interpretar, pierda el compás y nunca más pueda volver a tocar con la calidad acostumbrada...

Mas la reprensión, aunque a ratos logra empavorecerme, no me causa el efecto que quisiera. No consigo vencer la abulia y reemprender la actividad. Y es que, y no sé el motivo, las notas ya no me conmueven como antes...   

LA ENIGMÁTICA JORNADA DE AYER

 Cuando terminó julio y pasé la hoja del calendario, me encontré con que el 31 de agosto lo tenía señalado con una circunferencia en derredor. Normalmente, en el momento en que veo uno de estos recordatorios en el almanaque, sé de que me está advirtiendo: cumpleaños, santos, citas... Pero en este caso, por más intentos que hice no conseguí recordar. 

A medida que pasaban los días y se acercaba la enigmática fecha, mi desasosiego iba aumentando porque no podía ver la luz. Observaba la curva que envolvía el número treinta y uno y me daba cuenta de que había sido trazada con mucho ímpetu; como queriendo señalar la importancia del aviso... Mas aunque me devanaba los sesos a todas horas, no lograba acordarme de cuál iba a ser el acontecimiento de esa jornada. 

Sin poderlo remediar se fueron apoderando de mí pensamientos extraños... Me vinieron ideas de lo más estrambótico; incluso, que la parca hubiera sido la autora de la anotación anunciándome su visita. ¡Fue horrible!

Ahora el destacado día ya ha pasado; y, sin embargo, yo continúo queriendo saber...  


EL ESPANTOSO CHAMPIÑÓN

 Nada más abrir la ventana me topé con la escultura. Me refiero a una especie de hongo que el Cabildo colocó en primavera en medio de la calle. Durante el veraneo lo había olvidado completamente; pero ahora, ahí lo tenía otra vez: cenizo, obtuso, machacón... Incluso, diría, que sin mi mirada reprobatoria delante se había desinhibido. Su tamaño era más grande; su color más intenso; y hasta en su sombrero aparecían arabescos... ¡Era increíble el desmelene estival del champiñón!

Ante semejante panorama me abatí y ganas me dieron de sellar el ventanal. Pensé con horror en la posibilidad de que mi vista se acostumbrara a aquella espeluznante seta y dejara de molestarme su fealdad. Ello significaría el término de mi capacidad de  discernimiento... 

Al final recapacité y no clausuré la abertura porque por ella también veo el cielo y eso no me lo puedo perder. 

COMO UN ROSAL DE PITIMINÍ

 A mí, el trato con las personas susceptibles se me representa como una frágil porcelana que, de manera inesperada, se puede romper. Una especie de rosal de pitiminí sumamente delicado.

Con la disposición que tienen estos humanos para considerar un agravio cualquier tontería dicha sin intención, procuro relacionarme con ellos de una manera cautelosa y prudente. Evitando en lo posible la espontaneidad; y, sin duda, la chanza y la ironía.

Pero, aun así, a veces alguien se siente herido.

EL GALLO DEL CORRAL

 En mi faceta de escritor soy vanidoso y temperamental. Estoy convencido de mi talento; y hacia el público, que es quien me tiene que juzgar, guardo sentimientos ambivalentes. Cuando mi obra tiene gran aceptación, o sea que tengo éxito, los lectores me parecen divinos; los amo y me muestro con ellos sinceramente agradecido. Pero como su reacción no se corresponda con la que yo espero, me aíro y en la soledad de mi estudio me dedico a vituperarlos.

Lo que me ocurre a mí no sé cómo denominarlo: ¿inseguridad? ¿soberbia? ¿vanidad? ¿complejo de inferioridad? Sea lo que fuere, en lo que se traduce es en la excesiva necesidad que tengo de ser siempre el preferido; el gallo del corral... Mi deseo de atraer la atención nunca se puede colmar. Quiero fanes y adeptos que continuamente me muestren su admiración, aunque a veces tenga la sensación de que apenas ojean mis relatos.

He de admitir que en este corral también componen otros autores extraordinarios; pero ninguno me hace sombra. ¡Yo soy el mejor!