lunes, 9 de diciembre de 2013

La ilusión comprada a cachos


Cuando estoy muy deprimida y no la encuentro por ningún sitio, me gustaría poder comprar la ilusión en la tienda de mi barrio. Sería genial que viniera presentada en porciones, como los quesitos.

Tampoco estaría mal que, en la trastienda, un santón me la infundiera colocando sus manos/electrodos sobre mi cabeza/batería. O tener una experiencia psicodélica que me estimulara a escribir más de lo que escribo. O que hubiera algunos cambios en mi vida…

martes, 19 de noviembre de 2013

Terrible frustración


Mientras espera, micrófono en ristre, que aparezca el primo del ex de la ex del empreñador de la hija de un famoso y se digne balbucir dos despropósitos, Periodista Pérez repasa su bagaje intelectual y se siente tremendamente frustrada.
Y no es para menos, porque P.P. empeñó cinco años de su vida en hacer la carrera de periodismo; domina tres idiomas; tiene dos másteres, uno en economía y otro en política internacional; y se expresa y escribe muy bien.

Pero no se queja delante de sus amigos porque ella al menos tiene trabajo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

La casa de Begur


Unos días antes de que la derruyeran, entré por última vez en la casa de Begur. Lo hice llena de nostalgia porque allí transcurrió mi juventud, y porque la mayoría de las personas que estaban a mi lado entonces han desaparecido. Mis padres han muerto; mis hermanos formaron sus propias familias; y con amigos, quereres y demás fui perdiendo el contacto a lo largo de los años. Anduve por todas las habitaciones reviviendo el pasado, y en cierto momento (no sé si debido a la emoción o a un chupito que me había tomado), comencé a levitar. Suspendida en las alturas, observé cómo los fantasmas de la casa cobraban realidad e iniciaban una representación de momentos de mi vida. Me vi, cuarenta años atrás, cenando con mi familia en Nochebuena; encontrando a mi tía a punto de insolarse el día que se quedó encerrada en la terraza; escuchando las historias de mi abuela; registrándole la maleta a un huésped mientras mis hermanos lo entretenían en el jardín; bailando con el barbudo que me epató declarándose agnóstico; y en los brazos de Ramón el día que vino a vernos.

martes, 22 de octubre de 2013

Faustino y el alcohol


Realmente, lo apropiado sería decir que Faustino, en esa época, comenzó a beber más de lo que solía; porque beber más de lo conveniente ya lo venía haciendo desde antes de irse a la mili. Diariamente ingería carajillos, coñacs, cervezas, vino… Y cuando se presentaba la ocasión, algún que otro cubalibre. En su medio era muy valorado el efecto vigorizador del vino y, siempre que no se pasara de la raya, se consideraba normal y hasta beneficioso que el alcohol formara parte de la dieta de un hombre. Dónde estaba la raya lo marcaba el aguante de cada cual. Lo que sí era reprobable era la embriaguez: al borracho se le despreciaba o se le compadecía, porque se le veía como un hombre entregado al vicio, nunca como un enfermo.

jueves, 17 de octubre de 2013

La soledad de Faustino



De lunes a viernes, Faustino permanecía en la costa, y los fines de semana volvía al pueblo. En la costa vivía en un piso de alquiler con tres paisanos que trabajaban también de albañiles. El piso era malo y alejado de su lugar de trabajo, pero era lo más adecuado a sus posibilidades que pudo encontrar. Como era insociable y suspicaz, Faustino no se avenía con nadie, y lejos de la influencia de Elvira, empezó a beber más de la cuenta.


domingo, 6 de octubre de 2013

Sacar adelante a las pequeñinas


En los años siguientes, Faustino y Elvira tuvieron tres hijas a cuál más bonica. Les pusieron Paz, Amor y Luz cumpliendo con la abuela paterna, que llevaba los tres nombres a la vez.
Faustino, como en el pueblo no ganaba lo suficiente para mantener a la familia, se fue a la Costa del Sol a trabajar en la construcción; y Elvira se quedó en el pueblo al cuidado de todo. Apañada como era, tenía tiempo para llevar la casa, criar a las hijas, cotillear con las vecinas y ayudarlas cuando habían menester.

jueves, 3 de octubre de 2013

Vida en común


Elvira y Faustino se establecieron en un pueblo cercano a la aldea de donde provenían y empezaron su vida de casados. Al principio fueron muy felices. Elvira reverenciaba a su marido (lo dicho por Faustino era ley), y éste le correspondía con cariño y respeto. Económicamente se defendían; y gracias a Elvira no les costó integrarse en el nuevo vecindario.

Valiéndome del título de la película, diría que aquéllos fueron días de vino y rosas para la pareja.

sábado, 28 de septiembre de 2013

La vida de Elvira hasta su casamiento:


Lo más probable es que, cuando mi amiga Elvira se muera, haya pasado por este mundo sin destacar; pero, por lo buena persona que es y por lo que ha tenido que bregar en la vida, se merecería la gloria.

Nació en la posguerra en una aldea de la provincia de Cádiz; sus padres eran campesinos y ella fue la mayor y la única hembra de cuatro hermanos. Como sus padres no daban abasto con los quehaceres de la casa y del campo (entonces se hacía todo a mano y no había agua corriente ni ninguna comodidad), Elvira, desde bien pequeña, tuvo que cuidar de sus hermanos. Este hecho le impidió asistir a la escuela ordinariamente.

Ya moza, sabiendo apenas leer y escribir y sin haber estado nunca libre de obligaciones, se ennovió con un muchacho que le daba un aire a un famoso torero y que se llamaba Faustino. Después de cuatro años de relaciones, Elvira y Faustino se casaron, y aunque él era picajoso y difícil, se llevaron bien porque ella era dócil y comprensiva.

viernes, 13 de septiembre de 2013

¡Vaya casa!


La casa, excepto las dependencias donde Paquita y su familia hacían vida (una cocina y un cuarto de estar contiguos a la cochera) era espectacular, desmedida… Tenía tres plantas, y las piezas eran tan grandes que en el salón, por ejemplo, hubieran cabido dos o tres pisos de tamaño estándar. Las paredes estaban llenas de vitrales y de retratos de antepasados nobles del marido de Paquita (eso al menos es lo que ella dijo), y de los techos colgaban impresionantes arañas de cristal. Los libros que había en las estanterías, con cubiertas de piel y letras doradas en los lomos, no parecían haberse abierto jamás; y tampoco el piano de cola. Sin estar abarrotada, la casa tenía muebles a tutiplén. El que más le gustó a Isabel fue un antiquísimo tarimón colocado en el vestíbulo. Los cortinones de damasco que colgaban en las ventanas eran el súmmum de la elegancia, y un leopardo de china que había entre dos tresillos también quedaba muy aparente. La casa tenía jardín y piscina, y el camino que llevaba a ésta hacía muchos meandros para que en él cupieran bancos de hierro forjado.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Cara a cara


Aunque la recordaba larga como una espingarda y la mujer que le abrió la puerta era rechoncha, Isabel supo en cuanto la vio que esa mujer era Paquita. La certeza se la dieron sus ojos, azules y fríos como el hielo. Las antiguas amigas se cayeron fatal, pero como ambas estaban curtidas, disimularon, se saludaron con la mejor sonrisa y pasaron adentro.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Preludio


Cuando este verano Isabel se enteró de que Paquita, su amiga de la infancia, vivía en el pueblo, sintió curiosidad y ganas de verla. La llamó por teléfono, y después de decirse los saludos de rigor y de recordar (simulando entusiasmo) alguna anécdota compartida, quedaron en verse. El lugar elegido para el encuentro fue la casa de Paquita, porque ésta se empeñó en que así fuera. Isabel se figuró que su amiga vivía en lo que en el pueblo llaman una casa “hermosisma”, y que quería enseñársela. 
Llena de curiosidad y con los perejiles puestos, acudió a la cita. Al llegar a la dirección indicada, se encontró una casa con muy buena pinta que ocupaba una manzana. La fachada era de color crema, y en las ventanas y balcones había profusión de geranios sospechosamente iguales.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Verbalizando las penas


De todas las cosas que he hecho este verano, la más enriquecedora ha sido escuchar a la gente del pueblo donde he pasado las vacaciones. Como yo no vivo allí, mis visitas juzgaban innecesario guardar las apariencias, así que se explayaban conmigo. Habituada al trato superficial y rápido que se suele tener con los vecinos en la ciudad, al principio me sorprendí de que me expusieran su intimidad de esa manera. También temí no estar a la altura porque no sabía qué decir para animarlos; pero, cuando al cabo de algunas confidencias me percaté de que mis visitas no me querían como conversadora sino como escuchadora, ya no me importó que mis comentarios fueran más o menos acertados. Entonces me relajé y dejé que me siguieran contando.

sábado, 27 de julio de 2013

La Chuchurrida


A Clotilde, en el pueblo donde veraneaba, la llamaban la Chuchurría. Tal apodo aludía a su cuerpo enjuto y a su cara arrugada y se lo sacó una antigua sirvienta que, pese a haber sido tratada siempre con consideración, estaba llena de resentimiento.
    

domingo, 14 de julio de 2013

Maledicencia


En mala hora le toqué la cara y le dije que estaba muy fresquito a Ramiro, el marido de Rosalía. Desde entonces, ésta apenas me habla. Fue nada: el verano pasado, un día de tremenda calorina, nos encontramos por la calle el susodicho y yo, y como hacía bastante tiempo que no nos veíamos nos saludamos con un beso. Al juntar mi cara con la suya noté que estaba frío como un polo, y entonces, de manera instintiva, llevé mis manos a sus mejillas e hice un comentario acerca de su frescor. Me explicó que se acababa de duchar con agua del pozo y que se iba al bar a echar una partida con los amigos. Después, nos despedimos y cada uno se fue por su lado.
Luego no sé lo que pasó: no sé si Ramiro, haciéndose el irresistible, le contó una milonga a Rosalía, o algún vecino maledicente le fue con un cuento. Lo cierto es que, a raíz de aquello, la desconfianza se ha interpuesto entre nosotras.

Para Ramiro, que es panadero, el encuentro también ha tenido consecuencias. No ha podido hacer un curso sobre el arte de hacer madalenas (se moría por hacerlo) porque la escuela de repostería la regento yo, y eso para Rosalía era un peligro.   

viernes, 5 de julio de 2013

Abuela Nieves


Mi abuela Nieves me quería con locura, y yo a ella también. Me pusieron su nombre y fue mi madrina porque yo era la nieta mayor, y ésa era la costumbre entonces. Vivía en una casa muy grande con patio y desván. En el primero tenía una parra y un pozo; en el segundo, varias maletas llenas de trajes antiguos y un sinfín de cachivaches. Siempre que iba a verla, me daba una manzana y me dejaba registrar el desván. Allí descubrí dos quitasoles con dibujos chinescos que me encantaban y un mundillo con los bolillos y un encaje a medio hacer. Me contaba historias fabulosas que sus padres le habían contado, y como era oriunda de Alicante, me enseñó a hablar valenciano.

Creo que mi abuela era una gran mujer. Siempre me dijo que las personas valen por lo que son, y no por lo que tienen o por lo que aparentan tener. 

martes, 2 de julio de 2013

Mi vestimenta favorita


En verano, mi indumentaria preferida es una falda negra combinada con una camisa de color. La falda tiene más de veinte años. La compré durante un viaje que hice a Soria, y debe de estar hecha con material indestructible porque con los tutes que le doy… Las camisas son más nuevas. Las adquirí en una tienda muy estilosa que hay en la Gran Vía de Barcelona, y como fue durante el período de rebajas, resultaron baratísimas. Las tengo en diferentes colores: rosa, azul, amarillo, malva… Ponerme una u otra depende de mi estado de ánimo y del lugar adónde voy.

lunes, 1 de julio de 2013

Copa Confederaciones


Anoche, me hubiera gustado ver la final de la Copa Confederaciones entre España y Brasil, pero no pude hacerlo porque a la hora en que se celebró (las doce de la noche hora de aquí) yo estaba roque. Cuando me he despertado, a eso de las cuatro de la madrugada, le he dado un empujón a mi marido para que se espabilara y le he preguntado sobre el resultado. Sabía que sería una faena porque se le cortaría el sueño y no podría volver a dormirse, pero como era un partido tan apasionante, no podía resistir la curiosidad.

Nosotros somos aficionados al fútbol pero con medida: disfrutamos con los partidos decisivos; no nos emberrinchamos ni pataleamos cuando nuestro equipo pierde; no llamamos “hijo de puta” al jugador contrario cuando nos mete un gol; y no alcanzamos el éxtasis cuando ganamos aunque nos alegremos mucho.

domingo, 30 de junio de 2013

La Verbena de San Juan


Desde hace tiempo tengo una fantasía recurrente. En ella me siento transportada a un entoldado donde se está celebrando la verbena de San Juan. Es por los años de 1960; yo soy joven y estoy eufórica. El confeti y las serpentinas caen sobre mí mientras giro y giro sin parar. Mi partenaire no tiene cara, pero sé que es una de las razones de mi perfecto estado de bienestar. Me he vuelto invulnerable, y siento que nada ni nadie me puede herir.

En cierto modo mi ensueño se parece a aquella escena de la adaptación cinematográfica de “Últimas tardes con Teresa” en la que los protagonistas están bailando en una fiesta en el Carmelo; la diferencia es que en sus oídos suena el bolero “Niña” y en los míos el bolero “Cabaretera”.

sábado, 8 de junio de 2013

El cantor


Cuando la superferolítica Carmina se acostó, aunque hacía mucho calor, se subió la sábana hasta la barbilla para evitar que le picaran los mosquitos. Sin poder dormir y oyendo continuamente el zumbido de tan molestos insectos, estaba al borde de la histeria cuando oyó rasguear unas guitarras debajo de su balcón. En un primer momento no supo a qué se debía este hecho, pero cuando después de los primeros acordes Francisco José empezó a cantar “Cielito lindo”, se percató de que le estaban dando una serenata. Los efectos de los gorgoritos del cantor en su espíritu fueron mágicos, porque el desengaño y la mala leche acumulada por no haber sabido de él en toda la semana desaparecieron enseguida, y su corazón fue ocupado por una emoción muy intensa que la hizo suspirar.
Lo que procedía a continuación era salir al balcón y Carmina así lo hizo; pero necesitó Dios y ayuda, porque era de natural tímido y vergonzoso. Su madre, su abuela y su tía, que para entonces estaban con ella en la habitación, le ayudaron infundiéndole ánimo. Cuando la serenata finalizó, la familia invitó a los jóvenes a un refrigerio.
   

domingo, 26 de mayo de 2013

Salir de ronda


El sábado por la noche, Francisco José, su hermano Carolo y su primo Dionisio salieron de ronda. A la primera muchacha que festejaron fue a una veraneante francesa (descendiente de españoles) con la que Carolo pretendía ligar; la segunda fue la protagonista de los sueños erótico-sentimentales de Dionisio; y la tercera, Carmina.

En los tres lugares interpretaron el mismo repertorio, pero según quien fuera la destinataria de los cantos, se significaba uno, otro u otre. 

lunes, 20 de mayo de 2013

Carmina




La noticia de que Francisco José había muerto anonadó a Carmina; durante las horas que transcurrieron hasta el entierro estuvo zombi, y cuando el duelo acabó, se sumió en un marasmo que le duró semanas.
El porqué de esta aflicción tan tremenda era el amor que, pese a haberse casado con otro, Carmina le profesaba al susodicho. La historia empezó en los años sesenta cuando la muchacha, recién salida de un internado monjil, acudió a un guateque y Francisco José la sacó a bailar. Ella aceptó porque le gustó lo que veía (un joven gallardo y altanero como el de la copla) y porque en ese momento sonaba “Perfidia”, su bolero favorito. Se sintió transportada al paraíso cuando él la agarró por la cintura; y cuando le dio un mordisquito en la oreja mientras le susurraba la letra de la canción, el asunto llegó al clímax. Acabada la música lenta fueron a sentarse a una cama turca llena de cojines de colores, y allí, entre trago y trago de cuerva, el joven le contó su servicio militar. Fueron cuatro horas de intensa narración en las que ambos disfrutaron de lo lindo: el uno porque tenía como afición favorita hablar de sí mismo; y la otra porque a estas alturas ya se había prendado del galán. Cuando la fiesta acabó y se despidieron, él le dijo que tenía mucho estilo y que le gustaría volver a verla, pero como era muy tarde y había gente delante, no quedaron en nada.
Los días siguientes fueron de desconcierto y dolor para Carmina porque su enamorado no aparecía; y así anduvo hasta la quinta noche, en que Francisco José se manifestó dándole una serenata. 

sábado, 27 de abril de 2013

Intentando escribir



Me llamo Marina, tengo ochenta años y padezco depresión. Una psicóloga nueva me ha recomendado que cada día escriba un rato contando cosas que me hayan pasado a lo largo de la vida, y yo, que ya he probado un sinfín de remedios y no mejoro, he decidido seguir su consejo.
Provista de libreta, lápiz y goma de borrar, arrimo mi sillón favorito a la mesa del comedor y me siento, pero cuando voy a escribir me doy cuenta de que la cosa no es tan sencilla como parece. No sé por dónde empezar: ¿me remonto hasta mi infancia en un pueblecito de La Mancha o comienzo por mi mocedad y mi estancia durante un año en el campo, en la casa de mi abuela? Allí aprendí a leer y a escribir, y allí me pretendió el que luego fue mi marido. Tampoco sé si narrar los hechos cronológicamente o salteados según me vengan.
Ahora estoy esperando al técnico del gas que viene a revisar la instalación. Como me duele la espalda, pienso en lo bien que me vendría un cojín anatómico de ésos que anuncian en la teletienda y que dicen que son mágicos; pero con mis posibles, como no me toque la lotería…
Mi pensión, como la de casi todas las viudas, es insuficiente. Con ella me mantengo yo y ayudo a un hijo de cincuenta y siete años que está parado y tiene que pagar una hipoteca. Habitualmente como puchero. Lo hago los domingos, lo meto en la nevera y durante la semana lo voy consumiendo. Cuando le añado cardillos me queda riquísimo, pero no siempre encuentro esta hortaliza en el mercado. Del jamón serrano no recuerdo su sabor; y en cuanto a la fruta, ese alimento tan saludable y que tanto nos recomiendan tomar a los viejos (¡qué sarcasmo!), apenas me puedo permitir una pieza al día.
Ver cómo está cambiando el mundo y a la velocidad que lo hace me maravilla y me inquieta. Cuando yo era pequeña, por ejemplo, podía hablar con mi abuela de todo y nos entendíamos perfectamente. Esto era así porque las cosas y las costumbres de su niñez y de la mía eran prácticamente iguales. Pero ahora, con tanto adelanto, oigo hablar a mis nietos de según qué cosas y me quedo en blanco. Lo que hago con ellos, para no llegar nunca a sentirnos ajenos, es intercambiar palabras. El otro día yo les di arrecirse, brasero de picón y cabrillas; y ellos me correspondieron con chat, web y disc-jockey.
Ahora quiero hablar de los dos hombres con los que he convivido. Con el primero me casé y tuve a mis seis hijos. Con el segundo no lo hice porque el casamiento conllevaba perder mi pensión de viudedad, y con ella mi independencia y la posibilidad de vivir con cierta holgura. Juntarme con este segundo hombre fue una decisión dificilísima de tomar porque en mi familia no se veía bien el concubinato, y yo consideraba que tenía que ser un modelo para mis nietas, que estaban en edad de merecer.
¡Riinnngggg! Lo siento; tengo que dejar de escribir porque ha llegado el técnico y tengo que decirle dónde está la caldera.

domingo, 17 de marzo de 2013

La respuesta



Un día de primavera de 191., el Señorito, con más prosopopeya que de costumbre, le pidió relaciones a Analía. Ésta, que estaba enamorada de él hasta los tuétanos, decidió aceptar la proposición, pero no se lo dijo porque, en aquellos tiempos y en aquel ambiente, estaba mal visto que una señorita se mostrara franca y natural delante de un hombre. Lo que procedía en estos casos, y así lo hizo Analía, era ruborizarse un poco, sorprenderse, no demostrar entusiasmo y posponer la respuesta hasta después de haberlo pensado detenidamente. Acabada la actuación de la joven, la posible parejita se despidió, no sin antes fijar el Corpus como el día en el que, durante la procesión, el pretendiente volvería a preguntarle a Analía que si quería ser su novia.
Ya en su casa, la muchacha, loca de alegría, contó a su madre y a sus hermanas lo sucedido; y éstas, deslumbradas con la posibilidad de emparentar con gente de tantísimo postín, fueron incapaces de poner objeciones al proyecto. En cambio, la abuela, como gozaba de gran sentido común y había visto nacer a los Señoritos, intentó persuadir a su nieta de que su respuesta fuera negativa. Pero Analía, instalada en una nube, no la escuchaba.
Se pasaba los días pensando en la boda e imaginando ardientes escenas de amor con su pretendiente. De vez en cuando, irrumpían en ellas sus dominantes cuñadas, y entonces, desaparecía la calentura y aparecía el helor. Consideraba a éstas las causantes de la debilidad del hermano, y las veía como dos cardos borriqueros creciendo al lado de un delicadísimo rosal (el amado), e impidiendo su desarrollo. Deseó que se casaran pronto para que desaparecieran de sus vidas. Quizá en el balneario al que iban cada año a tomar las aguas encontraran a un par de viudos que las llevaran al altar…
Y por fin llegó el Gran Día. Analía, ansiosa perdida, apenas durmió y comió en las horas previas, y cuando tocaron a misa, allí que se fue acompañada de sus hermanas y sus amigas. Al entrar en la iglesia, miró hacia donde se sentaban siempre los Señoritos y vio el banco vacío. Entonces, tuvo un horrible presentimiento y creyó que se le pararía el corazón. Durante un mes, desconcertada y llena de vergüenza, no quiso salir de su casa. Entre lloro y lloro pensó que su excesiva desenvoltura había espantado al galán. Luego se convenció de que habían sido las arpías de las hermanas, con su machaqueo constante en contra, las que lo habían hecho desistir de su propósito. En este punto, como creía en el poder mágico del cruce de miradas entre enamorados, buscó desesperadamente atravesar la suya con la de él, pero no lo logró porque a partir de entonces el “caballero” se mostró huidizo y cobardón.
Dos años después llegó al pueblo un nuevo secretario del Ayuntamiento que era una perita en dulce para cualquier muchacha casadera. Se prendó de Analía y la pretendió, pero ésta lo rechazó porque le guardaba el sitio al Señorito.
El tiempo fue pasando y los protagonistas de esta historia envejeciendo. El Señorito continuó siendo hasta su muerte un jarrón de porcelana al que sus hermanas guardaron para que no se quebrara, y Analía puso una pensión para poder subsistir. El amor que sintió por el Señorito se fue mezclando con odio y desprecio a medida que se fue dando cuenta de que había desperdiciado su vida por él. Ya no lo veía como tímido, culto y elegante, sino como pusilánime, redicho y cursi. A veces soñaba con camioneros que le hacían sentir un no sé qué por las entrañas, pero no se lo decía a nadie.
Y lo más sorprendente de todo es que, en lo más hondo de su corazón, siempre esperó que el Señorito viniera a pedirle la respuesta.

sábado, 23 de febrero de 2013

Depresión



Hubo un tiempo en que a Gloria, sentir el sol en la cara un día de mucho frío le producía un inmenso placer. Lo mismo le sucedía cuando notaba pasar el agua por su garganta si estaba sedienta; al escuchar Tosca; al releer algunos libros de Somerset Maugham… Siempre tenía ánimos para afrontar los problemas de la vida diaria, y parecía tener en su interior una fuerza mágica que le impedía flaquear por muy mal dadas que le vinieran las cosas.
En la actualidad, en plena menopausia, Gloria ha sufrido dos golpes en un corto espacio de tiempo que la han dejado al borde del desmoronamiento: uno ha sido la muerte de sus padres, y el otro la emancipación de sus hijos. Invadida por la tristeza, no tiene ánimos para nada, ni siquiera para escribir, cuando antes esta afición era la pasión de su vida. Ante cada nuevo día, siente desazón y vértigo mañanero, y de vez en cuando tiene molestias en el aparato digestivo, en el corazón o en la columna vertebral. Recuerda las muchas veces en que un allegado le habló de la insoportable monotonía de su vida, y piensa que quizá el susodicho padecía el mismo mal que ahora le aqueja a ella. Advierte que su matrimonio se resquebraja, y no sabe con certeza si ha sido una de las causas o la consecuencia de su estado. Intenta encontrar fuerzas para salir del hoyo donde está metida; para volver a disfrutar la vida; tener ilusiones y esperanzas y recomponer su entorno. A ver si  lo logra.

sábado, 9 de febrero de 2013

El anhelo de Adelina: Primera parte



Uno de los mejores momentos de la vida de Adelina fue cuando Fuensanta, una chica mayor que ella y muy popular, la abordó en la calle para invitarla a un guateque que se iba a celebrar el sábado por la tarde en su club. Emocionada hasta más no poder, Adelina fue a visitar a su abuela y le contó lo sucedido. También le dijo que siempre había admirado a Fuensanta y que se moría de ganas de entrar en su pandilla. A la abuela, el deslumbramiento que observó en su nieta le preocupó sobremanera. Con su dulzura habitual, advirtió a ésta de que, si no se andaba con tiento, podía perder a sus amigos de toda la vida; ésos con los que se compenetraba tanto y con los que lo pasaba tan bien.  Le aconsejó que hablara con Fuensanta, y que le preguntara si su pandilla también estaba invitada a la fiesta; y si no era así, que diera las gracias, pusiera una excusa y no asistiera.
Aquellas palabras abatieron a Adelina, y de resultas, se le cayeron los mofletes y se le puso la cara larga. 

sábado, 26 de enero de 2013

Trío con criada



Los Señoritos vivían en un casón a las afueras del pueblo. Su contacto con el mundo se reducía a ir a misa los domingos, recibir alguna que otra visita e ir todos los años a tomar las aguas a un balneario de la costa levantina. Siempre que aparecían en público lo hacían en forma de trío con criada; y era esta mujer, la criada, la que cada día, al volver de comprar, los enteraba de todas las novedades ocurridas en el pueblo.
Aunque pocos los habían visto, en toda la comarca se hablaba de tres artefactos que tenían en la casa: un piano; una fuente con un gramófono reproductor de trinos pajariles; y una casa de muñecas. Los dos últimos estaban conectados a la aldaba de la puerta, de manera que, cuando alguna visita llamaba, se ponían en funcionamiento.
El espectáculo que se ofrecía a los recién llegados los dejaba, dependiendo del temperamento que tuvieran, extasiados o escalofriados. Y es que, en medio de aquel ambiente, ver surtir el agua de la fuente acompañada del gorjeo de los pájaros, y contemplar a los muñecos cobrar vida era alucinante y aterrador. Mientras duraba la visita, Isadora, la hermana mayor, tocaba una y otra vez en el piano “Para Elisa”, de Beethoven.

sábado, 19 de enero de 2013

Los Señoritos - 1962



Si el domingo, cuando dan el segundo toque a misa, estás en la plaza, verás pasar a tres personas de lo más extravagante, seguidas a corta distancia por otra con aspecto normal y actitud sumisa.
Si intrigado le preguntas a algún paisano sobre este grupo tan extraño, te dirá que las dos mujeres y el hombre que van delante son los últimos descendientes de una familia noble a los que llaman “los Señoritos”, y que la mujer rechoncha que va detrás es la criada. Y si a poco entras en la iglesia, verás al ilustre trío sentado en el primer banco y a la fámula arrodillada tras ellos dándoles conversación. Y así estarán hasta que empiece la misa.

sábado, 12 de enero de 2013

El alfarero y el Alzheimer



El alfarero de mi pueblo era un hombre feliz. Quería muchísimo a su mujer y a sus hijos, tenía buenos amigos, y el negocio le iba viento en popa. Su patio siempre estaba lleno de vasijas secándose al sol, y sus botijos y alcancías eran apreciados en toda la comarca. Todo parecía irle bien en la vida hasta que a su mujer empezó a fallarle la memoria. Al principio eran despistes sin importancia; errores perfectamente achacables al estrés producido por la próxima boda del hijo mayor. Pero cuando después de la boda los olvidos se fueron haciendo cada vez más frecuentes y de más entidad, el matrimonio decidió ir a ver al médico. Éste los envió al hospital, y allí, después de realizarle numerosas pruebas, le dijeron al alfarero que su mujer tenía la enfermedad de Alzheimer. La noticia le conmocionó, pero procuró que no se le notara. Volvió a su casa con ella, buscó en sus adentros la fuerza y se dispuso a afrontar la situación. Con ayuda de sus hijos y de asistentes que le mandaba el Ayuntamiento, la estuvo cuidando durante años. Asistió conmovido e impotente a su deterioro mental y físico, y cuando acabó en una silla de ruedas vegetando, siguió cuidándola. Todos los días, para entretenerse, se iba un rato al bar a echar una partida de dominó o a tomar el aire con los amigos; y cuando ya no podía más y estaba al borde del desmoronamiento, hacía una escapada a la capital para visitar a su amigo Antonio, que era la mar de divertido, y recobraba fuerzas. Más tarde, con el casamiento de los hijos y los recortes presupuestarios y de personal del Ayuntamiento, el alfarero comprendió que no podía seguir cuidando a su mujer, así que, con un inmenso dolor, la llevó a una residencia.
Poco tiempo después, a él también le empezó a fallar la memoria. A veces se olvidaba, por ejemplo, de echarle al cocido los garbanzos y el tocino, y otras veces no recordaba para qué servía un lebrillo. Un día, estando en la calle, se desorientó, y no sabía volver a su casa. Evidentemente, el primer vecino que se percató de su situación lo llevó al sitio dónde vivía, pero él pasó una angustia terrible y quedó muy afectado. Particularmente dramático fue lo sucedido en el velatorio de su amigo Ginés: se le fue la cabeza y se puso a cantar el pasodoble “Francisco Alegre”.
Cuando los hijos se dieron cuenta de que no podía vivir solo, lo metieron en la misma residencia en la que estaba su mujer. Dicen que de vez en cuando tiene algún momento de lucidez, y yo me pregunto: si en esos momentos no tiene a su alrededor caras y cosas conocidas que le sirvan de referencia, ¿cómo puede saber el alfarero que está en el mundo real y no en su mundo de tinieblas? También me pregunto si sacar a estos enfermos de su medio en los primeros estadios de la enfermedad no acelera su deterioro. Y por último: si alguna vez se cruza con su mujer por un pasillo, ¿le concederá Dios un instante de lucidez para reconocerla y recordar lo vivido con ella?