sábado, 23 de febrero de 2013

Depresión



Hubo un tiempo en que a Gloria, sentir el sol en la cara un día de mucho frío le producía un inmenso placer. Lo mismo le sucedía cuando notaba pasar el agua por su garganta si estaba sedienta; al escuchar Tosca; al releer algunos libros de Somerset Maugham… Siempre tenía ánimos para afrontar los problemas de la vida diaria, y parecía tener en su interior una fuerza mágica que le impedía flaquear por muy mal dadas que le vinieran las cosas.
En la actualidad, en plena menopausia, Gloria ha sufrido dos golpes en un corto espacio de tiempo que la han dejado al borde del desmoronamiento: uno ha sido la muerte de sus padres, y el otro la emancipación de sus hijos. Invadida por la tristeza, no tiene ánimos para nada, ni siquiera para escribir, cuando antes esta afición era la pasión de su vida. Ante cada nuevo día, siente desazón y vértigo mañanero, y de vez en cuando tiene molestias en el aparato digestivo, en el corazón o en la columna vertebral. Recuerda las muchas veces en que un allegado le habló de la insoportable monotonía de su vida, y piensa que quizá el susodicho padecía el mismo mal que ahora le aqueja a ella. Advierte que su matrimonio se resquebraja, y no sabe con certeza si ha sido una de las causas o la consecuencia de su estado. Intenta encontrar fuerzas para salir del hoyo donde está metida; para volver a disfrutar la vida; tener ilusiones y esperanzas y recomponer su entorno. A ver si  lo logra.

sábado, 9 de febrero de 2013

El anhelo de Adelina: Primera parte



Uno de los mejores momentos de la vida de Adelina fue cuando Fuensanta, una chica mayor que ella y muy popular, la abordó en la calle para invitarla a un guateque que se iba a celebrar el sábado por la tarde en su club. Emocionada hasta más no poder, Adelina fue a visitar a su abuela y le contó lo sucedido. También le dijo que siempre había admirado a Fuensanta y que se moría de ganas de entrar en su pandilla. A la abuela, el deslumbramiento que observó en su nieta le preocupó sobremanera. Con su dulzura habitual, advirtió a ésta de que, si no se andaba con tiento, podía perder a sus amigos de toda la vida; ésos con los que se compenetraba tanto y con los que lo pasaba tan bien.  Le aconsejó que hablara con Fuensanta, y que le preguntara si su pandilla también estaba invitada a la fiesta; y si no era así, que diera las gracias, pusiera una excusa y no asistiera.
Aquellas palabras abatieron a Adelina, y de resultas, se le cayeron los mofletes y se le puso la cara larga.