domingo, 25 de diciembre de 2016

A la ventura


¡Oye, marido! ¿Por qué no desertamos de nuestras obligaciones y nos perdemos por ahí? Mira que yo estoy muy harta de esta vida tan igual. Solo tendríamos que hacer la maleta...
¿Te acuerdas de aquel viaje que hicimos por el sur de Francia? Estábamos recién casados, y, como ahora, era Navidad. Visitamos Narbonne, Carcassonne y Toulouse. En la primera ciudad nos hospedamos en un hotel muy acogedor y pintoresco. Nos llamó la atención la cantidad de cojines que había en el suelo de la habitación y las tulipas que giraban y fosforescían en la oscuridad. A la mañana siguiente nos enteramos de que la mujer que lo regentaba había sido madama.
En Toulouse, paseando por la orilla del Garonne, conocimos a un exiliado español. Nos invitó a su casa y compartió con nosotros su comida y sus recuerdos. Había perdido dos dedos del pie por congelación en un campo de concentración en Francia; y la mayor parte de la conversación giró en torno a la Guerra Civil española. ¡Qué vida más terrible la de aquel hombre! ¡Cómo nos impresionó su odisea!

jueves, 8 de diciembre de 2016

Tres historias olvidadas


Rebuscando en el cajón que guarda mis primeros escritos, he encontrado tres que no tienen desperdicio.
El primero es una carta de amor. La autora es una pánfila medievalista; y el destinatario, un mecánico que le ha arreglado el coche y le tiene sorbido el seso. El segundo es el soliloquio de un valentón; y el último, una diatriba contra los esnobs.
Mis textos recuperados me están diciendo mucho sobre mi manera de escribir entonces. Observo, con rubor, que me valía de la historia para mostrar el lenguaje (y no al revés, como procede); que intentaba epatar; y que era muy expansiva.
Ahora, cada día conozco mayor cantidad de palabras y utilizo menos. Me encamino hacia la parquedad más absoluta; no lo puedo remediar. 

Los ojos de Joselito


En el fondo de mi memoria permanecen inalterables un rosal, un muñeco que empujaba un carrito de helado y los ojos refulgentes de Joselito.
El rosal estaba en el patio de mi casa, y la aparición de sus primeras flores era un acontecimiento para nosotros. El heladero mecánico vendía sus mantecados alrededor del rosal; y los ojos de Joselito se me aparecían por la noche aterrorizándome y fascinándome a la vez.
Supongo que esta visión reiterada fue la consecuencia de haber visto “El pequeño ruiseñor” sin estar preparada para ello. Cuando la echaron el el cine del pueblo, recuerdo que gran parte de los espectadores se hartaron de llorar; y que yo me quedé fuertemente impresionada por el brillo que emitía la mirada del protagonista.

domingo, 4 de diciembre de 2016

El caprichito


Darse un caprichito de vez en cuando levanta el ánimo una barbaridad. Pero a mí, en este tema, parece que me persiga la fatalidad.
Cuando consigo ahorrar algún dinero para emplearlo en tal fin (darme un capricho), siempre surge algún imprevisto que se come mis ahorros y me  desbarata los planes.
Unas veces es la lavadora que empieza a hacer ruidos extraños y se avería en ese momento; otras, es el seguro olvidado del coche; otras, alguna contribución...
Yo, el malogro de mi ilusión, procuro tomármelo con filosofía; pero es que es una vez, y otra, y otra...
Al final se me a acabar minando la moral, porque esto ya pasa de castaño oscuro.

Una necesidad compulsiva


Mis adicciones son muy comunes; y, en general, las controlo todas. Tomo chocolate con templanza; fumo un cigarrillo al día; hago gimnasia moderadamente...
Pero hay una dependencia a la que no me puedo sustraer; una necesidad que me puede y me subyuga; un poder que me domina por completo.
Mi droga se llama Voz, y de apellido Prodigiosa. Omitiré el nombre de su poseedor, pero no me abstendré de decir que es uno de los mejores cantantes que han existido.
Y es que puedo permanecer tranquila durante meses si no la oigo; pero, como mi cuerpo entre en contacto con ese sonido, no me puedo controlar. Esté donde esté, tengo que aligerar mi vuelta a casa para poder poner un vinilo y dejar que las notas fluyan por mis venas. Si no lo hago, no consigo desterrar la ansiedad que me consume; la zozobra que me está matando por dentro.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Opiniones de una mujer madura


La ilusión, cuando eres mayor, cuesta mucho encontrarla. En cambio, los achaques siempre están llamando a tu puerta.
Los recuerdos se desvanecen y las ganas de jaleo menguan a toda velocidad; pero de soledad y de rutina andamos sobrados.
Sentimos vértigo porque no sabemos como llenar nuestros días y nuestras noches; y el asunto de las pensiones nos acongoja y nos pone de los nervios.
Ante este panorama, es fácil deprimirse; pero hay un remedio que sirve para paliar tanto sinsabor. Este medicamento se llama escribir; y es la cosa más maravillosa y el ejercicio mental más completo que existe.

Escritores e Internet


Internet es un escaparate universal, pero su muestrario es tan enorme y sus cambios tan rápidos, que en ella es prácticamente imposible sobresalir.
De eso sabemos mucho los miles de escritores desconocidos que utilizamos La Red para exponer nuestras obras.
Aspiramos a que una editorial nos descubra y consolide nuestras carreras, pero eso no suele suceder. Lo normal es que acabemos leyéndonos unos a otros y enviándonos panegíricos. ¡Qué le vamos a hacer!

¿Una quimera?


Cada día empiezo un escrito, pero nunca lo acabo: me falta motivación. Siento que mi actividad como escritora está empantanada; que no consigo despegar. Tengo la sensación de estar en un subterráneo y de que nunca voy a llegar a ver la luz.
Necesito hacer más visible mi obra y no sé cómo lograrlo. La Red es un escaparate universal; pero en ella se cuelgan tantos textos que, independientemente de la calidad que tengas, es dificilísimo descollar.
Además de aquí, me gustaría exponer mis escritos en papel. A veces envío un artículo a la sección “Cartas al Director” de algún periódico, y siempre obtengo buenos resultados, pero sin más consecuencias. Colaborar con ellos o con alguna revista sería mi sueño, y creo que satisfaría mis aspiraciones.
En fin, amigos: cuando me desaparezcan las ansias y recobre la resignación, volveré.

sábado, 22 de octubre de 2016

Peligros callejeros


¿Son imaginaciones mías o la gente va realmente atropellándote por la calle?
¿Son las personas educadas una especie en extinción?
¿Por qué hay quien piensa que los buenos modales son propios de siervos y no de príncipes?
¿Me estaré convirtiendo en una vieja intransigente y cascarrabias?
No lo sé. Pero lo cierto es que cada día, so pena de que me arrollen, debo ceder el paso a ejecutivos agresivos; hombres y mujeres en la flor de la vida; muchachos que podrían ser mis nietos...
Cuando me cruzo con un grupo, en el semblante de alguno de sus componentes veo dibujada la vergüenza que siente por no dejarme pasar. Pero, ¿qué pasaría si lo hiciera? ¿Se significaría? ¿Parecería débil? ¿Quedaría descolgado del resto de la manada?
¿Y qué decir de los perros que te olisquean y te lamen ante la pasividad más absoluta de sus dueños?
¿Y de los monopatines que te ponen histérica rulando detrás de ti, y que te dejan sin tobillos como te descuides?
Insisto: hay gente con maneras principescas, pero los maleducados pululan por doquier.
                          

sábado, 8 de octubre de 2016

La perfecta casada y su pequeño desliz


Cuando Julia se casó, selló su corazón a otros quereres y lo mantuvo hermético durante años. Pero hete aquí que un día, cruzó la mirada con un otoñal de muy buen ver y quedó prendada.
El hecho ocurrió en una clase de cinema; y en los días sucesivos, mientras el profesor hablaba de planos medios y primeros planos, nuestra protagonista y el galán se entregaron con ahínco al coqueteo.
Julia se sentía cual una veinteañera rediviva; y por primera vez en años, volvió a experimentar el ardor.
Pero como era una mujer de fuertes convicciones y muy disciplinada, enseguida recuperó la sensatez y el asunto no pasó de un simple tonteo.
Muy en su papel de perfecta casada, nuestra amiga acudió a confesarse; y luego, se dio de baja en las clases de cinema.

Cielito Lindo


Mi primo Juan era alto y fuerte; y siempre llevaba las mangas de la camisa remangadas.
Mi primo Juan era bueno y generoso; y todo el mundo lo quería.
Mi primo Juan tenía un vozarrón; y era aficionado a las rancheras.
Cuando murió mi primo Juan, sus cenizas fueron depositadas debajo de un olivo. Y desde entonces, cada cinco de agosto por la noche, sus amigos nos reunimos allí y le cantamos “Cielito Lindo”.

sábado, 10 de septiembre de 2016

¡Hasta pronto!


Esta madrugada abrí el ordenador y me encontré con tres nuevos escritos. Luego me puse a hacer gimnasia, y mientras mis miembros iban de un lado al otro, en mi cabeza se fue escribiendo este post.
El primer relato era de Juan. Debía de ser muy reciente porque estaba calentito y crujiente como el pan acabado de hacer. Su lectura me hizo proferir una exclamación poco académica, pero que reflejaba muy bien el asombro que me producía la capacidad de este hombre para desmenuzar los sentimientos.
El segundo era de Esteban. Se trataba de un tropo; y como tal, admitía varias lecturas. A mí me trajo a la cabeza una famosa parábola; pero siendo el autor un hombre tan sabio, vaya usted a saber lo que había querido decir. Al joven de su relato le gustaría ser barro; a Juan, brisa; y a mí, más inteligente para desentrañar los misterios que tienen que ver con lo que somos.
Y el tercero era de Yaneth. Me pareció muy oportuno dada la vulnerabilidad en que nos encontramos los mayores. ¡Gracias Yaneth!
Y ahora os quiero decir que voy a estar unos días fuera del Post. La razón es que sigo con mis estudios de Arte y me tengo que preparar para la rentrée. En los próximos días, por ejemplo, he de teñirme el pelo, depilarme las cejas, preparar el bolsito...

El Sombrajo de la Eduvigis


Este verano, cuando el sol daba de plano sobre el pueblo, mis amigas y yo nos juntábamos en El Sombrajo de la Eduvigis para tertuliar. Allí hacía fresco; y un día surgía un tema; y al siguiente otro...
Habitualmente tomábamos granizado, pero en una ocasión lo sustituimos por vodka con naranjada, y nos desinhibimos absolutamente.
Nos pusimos a hablar de requerimientos eróticos; y de un modo concreto, de los que habíamos recibido provenientes de otras féminas. Hicimos mención de los mensajes leídos en algunas miradas; de las proposiciones más o menos explícitas; de los planteamientos directos...
Convinimos en que habían sido experiencias halagadoras, aunque un tanto incómodas; y quedó claro que no podíamos habernos mostrado receptivas, porque nuestras ansias y anhelos iban en otra dirección.
Luego pasamos a hablar de hombres, y la sorpresa nos la dio Jacinta. Cuando iba por el tercer cóctel, nos confesó que a ella, quien de verdad la erotizaba, era Joan Crawford en “Johnny Guitar”.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Una anécdota veraniega


Desde tiempo inmemorial siempre me he presentado ante el mundo con los afeites puestos. La raya de Kohl en los ojos y el toque de carmín en los labios forman parte de mi fisonomía: no me encuentro sin ellos; no soy yo. Pero el problema es que los demás tampoco me encuentran, y así pasó lo que pasó.

                                        ¿Y qué pasó?

Pues que un infausto día de este mes de agosto, una vecina me vio con la cara lavada ¡y no me reconoció!
Fue cuando ella llamó a mi puerta, y yo le abrí creyendo que era mi marido que había olvidado las llaves.
Nos encontramos de cara, y su reacción fue de perplejidad al ver a una desconocida. La mía fue de estupor e inseguridad; pero como preguntó por una servidora, me aplomé y le contesté que en ese momento no se encontraba en casa. Y añadí más: le pedí su nombre, y le aseguré que en cuanto mi menda volviera, le devolvería la visita.

Cómo convertir un diccionario en una escarola


El diccionario es uno de mis libros favoritos. Excepto en el momento de escribir (entonces no lo utilizo para no resultar demasiado académica), el resto del tiempo no lo dejo descansar.
Lo consulto cuando veo u oigo una palabra nueva (así supe que cogitabundo significa muy pensativo); para comprobar que dos palabras son sinónimas (cocotología y papiroflexia); para cerciorarme de que determinado vocablo se escribe con hache y sin hache (harmonía y armonía); para escribir correctamente algún extranjerismo (windsurfing)...
Un día que debía tener calentura, le quité las tapas duras a mi diccionario y... ¡menudo golpe di! Fue como despojarlo de su exoesqueleto. Sus hojas empezaron a rizarse y ha quedado transformado en una escarola. No lo puedo utilizar.
Ahora necesito un diccionario en condiciones. Un diccionario con hojas lisas que se puedan separar. Sueño con él noche y día: me lo voy a comprar.

domingo, 31 de julio de 2016

El alféizar de la ventana


La ventana del cuarto de estar daba a la calle Mayor; y era tan grande que ocupaba casi toda la pared. En su alféizar, entre el cortinón y la reja, nos apostábamos mis amigas y yo para ver pasar a los campesinos jóvenes que volvían de abrevar a los animales.
Un poco antes de la hora acostumbrada, poníamos el tocadiscos a todo volumen con las canciones que habían ganado el Festival de Benidorm (“Un Telegrama”, “Comunicando”...); y a continuación, nos sentábamos en el alféizar adoptando posturas de vampiresa. Para completar el cuadro y resultar más sofisticadas aún, nos poníamos a hablar en francés cuando pasaban por delante de nosotras.
La finalidad de aquella puesta en escena era provocar a aquellos muchachos que nos epataban con su físico espectacular ( entonces el campo no estaba mecanizado); un físico que nada tenía que ver con el que lucían nuestros compañeros de facultad.
Luego, más tarde, los mozos lugareños (así los denominábamos) se desquitaban. En el cine o en el paseo nos decían procacidades y nosotras fingíamos escandalizarnos; pero en el fondo, estábamos encantadas.
Y al día siguiente, cuando volvían del abrevadero, vuelta a empezar.

El héroe sajador


Como siempre me había dado el sol, nunca fui consciente de la suerte que tenía. Luego, cuando vino el nubarrón que todo lo ensombreció, aprendí a valorar lo que ya había perdido.
En mi nuevo estado, la seguridad de la que gozaba se transformó en incerteza; y la tranquilidad dio paso a la ansiedad y a la pesadumbre. Todo en mi vida se empantanó, y todo quedó pospuesto. Un manto negro cubrió mi ánimo y la atmósfera se me hizo irrespirable; pero aun así subí a Montserrat a encomendarme a la Virgen.
Poco después, vino mi héroe sajador y cortó la nube. 
Ahora, todo ha vuelto a ser diáfano.

viernes, 24 de junio de 2016

Los cotillas


Yo a los cotillas los detesto; no los puedo soportar. Cuando los veo sentados en los bancos de la calle, pendientes del ir y venir de los vecinos, desearía que un extraterrestre los abdujera y se los llevara al espacio por siempre jamás.
En mi trato con ellos he llegado hasta el delirio. Es lo que sucedió la vez que me quedé encerrada en el ascensor con la cotilla principal de la escalera. Ella empezó a indagar sobre mi vida privada; y yo, que soy claustrofóbica y además tenía calor, comencé a tener visiones. Recuerdo que mientras las paredes del ascensor se ondulaban, la señora se transformó en un barrenero con cabeza de ave rapaz y un taladro entre las manos. Cuando con ánimo de horadar las murallas de mi intimidad lo puso en marcha, yo grité despavorida. Y a partir de ahí, todo es confuso...
Este escrito se lo dedico a mis vecinos: a los que conozco y a los que no. Los primeros son maravillosos; y los segundos, seguro que también.

Un chambi, un chicle “Talgo” y una bolsa de pipas



Por los años de 1960, en el pueblo, los domingos me daban un duro para gastar. Con eso tenía para la entrada del cine, que costaba tres pesetas, y para dos golosinas. Podía elegir entre una bolsa de pipas; un chicle “Talgo”; un pepinillo en vinagre; un polo... También recuerdo los chambis, pero estos valían a dos reales la unidad.
Las golosinas se compraban en una caseta regentada por dos mujeres rechonchas que siempre vestían de negro. Parecían tristes y misteriosas, y vivían juntas pese a no ser familia. Una era del pueblo y la otra forastera, y les decían “las de Ambrosio”.
Recuerdo que un día, sin avisar, cerraron la caseta y desaparecieron del pueblo. Yo pronto me conformé porque abrieron otro puesto con más surtido si cabe; pero algunas veces, de mayor, me he preguntado que fue de aquellas dos mujeres silenciosas y aparentemente infelices


martes, 31 de mayo de 2016

Todo por la imagen o El confidente perfecto


Yo siempre estoy en pose; no me relajo jamás. Mi lema es “antes morir que perder la compostura”...; pero el otro día tuve una experiencia catártica extraordinaria y me liberé. 
Os lo explico: todo empezó cuando estaba delante de un anticuario, y un hombre se me acercó y entabló conversación conmigo. Yo contemplaba unos muebles expuestos en el escaparate; y él, con voz grave y bien modulada, me dijo que eran estilo Chippendale. Comenzamos a hablar y enseguida me percaté de que aquel desconocido y yo compartíamos el mismo código; y, quizá por eso, me dejé llevar. Nos fuimos a “El Nacional”; y allí, tomando una copa de cava, lo hice mi confidente.
Le hablé de mis anhelos y frustraciones; de mis miedos y mi desesperanza; de las reglas constrictoras que me impedían respirar y de mi resignación y mi acomodo... Me mostré tal como soy; y aquel hombre, ignorado hasta entonces, vio la parte oculta de mi alma.
Luego, cuando liberada y purificada expuse mi deseo de marcharme, el confidente y yo nos estrechamos la mano y nos dijimos adiós.

Perdonad que hable de la muerte


De pequeña, en el pueblo, la muerte para mí era un concepto abstracto que venía representado por el luto de las mujeres; el brazal negro de los hombres; el toque de difuntos; los espejos velados; los cipreses; los entierros...
Luego, cuando vine a la ciudad, la parafernalia que acompañaba a la muerte desapareció; y su idea se concretó en el momento en que vi mi primer cadáver. Cuando por mi educación tuve que ver muchos más, adquirí una visión enteramente racional acerca de ella, y la acepté como una parte de la vida.
Esto duró hasta que me empezaron a faltar mis seres queridos. Entonces comprendí la verdadera envergadura de la muerte y lo que su aparición conlleva: ausencia, vacío, tremendo dolor...
Ahora, en mi cuarto estadio, he pasado de verla como algo ajeno (siempre le ocurría a los demás) a sentir que puede llegarme a mí en cualquier momento.
Pero esto no es una obsesión; es un pensamiento lúgubre que tengo de vez en cuando.

sábado, 21 de mayo de 2016

Veinte entradas


Mientras un escrito permanece en la primera página de la web, tiene muchas probabilidades de ser leído. Cuando pasa a la segunda página, muchas menos; y en las sucesivas, casi ninguna.
Yo os confieso que me saca de quicio presentar una obra y que, por exceso de exposiciones, no pueda estar a la vista el tiempo suficiente para que la pueda leer un buen número de personas. En estos casos me encolerizo, empiezo a despotricar, os mando a todos a paseo, decido irme del Post...
Luego me calmo. Me digo que todos tienen derecho a colgar cosas en este espacio; que estoy siendo injusta con aquellos que se ocupan y preocupan de renovarlo; que yo sólo pongo cosas cuando me apetece...
En fin, amigos: he pensado que como todos los post merecen ser vistos ¿no podría la dirección diseñar una primera página donde cupieran veinte entradas?

El proceso de escribir


En cualquier momento me puede venir una idea: inmediatamente busco las palabras y ordeno las frases que me permiten expresarla; después la escribo; y por último podo el resultado. 
Esta idea primigenia puede tener una base real o surgir aparentemente de la nada; pero en un caso y en otro, una vez iniciado el proceso de escritura, voy por donde la imaginación me lleva, y el final es impredecible.
Suelo escribir en primera persona porque así imprimo a la historia más fuerza y verosimilitud; amén de porque de esta manera tengo la sensación de estar viviendo lo que cuento. De que este amor mío por la escritura me permite traspasar las barreras de lo cotidiano y adentrarme en un mundo donde todo es posible.
Por último, quiero deciros que muchos de mis escritos que parecen fantasía tienen algo de verdad; y otros que parecen ser verdad tienen mucho de mentira.
Recordad esto siempre por lo que pueda escribir en el futuro.

sábado, 7 de mayo de 2016

Camino a la excentricidad


El otro día una amiga me pidió que la acompañara a comprarse un vestido. El plan no me sedujo, pero como la amistad obliga, accedí. Fuimos a un centro comercial cercano a Barcelona; y allí, en una tienda de ropa de marca (rebajada), me prendé de un vestido. Lo distinguí entre todos los demás por sus rayas azules y negras y por su corte extremado; y como ahora me priva lo extravagante, me quedé con él.
Mientras pienso en darme mechas azules en el pelo y en comprarme unas sandalias rojas, me pregunto a que se deberá mi necesidad actual de llamar la atención (yo siempre he sido muy discreta). Quizá se me está oxidando algún cable, pero probablemente lo hago para hacerme visible ahora que nadie me ve.

domingo, 1 de mayo de 2016

Pepinillos en vinagre


Percibía todo con tanta intensidad que parecía que estuviera en un estado psicodélico permanente. Luego sufrí una especie de marasmo, y posteriormente me hundí. Los sentidos se me embotaron, y el mundo dejó de tener colores vivos y rutilantes y pasó a ser gris y opaco.
Recuerdo que iba siempre cabizbaja y con aspecto abatido; y el espinazo se me encorvó tanto que parecía una anciana.
Tenía la sensación de estar en el interior de un túnel, y que nunca podría salir de él. En mi desesperanza imaginaba la ilusión como un rayo salvador que jamás podría horadar las paredes de mi celda; y también pensé en lo útil que resultaría que los pepinillos en vinagre la trajeran incorporada (la ilusión).
No recuerdo cuánto tiempo permanecí en ese estado. Lo que si sé es que el paso del tiempo, junto con la paciencia y el amor de los míos, me sacaron de él. Un día de mucho calor, el viento me dio en la cara y sentí placer; entonces supe que estaba curada.

viernes, 22 de abril de 2016

Los últimos del Post


Queridos amigos: de vez en cuando leemos que, en aras de conseguir un bien común, tal o cual colectivo ha posado desnudo. ¿Tendremos que desnudarnos nosotros también para lograr que el Post siga adelante? ¿Será necesario que los presentes nos quitemos la vergüenza y la ropa para que los ausentes se despojen de su vergüenza y se manifiesten? 
Permitírnoslo nos lo podríamos permitir: todos estamos estupendos y tenemos una belleza espectacular; pero otra cosa es que pudiéramos vencer nuestro natural recato y modestia.
Caso de llevarse a cabo (el retrato colectivo), me gustaría que se presentara acompañado de la canción “Yo te diré”; interpretada por Marina Rosell. Esta canción (interpretada por otra artista) forma parte de la banda sonora de “Los últimos de Filipinas”; y aunque el tema de esta película no tiene nada que ver con la materia que nos ocupa, a mi me encanta esta habanera. Además, en cierto modo, nosotros podríamos ser “Los últimos del Post”.
P.D. He oído decir que pasar por esta circunstancia (siempre que se haga con respeto y buen gusto, y que te saquen favorecida) es cuasi como tener una experiencia psicodélica: que te liberas y que sales enormemente reforzada.

domingo, 17 de abril de 2016

Carta a mis amigos del Post


Queridos amigos: desde hace unos días, me cuesta entrar en el Post y me irritan cosas que antes me eran indiferentes. Como creo que estos son síntomas de cansancio y de falta de ilusión, he decidido desaparecer e ir a buscarla (la ilusión). Considerando lo animosa y lo vehemente que soy, es probable que mañana o pasado vuelva con ella; pero si no es así, os deseo lo mejor hasta que esto ocurra.
Antes de deciros adiós quiero hacer un llamamiento a todos aquellos que no se deciden a participar: sin vuestro concurso y vuestra savia nueva, este rincón tan querido irá languideciendo y desaparecerá.
Hasta la vista.

En un hospital público


A mi amiga Asensia se le rompió una cadera. La llevaron al hospital y la operaron; y después, ha permanecido en un pabellón anejo hasta que ha vuelto a andar. Durante estas semanas la he visitado con frecuencia; y para mí ha sido una experiencia inigualable.
Para empezar diré que Asensia competía con su compañera de habitación en llevar el pijama más alegre y divertido; y como disponían de peluquería en la planta, a veces las encontraba perfectamente acicaladas. Para quien quisiera, también había capilla y oficios religiosos. Era enternecedor ver como algunos enfermos se ponían traje y corbata para asistir a misa. 
A determinadas horas, las habitaciones permanecían abiertas de par en par; y los enfermos y sus visitantes pasaban de unas a otras solicitándose ayuda o entablando conversación.
A media mañana había que ir a fisioterapia. A veces, Asensia y sus amigas se mostraban remisas porque estaban muy a gusto de palique; pero el personal las convencía, y, salvo causa de fuerza mayor, no se libraba nadie. En el gimnasio andaban entre barras paralelas y subían y bajaban por una rampa y escaleras; y el esfuerzo y los progresos de cada uno servía de acicate para los demás.
En mis visitas vespertinas nos sentábamos en la amplia sala común, y mientras unos y otros caminaban apoyándose en los pasamanos de las paredes, no era raro que alguien viniera a sentarse a tu lado y te contara su vida. Allí casi todos conocían la vida y milagros de los demás; y todo era una suerte de terapia de grupo que evitaba el aislamiento y la depresión.
Para acabar quiero decir que mi amiga ya está en su casa; que sube y baja (siempre acompañada) veintiún escalones cada día porque vive en un primer piso sin ascensor; que cada tarde (a ratos andando y a ratos en silla de ruedas) va al casal a jugar a las cartas; y que mi amiga Asensia tiene noventa y cuatro años.

El sumo interesante


El escrito de Pucho “La banda sonora”, que me encantó, me hizo pensar en mis primeros guateques...
El sumo interesante fue mi partenaire de baile en mis primeros guateques. Lo llamábamos así por su aire lánguido, su aspecto fatigado cual si llevase el peso del mundo sobre sus hombros y su poca conversación. Me sacaba dos cuartas en estatura y al menos cinco años en edad; y aunque no me acuerdo de su nombre verdadero, aún me parece sentir mis brazos pendiendo de sus hombros, y mi flequillo rozando su mentón. Me agarraba por la cintura y bailábamos acompasadamente, pero jamás intentó ir más allá.
Con el paso del tiempo, el sumo interesante pasó a ser en mi magín el sumo colocado. Fue después de que empezara, ya mayor, a atar cabos: ese arrastrar de pies; ese balbucir y esa lengua trabada; esos ojos brillantes; esos lebrillos de cuerva y esas pastillas de “café con leche” entrevistas en una habitación anexa donde los “pequeños” no teníamos acceso...

sábado, 2 de abril de 2016

¡Jesús! ¡Qué feíta es!


Yo de pequeña era tan fea que la gente se santiguaba cuando me veía, y exclamaba: ¡Jesús! ¡pobre creatura! ¡qué feíta es!
Después, con el lustre que da la mocedad me enmendé, pero nunca he sido bien parecida. Mis amigas ligaban y yo no; y cuando algún chico me sacaba a bailar, era porque alguna le había pedido que lo hiciera mientras bailaba previamente con él.
Tampoco he sido brillante. Durante toda mi vida he tenido que luchar con dureza para conseguir lo que otros parecían obtener sin esfuerzo; y las más de las veces, nada me ha salido a la primera.
Los hados jamás me han sido propicios; de hecho, fracasé en mi matrimonio, arrastro problemas de salud y económicos, y tengo un montón de pejigueras.
Me caen mal esas guapitas de cara que nunca se ponen enfermas y que parece que han nacido de pie. Son prepotentes y vanidosas; no las soporto.
En la gente provoco rechazo y conmiseración a partes iguales. Lo del rechazo tiene que ver con mi agresividad y es un círculo vicioso: la gente me rechaza porque soy borde y yo cada día soy más borde porque la gente me rechaza. Y lo de que siempre me tengan lástima me humilla y me hace tener baja la autoestima. Lo que más me gustaría es ser admirada; se debe sentir una sensación... 
De vez en cuando, para aliviar mis penas, me tomo un lingotazo de ajenjo; y fui muy feliz en un viaje que hice a Lourdes. Allí me encontré con gente que sufría más que yo, y pude pasar, por primera vez en mi vida, de ser compadecida a compadecer. Me sentí poderosa y magnánima: volví muy confortada.

Los tres nombres de mi menda


El primero es María de las Nieves. Así me pusieron cuando nací, y así figuro en mi carné de identidad. Supongo que debía resultar chocante ver a un gorgojo con un nombre de tanta envergadura, pero lo cierto es que nunca me llamaron así.
El segundo es Many. Así me dicen mi familia y todas las personas que entraron en mi vida antes de que cumpliera diecisiete años. Es el nombre que llevo en el corazón, porque lo eligió mi madre para mí; y es el nombre que me liga con todo lo entrañable y lo íntimo. Oírlo pronunciar me emociona.
Y el tercero es Nieves. Empiezo diciendo que a mí este nombre me encanta. Me gusta su sonoridad; lo que denomina; que lo llevaba mi abuela... Comencé a usarlo en la Universidad, después de decidir quitar el María a mi nombre primigenio; y siento que me representa ante el mundo. Él y yo formamos un todo, y nos imprimimos carácter y personalidad recíprocamente.
En fin, amigos: que como veis, mi nombre me gusta.
Y para acabar os diré que mi vida pública y mi vida privada están tan diferenciadas y son tan impermeables que no es posible que alguien de una de ellas me llame por el nombre que corresponde a la otra. Me parecería una impostura; no lo soportaría.
Fins aviat!

sábado, 12 de marzo de 2016

Mi entrevista más personal


¿Por qué comentas los posts de los demás?
Pues un poco porque me gusta que los demás comenten los míos; otro poco porque es una manera de corresponder al esfuerzo que los demás han realizado; y un mucho porque me parece un ejercicio mental excelente. Leer y comentar los posts de los demás amplía mis conocimientos, y me obliga a escribir y a pensar sobre los temas más variopintos.

Cuando comentas, ¿dices siempre la verdad?
Sí; y como además no suelo ser diplomática, a veces siento reconcomio por si he ofendido a alguien. Lo que no hago es decir siempre todo lo que pienso.

¿Están tus comentarios influidos por como te caigan los autores de los post?
Teóricamente no; pero no lo sé... Yo no siento animadversión por nadie y respeto a todos por igual; pero lo cierto es que a algunos los conozco en persona y los trato fuera del Post. No sé... yo intento obrar con justeza, pero no sé si lo consigo.

¿Miras siempre con detenimiento los posts sobre los que opinas?
Pues comúnmente sí, pero a veces no; depende del tiempo que tenga y de lo cansada que esté. Confieso que en alguna ocasión me he guiado por los comentarios de los que me preceden para hacer el mío; y que otras veces he utilizado frases tan vagas que lo mismo hubieran servido para un roto que para un descosido. Pero por lo general leo a mis compañeros con interés y curiosidad. Esta curiosidad me ha llevado a descubrir auténticas joyas. Lo más triste es que algunos de estos preciosos posts han pasado sin pena ni gloria por aquí.

sábado, 27 de febrero de 2016

¡Qué pereza!


Teniendo en cuenta que para escribir sobre el amor tenemos a Pucho, a Federico y a Juan, esta mañana me he dicho: ¿sobre qué escribo? ¿sobre el fondo abismal y misterioso de la mente? ¿sobre las cuitas que nos afligen? ¿ sobre el miedo y la esperanza? ¿sobre la ilusión perdida? Pues no: he decidido hacerlo sobre el tinte del cabello porque creo que es, si no más interesante, sí más terapéutico.

                                     ¡Qué pereza!

Definitivamente, me tengo que teñir el pelo. Lo voy posponiendo; pero por la cara que ha puesto una persona que me ha visto la cabeza desde arriba, tengo que hacerlo ya. Y es que hay gente a la que le sientan bien las canas, le aporta distinción; pero a mí me envejecen muchísimo. Entre la imagen que ofrezco teñida y sin teñir, hay veinte años de diferencia.
Todo empieza cuando veo asomar las primeras raíces bordeando la raya del cabello. En este punto, me basta con peinarme para atrás para disimular el blanqueo. Pero los días van pasando, las canas proliferan y llega un momento en que hacen explosión; y entonces ya no puedo ocultarlas. Lo peor es el pelo blanco de las sienes: una vez me hicieron una fotografía con este particular, y parecía que tuviera entradas.
Para teñirme utilizo siempre tinte sin amoníaco. Lo compro en la parafarmacia y lo meto en un cajón hasta que puedo vencer la pereza que me da utilizarlo. Llegado el momento, me pongo una camiseta vieja, me proveo de una toalla y ¡al avío! 
Hecha la mezcla, me embadurno el pelo y a esperar... Lo peor es el rato que tengo que permanecer de esta guisa, porque no puedo ponerme las gafas, ni hablar por teléfono, ni apoyarme en el respaldo del asiento...
Y luego a ducharme. Y venga un lavado de cabeza, y otro, y otro... y así hasta que el agua sale clara. Y eso que ahora no me tiño con gena en polvo, como hacía al principio; que si no...


Un par de "marujos"


Hace más de una semana que falto del Post. Me acuerdo de vosotros y os echo de menos, pero voy a seguir unos días más en esta mudez, a ver si me aclaro.
No se trata de falta de inspiración ( de hecho cada día se me ocurren temas nuevos), sino del estado de ambivalencia en el que se encuentra mi ánimo. Esta mañana, por ejemplo, mientras iba en el metro, se me ha ocurrido un escrito que empezaba así: “Mi marido y yo nos creemos muy interesantes, pero en realidad somos un par de “marujos”. A todos los sitios vamos juntos, y para más inri, lo hacemos siempre de bracete...”. Bien, pues cuando lo he fijado en papel y he intentado subirlo al Post, me ha faltado el estímulo.
Otro relato que tengo dibujado en la cabeza es sobre mi manera de escribir. La primera frase diría: “De lo primero que me proveo cuando voy a escribir, es de las tijeras de podar...”. Bueno, pues con éste, me pasa lo mismo que con el anterior: soy incapaz de publicarlo.
Estoy segura de que esta mala racha pasará y de que cualquier día volveré a estar con vosotros.

domingo, 7 de febrero de 2016

Antonio y su extraño encuentro con una mujer cimbreña


En un rincón de la memoria, Antonio guarda este singular encuentro. Sucedió cuando él tenía treinta y tantos años; en una vía de Alicante. La mujer iba caminando delante, y a la luz del atardecer, Antonio quedó prendado de su cimbreo. Cuando enseguida se enardeció, intentó adelantarla porque necesitó ver su rostro; pero la mujer, dando un paso al lado se lo impidió. A partir de ese momento sus cuerpos quedaron unidos, y así anduvieron un buen trecho. En este baile extraordinario donde se dijeron todo y no se dijeron nada, ella marcó la pauta y él se dejó guiar. Cuando él ladeó la cabeza para siquiera entrever su cara, una ráfaga de viento alborotó el pelo de ella malogrando su intención. Y al llegar a La Explanada, él, alucinado y muerto de amor, intentó retenerla; pero la mujer cimbreña se escabulló. 

Frente a la pared


El post de Lucía “¿Por qué otras redes sociales funcionan?” me ha inspirado este escrito.
Y sobre el no comentar de algunos, Pucho ya ha hablado en alguna ocasión.
Estoy segura de que, entre los usuarios silentes del Post, hay gente a la que le gusta escribir. También estoy segura de que, a esa gente, le encantaría exponer aquí sus relatos; pero no se atreven. Yo les animo a que lo hagan, porque un escrito sin leer es una cosa estéril; no sirve para nada.
Pero no basta con colgar tu post. Tienes que comentar las obras de los demás. Si no lo haces, los demás (o al menos yo) no comentarán las tuyas; y es más, ni siquiera las leerán. Y esto lo harán no por justa correspondencia (que también); sino, porque si no hay comunicación interactiva entre nosotros, acabaremos viéndonos unos a otros como una pared.

viernes, 29 de enero de 2016

Dando coces por la vida


Ayer tarifé con una amiga. Lo sentí mucho, pero me faltó al respeto y eso no lo puedo consentir.
Fue en el Mercat dels Encants, después de comprar un mundillo y bolillos de colores.
Mi amiga, que es más buena que el pan, va por el mundo dándoselas de brava y esto la va abocando a quedarse sin amigos. Su problema es que es muy vulnerable y la han hecho mucho padecer; y como es incapaz de encontrar la felicidad, se resarce dando coces a diestro y siniestro. Atendiendo a estas circunstancias, yo le he disculpado muchos exabruptos, pero mi paciencia tiene un límite y ayer lo rebasó.
Todo sucedió en el bar, cuando después de recorrer las galerías desde los puestos de quincalla a los de antigüedades, nos sentamos a tomar un piscolabis. Mi amiga sacó su iPad y me pidió que leyera un artículo cuyo tema no hace al caso. Lo leí con atención y enseguida me percaté de que era infumable; de que estaba pésimamente escrito y resultaba trasnochado. Bien, pues como se me ocurrió opinar que era mediocre, y por lo visto a ella le parecía el súmmum de la calidad, me tachó de un sinfín de cosas, y prácticamente me insultó.

Ya he dicho que lo siento, pero el camino no es ir ofendiendo a los que te quieren por muy mal que lo estés pasando. Lo que procede es confiar en ellos y cultivar su amistad.

viernes, 22 de enero de 2016

De la mojama al jamón


Un dicho popular muy ordinario clasifica a las mujeres, a partir de la menopausia, en dos categorías: las que se ajamonan y las que se amojaman. 
Y ahora, después de este preámbulo, comprendo que estéis indignados y con la sensibilidad herida. Yo, cuando oí por primera vez semejante vulgaridad, también lo estuve. Necesité sumergirme en un texto lírico y escuchar música barroca para descontaminarme. Hacedlo vosotros; y una vez limpios y puros, volved. Aquí os espero para explicaros mi propia metamorfosis; mi conversión en cecina. 
Alrededor de los cincuenta años, coincidiendo con los cambios que estaban teniendo lugar en mi cuerpo, sufrí un golpe tremendo que me partió la vida en dos; y a partir de ese momento, yo, que nunca había estado gorda, comencé a adelgazar. Al principio era bueno porque me daba agilidad y me quitaba años de encima, pero acabé quedándome demasiado flaca. La gente así me lo decía, y a mí se me llevaban los demonios porque lo consideraba una intromisión en mi vida privada y porque no podía hacer nada para remediarlo (comía normal). Ahora mi peso permanece estable, me siento ágil y tengo buena salud; pero, de un tiempo a esta parte, noto que me estoy acecinando. Que además de seca y enjuta voy adquiriendo el aspecto de la mojama. El asunto me preocupa: ¿será que mi sino es devenir en pasa?

sábado, 16 de enero de 2016

Una boda de postín


En abril tengo una boda, y cuando pienso en ella, me entra un temblor...
Cuando me invitaron, me sentí halagada y contenta: halagada por el hecho de que gente de abolengo contara conmigo para un evento familiar; y contenta porque me parecía la ocasión ideal para alternar y para ponerme los perejiles.
Pero yo no había considerado el maldito parné; el coste de todo aquello; la repercusión que el asunto podía tener en mi modesta economía.
Para empezar tenía que pensar en el regalo. Como desconocía qué era lo adecuado y cuál debía ser su montante, pedí a otros convidados que me ilustraran. Cuando lo hicieron, un escalofrío recorrió mi espina dorsal, aunque procuré que no se me notara. Aquellas cifras me parecían astronómicas; estaban fuera de mis posibilidades... 
Y además había que contar con la indumentaria que tendríamos que llevar. Mi marido tenía un traje negro que le sentaba de maravilla y no tendría que comprarse nada; pero yo, como el convite era por la tarde, necesitaría un vestido de cóctel, unos zapatos y un chal o un mantón de Manila. Me pasó por la cabeza comprar la tela y que mi cuñada me confeccionara un modelo que acababa de ver en una revista; pero deseché la idea enseguida, porque el vestido era muy sencillo, y esos trajes solo sientan bien si los hace un buen modisto.
En fin, amigos: lo cierto es que el día de la boda cada vez está más cerca; que asistir es un lujo que no me puedo permitir; y que no sé como salir del lance sin menoscabar mi orgullo.

Una historia de amor, o Cómo escribir un “best seller”


Me gustaría escribir un superventas que me convirtiera en millonaria; pero no sé de qué. Me imagino que, para que fuera asequible a todo el mundo, tendría que contar la historia con frases cortas y sencillas; que me tendría que bastar con las trescientas palabras de uso común; que tendría prohibido matizar, y por tanto emplear el punto y coma..., pero lo que se me resiste es el género. Porque: ¿de qué lo escribo? ¿Pornográfico? Imposible; me lo impide el recato y el sentido del ridículo... ¿De intriga? Me da pereza... ¿Policíaco? Podría ser...
¡Ah! Ya sé... será romántica. Contaré la historia de amor de Ana y Manuel. El escenario donde se desarrollarán los hechos será Begur y sus calas; y el tiempo, por los años de 1970. La cosa tendrá morbo porque Manuel será miembro de una congregación; y Ana, hija de otro cofrade. Para que no falte de nada, añadiré más inconvenientes: barreras sociales, diferencia de edad, terceras personas (él tendrá novia)... ;y hasta creo que daría mucho juego un confesor entrometido.
Diré que nada más verse, él se prendará de ella y ella de él; y para ambos empezará la tortura de no poder llevar adelante su amor. Él se debatirá entre el deber y la pasión; entre lo moral y lo inmoral; entre la vida y la muerte...; y ella, con una mente más libre de prejuicios, irá del desconcierto a la frustración.
En mi libro también habrá un poco de erotismo. Vendrá dado por un viaje que realizarán los protagonistas a Barcelona; y durante el cual, como Manuel irá conduciendo, Ana le mondará la fruta y se la irá introduciendo en la boca. Y así, entre lametazo y lametazo, y habiendo dejado las disquisiciones y los remordimientos fuera del coche, a ambos les parecerá estar en el cielo.
Pero hete aquí que el confesor entrometido le conseguirá a Manuel un trabajo en Venezuela y lo mandará para allá. Unas noches antes, tumbados en la playa y contemplando las estrellas, los amantes se dirán adiós, mientras en el tocadiscos de un bar cercano suena “Dio come ti amo” de Domenico Modugno.
Amigos, sed benevolentes. He hecho el escrito deprisa y corriendo. Lo único que pretendo es haceros reír.

viernes, 8 de enero de 2016

Ja sóc aqui


Cuando voy al pueblo, a veces llego hecha unos zorros. Esto puede deberse a que la noche anterior no suelo dormir bien; a que es un viaje muy largo; a que ya voy siendo mayor...
En estas ocasiones, lo que menos deseo es que alguien me vea en semejante estado. Por eso, por si me cruzo con algún paisano antes de alcanzar el amparo de mi casa, en las afueras del pueblo me pongo las gafas negras y me doy carmín en los labios. Así adquiero la apariencia de una estrella decadente y con glamour; y así, si se da la anterior circunstancia, salvo mi ego.
Cuando arribo a mi casa, entro en la misma por la puerta cochera; y hasta al cabo de día y medio, no salgo por la principal para decirle a mis vecinos que ya estoy allí. En ese intervalo entre puerta y puerta, estoy fuera del escenario; entro en tiempo muerto; me relajo...
También me voy familiarizando con la casa. Veo que no sirvió de nada embolsar las uvas de la parra porque las avispas se las han comido; que las paredes del patio tienen desconchones; que las puertas del cuarto de baño se han hinchado a causa de la humedad y no encajan en los marcos... En este punto, mis padres y mis suegros me sonríen desde sus retratos de boda, y yo miro al crucifijo de la escalera y me encomiendo a Él. Veo las palabras más bellas del idioma lustrando las paredes del frigorífico; y la estrofa de “Ojos verdes”, en la puerta del mismo, me hace sonreír. Las chapas de la publicidad de Coca-Cola a lo largo del tiempo siguen en su sitio; y la colección de Andy Warhol que publicó el periódico, también.
Este escrito se lo dedico a mis amigas del pueblo. Sus nombres son: María José, Ana María, Maxi, Isa, Vicenta, María Jesús, Mercedes y María. Mis amigas son guapas, listas y bondadosas; y como yo, hace tiempo que aprendieron a reírse de sí mismas.