domingo, 18 de febrero de 2018

Así que pasen unos días


No sé qué me pasa, pero mentalmente me he ido de este lugar. Como es un sitio donde me he sentido feliz, me aferro a la idea de que este desapego será temporal y trato de averiguar las causas que me han llevado a este estado; pero no llego a ninguna conclusión.
Aparentemente no ha sucedido nada, y yo os sigo viendo a todos igual de estupendos. Tampoco soy como esos cínicos amantes que abandonan una relación cuando tienen otra en perspectiva; pero sí que como ellos, echo en falta alguna experiencia avivadora.
Por lo demás, sigo con mi vida. En mis ratos libres continuaré escudriñando por mor de saber qué me ha traído hasta aquí.

Tres historias


Estoy dispuesta a escribir; la objeción es que no sé de qué hacerlo. Pensando en el próximo San Valentín, empiezo una historia sobre el amor obsesivo; pero me empantano enseguida:

DOÑA CECILIA

         “Yo fundé una familia. Fui un buen padre y un buen marido; pero durante años,       no me pude quitar de la cabeza a una muchacha que se llamaba Cecilia.
Cecilia y yo nos enamoramos en cuanto nos vimos, y tuvimos un affaire. Esto ocurrió unos meses antes de mi boda; en Bagur; alrededor de 1970...”

También pienso en la cursilería y toma forma el personaje de doña Melindres:

DOÑA MELINDRES

          “Pobre doña Melindres: juzga la afectación como finura y la sencillez como vulgaridad. En ella todo es aparato y no concibe que la naturalidad pueda ir unida a la elegancia. El problema es que su refinamiento no resulta sofisticado, sino ridículo. Al decir de la gente, doña Melindres resulta más cursi que un teléfono con puntillas...”

Por último, me gustaría hablar del idioma y de la clave. Aquí, doña Desconcertante haría la siguiente reflexión:

DOÑA DESCONCERTANTE

          “Para comprender enteramente lo que dicen los demás no basta con hablar el mismo idioma que ellos; también es necesario compartir y/o conocer el código que utilizan...”

El climaterio y la hipertrofia de próstata


Mi menú del viernes estuvo compuesto de los siguientes platos: acelgas con patatas; pescado; fruta y chocolate. Comí sin más compañía que mi conciencia; y, cuando me fumé el único cigarrillo que me permito al día, me dispuse a terminar de leer el periódico.
Entonces, me llamó una amiga y estuvimos hora y media de charleta. Me contó que su marido, al que operaron de cáncer de próstata hace dos años, se encontraba muy bien; y que las revisiones iban de fábula. Se mostró muy ilusionada con un viaje que van a hacer a la Conchinchina para celebrar el 40 aniversario de su matrimonio. Y añadió que, después de haberlo deseado toda la vida, se iba a dedicar a pintar.
Me habló de un mural que tenía en la mente. Se trataba de una representación de la menopausia y de la hipertrofia de próstata: una pintura en la que aparecería una mujer madura abanicándose, mientras espera en la puerta de un urinario a su marido otoñal.

sábado, 3 de febrero de 2018

Un Patrón muy original


De pequeña, los santos me imponían. Mientras permanecían en sus hornacinas y los veía lejos, este recelo era soportable; pero cuando los sacaban de ellas para llevarlos en procesión me inquietaban muchísimo.
La impresión que me hacían en el ánimo dependía de los vestidos que llevaran y de hacia donde dirigieran la mirada. No era lo mismo la túnica roja y la capa azul de “La Dolorosa” que el ropón morado de “El Nazareno”. Tampoco causaba el mismo efecto la cara vuelta a un lado de “San Juan” que la mirada al frente de “El Patrón”.
Y era éste, el Protector de nuestro pueblo, el que más miedo me daba. La razón era que se trataba de un busto y yo creía que había sido así de verdad. Tampoco ayudaba al sosiego el hecho de que el serrado moviera los ojos y no pudieras escapar a su escrutinio.

Micaela y la copla


La afición de Micaela por la copla viene de cuando le regalaron un elepé con canciones de este género.
Le gustó tanto que enseguida se compró la colección de discos de doña Concha Piquer; y canciones como “Tatuaje”, “La niña de la estación” y “La Lirio” entraron a formar parte de su bagaje artístico musical. Esto ocurrió por los años de 1973, en el tiempo en el que Micaela lucía bella y esplendorosa.
Pronto empezó a relacionar determinadas canciones con los intérpretes que les habían conferido su particular estilo; y así, en su magín empezaron a aparecer juntos “La bien pagá” y Miguel de Molina; “Pena penita pena” y Lola Flores; “María de la O” y Marifé de Triana (por cierto, que desde que oyó a un grupo de fanes llamar a esta última “la Marifé”, no logró referirse a ella con su nombre artístico completo nunca más)...
Conforme fue adquiriendo conocimientos se fue haciendo más selectiva; y ya no le era indiferente oír “Cinco farolas” cantada por Rocio Jurado o por cualquier otro artista.
Ahora Micaela es una persona mayor y ya no es capaz de entusiasmarse con casi nada. Pero cuando en las noches estrelladas pone a Carlos Cano y le oye cantar “Ojos verdes”, se sumerge en la sublime belleza del momento y se pone a llorar.

¿Todo bien?


Hace días que Arcadi no aparece por la web. Lo que me sale de dentro es ponerle un mensaje diciéndole que estoy aquí por si me necesita; pero el miedo a resultar entrometida me lo impide.
Al principio pensé que estaría en un viaje del IMSERSO o que tendría un arrechucho sin importancia, pero su ausencia se está prolongando y ya no sé que considerar.
De lo que estoy segura es de que Arcadi no se ha ido por hartazgo: a él le encanta escribir, leer nuestros textos y comentar. También sé que el sentirse parte de esta comunidad le ayuda a sobrellevar su viudez y a paliar su soledad.
¡O sea, que si Arcadi no se manifiesta, es porque le pasa algo! Esta tarde me armaré de valor y le enviaré un correo con la pregunta: ¿todo bien? Lo más probable es que me conteste desde el balneario donde esté tomando las aguas y me diga que divinamente. Yo me sentiré ridícula; pero ¿qué más da? Lo importante es que sepa que lo echo de menos y que tiene mi apoyo.

Ir más deprisa que el tiempo / Anotaciones de una mujer permanentemente acelerada


“Si la parsimonia estuviera comercializada y se vendiera en botellas, a mí me convendría tomarme unas cuantas copas cada día. 
Y es que el tiempo parece faltarme: siempre tengo prisa; vivo en constante frenesí... 
Si el autobús tarda en venir o va despacio, me lleno de impaciencia y de nerviosismo. El ruído del móvil anunciándome un WhatsApp me irrita sobremanera, y hay veces  en las que me dan ganas de estamparlo contra la pared. Declino entablar conversación con los vecinos no vaya a ser que se enrollen y me hagan perder el tiempo. A las personas de mi entorno estoy continuamente apremiándolas y las pongo histéricas. Resuelvo y vivo el futuro en el presente. No puedo más...”

Un par de cenutrios


Hoy quiero ilustrar con un ejemplo el significado de la palabra cenutrio.
Imaginaos que, gracias a la gimnasia, una mujer madura conserva el cuerpo firme y los andares garbosos de una treintañera. Seguid imaginando que esa mujer va por la calle con su gracia pinturera y que deja entusiasmados a dos hombres que caminan detrás. Es un día de muchísimo calor; y, entonces, anhelando el líquido elemento y sin poder apartar la vista del “derrière” de aquella fémina, uno le dice al otro: ¡mírala! ¡está mejor que el agua! 
No contentos con ver su espalda, el par de “príncipes” apresuran el paso para cogerle la delantera y así poder ver su rostro. Cuando lo consiguen, entre la decepción y la sorpresa, uno le dice al otro: ¡qué chasco, entre todos los monumentos que hay por aquí hemos ido a piropear a una gallina vieja!
Bien, amigos: esto que he contado no es fruto de mi imaginación. Aunque parezca mentira que pueda existir tanta chabacanería, sucedió realmente y la protagonista fui yo.