El otro día hallé entre los mapas de un atlas dos partituras con los textos de “Romance Anónimo” y “Vals en sol”. Me emocioné porque fue como encontrarme con mi pasado; y me llené de alegría porque, cuando el tiempo haya desvanecido mis recuerdos, ellas serán la prueba fehaciente de que una vez formé parte de una rondalla.
Ocurrió en mi etapa colegial, y las cuerdas que yo rasgueé fueron las de la guitarra. A veces me vienen a la memoria retazos inconexos de aquella época, pero no son suficientes ni los puedo enlazar para fraguar una historia.
Con gran esfuerzo consigo acordarme del profesor de música; de su bonhomía y paciencia infinita. De las frases (de mi propia cosecha) escritas en las cintas de mi capa; de mis dedos comprimiendo las cuerdas entre los trastes de la guitarra... Pero de lo que no logro acordarme es de las canciones de nuestro repertorio. Salvo “Alma Llanera” y las dos mencionadas anteriormente, todas se han borrado de mi mente.