domingo, 26 de febrero de 2017

En el contenedor de la esquina


En mi casa estoy yo, pero es como si no estuviera. Me he convertido en un mueble y he entrado a formar parte del menaje del hogar. Vivo en perfecta simbiosis con el sofá, la mesa, el televisor... Yo los limpio y los cuido con esmero, y ellos me acompañan y me dan seguridad.
Las cuatro paredes de mi casa me protegen del exterior; y cuando tengo que salir (cosa que sucede cada vez menos), me siento desnuda, vulnerable y con mucho frío.
Me paso los días apoltronada en el sofá viendo programas de cotilleo; y es tan grande mi achicamiento y tan enorme el poder perturbador de estos programas, que una vez me dieron hasta convulsiones.
Muchas noches tengo pesadillas. Pienso que vendrán unos hombres vestidos con monos azules, fuerte pelambre y collares de oro, y nos tirarán a todos los muebles al contenedor de la esquina.

La herencia


Conozco a unas personas que han recibido una pequeña herencia y están dándose caprichos sin parar. En su entorno las critican y conjeturan sobre el tiempo que van a tardar en dilapidar lo recibido; pero yo les aplaudo porque creo que están haciendo lo mejor.
En su vida ordinaria estas personas son como unas plantas en un secarral: no se mueren, pero tampoco pueden crecer. Gastan su tiempo y sus energías en un trabajo embrutecedor; y el salario que reciben es tan exiguo, y sus obligaciones tan numerosas, que nunca han podido cultivarse ni disfrutar de lo superfluo.
La herencia no les va a sacar de la pobreza; ni les va a permitir ejercitarse en las artes o en las ciencias; ni podrán llevar el pensamiento de lo inmediato y concreto a lo abstracto y universal; ni van a tener más oportunidades de contemplar la belleza... Pero, satisfacer alguno de sus antojos sí lo pueden lograr; y me parece una mezquindad vituperarlos por eso. 

sábado, 18 de febrero de 2017

Una mujer ejemplar


A mí, lo que de verdad me acogota y me oprime son las convenciones. Me preocupa lo que la gente piense y tengo miedo de perder mi estatus.
Me crié asistiendo a misa los domingos y las fiestas de guardar; pero también crecí leyendo a García Lorca, Graham Greene, Nabokov, Fitzgerald, Oscar Wilde, Tennessee Williams, Françoise Sagan...
Gracias a mis padres y a la carrera elegida, recibí una gran formación humanística; y en aquellos años de oscurantismo, logré que mi espíritu se sintiera libre y se expresara sin cortapisas.
Pero hete aquí que un día me topé con el sentido común, y éste acabó conmigo. La censura que otros habían ejercido sobre mí se transmutó en autocensura; y a ésta no la pude esquivar.
A partir de entonces, me guardé de exponer ideas controvertidas o que pudieran provocar escándalo; y poco a poco me fui convirtiendo en un ser “anodino” y “ejemplar”.
Ahora, cuando escribo, antes de plasmar en el papel mis ocurrencias, las matizo y/o modifico para no significarme. Sería horrible convertirme en maldita.
A veces, me gustaría transformarme en un ente sin circunstancias. Otras, pienso en utilizar seudónimo, pero esto último es enteramente imposible: soy demasiado vanidosa para ocultar mi identidad.

Mereció la pena


Desde hacía un tiempo, tenía la idea de editar un libro. No lo llevaba a cabo porque no tenía ganas de meterme en berenjenales, pero ahora me he decidido y me hace mucha ilusión.
Mi libro va a contener los escritos que he ido publicando en este espacio; varios relatos inéditos; y algunas de las cartas que me han publicado los periódicos.
Se titulará “Mereció la pena”  porque el tiempo que gasté en escribirlo lo doy por bien empleado; y estará dedicado a mi abuela Nieves y a mi tía Amalia.
Los 200 ejemplares de la tirada me tienen que bastar para regalar una reproducción a cada uno de mis familiares y amigos; guardar un pequeño retén en casa; y entregar los 4 preceptivos del depósito legal.
El saber que estos últimos van a estar en cuatro bibliotecas excita mi imaginación: ¿quién sabe  si las generaciones venideras lo descubrirán y tendrán constancia de que he vivido?